PROVIDENCIA DE DIOS
MIS PLANES NO SON VUESTROS PLANES (Is 55,8)
He
elegido un versículo de la primera lectura de la liturgia de la Palabra del
domingo de hoy, veinticinco del tiempo ordinario, ciclo A, para pronunciar la
homilía: “Los planes de Dios no son como
los planes de los hombres”. Y es lógico que así sea, pues los planes de
Dios son divinos y los planes del hombre son humanos, y entre los pensamientos
de Dios y los pensamientos del hombre no hay posible correspondencia. Porque
Dios es el ser eterno, que no tuvo principio ni tendrá fin, sabiduría infinita
y perfección absoluta, y el hombre es un ser creado, limitado, sometido a
errores y a imperfecciones.
¿Quién y cómo es Dios? ¿Qué es la eternidad?
Dios por ser eterno, lo es todo. Todo lo que
es Dios no se puede ni siquiera imaginar. Dios es omnipotente, infinitamente
sabio, absolutamente perfecto. Es desde el punto de vista de la razón y desde
el punto de vista de la revelación un misterio para el hombre que solamente
tiene conceptos humanos.
Sabemos
por la simple razón que Dios es eterno, el Creador de todas las cosas y la causa
de todas las causas, misterio absoluto; y por la fe sabemos también que Dios es
un ser trinitario: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, uno en esencia
y Trino en Personas. ¿Esto qué es?
Si
Dios es en su ser un misterio para el hombre, lo es también en su modo de
proceder y obrar, porque procedemos y obramos conforme somos. Las funciones
vegetativas corresponden a un vegetal, las sensitivas a un animal, las humanas,
corresponden a un hombre, las angélicas al ángel y las divinas corresponden a Dios.
Por consiguiente, es una verdad contundente que los planes de Dios no pueden
ser como los planes de los hombres, pues no podemos conocer cuál es la última
voluntad de Dios en todas las cosas, qué es lo que Dios quiere y por qué.
La pobre razón humana, por
elevada que sea en su entender, no lo puede concebir, ni siquiera imaginar. Lo
sabremos cuando estemos en el Cielo; pero mientras tanto tendremos siempre una
idea de Dios humana, vaga e imprecisa, porque el entendimiento del hombre
conoce las cosas desde la perspectiva de lo material y valiéndose de los
sentidos. Incluso nosotros, que somos cristianos, que estamos iluminados por la
fe, no entendemos lo que creemos.
Los
hombres tenemos unos planes que son humanos, pero Dios escribe derecho con
“renglones torcidos”, decía Santa Teresa de Jesús. Y es lógico, porque la
escritura del hombre es la expresión caligráfica de su pensamiento, que es
equivocado muchas veces; y aunque el hombre acierte a decir verdad por escrito,
es dentro de una concepción puramente humana, que no puede ajustarse, de
ninguna manera, al juicio de Dios. Por lo tanto, no es extraño que nos
preguntemos el por qué de las cosas que suceden en el mundo, que no tienen
respuesta humana, y que son un misterio para la pobre y humilde razón: ¿Por qué
Dios que es Padre, manda o permite tantos males para el hombre? ¿No es Dios
infinitamente bueno? ¿Por qué quiere o permite tantos males? ¿No es Padre? ¿Por
qué manda o no evita tantos males para los hombres, que somos sus hijos? ¿Por
qué tantos dolores, tantas desgracias, tantos infortunios, tantos males como
suceden siempre en el mundo?
Respondamos a estos
interrogantes con la siguiente reflexión
teológica.
Dios es Creador que ha creado
las cosas de la nada para el bien de los hombres. Sabemos esto por el simple
Catecismo. Dios es también conservador de todo lo que ha creado por su
providencia divina. Dicen los teólogos que la conservación de todas las cosas
es una creación continuada, porque si Dios no estuviera presente en la creación
que hizo al principio las cosas “no serían”.
El bien y el mal, desde la fe,
son valores absolutos que hay que evaluar desde la perspectiva de la eternidad,
de manera que es bueno lo que para Dios es bueno y malo lo que para Dios es
malo. El bien absoluto es Dios y el mal lo que va contra Dios. Todos los demás
bienes son limitados, caducos, transitorios, relativos; y muchos males humanos
y terrenos tienen razón de bien último, como dice el refrán castellano: “No hay
mal que por bien no venga”.
San Pablo, escribiendo a los
romanos, dice que Dios concurre con todas las cosas para el bien del hombre. Lo
cual quiere decir, hermanos, que todo lo que sucede, bien porque lo quiere
Dios, o bien porque Dios lo permite, es bueno en sí mismo, o es malo
aparentemente y en sentido humano, pero bueno en relación a su último fin. Todo
lo que existe y sucede tiene su providencia amorosa.
Un día vamos por la calle, la
plaza de Bilbao, por ejemplo, y vemos excavadoras que mueven tierra, peones con
palas y carretillas, casetas, camiones que van y vienen. Y nos preguntamos ¿qué
irán a hacer aquí? Y nos imaginamos muchas cosas, sin saber en concreto qué es
lo que se va a hacer allí. Pero sí sabemos que en esa obra hay unos planos y un
arquitecto superior que la dirige. Nadie conoce totalmente nada más que él
todos los detalles de la construcción. Los peones, albañiles y obreros de la
construcción conocen el plan en general, una residencia de la tercera edad, por
ejemplo. Los arquitectos técnicos y maestros de obra saben algo más, pero nunca
tanto como el que dirige la obra. Pero esos planos primeros van variando sobre
la marcha, pues no hay ningún plan humano que no se cambie, porque el hombre es
perfectible y se equivoca. Y hasta que las obras no se terminan, no la
conocemos bien.
Los planes de Dios son
inamovibles, intocables. Tal como Dios previó desde el principio la creación y
la conservación de todas las cosas, se van a cumplir.
Pues, bien, hermanos, que no os
sorprenda nada de lo que pasa, pues nada
existe por el azar ni por casualidad. Todas las cosas concurren para el amor
que Dios tiene a los hombres. Por consiguiente, hermanos, cuando nos sucedan
cosas y veamos realmente que son muy distintas a como nosotros las
planificamos, pensemos que están bien hechas, pues cuando este mundo termine y
todo sea transformado en Cristo Jesús, resucitado y glorioso, al fin de los
tiempos, todo se verá, a la luz de la eternidad, bueno para la gloria de Dios y
bien de los hombres.
Aceptemos todas las cosas que
van sucediendo como venidas de Dios o permitidas por Dios para un “bien”. Esta
es la primera conclusión que podemos sacar: aceptar con fe todos los
acontecimientos de la vida, como procesos para el bien supremo y eterno, que es
Dios visto, contemplado y gozado totalmente para siempre.
Por
lo tanto, hermanos, pidamos a Dios que nos dé la fortaleza para aceptar todo
aquellos que nosotros no podemos remediar, aceptarlo como bien o como para un
bien, aunque humanamente sea un mal temporal. Y ofrecerlo todo al Señor con fe
y esperanza para su gloria y bien de todos los hombres.
Repetimos para recalcar ideas:
Todas las cosas que suceden en el tiempo tienen una perspectiva última y
eterna, que es Dios, “Bien supremo”, que comprenderemos cuando estemos en el
Cielo, respuesta que saciará todas nuestras ignorancias y dudas. Dios quiere o
permite siempre la cruz personal, familiar o social como un bien supremo para
el hombre, aunque no entendamos, pues los “planes de Dios no son como los
planes de los hombres”.
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