sábado, 9 de enero de 2021



Terminado el ciclo de Navidad, en el que hemos celebrado el nacimiento del Señor, la Sagrada Familia, Santa María, Madre de Dios y la Epifanía del Señor, comenzamos el tiempo ordinario con la celebración de la fiesta del Bautismo del Señor.

El Bautismo que recibió Jesús en el río Jordán, de manos de San Juan Bautista, era un bautismo de conversión, de arrepentimiento de los pecados, de consagración al servicio del pueblo de Dios, no para arrepentirse de sus pecados, ni convertirse, pues por ser Dios no tenía ni podía tener pecado alguno; ni tampoco para consagrarse al servicio del pueblo de Dios, sino para dar ejemplo de perfección en el cumplimiento de la ley judía. No fue el mismo que hemos recibido nosotros, que es uno de los siete sacramentos instituido por Jesús, el más necesario para la salvación eterna, pero no el más excelente que es el de la Eucaristía.

La fiesta del bautismo del Señor nos ofrece una oportunidad para hablar del sacramento del bautismo, que gracias a Dios todos hemos recibido. 

El bautismo es un sacramento que produce entre otros tres efectos principales: infunde la gracia santificante por la que el hombre se hace hijo de Dios y heredero de su gloria, borra el pecado original, y también todos los pecados personales de quien lo recibe de adulto, y lo incorpora al Cuerpo místico de la Iglesia. 

Ante esta realidad misteriosa, cabe una pregunta: ¿Qué pasa con los millones de hombres que no se bautizan en la Iglesia Católica? ¿No son hijos de Dios, no se les perdonan el pecado original y todos los personales, y no pertenecen al Cuerpo místico de la Iglesia? 

Para contestar a esta pregunta, vamos a establecer un principio teológico enseñado siempre por la Doctrina de la Iglesia: La gracia de Dios, que es sabiduría omnipotente e infinitamente misericordiosa, hace que su gracia de salvación llegue misteriosamente a todos los hombres, de manera que cada uno pueda salvarse, si quiere, la mayor parte de las veces, por diversos e inimaginables caminos o medios, desconocidos por la ciencia teológica. Valga el ejemplo del buen ladrón que recibió la gracia de la misericordia de Dios, sin conocer a Cristo ni su doctrina, estando crucificado por sus pecados y delitos. Se convirtió por el misterio de la infinita misericordia divina, suplicando a Jesús la simple petición de un recuerdo, que se convirtió, al instante, en la posesión el Reino e los Cielo: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. 

Aquel buen ladrón recibió la gracia de la salvación y con ella, por vía misteriosa de la misericordia divina, se le perdonó el pecado original y todos los pecados personales, quedó hecho hijo de Dios adoptivo, fue incorporado al Cuerpo místico de la Iglesia, y consiguió la vida eterna. Fue el primer santo canonizado de la Iglesia Católica. Este ejemplo es válido y da respuesta a la pregunta que antes hemos formulado: Que la gracia infinita de la sabiduría de la misericordia de Dios es la única que salva, dentro de la Iglesia, por camino que el hombre no conoce. 

El cauce normal y oficial, vía ordinaria, por voluntad de Jesucristo, es la Iglesia Católica, incluso aunque la gracia llegue a determinados hombres vía misteriosa. Expliquemos un poco esta realidad de salvación universal. 

El hombre, por el simple hecho de ser creado por Dios a su imagen y semejanza, es hijo de Dios por creación. Recibe en el seno íntimo de su ser gratuitamente la filiación divina, digamos natural, misteriosamente, en previsión de los méritos de Cristo. 

El bautismo de agua y del Espíritu Santo es el sacramento ordinario de salvación para conseguir la salvación eterna, por voluntad de Jesucristo: “ID por el mundo entero pregonando la Buena Nueva a toda la humanidad. El que crea y sea bautizado, se salvará, y el que se niegue a creer, se condenará” (Mc 16,16). Pero admite suplencias comprensibles por razones históricas evidentes, múltiples causas y circunstancias humanas, que la Iglesia resume de esta manera: 

- Bautismo de sangre para aquellos que derraman su sangre en favor de los hombres, pues, según nos dice el Evangelio, nadie ama más que el que da la vida por los hermanos. En este caso el martirio, entendido en sentido amplio de derramamiento de sangre, hace las veces del sacramento de agua y del Espíritu Santo. 

- Bautismo de deseo para aquellos millones de hombres que no conocen a Jesucristo ni pertenecen a la Iglesia Católica formalmente, pero que viven con sincero corazón la fe que conocen y en la que fueron educados. 

- Bautismo de conciencia para aquellos millones de hombres que no conocen al Dios verdadero, o profesan religiones falsas. Si obran consecuentemente en la recta conciencia del bien obrar, su conciencia equivale al bautismo. Se dice que Cicerón al morir dijo: Causa de todas las causas, ten misericordia de mí. Tal vez, a los ojos de Dios, esta frase pudo equivaler al bautismo de conciencia. 

Estos hombres, situados en estos tres estados de suplencia de bautismo, reciben los mismos efectos que el bautismo de agua y del Espíritu Santo, sin ser sacramento. 

Resumimos en principios la doctrina de la Iglesia, explicada en todos los tiempos, pero con más precisión en el Concilio Vaticano II: 

1 La gracia de Dios, infinito en sabiduría y bondad, es la única causa de salvación para todos los hombres y de todos los tiempos, por la que nos hacemos y somos verdaderamente hijos de Dios. 

2 El medio ordinario y oficial es el bautismo de agua y del Espíritu Santo, administrado en la Iglesia Católica. 

3 Pero por circunstancias históricas, humanas y otras diversas el sacramento del bautismo puede suplirse por infinitos modos, desconocidos por la ciencia teológica, que la doctrina de la Iglesia reduce a tres: el martirio, la buena voluntad en la vivencia de la fe que se conoce, la recta conciencia del bien obrar. 



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