sábado, 27 de mayo de 2023

Pentecostés. Pascua. Ciclo A

 


Pentecostés tiene su origen en el Antiguo Testamento. Era una fiesta religiosa de sentido popular, conocida con el nombre de la fiesta de la recolección y de las siete semanas o Pentecostés, en la que los judíos ofrecían a Dios las primicias de todos los frutos del campo (Éx 23,16; 34,22).

En el Antiguo Testamento, desde las primeas páginas, se nos habla del Espíritu de Dios, presente en la Creación y actuando en los profetas y en toda la Historia de la Salvación. Pero la revelación del Espíritu Santo, como Persona Divina, distinta a la del Padre y a la del Hijo, sólo es revelada en el Nuevo Testamento.

La acción de la santificación en la Iglesia y la de cada uno de los fieles se atribuye al Espíritu Santo, dador de todo bien; la acción creadora al Padre y la acción redentora al Hijo; pero toda acción divina es común a las tres divinas Personas de la Santísima Trinidad.

Con el hecho histórico de la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles se inaugura oficialmente la Iglesia, que tuvo un origen eterno en el seno íntimo de la Santísima Trinidad. Fue prefigurada en el Antiguo Testamento en los Patriarcas y profetas; y cuando llegó la plenitud de los tiempos, en la concepción del Hijo de Dios en las entrañas purísimas de Santa María, por obra del Espíritu Santo, se concibió la Iglesia en su Cabeza y en sus miembros místicamente.

Después, cuando nació Jesucristo, nació la Iglesia en su Cabeza con sus miembros en potencia. Luego, durante treinta y tres años Jesucristo fue estructurando su Iglesia en cuatro etapas principales.

En su vida oculta con el ejemplo de la oración, silencio, trabajo y obediencia; en su vida pública con la predicación del Evangelio, realización de signos y milagros, la formación del Colegio apostólico, y la institución de la Eucaristía; y en su pasión y muerte derramando su sangre divina. Resucitado Cristo, estuvo con sus discípulos durante cuarenta días perfilando los últimos detalles de la constitución jerárquica de la Iglesia; y después de encomendar a sus apóstoles la misma misión que recibió del Padre, subió a los Cielos para seguir desde allí, ministerialmente el gobierno de la Iglesia.

Por fin, a los cincuenta días de su resurrección, envió al Espíritu Santo para inaugurar oficialmente la Iglesia hasta la Parusía o final de los tiempos. Cuando este mundo se acabe, se clausurará la Iglesia peregrina en la tierra y se establecerá en el Cielo la Iglesia triunfante por los siglos que no tienen fin.

El Espíritu Santo reparte entre los hombres, a quienes quiere, cuando quiere y de la manera que quiere, diversidad de dones, para diversidad de servicios, y diversidad de funciones, como hemos escuchado en la segunda lectura de la liturgia de la Palabra (1 Co 12,3b-7.12-13), para el bien común de la Iglesia. Son innumerables y no se pueden conocer, pero teniendo en cuenta el Nuevo Testamento y la Tradición de la Iglesia, se pueden clasificar en siete: don de sabiduría, don de entendimiento, don de ciencia, don de consejo, don de fortaleza, don de piedad y don de temor a Dios. Los frutos principales del Espíritu Santo, entre otros, son amor, alegría, paz, comprensión, agrado, generosidad, lealtad, sencillez y dominio de sí (Gá 5,22-23), según nos enseña San Pablo.

Siguiendo la doctrina teológica de Santo Tomás de Aquino, vertida en muchos documentos del magisterio de la Iglesia, existen dos vidas con ciertas analogías: la natural y la sobrenatural.

El hombre, en la vida natural, es un ser misterioso, compuesto de cuerpo y alma, materia y espíritu, que íntimamente asociados forman una sola naturaleza y una sola persona. Con razón se dice que es un microcosmos, síntesis admirable de la creación entera. El alma humana es una sustancia que en su ser y en su obrar es, de suyo, independiente de la materia. Separada del cuerpo, como es el caso de los santos en el Cielo, el alma actúa sin la materia, en virtud de la visión intuitiva, pero está exigiendo la unión con el cuerpo para ser y actuar de manera completa actuación, como persona resucitada. Mientras el alma permanece unida al cuerpo, para operar se sirve de las potencias espirituales de entendimiento y de voluntad, y de los órganos corporales.

Hay una estrecha analogía entre el orden natural y el sobrenatural. La gracia es como el alma de la vida sobrenatural. De manera parecida a como el alma actúa en la persona humana valiéndose de las potencias espirituales y corporales, así, en sentido analógico, se puede decir que en el organismo sobrenatural la gracia santificante, que es en sí misma estática y no operativa, actúa mediante las virtudes y dones del Espíritu Santo.

Toda esta doctrina teológica es puramente humana, y está concebida con fundamentos teológicos razonables. Pero la realidad sobrenatural de la acción del Espíritu Santo es inimaginable, actúa, de modo misterioso que supera la ciencia ficción, el discurso del hombre y la imaginación. El modo como el Espíritu Santo comunica sus dones y carismas a todos los hombres, sin excepción, es realmente misterioso, desconocido, personal, múltiple, y entra dentro del misterio de la salvación del amor misericordioso de la Santísima Trinidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario