Celebramos en Madrid la fiesta de nuestro
patrono titular, San Isidro Labrador, uno de los santos imitables que nos
ofrece la Iglesia con el fin de que no digamos que la santidad es una exclusiva
de hombres elegidos, de hombres perfectos.
Tenemos la idea falsa y equivocada de que los santos son hombres privilegiados; hombres que existen de cuando en cuando en cada época, una especie de casta privilegiada de hijos de Dios, pero no hombres comunes. Y no es así.
La santidad, hermanos, es un estado común para cualquier cristiano. Si bien, hay que explicar qué se entiende por santidad y cómo es la santidad de cada uno de los hombres.
La santidad es un estado de perfección, un estado evangélico, un estado de unión con Dios. Pero ese estado es diferente en cada uno de los hombres, en cada uno de los cristianos, porque se acomoda a la manera de ser de cada uno. Podíamos decir y hay que entender el sentido que yo doy a esta frase, que la santidad es personal. No quiere decir que es personal en el sentido de que cada uno la vive según quiere, a su libre albedrío, o que cada persona la interpreta a su aire y la vive a su manera; sino que, cuando digo que es personal quiero decir que cada persona la apropia y la vive según el carisma de la gracia del Espíritu Santo que ha recibido.
En la Iglesia hay santos doctores, hombres, ilustres, como San Agustín, Santo Tomás de Aquino, San Alberto Magno, hombres privilegiados de gran talento, que vivieron la espiritualidad o la santidad según su propia persona creada por Dios; y así fueron santos doctores de la Iglesia.
Hay otros santos que son o fueron misioneros, apóstoles, como San Francisco Javier, o de gran altura intelectual y humana como Santa Teresa de Jesús. Y estos santos, tanto en la función apostólica, como en la mística, vivieron la santidad según su persona, cultivando los distintos carismas que recibieron de Dios Padre.
Otros, sin embargo, fueron o son santos más al alcance del pueblo, como sucede en San Isidro Labrador.
¿Cómo fue santo San Isidro Labrador?
Pues como nos dice la Iglesia en la oración de la Liturgia de la Misa que estamos celebrando: siendo un santo sencillo, un santo humilde y un santo de vida interior; que realizó su plan de santificación en su persona con un trabajo humilde y sencillo, un trabajo santificador y apostólico.
Como veis, hermanos, no fue un santo del otro mundo, un santo ilustre. Probablemente ni sabía leer ni escribir; o sabría leer y escribir, como correspondía a la cultura de finales del siglo XI. Y, sin embargo, la Iglesia ha puesto sus ojos en este santo para nombrarle Patrón de Madrid, Capital de España. Porque para ser santo, hermanos, no hace falta ser inteligentes, ni tener un celo apostólico extraordinario. Basta con amar y servir a Dios en estado de gracia, correspondiendo con esfuerzo generoso a las gracias que Dios regala a cada uno.
San Isidro no fue un gran catequista, ni un doctor de la Iglesia, ni un gran apóstol, ni misionero que ejerció la caridad en los hospitales, con los enfermos, con los pobres; sino fue un hombre común, humilde en cuanto a su persona, humilde en cuanto a su oficio, labrador, que trabajó las tierras del Manzanares. Pero un santo que trabajó con sencillez y humildad, escondido en Dios con Cristo, haciendo que su humilde oficio fuera medio de sustento, de santificación y apostolado.
De esto se deduce, hermanos, que también nosotros tenemos que ser santos: no santos según fueron otros, sino santos según tenemos que ser nosotros. Hay una confusión en la que no tenemos que caer: ser imitadores personales de los santos, ser como ellos. Me explico. Tengo que imitar las virtudes de los santos, acopladas a mi persona, pero no ser santo de la misma manera que ellos. Yo tengo que imitar al santo que a mí me gusta, cuya vida he leído muchas veces y que me entusiasma en sus virtudes, con la referencia última de Jesucristo según el Evangelio. No debemos imitar los actos de los santos, sino las “actitudes” de los santos.
No hay mejor modelo de santo que Jesucristo, Santo de los santos; y después la Virgen. Imitemos las virtudes de Jesús y de María en nuestros actos, y no queramos imitar al pie de la letra sus actos, cosa que es imposible, como hizo San Isidro Labrador.
La actitud y virtud que nosotros tenemos que copiar de San Isidro Labrador, es la actitud de humildad, aunque tengamos valores.
La humildad, hermanos, no es una propiedad de campesinos, no es una propiedad de personas que están dedicadas al servicio doméstico, es una virtud necesaria para todos los santos, aunque realicen oficios de alta y soberana dignidad humana o eclesiástica. La “humildad”, hermanos, consiste en saber “que todo lo recibimos de Dios” y mirar a todos los hermanos como a hijos de Dios, y “captar la voluntad de Dios”, en la gracia que se nos manifiesta, y ser humilde y consecuente. Humilde en actos, porque todos los actos, aunque sean sublimes y extraordinarios tienen que ser humildes.
No hay persona en este mundo que realice actos más importantes que el Papa. Cuando el Papa beatifica o canoniza a un cristiano, que es el acto más sublime que hace un Pontífice; o cuando pronuncia un dogma, lo tiene que hacer con sencillez y humildad.
Por tanto, la sencillez es aplicable a cualquier estilo, a cualquier manera de ser.
Cada uno tiene que ser único; cada uno tiene que ser cada cual; pero imitando las actitudes evangélicas, imitando las actitudes de los santos, que son, más o menos cuatro, que se destacan principalmente en la figura de San Isidro Labrador: humildad, sencillez, vida interior y trabajo.
Una actitud de humildad siempre, en todo momento.
San Pablo dice que veamos a los demás superiores a nosotros mismos.
No quiere esto decir que nos reconozcamos inferiores a los demás, sino que seamos humildes en reconocer que todo lo hemos recibido de Dios; y que otros son mejores que nosotros en algunas o muchas cosas. Cada uno tiene la gracia que ha recibido del Espíritu Santo, y todo lo bueno procede de Dios.
Una actitud de sencillez
La sencillez en la manera de ser, la sencillez en el silencio, la sencillez en la prudencia, la sencillez en no presumir de nada más que de nuestro pecado, de nuestra debilidad. Seamos sencillos, como San Isidro Labrador, siendo virtuosamente nosotros mismos, y no artificialmente otros.
Una actitud de vida interior
En la oración colecta que hemos dirigido al Padre, hemos dicho que era un hombre que estaba escondido en Dios con Cristo.
La vida interior no significa solamente que cumplamos nuestras obligaciones piadosas: rezar por la mañana, hacer una visita al Santísimo, confesar con relativa frecuencia, comulgar diariamente o cada domingo. No significa eso. No es una piedad estructurada con rezos.
La vida interior consiste en una continua comunicación con Dios, de tal manera que estando hablando con Él en el corazón veamos que todas las cosas suceden porque Dios quiere o permite, sin querer, por una Providencia amorosa, que solamente entenderemos en el Cielo.
Una actitud de trabajo santificador y apostólico
Y por último, hermanos, que nuestro trabajo, cualquiera que sea: trabajo de oficina, de casa, en el hogar, en el estudio, que sea un trabajo santificador y apostólico. Santificador porque el trabajo es un medio de santificación, y apostólico, pues no solamente hacemos apostolado cuando damos catequesis, visitamos a los enfermos, socorremos a los pobres, realizamos actos apostólicos, sino también cuando ofrecemos y aplicamos el trabajo que tenemos que hacer, pues cualquier trabajo es cristiano, cualquier trabajo es evangélico, santificador y apostólico.
San Isidro, ruega por nosotros y por nuestro Madrid
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