sábado, 13 de marzo de 2021

Cuarto domingo. Cuaresma. Ciclo B

 



En la segunda lectura de la liturgia de la Palabra de Dios, que estamos celebrando hoy, cuarto domingo de Cuaresma, hay una frase, profundamente teológica, que me va a servir a mí para pronunciar la homilía. Y es ésta: “Estáis salvados por la gracia de Dios y mediante la fe”.

La salvación de los hombres es una obra de la gracia de Dios, teniendo en cuenta la libertad del hombre en las cosas buenas que hace. Se podría decir que es como una empresa limitada en la que intervienen fundamentalmente la gracia de Dios y complementariamente la libre cooperación del hombre con sus buenas obras. “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”, nos dice el Apóstol San Pablo. Y para que este deseo divino se pueda llevar a efecto, regala a cada uno en particular, de muchas maneras, la mayor parte de ellas de modo misterioso, la gracia que necesita para que pueda salvarse, desigual en cada hombre porque es gracia.

Quizás pueda entenderse este misterio con el siguiente ejemplo que se me ocurre. Imaginemos que un arquitecto construye una vivienda grande con muchas y distintas habitaciones de medidas diferentes en metros cuadrados: una de 20, otra de 40, otra de 100, otra de 200, 500...Y en cada una de ellas instala la iluminación eléctrica que necesita para que con un regulador, a impulsos de fuerzas distintas, el usuario pueda suministrar la luz que quiera, desde el mínimo hasta el máximo. En la habitación de 20, por ejemplo, coloca una bombilla de 60 w, en la de 40 una de 120, en la de 100, una 250, y así sucesivamente, y de manera proporcionada a la capacidad de luz que necesita cada habitación. En esto se demuestra la sabiduría del arquitecto que sabe dar a cada habitación la luz necesaria. Para que haya luz en la habitación, el usuario tendría que activar el regulador a impulsos. Habrá en ella tanta más luz cuantos mayores sean los impulsos de activación.

De manera parecida, Dios crea a cada hombre, según sus planes, con los dones sobrenaturales que quiere para que pueda salvarse, y con un regulador de potencia de gracia para que pueda suministrar la luz que quiera con el impulso de sus buenas obras. Cada hombre recibe del Espíritu Santo su propia capacidad de luz de gracia, distinta, más o menos, según el beneplácito de Dios. Cuanto mayor sea la fuerza con que se active el regulador, mayor gracia habrá en su alma. Es decir, cuanto mayor sea la intensidad de amor que se ponga en las obras que se hacen por Dios, mayor gracia se recibirá. Si el hombre muere en estado de luz y no de tinieblas, merece la salvación, y mayor aún cuanto más luz de gracia haya proyectado en sus obras. Lo importante es tener siempre activado el regulador de la luz, procurando que su alma nunca esté apagada. Es decir hacer porque el alma esté siempre en gracia y en crecimiento. Por eso, cada hombre tiene su propia capacidad de luz de gracia, distinta, más o menos, según el beneplácito de Dios. Hay hombres que con un solo impulso, muy fuerte, hace que la luz de su alma adquiera la gracia en su plenitud, mientras que otros necesitan muchos impulsos y mucho tiempo para conseguir la luz en su alma.

Esta doctrina está enseñada en el Evangelio de San Mateo (20,1-16) en la parábola de los jornaleros enviados a la viña. En pocas palabras os la voy a explicar.

Un propietario envió a distintos jornaleros a trabajar a su viña a horas diferentes: al amanecer, a media mañana, a mediodía, a media tarde y al anochecer; y a todos los contrató por el mismo jornal. Cuando oscureció, dijo el dueño de la viña a su capataz:

- Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros.

Cuando los primeros observaron que a los jornaleros del atardecer el capataz les pagó el jornal, pensaron que a ellos se les iba a dar mayor jornal, en proporción justa a las horas que habían trabajado en la viña. Pero no fue así. Recibieron todos el mismo salario. Entonces empezaron a protestar contra el propietario diciendo:

- Estos últimos han trabajado sólo un poco tiempo y los has tratado igual que a nosotros, que hemos cargado con el peso del día y el bochorno.

Pero él repuso:

- Amigo, no te hago ninguna injusticia ¿No te ajustaste conmigo en ese jornal? Toma lo tuyo y vete ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera con lo que es mío? Y terminó diciendo: Los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.

¿Cómo se interpreta esta aparente injusticia?

El propietario no cometió ninguna injusticia con ninguno de los viñadores, pues a todos les pagó el salario convenido. Pero fuera de la justicia observada, quiso ser generoso más con unos que con otros, porque con lo suyo podía hacer lo que quería. Con los viñadores de la primera hora, y con los otros de distintas horas, obró en estricta justicia; y con los de la tarde y última hora en estricta justicia y con generosidad.

Cabe interpretar también esta parábola en el sentido de que a todos les recompensó por igual, dándoles el mismo salario de la gracia. Los primeros trabajaron todo el día, pero con poca eficacia; y los de la tarde y última hora trabajaron pocas horas o poco tiempo, pero con mucha intensidad y eficacia.

Dios no paga las obras que el hombre hace por horas, sino por intensidad de amor con las hace, sean grandes o pequeñas. Se prueba esta tesis con el ejemplo del buen ladrón, San Dimas, que en un par de minutos de trabajo en la salvación de su alma, consiguió el Reino de los Cielos.





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