sábado, 17 de octubre de 2020

Vigésimo noveno domingo. Tiempo ordinario. Ciclo A

Hoy, como todos sabemos, celebramos el día mundial de la propagación de la fe,  conocido vulgarmente con el nombre del DOMUD, día en que todos los católicos intensificamos nuestra oración, ofrecemos a Dios  nuestros sacrificios y colaboramos también con nuestro dinero, para que se extienda la Iglesia Católica, el Reino de Cristo, por todo el mundo.

Jesucristo mandó a sus apóstoles: “Id por todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándolos a guardar lo que yo os he enseñado, y sabed que yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo”. Esta es la misión de la Iglesia: evangelizar a todos los hombres para que se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad.

 Es un hecho evidente que son muchos, muchísimos los millones de hombres que todavía no conocen a Jesucristo, que no tuvieron la suerte que hemos tenido nosotros: nacer en una familia cristiana, tener unos padres católicos, una parroquia, una comunidad cristiana, un ambiente propicio donde hemos conocido a Jesucristo, desde siempre.

Todos los cristianos estamos obligados a ser misioneros, unos de vanguardia y otros de retaguardia.

Son misioneros de vanguardia aquellos cristianos que por vocación divina dejaron todas las cosas, al estilo de los apóstoles, y se marcharon a  predicar el Evangelio a los hombres que viven en países desconocidos para ellos, con culturas diferentes, ambientes paganos, costumbres extrañas, y condiciones sociales y políticas degradantes; empresa difícil y costosa en la que los misioneros tienen que pasar todo tipo de dificultades materiales, espirituales, corporales, económicas, sociológicas políticas, y persecuciones.

Para llevar a cabo esta misión  tienen que tener una vocación singular y contar con un apoyo especial divino, porque el que no esté lleno de Dios no puede evangelizar. El misionero que, con corazón vacío de Dios  y con ideales puramente humanos, se va a las misiones para realizar grandes empresas sociales de bienestar, justicia y paz,  evangeliza con el peligro de ser arrastrado por las  corrientes mundanas y paganas del País, justificadas por todo el mundo, pero contrarias a la doctrina de la Iglesia. Y podrá suceder que en lugar de convertir quede él pervertido.

Para ser misionero hay que tener mucha fe, mucha vocación, un sentido común inteligente y un corazón fortalecido por el Espíritu Santo, puesto a prueba de bomba. En países de misión no es tan fácil, como en España, predicar la Palabra de Dios. Los misioneros tienen que hacer lo que puedan; y todo lo bueno que hagan, aunque sea humano, es cristiano y evangélico. Decía en cierta ocasión un misionero que para evangelizar en países a los que el conocimiento de Jesucristo no ha llegado todavía, es necesario llevar en la mano derecha un crucifijo y en la otra un pan, como diciendo que hay que anunciar el Evangelio de Cristo resucitado, establecer la acción social cristiana, y denunciar con valentía y prudencia las injusticias humanas, sociales y políticas, tratando de humanizar a los hombres a quienes hay que cristianizar.

 La acción misionera tiene que ser total: sobrenatural como principio y fin, pero humana y natural dentro de las realidades necesarias del hombre, que abarque todos los aspectos de su vida. Y para llevar a cabo esta empresa es necesario rezar, sacrificarse por las misiones y aportar dinero para que los misioneros puedan vivir, crear Iglesias donde los cristianos puedan reunirse para celebrar la Eucaristía, los sacramentos, escuchar la Palabra de Dios, orar, desplazarse de un lado a otro, montar colegios de educación humana y cristiana, construir  residencias de ancianos, orfanatos, guarderías, hospitales y todos los centros necesarios para ejercer la caridad cristiana y humana.

Otros cristianos, que somos nosotros, somos también misioneros de retaguardia, porque, en virtud del sacramento del bautismo,  estamos llamados por Dios a extender el evangelio místicamente por todo el mundo, por medio de nuestra oración, penitencias, dolor, y materialmente por medio de nuestros recursos económicos. Hoy, día de las misiones, podríamos, por ejemplo,  privarnos del postre que más nos gusta o tomar otro inferior, comer una comida más humilde, hacer algún sacrificio, el mejor de todos hacer lo que más nos cuesta por amor a las misiones, suprimir los caprichos habituales, el aperitivo, la diversión, y cosas por el estilo por un día; y el importe entregarlo para el Domund.

Hay que reconocer que no somos generosos, entregamos a la Iglesia, que es nuestra Madre, una limosna, y a las madres  no se las socorre, se las ayuda. El dinero que te sobra no es sólo tuyo y para ti, sino corresponde también a los pobres. Hay otra razón poderosa y gratificante que es evangélica: “Todo lo que hacéis por estos mis  hermanos, los pobres, a mí me lo hacéis”. Sabemos también que a la hora del juicio final, nos van a examinar sobre el amor; y el que haya superado la prueba, cumpliendo las bienaventuranzas y ejerciendo la caridad en obras, conseguirá una plaza en el cielo.

Con nuestras oraciones, sacrificios, dolores, renuncias y dinero colaboramos a que se nos perdonen nuestros pecados, nuestras indiferencias, se fortalezca nuestra fe y crezcan nuestros méritos para el Cielo, a la vez que realizamos una obra humana importante y la empresa más grande se puede hacer en esta vida: la contribución a la extensión del Reino de Dios, la Iglesia, por todo el mundo y a la salvación eterna de los hombres que no conocen a Cristo.

Quiero hacer antes de terminar una reflexión, formulada en un interrogante misterioso, que nos ofrece la oportunidad de estar agradecidos a Dios: Por qué los llamados infieles, en el sentido de que no tienen fe, nacieron en países descristianizados, donde hay hambre, guerras, enfermedades, injusticias, incultura humana y religiosa, en los que todavía no ha llegado la noticia de que Dios se ha hecho hombre en la Persona de Jesucristo, para salvar a todos los hombres. Mientras que, nosotros hemos nacido en una familia cristiana, en un país civilizado, con cultura y dotado de bienestar social.

Esta es la realidad: desde siempre hemos conocido a Jesús, a la Virgen María, y hemos vivido en un ambiente de costumbres cristianas. Quizás si ellos hubieran tenido la suerte de ocupar nuestro puesto, serían más cristianos que nosotros; y si nosotros hubiéramos nacido en esos países no evangelizados, ni culturizados, ni socializados, seríamos peores que ellos. ¿Por qué, Señor? Seamos agradecidos a Dios por habernos regalado tantas cosas, y tengamos caridad con nuestros hermanos que viven en países de misión, y ayudemos a las misiones, con nuestra oración, sacrificio y dinero.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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