La sagrada
escritura enseña, reprende y corrige
El contenido de la Revelación se
encuentra en dos depósitos distintos, de igual fiabilidad y credibilidad: la
Tradición y la Sagrada Escritura. La
Tradición es la Palabra de Dios transmitida de boca en boca, cuando no existía
la escritura, y que luego fue escrita bajo la inspiración del Espíritu Santo, y
quedó reflejada en la Sagrada Escritura, tanto del Antiguo como Nuevo
Testamento; o reflejada en los escritos de los Santos Padres de los primeros
siglos de la Iglesia.
El autor de la Sagrada Escritura
y de la Tradición es Dios, pero el escritor de la Sagrada Escritura, llamado
hagiógrafo, escribió con su propio estilo personal las verdades reveladas, no
como quien escribe al dictado, sino con la inspiración del Espíritu Santo, que hacía
que lo escrito no tuviera errores de fe; en cambio, el autor de la Tradición
escribió con la asistencia del Espíritu Santo, que no puede ser llamada
inspiración.
La Revelación no tiene otra finalidad que transmitir a los hombres las verdades que son necesarias para conseguir el Reino de los Cielos. Para saber qué verdades están reveladas y cuáles no, no basta la explicación magnífica de un teólogo excepcional o de un insigne predicador, es necesario el asesoramiento del Magisterio auténtico de la Iglesia, que unas veces es ordinario y otras infalible. Está formado por el Papa, Maestro Supremo de la Verdad Revelada en toda la Iglesia, y por todos los Obispos del mundo, unidos entre sí y concordes, bajo la autoridad del Papa. El Magisterio de la Iglesia puede ser ejercido por el Papa solo y también por todos los Obispos dispersos por el mundo o reunidos en Concilio.
Después de estas breves nociones
sobre la Revelación, vamos a fijar nuestra atención en las palabras de la
segunda lectura de la liturgia de hoy, original del Espíritu Santo, y escrita
por el apóstol San Pablo a Timoteo: “Toda Escritura inspirada por Dios conduce a
la salvación y es también útil para enseñar, reprender y corregir”.
El contenido de la Sagrada
Escritura tiene cuatro eficacias con una finalidad suprema: la salvación de
todos los hombres: ser camino de la salvación, enseñar, reprender y corregir.
Ser camino de la salvación, es decir saber por dónde se camina hacia la
vida eterna para que el hombre pueda llegar a la meta de la vida. En este
mundo, se ofrecen muchos caminos para la felicidad, basados en el egoísmo: la
sexualidad, la riqueza, el poder, la diversión, la sabiduría, el goce de los
placeres, que atraen al hombre apasionadamente y le ofuscan desorientando su
vida hacia la perdición. Contrarrestando estos instintos de falsa felicidad, la
Sagrada Escritura ofrece al hombre un mapa que le orienta a la salvación para
que no se pierda por caminos falsos, tortuosos y desviados de la meta. Con un
buen mapa en la mano, cualquiera puede llegar al fin del mundo, aunque sea por
países desconocidos. Lo difícil no es interpretarlo, sino confeccionarlo. La
Iglesia con su magisterio perenne y auténtico ha confeccionado el mapa de la
fe, desde que Jesucristo fundó la Iglesia, y por él debemos guiarnos los
cristianos para llegar a nuestro destino, que es el Cielo.
Enseñar las
señales de tráfico de la salvación, la topografía de los caminos, peligros,
desniveles, curvas, a él va ajustando
los inventos que se rozan con la fe moral y costumbres en el correr de los
tiempos. Por eso, dice San Pablo a
Timoteo: “La Sagrada Escritura puede darte la sabiduría que por la fe en Cristo
Jesús conduce a la salvación”. Por consiguiente, la primera eficacia de
la Palabra de Dios escrita es ser el
camino de la Salvación. Hoy que tantos libros se escriben, de literatura
barata, que atolondran la mente y enturbian el corazón, y algunos con ideas que
hacen daño a la fe de la Iglesia o la moral cristiana; y tantos libros
religiosos se escriben sin contenido doctrinal, debemos leer y meditar la
Sagrada Escritura, que es fuente de Sabiduría del Espíritu Santo. Pero en los
casos de difícil interpretación, debemos consultar a sacerdotes o teólogos
conocedores de las verdades reveladas, y no a los maestrillos de escuela que
enseñan lo que no saben, comunicando propias opiniones, que son más bien
ocurrencias personales que ciencia de fe.
Otra segunda eficacia de la
Sagrada Escritura es enseñar lo que
es necesario saber para salvarse o ir al Cielo. No es ni un libro científico ni
un simple libro religioso de lectura espiritual o meditación, sino el texto
oficial de la enseñanza de salvación. Para saber el contenido sustancial de la
doctrina revelada no encontramos otro mejor que el catecismo de todos los
tiempos, que es el resumen de la doctrina de la fe, y que ahora tenemos
renovado en el Catecismo de la Iglesia del actual Papa Juan Pablo II. En él o en otros resúmenes de él
encontramos la enseñanza de la Sagrada Escritura.
La tercera enseñanza es reprender, pues la Palabra de Dios
escrita reprende, como una carta de Dios que amonesta, advierte, a veces con
amenazas, con el fin de corregir a sus hijos del mal camino por donde van y
educar en la virtud. Es la misma actitud del padre que escribe a su hijo para
conducirlo por el buen camino.
Y, por último, educar en la virtud. La Sagrada
Escritura es un libro de formación moral en la que podemos aprender nuestro
comportamiento de buenas costumbres, un libro de formación religiosa en la fe y
un libro de espiritualidad en el que podemos aprender las virtudes cristianas
en todas sus expresiones.
En consecuencia, en la Sagrada
Escritura, Palabra de Dios revelada y escrita bajo la moción el Espíritu Santo
tenemos el mejor mapa que nos enseña el camino de la Vida eterna, el mejor
libro de enseñanza religiosa, que está contenido en el Catecismo de la Iglesia
del Papa Juan Pablo II, el ejemplar escrito más apropiado para corregirnos de
nuestros pecados y defectos, el más inspirado libro de espiritualidad y el
epítome de virtudes que tenemos que conocer y vivir para ser buenos cristianos
y santificarnos.
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