jueves, 6 de abril de 2023

Viernes Santo. Ciclo A


Desde una tradición antiquísima, la Iglesia no celebra en este día la Eucaristía sino la Pasión de Jesús. Para meditar este doloroso acontecimiento, me parece oportuno hablar del misterio del dolor.

El dolor en la cultura popular, pagana, filosófica y religiosa de la Historia ha tenido muchas y diversas interpretaciones peregrinas, extravagantes, imaginarias e irrisorias, como lo explica la Historia de las Religiones. La explicación auténtica la reveló Dios y está contenida en el Magisterio auténtico y perenne de la Iglesia: el dolor es consecuencia del pecado original. Sabemos por la fe que Dios creó al hombre y a la mujer en un estado de santidad y justicia, especial participación de la vida divina, en el que el hombre no iba a sufrir ni morir, y con una perfecta armonía consigo mismo. Pero el hombre misteriosamente desobedeció a Dios y perdió el estado en que fue creado y cometió el pecado original, y como consecuencia sobrevino el dolor y la muerte (Compendio Catecismo de la Iglesia Católica nº 71,72,75,76).

Jesús, Dios hecho hombre, asumió la naturaleza humana en todo menos en el pecado; y por eso la vida, el gozo, el dolor y la muerte adquirieron la categoría divina de Redención.

El dolor o la cruz, gracia de salvación

El hombre en su peregrinación por la tierra hacia la vida eterna lleva la cruz a cuestas, de una o de otra manera, en siete expresiones distintas: personal, familiar, cultural, laboral, social, política y circunstancial.

Todas estas cruces, inevitables muchas veces, pueden aprovecharse para la santificación personal y bien espiritual de todos los miembros del Cuerpo Místico de Cristo.

Posturas ante la cruz

Entre otras muchas actitudes que se pueden adoptar, se me ocurren tres principales: No hacer nada, rebelarse o aceptar la cruz.

No hacer nada por no saber o no poder es una solución humana, explicable y no responsable, pero cristianamente se puede hacer mucho: rezar, sufrir y ofrecer. No hacer nada por no querer es actitud negativa y pecaminosa.

Rebelarse no es una postura cristiana, pues con esa actitud no se consigue siempre lo que se pretende, es inútil y se aumenta la cruz a cambio de nada.

Aceptar la cruz que viene de parte de Dios o permitida por ÉL, es una postura fundamentalmente cristiana; y cuando sea muy pesada ofrecerla en reparación de los pecados propios o ajenos o por otras intenciones espirituales, como medio de santificación personal y eclesial, pues el dolor redime y santifica. Con la cruz aceptada, sufrida y ofrecida nos identificamos con Cristo y completamos lo que faltó a su pasión en sus miembros.

 

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