Todos podemos ser santos
Los santos no nacen, se hacen, pero se hacen como nacen, según han sido creados por Dios en su propia constitución de personas concretas, de manera que cada santo, poseyendo las virtudes comunes de todos, es único, con su propia santidad personalizada. La santidad tiene su raíz y fundamento en la gracia del bautismo, es una exigencia del sacramento que comunica a todo bautizado la potencia de santificación sustancial, que resulta diferente en cada santo, según el grado de gracia que ha recibido del Espíritu Santo y la correspondencia a la gracia en obras santas.
Algunos cristianos nacen con tanta facilidad para el bien que, por naturaleza y gracia, llegan a ser santos, sin mayor esfuerzo, y con cierta naturalidad sobrenatural, mientras que otros nacen con ciertas taras psíquicas y rebeldías instintivas que les dificultan seriamente el progreso de la santidad, pero no se lo impiden, pues pueden llegar a ser santos como otros.
Dios juzga la santidad de los cristianos no sólo por los actos realizados, sino principalmente por el amor que ponen en cada acto, teniendo en cuenta la realidad de las personas que se santifica.
No existe una serie de actos para conseguir mayor santidad, por los que se clasifican los santos, de manera que unos son más santos que otros, dependiendo del sacrificio y de las obras costosas que realizan: los santos, muy penitentes, como San Francisco de Paula, los muy elevados y versados en las altas esferas de la mística, como San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, los muy apóstoles como San Francisco Javier al que se caían los brazos por el cansancio te tanto bautizar, o como el Papa Juan Pablo II, que ha recorrido el mundo entero con sacrificios heroicos de celo apostólico.
A los hombres nos gustan lo santos de relumbrón, santos espectaculares, santos excepcionales, milagrosos, heroicos, con nota de sobresaliente o matrícula de honor, y no los santos de a pie, que caen y se levantan, que aprobaron la carrera de la santidad por los pelos. Son las actitudes de los santos o virtudes del amor, con actos comunes o heroicos, las que juzga Dios, con la nota que cada santo merezca.
Dios ama a todos los hombres por igual, en el sentido de que ama a cada uno tanto cuanto puede ser amado totalmente, según ha sido creado, aunque pueda parecer que ama más a unos que a otros, porque los hombres juzgamos la santidad por actos externos y obras importantes para el mundo, en cambio Dios evalúa a los santos por el amor del corazón con obras, de cualquier índole que sean.
El Espíritu Santo reparte sus dones naturales y sobrenaturales a quienes quiere, en la medida e intensidad que quiere y cuando quiere. Así como hay diversidad de seres creados y cada uno es un ser único, hombres iguales y no existe uno igual, así pasa con la diversidad de santos, que cada santo es él mismo. En esto se demuestra la infinita sabiduría de Dios que nunca se repite en sus obras.
Hoy, fiesta de los santos canonizados, por extensión, podemos decir que celebramos también la fiesta de los santos canonizables, santos del silencio, santos sencillos, santos de a pie, que llegaron a la meta de la santidad paso a paso y no en carreras de competición de santidad. Seamos tan santos como debemos y no como nos gustaría ser, porque querer ser tan santos como otros es vanidad. Que todos sean más santos que nosotros con tal que nosotros seamos tan santos como debemos.
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