martes, 31 de diciembre de 2024

Solemnidad de Santa María Madre de Dios. Ciclo C

 

Al estrenar un año nuevo, celebramos tres acontecimientos diferentes en un mismo acto litúrgico: el primero, la solemnidad de Santa María, Madre de Dios, que es el tema central de la liturgia; el segundo, el estreno de un nuevo año civil, un año más que Dios nos concede para nuestra santificación; y el tercero, la conmemoración de la jornada mundial de la paz.

La Palabra de Dios proclamada en la primera lectura del libro de los Números nos dice: “Esta es la fórmula con que bendeciréis a los israelitas: el Señor te bendiga y te proteja, y te conceda su favor, la paz”.

Utilizando este texto, se me ocurre felicitaros el año nuevo con las mismas palabras, que resumimos en tres ideas: “Que el Señor te bendiga, te proteja y te conceda la paz”.

No hay cosa más hermosa, hermanos, al estrenar un año que pedir a Dios, nuestro Padre, que nos bendiga; que desciendan sobre cada uno de nosotros las bendiciones del Cielo, que más necesitamos para vivir la fe en su plenitud con todas sus consecuencias; que aceptemos todos los acontecimientos que van a suceder en el año que acaba de empezar, como gracias, pues para quien tiene fe y ama a Dios todo le sirve para bien; que el Señor diluvie sobre todos nosotros toda clase de bendiciones sobrenaturales, espirituales y materiales.

Os deseo de todo corazón que la bendición de Dios en todas sus acepciones sea para nosotros un escudo para retener las asechanzas del enemigo, un castillo donde vivamos refugiados de los peligros del mundo, una protección que nos resguarde de todos los males, una fortaleza para luchar contra el pecado, para vivir en unión con Dios en medio de las adversidades, con la esperanza de la vida eterna.

Bendecidos con la protección de Dios, como un seguro a todo riesgo, si somos cristianos responsables con nuestra fe, vendrá a nosotros, como consecuencia lógica y aplastante, la paz de Dios que consiste en el cumplimiento de la voluntad divina, aceptando las distintas circunstancias de la vida, tanto personales, como comunitarias, tanto físicas como espirituales y morales. Os deseo de todo corazón que en el próximo año el Señor nos conceda la paz que trajeron los ángeles a Belén, en el nacimiento de Jesús; esa paz que no conoce el mundo y que se falsifica con la abundancia de bienes y ausencia de guerra; esa paz que es amor y es gracia, que es posible, aunque difícil, para los que caminamos por la tierra como peregrinos hacia la meta del Cielo, impulsados por la fe y motivados por la esperanza.

También os deseo la paz para vuestras familias, que viven en perfecto funcionamiento humano con desajustes, averiadas con difícil arreglo o rotas de manera irreparable. Por que la paz del corazón se puede vivir en las distintas situaciones en que se encuentren las familias.

Al celebrar litúrgicamente la maternidad divina de María, quiero también resaltar el gran dogma, base o fundamento de toda la teología mariana, porque por ser María la Madre de Dios, lo es todo dogmática o teológicamente: Inmaculada, porque no podía ser Madre de Dios una mujer manchada por el pecado; Virgen porque el modo de ser concebido y nacido el Hijo de Dios es más conforme a la dignidad divina; y Asunta a los Cielos, porque María, Inmaculada debía en los planes divinos gozar, como primicia de todos los hombres, la resurrección anticipada, como Cristo, por ser con Él Corredentora del género humano.

En efecto, la maternidad divina de María es el fundamento de toda su grandeza. María es Madre de Jesucristo, que es Dios, y no Madre de Dios en sí mismo, como es evidente. La fe católica nos enseña que la Segunda Persona Divina de la Santísima Trinidad encarnó en las entrañas virginales de Santa María, y como efecto de esa encarnación, el Hijo de Dios se hizo hombre, asumiendo la naturaleza humana en todo menos en el pecado, y nació Jesús, Persona divina con la naturaleza divina que siempre tuvo en conjunto con las otras dos Personas del Padre y del Espíritu Santo y con la naturaleza tomada de la carne de María.

Al celebrar la maternidad divina de María, también celebramos la maternidad espiritual de María, como Madre de todos los hombres. María, asociadas a su Hijo, Redentor, como un solo principio de salvación, es, por voluntad de Dios, Corredentora del género humano. Luego todos los hombres fuimos redimidos por Cristo con la colaboración de María, Corredentora. Todos somos hijos de Dios y porque hijos de Dios también somos hijos de María. Todos los hombres tenemos un solo Padre, Dios, somos hermanos con Jesucristo, Hermano Mayor y tenemos una sola Madre, que es María.

Al empezar este año, nosotros tenemos que tener a María Santísima cada vez más cerca en nuestra oración y acción, porque siendo mayores nos volvemos cada vez más niños, y estamos más necesitados de la Madre. Cuanto más mayores somos más empequeñecidos estamos y más necesitados de la Madre del Cielo, pues en la niñez de nuestra vejez necesitamos más a nuestra Madre, María. Los jóvenes con sus ilusiones quieren vivir independizados de las madres, porque equivocadamente o con acierto deben vivir su vida y no valoran el sentido de la necesidad de una madre. Nosotros no podemos ya contar con las fuerzas de los jóvenes ni con la ilusión y protección de los niños, pues no tenemos la fortaleza de la juventud ni el encanto de la niñez, y por eso necesitamos a una Madre. Somos unos niños mayores, que hemos perdido el encanto de la niñez y de la juventud con la realidad suprema de la edad mayor, que es la edad perfecta de la vida para ver las cosas en su perfecta realidad.

A medida que vamos cumpliendo años, constatamos mejor la verdad y la mentira de la vida, comprendemos mejor la miseria, malicia y debilidad de los hombres y el sentido transcendente de las cosas, necesitamos con humildad a Dios y a nuestra Madre María, Madre de Dios y de todos los hombres.

En este día, estreno del año nuevo, resumiendo, os felicito con la bendición de Dios, deseando para todos y cada uno y vuestras familias la protección divina y la paz, bajo el amparo de nuestra Madre, María, a quien veneramos hoy con el título dogmático de Madre de Dios, pidiéndole que nos enseñe a guardar todas las cosas en el corazón y a ejercer el apostolado sublime del apostolado de la vida sencilla y humilde.

sábado, 28 de diciembre de 2024

Sagrada Familia. Ciclo C




Se podría concebir que la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo en única divinidad, es la familia divina y eterna de la que proceden todas las cosas, y es la referencia de toda familia humana.

En el plano humano, la Sagrada Familia, San José, María Santísima y el Niño Jesús constituyen, en perfecta unión humana y divina, el modelo ejemplar de toda familia natural o instituida. Hagamos algunas reflexiones pastorales sobre la Familia.

Dignidad y autoridad en la familia

La autoridad en la Sagrada Familia no era igual que en las demás familias humanas, en las que la autoridad la suele ostentar el padre o la madre o ambos de común acuerdo. El hijo no tiene más autoridad que la obediencia. En cambio, en la familia de Nazaret, la persona menos importante en dignidad era la autoridad máxima, al estilo judío. La Virgen María, persona más digna que San José por ser Inmaculada y Madre de Dios ejercía también la autoridad en mutuo consenso con su esposo San José. El Niño Jesús Persona divina, no tenía más autoridad que la obediencia, como nos dice el Evangelio: “Jesús bajó con sus padres a Nazaret y siguió bajo su autoridad”. Y, sin embargo tenía más dignidad que San José y María, porque eran personas humanas. El Niño Jesús ayudaría a San José en las tareas del taller y del campo, y a María en las ocupaciones domésticas de la casa, no por obediencia sino por amor redentor.

La autoridad es servicio de amor

El amor es la autoridad en la familia. Cuando dos se quieren mucho, el uno sirve al otro y le presta los servicios que necesita no por autoridad ni obligación, sino por amor, lo contrario es justicia, tiranía o egoísmo. Las tres personas de la Sagrada Familia estaban tan íntimamente unidas en el amor, que era el único móvil de toda acción familiar. San José amaba tanto a su esposa María que todo lo hacía por Ella no por autoridad sino por la ley jerárquica del amor; y dedicaba también todo su trabajo, fatigas y esfuerzos por su hijo, el Niño Jesús, por la ley del corazón. Y lo mismo María, como esposa y madre todo su pensar, querer y hacer era para su esposo San José a quien amaba humana y espiritualmente como a Ella misma con el amor de Dios; y amaba por encima de todo a su Hijo, Jesús, con corazón de madre de Dios. ¡Qué misterio de amor! Dios creador de sus padres y, a la vez, sumo a ellos que eran hombres.

La Sagrada Familia modelo de toda familia humana

La sagrada familia es modelo de toda familia humana e instituida, porque en ella resplandecían el amor verdadero y todas las virtudes necesarias para la convivencia familiar.

En toda familia, fundamento de la Sociedad y de la Iglesia, tiene que existir la felicidad y la paz humanamente posible: amor afectivo o efectivo en el trato humano de palabra, aunque sea de estilo bondadosamente político, comprensivo con la manera de ser de cada uno y respetuoso con los ideales; y también comportamiento común de justicia y caridad, porque hoy en la familia hay miembros de distintas ideologías, culturales y religiosas y no religiosas. La convivencia en la familia en la que uno está obligado a vivir es muy difícil. Para que haya paz en ella es necesario soportar muchos sacrificios y renuncias por parte de todos los miembros.

La familia cristiana tiene que tener por mira a la Sagrada Familia para imitar sus virtudes. Es pensable que San José y María, como eran diferentes en el ser y en el obrar, algunas cosas de uno no les gustarían al otro, cosa natural, como suele pasar en los esposos muy enamorados, incluso entre santos, porque las diferencias accidentales del ser y obrar, aunque no gustan, se aceptan por el amor. Raramente hay una persona que guste totalmente a la persona amada, pues el amor por muy grande y perfecto que sea, conlleva sufrimientos de cosas o cosillas que no gustan de la persona amada, y la única solución es la comprensión mutua del amor sacrificado.

Los padres de Jesús cuando no entendían ciertos comportamientos misteriosos del Niño, los comprendían con amor, guardando todas las cosas en el corazón, sin comentarlos ni criticarlos, y ni siquiera pensarlos, aceptando por fe las decisiones de su Hijo que no les gustaban, porque eran hombres y sabían que su Hijo era Dios.

Muchas veces en las familias, entre esposos que se quieren mucho, entre padres e hijos y hermanos, que se llevan bien, se rompe o se enfría el amor por tontadas de soberbia, amor propio o cabezonería. ¡Qué cosa más humana y cristiana es dar la razón a quien no la tiene en aquello que realmente es igual o no tiene mayor importancia! La razón de los hombres que discuten acaloradamente la llevan subjetivamente todos, algunos o ninguno, pues solamente Dios sabe quiénes llevan la razón. Es mejor muchas veces dar la razón a quien no la tiene en cosas pequeñas, sin trascendencia, triviales por amor a la paz familiar que defender las cosas con guerra.

La Sagrada Familia es modelo de todas las virtudes que tenemos que imitar, cada uno la que más necesite para vivir en paz con uno mismo, con los miembros de su propia familia y, sobre todo, con Dios que es quien juzga a todos en justicia y verdad.






martes, 24 de diciembre de 2024

Navidad. Ciclo C

 


La Palabra se hizo carne y hemos contemplado su gloria” (Jn 1.14).
Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera “dios”

El Hijo de Dios, sin dejar de ser Él mismo, se humilló hasta tal extremo que se rebajó de su dignidad divina y se hizo hombre, asumiendo la naturaleza humana de Santa María Virgen por obra y gracia del Espíritu San. Nació como hombre, vivió como hombre en todo, menos en el pecado, padeció los dolores más grandes que se pueden imaginar, murió en la cruz, y al tercer día resucitó para que el hombre naciera a la vida de la gracia, viviera siempre en gracia, muriera en gracia y resucitara en gracia, para ser con Cristo resucitado feliz eternamente en el Cielo.

En la liturgia de la Navidad de hoy conmemoramos el acontecimiento singular del nacimiento de Jesús, eje alrededor del cual gira toda la Historia y principio de la salvación de los hombres. La Navidad no es un tiempo mundano dedicado a la diversión, comilonas, bebidas y juergas, como para los paganos o no cristianos, sino es una fiesta eminentemente religiosa: el acontecimiento del nacimiento del Salvador, el Mesías, el Señor. Sin embargo, todo el mundo celebra y felicita la Navidad en todos los sentidos: religioso, humano, familiar, comercial, político y mundano, y no cualquier otra fiesta humana.

El apóstol San Pablo en la segunda lectura de la liturgia de la Navidad, escrita a Tito, nos dice cómo tenemos que celebrar la Navidad: renunciar al pecado, libres del mal moral, en estado de gracia, y llevar una vida sobria, moderada en la celebración, sin excesos en comidas y vino, honrada, dentro de la justicia y religiosa en el ejercicio de la oración, virtudes y santas obras, en el culto a Dios y servicio a los hombres, y llena de gracia (Tit 2,11-14), haciendo que toda nuestra vida sea siempre navidad de amor y felicidad.

La Navidad o nacimiento de Cristo es el comienzo del misterio pascual que comprende su vida oculta de oración, silencio y trabajo en obediencia; su vida pública de predicación del Evangelio y realización de milagros; y su vida de pasión, muerte, resurrección y ascensión a los Cielos. Son las fases que un cristiano tiene que vivir para que en su vida siempre sea NAVIDAD.

Para los cristianos siempre es Navidad, no solamente la Navidad litúrgica, el día en que conmemoramos el nacimiento de Jesús, sino cuando celebramos:

  • La Navidad de nuestro nacimiento: el paso de no ser a ser persona humana, la criatura más perfecta de la Creación terrestre: imagen y semejanza de Dios.
  • La Navidad del bautismo en el que nacimos a la vida sobrenatural para formar parte de la Familia Divina.
  • La Navidad eucarística porque en la Eucaristía  nace el mismo Cristo resucitado y glorioso del Cielo, que se hace realmente presente bajo las especies de pan y vino en las manos del sacerdote en la cuna del altar.
  • LNavidad sacramental, pues  en cada sacramento nace  la gracia de Jesucristo en el alma, si se recibe con las debidas disposiciones.
  • La Navidad oracional para quien se pone en contacto con Dios y recibe el nacimiento de la gracia.
  • La Navidad caritativa  en la que se ejerce la caridad con los pobres o se hace cualquier bien al prójimo.
  • La Navidad teológica en aquellos que hacen que todos los actos de su vida estén hechos con Dios y por Dios: las alegrías y las penas, el trabajo y el descanso,  las caídas y levantadas, los pasatiempos y diversiones, porque cuando se hace el bien es Navidad.   

sábado, 21 de diciembre de 2024

Cuarto domingo de Adviento. Ciclo C

 

La segunda lectura de la liturgia de la Palabra, original del Espíritu Santo y escrita por el apóstol San Pablo en la carta a los Hebreos nos habla de la actitud virtuosa que tenemos que tener siempre en nuestra vida cristiana: “Aquí estoy para hacer tu voluntad” Esta frase me ofrece una oportunidad para hablar de la voluntad de Dios.

¿Qué es la voluntad de Dios?

Dios es el SER eterno, Bondad Infinita, el que es amando siempre, es misterio absoluto, cuyo concepto no cabe dentro de las categorías del entendimiento ni de imaginación del hombre: Amor en el ser, pensar, querer y obrar. El pensamiento de Dios, su voluntad y su obrar son conceptos inescrutables para el hombre, que sólo conoce defectuosamente con metáforas, analogías, errores y limitaciones. Nadie sabe ni puede saber el pensar de Dios, el querer de Dios y el obrar de Dios. ¿Quién es Dios y cómo será Dios? ¿

Dios en si mismo, en el seno íntimo de su Ser, Uno y Trino, es un misterio que sólo puede ser conocido en el mundo por la fe. Sólo Dios puede ser conocido por Él mismo en su plenitud en la esencia de las tres divinas Personas. Los moradores del Cielo conocen a Dios, según la capacidad glorificada que cada uno haya realizado con sus obras buenas en la Tierra.

El Ser, conocer, querer y obrar de Dios es una misma cosa en la esencia divina trinitaria, sin distinción real, sino de razón. Cuando lleguemos al Cielo y abramos los ojos del alma glorificada, todo será agradable y gozosa sorpresa: veremos que todo era como sabíamos por la fe en el conocimiento humano y defectuoso en la Tierra, pero con la total visión y gozo eterno de la Verdad. En el Cielo entenderemos, veremos y comprenderemos todos los misterios sobrenaturales y naturales, pero no todos los secretos de Dios, exclusivos de las tres divinas Personas.

Los grandes interrogantes que el hombre tiene, que no tienen respuesta humana, sino de fe católica, los comprenderemos con claridad divina. Por ejemplo: ¿Por qué Dios ha creado este mundo en que vivimos, con tantos males, desgracias, enfermedades, odios, guerras, y pecados? ¿Por qué Dios ha creado el hombre, sabiendo que iba a cometer el pecado original, causa de todos los pecados y males del mundo? ¿Cuál es la naturaleza del hombre? ¿Cuál es su fin? ¿Qué hay después de la muerte?

La Iglesia católica responde a estos interrogantes de esta manera, que resumo en cuatro principios:

1 El Universo y el mundo en que vivimos han sido creados por Dios para el bien del hombre, que humanamente no se conoce.

2 El primer hombre, Adán, fue creado por Dios a su imagen y semejanza, en estado original sobrenatural de gracia con dones preternaturales, para que le sirviera en la Tierra por un tiempo, y lo sometió a una prueba de obediencia, para que, si la superara, fuera glorificado y gozara de Dios eternamente en el Cielo. Pero Adán desobedeció a Dios y cometió el misterio del llamado pecado original con el que todos los hombres nacemos con sus efectos: la ignorancia; concupiscencia o inclinación al mal, el dolor y la muerte.

3 Dios Padre se compadeció del hombre, lo perdonó, y le prometió en el Antiguo Testamento, de muchas maneras, la salvación de los hombres por medio de su Hijo, Dios mismo, la segunda Persona de la Santísima Trinidad. Y en el Nuevo Testamento se cumplió la promesa: Jesucristo, Dios y hombre verdadero, redimió al hombre por medio del misterio pascual: Encarnación en Santa María Virgen, por obra y gracia del Espíritu Santo; nacimiento virginal, pasión, muerte resurrección y ascensión a los Cielos. Este estado en su desenlace final, glorioso, es infinitamente superior al estado primitivo de Adán, creado por Dios en santidad y justicia.

4 No existe más mal en el mundo que el pecado, los demás males, materiales y humanos, son aparentes y medios para el Bien Supremo que es Dios.

Mientras llega la hora de nuestra redención en su plenitud, tenemos que aceptar la voluntad de Dios para conseguir la salvación eterna con fe, creyendo que siempre pasa lo que tiene que pasar, no por fatalidad ni casualidad, sino por la causalidad providente del amor de Dios, infinitamente misericordioso, que siempre quiere o permite todo para el bien de todos los hombres, según su sabia planificación eterna de la Redención, aunque la razón humana no lo entienda; fortaleza, pidiendo a Dios la gracia para sufrir sabiendo que el mal es pasajero para un tiempo y nos reporta el bien eterno del Cielo; esperanza, sabiendo que con la oración, dolor y obras buenas completamos lo que faltó a la Redención de Jesucristo en los miembros de su Cuerpo Místico.

El que es verdadero cristiano consecuentemente cree y vive siempre la voluntad amorosa de Dios en todo lo que acontece, como gracia bondadosa o dolorosa. Por eso hay que gozar y sufrir con la disposición total y plena de cumplir siempre la voluntad de Dios. Por siguiente debemos estar siempre en actitud permanente viviendo: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.

sábado, 14 de diciembre de 2024

Tercer domingo de Adviento. Ciclo C

 


Adviento, alegría cristiana

San Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, en el tercer domingo de Aviento nos propone reiteradamente el tema  de la alegría, no como consejo, sino como un precepto: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito: Estad alegres”.  Es evidente que no se trata de toda alegría, porque hay alegrías humanas que no son cristianamente buenas, por ejemplo el pecado que causa  placer prohibido, sino de una alegría humanamente buena, espiritual, que es conciliable con la pena humana  que por naturaleza se rechaza.

Todos tenemos muchos e importantes motivos para estar tristes: la enfermedad que mina nuestra salud, la de los hijos, familiares y amigos y su muerte; la tristeza que sienten los padres por la ingratitud de sus hijos; el abandono de los hijos por parte de sus padres; la soledad en que muchos viven, sin nadie al lado a quien poder contar los problemas, angustias y luchas, o simplemente para charlar de lo que salga;  hablar para desahogarse de las distintas desgracias familiares, problemas económicos, sociales y políticos;  contar todos los males que nos acontecen que dificultan nuestra alegría; y otras muchas, que embargan de dolor  nuestra vida, que se soportan a duras penas o difícilmente  se pueden aguantar ¿Cómo se nos puede mandar vivir la alegría en medio de tantas penas? ¿Cómo se puede cumplir el precepto de la alegría que nos manda el apóstol San Pablo  de manera reiterativa.

¿Qué es la alegría?

El Padre,  el Hijo y el Espíritu Santo, al amarse eternamente en su esencia divina, viven el amor en su existencia trinitaria, que es alegría. El Espíritu Santo es la alegría del amor divino en Persona. Se fundamenta en la filiación divina, y se vive en pura fe con resignación cristiana o consolación del Espíritu Santo. Consiste en cumplir siempre y en todas las cosas la voluntad divina en todos los acontecimientos, “sabiendo que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien” (Rm 8,28).

La alegría que nos pide la Iglesia es esencialmente espiritual, que hay que vivir desde la fe, cada uno con su propio temperamento débil o fuerte. No vive mejor la alegría el que es serio, de carácter temperamentalmente triste, por naturaleza, que el que es alegre como unas castañuelas, por gracia, pues la manera de ser  influye mucho en expresar la alegría que cada uno vive, pues es espiritualmente personal. Se puede estar llorando a lágrima viva con el corazón partido de dolor, y, al mismo tiempo, estar alegre en el alma, sabiendo que el dolor que se sufre es  gracia, pues todo sucede, bueno o malo, aceptado y sufrido con fe esperando la alegría de la vida eterna.

El sufrimiento es la alegría de completar en la carne lo que faltó a los padecimientos de Cristo, nos dice San Pablo: “Me alegro de los sufrimientos por vosotros: así completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo” (Col 1,24).

La verdadera alegría humana y espiritual en este mundo no es completa, ni estrictamente pura, pues se da con mezclas de penas, dificultades, miserias y debilidades con  alternativas que cambian. No consiste en tener muchas cosas, muchas riquezas;  ejercer el poder con la máxima autoridad posible; poseer una cultura elevada que permita  desempeñar cargos importantes, prestigiosos y bien remunerados; divertirse cristianamente sin medida; comer y beber a capricho, disfrutando de manjares suculentos y degustando bebidas exquisitas.  Las cosas de este mundo no satisfacen plenamente el corazón del hombre, que  está hecho para la felicidad eterna, como dice San Agustín: “Nos has hecho, Señor, para ti, y nuestro corazón no se satisface hasta que descanse en ti”.

El hombre, creado por Dios para la felicidad eterna, jamás se siente saciado totalmente con personas ni cosas. La amistad, la cultura, la ciencia, el arte, la música, el ideal conseguido, el trabajo, el dinero son bienes humanos que alimentan momentáneamente con zozobras el corazón del hombre,  pero no satisfacen plenamente. Son pasajeros que se  sustituyen por cualquier motivo, y desaparecen con y sin causa justificada.  El bien que se posee sacia por un tiempo, pero se espera otro con cierta ilusión penosa porque tarda  en llegar. La verdadera alegría es espiritual, y se vive humanamente con  gozos y penas, sonrisas y llantos.

La alegría espiritual está  hermanada con la pena natural. Se puede estar triste, llorando a lágrima viva, aceptando la cruz, que se padece y no se quiere y, a la vez, tener la alegría dolorosa de cumplir la voluntad de Dios. Jesucristo en Getsemaní aceptó la Pasión y Muerte, que no quería, para cumplir con alegría dolorosa la voluntad de Dios: “Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú” (Mt 26,39); y en la cruz, sintiéndose humanamente abandonado, en angustioso desahogo dijo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mt 27,46); y momentos después, con la alegría agónica de haber cumplido la voluntad del Padre, dijo: “Padre a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46).

La alegría espiritual consiste en el cumplimiento de la Ley; en la aceptación de todos los acontecimientos, buenos o malos que suceden por voluntad de Dios, efectiva o permisiva; en la vida de fe operativa en favor del prójimo; en la difícil y virtuosa convivencia familiar, laboral, social y política, sufrida con paciencia; y en el ejercicio de las virtudes cristianas. Es una  virtud cristiana que se tiene que notar, como nos dice el apóstol San Pablo: “que vuestra mesura la conozca todo el mundo” (Flp 4,5). Hay que expresar la alegría de la manera que cada uno es y cristianamente sea posible, porque es una obligación personal y un derecho de los demás. En el viaje hacia la eternidad no caminamos solos, porque el Señor recorre el camino con nosotros. Para estar alegres en el Señor hay que vivir esperando la venida del Señor que está cerca, tan cerca que está viniendo siempre en cada acontecimiento de la vida, sin que nada nos preocupe, siendo constantes en orar, celebrando la acción de gracias, (Eucaristía), y la paz de Dios, que sobrepasará todo juicio custodiará nuestros corazones y nuestros pensamientos en Cristo Jesús. Es decir, tenemos que estar ocupados en el Señor, sin preocupaciones en las manos de Dios. Hay que recorrer el camino de este Valle de lágrimas para conseguir llegar al Paraíso de la Alegría del Cielo donde todo es gozo  eterno en la visión y gozo de Dios.

 

sábado, 7 de diciembre de 2024

Solemnidad de la Inmaculada Concepción

 


Quiero disipar una confusión que existe en el pueblo de Dios en relación con la fiesta de la Inmaculada que hoy celebramos, pues se confunde con la maternidad de Dios y con la virginidad perpetua de María Santísima. Estos dos misterios tienen relación con el de la Inmaculada Concepción, pero se diferencian, pues no son los mismos.

Por mucho tiempo en España se celebró en este día la Fiesta de la madre, no por institución de la Iglesia, sino por razones arbitrarias de comercio, en fechas próximas a la Navidad, muy oportunas para ganar dinero.

Hoy no celebramos el hecho de que María concibió en su seno a Jesús por obra y gracia del Espíritu Santo, la maternidad divina; ni tampoco hoy se celebra la virginidad de María.

Antiguamente se celebró en España durante mucho tiempo en esta fiesta  el día de las Hijas de María, como símbolo de la pureza de María que debían imitar las jóvenes de aquellos tiempos. Y fue tan extendida esta devoción, principalmente en los pueblos de Castilla, que las niñas de familias cristianas se afiliaban a la institución de las Hijas de María, casi al mismo tiempo en que eran bautizadas.

En verdad que son tres misterios diferentes. Una cosa fue el hecho de que María concibió a su Hijo Jesús, por obra del Espíritu Santo,  por lo que es Madre de Dios; otra el modo como concibió María a su Hijo, que fue virginalmente, y no por obra de varón; y otra muy diferente el hecho de que María, fue concebida dentro del seno de su madre, Santa Ana, sin pecado original o inmaculada, que significa en su etimología no manchada de pecado.

La maternidad divina es el fundamento de la Inmaculada concepción.  Dios quiso que María estuviera limpia del pecado original y de todo pecado, porque de ella iba a ser concebido Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, y por tanto iba a ser Madre de Dios y convenía que lo fuera virginalmente.  

Preguntaba yo ayer sábado a los niños que asistieron a la misa de niños: A ver ¿quién sabe decirme qué significa la fiesta de la Inmaculada Concepción? Y una niña chiquitina que estaba situada en la mitad de los bancos, se levantó y dijo: Llena de gracia. Efectivamente, Inmaculada quiere decir llena de gracia, de todas las virtudes y dones del Espíritu Santo en su total plenitud. Por tanto hoy es el día de la Santidad de María.

La Inmaculada puede concebirse bajo dos aspectos diferentes: En sentido negativo, no manchada de pecado, y en sentido positivo, llena de gracia en su plenitud, tanta cuanta es capaz de recibir una criatura para cumplir la misión para la que ha sido creada.

Simplemente porque Dios lo quiso, María fue concebida Inmaculada, es decir, sin pecado, porque como estaba destinada a ser Madre de Dios convenía no estuviera contaminada de pecado, cosa incompatible con Dios. Y como no tuvo pecado original, su cuerpo no se corrompió y subió en cuerpo y alma a los Cielos, sin morir o muriendo y resucitando, como Cristo, misterio que no fue definido en el dogma.

El misterio de la Inmaculada es el fundamento de los privilegios dogmáticos de María. Dios la creó Inmaculada para ser Madre de Dios; y porque Madre de Dios convino que fuera Madre por obra y gracia del Espíritu Santo, es decir, Madre Virgen. Y como Inmaculada, Madre de Dios Virgen, mereció el premio anticipado de su resurrección anticipada: Asunción en cuerpo y alma a los Cielos.

María, por ser Madre de Dios, es también Madre de la Iglesia o Madre de todos los hombres, incluso de aquellos que no la quieren reconocer por Madre. Es Madre de la divina gracia, como rezamos en la letanía del santo rosario.

Por consiguiente, al celebrar la fiesta de la Inmaculada, fiesta de la santidad de María, nosotros, sus hijos tenemos que tratar de imitarla en vivir en gracia en la que Ella fue constituida y en las virtudes.

Cada cual debe pedir a María la fuerza para vivir siempre en gracia, para no cometer jamás pecado mortal o para recuperar la gracia perdida en el sacramento de la Confesión y para imitar sus virtudes.

Este es el momento oportuno para pedir en concreto a la Inmaculada la virtud que más necesitamos. Para unos será la virtud de la pureza, porque tiene serias dificultades para mantenerse casto; para otros la paciencia, porque en las circunstancias en que vive o trabaja necesita el heroísmo para no estallar; para otros la virtud de la obediencia porque por su temperamento se rebela contra todo, o la virtud de la humildad, o la bondad, o...

Todos estamos llenos de miserias, de debilidades, de pecados. Acudamos a nuestra Madre para que llene el vacío de nuestra alma con su gracia y con sus virtudes, para que después de esta vida gocemos con Ella en el Cielo de la Resurrección, que es el fruto en total desarrollo del misterio de la Inmaculada Concepción.

 

 

Segundo domingo de Adviento. Ciclo C

 

      


 En el Antiguo Testamento los judíos religiosos del Pueblo de Dios cuando las cosas les salían viento en popa, como, por ejemplo, cuando las cosechas se multiplicaban, recibían bendiciones del Cielo, y, sobre todo, en circunstancias milagrosas como en el paso del mar rojo a pie enjuto,  bendecían a Dios proclamando a los cuatro vientos sus maravillas, y se frotaban las manos de gusto diciendo: El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres. En cambio, cuando las cosas les salían al revés, por ejemplo,  cuando Moisés tardaba mucho en bajar del Monte Sinaí con las tablas de la Ley, con las joyas fabricaron  un ídolo de oro a quien adoraron como  a su dios, hecho que fue reprobado por Moisés y severamente castigado. También cuando en el desierto fueron alimentados  siempre con el maná bajado del Cielo que les causaba nauseas, renegaban contra Moisés y Aarón por haberlos sacado de Egipto, donde comían mejor, a placer y, a veces, a la carta; o cuando eran derrotados por los enemigos, clamaban al Cielo con protestas, críticas  y aberraciones, porque se sentían abandonados de Dios.

        Ese comportamiento en sentido humano es normativa natural y lógica de todos los hombres, porque el bien se aplaude y el mal se detesta. En cambio, pensando en cristiano las cosas son diferentes, porque desde la fe el Señor está siempre grande con nosotros y debemos estar  alegres, porque todo lo que sucede es gracia de Dios, alegre en el bien o penosa en el mal. Es humano y cristiano que disfrutemos a tope rebosando de alegría, cuando las cosas nos salen a nuestro gusto, a pedir de boca, porque los bienes que satisfacen nuestras aspiraciones o gustos nos causan gozo y paz, y hay motivo para estar contentos y dar gracias a Dios. Pero es también cristiano  que estemos tristes cuando nos suceden males, como la pérdida del trabajo, conflictos familiares, laborales, injusticias, traiciones,  que se repiten y se amontonan, y, sobre todo, cuando nos visita la enfermedad o se queda con nosotros una temporada o para siempre. En el peor de los casos no hay otra solución que resignarse cristianamente y pedir a Dios gracia para aceptar y fuerza para sufrir. Podemos estar tristemente alegres y conformes con la  voluntad amorosa de Dios que nos hace sufrir o permite nuestro sufrimiento, porque  esos males  son para un bien misterioso que solamente Él sabe y nosotros no conocemos, y no creer que Dios nos ha abandonado y nos castiga.  Lo dice también un refrán popular que tiene sentido teológico: “no hay mal que por bien no venga”. Solamente hay que estar triste cuando libre y responsablemente se peca, pues el pecado es el único mal que existe en el mundo.

        Los buenos cristianos, de profunda fe, y más aún los santos, ven siempre gracia en todo lo que les ocurre, porque todo lo que Dios hace o permite es forzosamente un bien que el hombre no descubre, porque Dios es infinitamente Bondadoso y Padre de todos los hombres. 

Concepto del bien y del mal

 El bien y el mal no son conceptos subjetivos, porque lo que gusta o apetece no es siempre un bien, ni tampoco un mal lo que disgusta o se rechaza, pues el bien y el mal están sometidos a las leyes de la ciencia, de la ética, de la política, del gobierno o de la religión, y no al arbitrio de cada uno. Si decides obrar por ti mismo, sin consultar a nadie, eres un soberbio discípulo de un tonto.

En sentido humano es bien lo que satisface las apetencias o gustos de la persona dentro de unas leyes razonables. Porque se puede querer el mal bajo el aspecto de bien, y el bien subjetivo como un mal objetivo. Bajo el punto de vista religioso es bien o mal lo que esté regulado por ley constitucional de la religión que se practica y se vive.

En la Iglesia católica el bien y el mal tienen su última referencia con la ley eterna de Dios, que está expresada en la ley natural, en la divina de los diez mandamientos del  Decálogo y en los cinco mandamientos de la Santa Madre Iglesia. La moralidad de los actos humanos para un cristiano no es lo que a uno le gusta, lo que se estila por moda, la costumbre de un lugar, lo que legisla un gobierno, lo que establece la política, sino lo que manda  la ley divina y eclesiástica. No hay otra norma para alcanzar la felicidad humana y la santidad divina. 

        Da gracias a Dios con alegría humana y cristiana por todo el bien que te viene de Él o de los hombres, y  también por los males que te suceden, no quieres y rechazas. Trabaja por convertir esos males en bienes. Reconoce  tus defectos temperamentales que ves en la oración, haciendo caso a lo que te dicen los hombres sensatos y Dios también te habla a través de las circunstancias

        Me imagino que quizás sufres mucho,  pero todavía no ha llegado la sangre al río, pues Dios te dará la fuerza que necesitas para soportar todos lo males que Él manda y los hombres te ocasionan  o causan, pues Dios no prueba por encima de las fuerzas que no se tienen. No te quejes tanto, como lo haces, ni exageres tu dolor con pantomimas, ni pregones a los cuatro vientos tus dolencias con protagonismo, ni seas melindre y quejumbroso en tus palabras y acciones. Piensa con la coraza de la fe  que hay otros que sufren más y llevan mejor la cruz que tú.  Los males no son eternos, terminan, y aceptados y sufridos con fe y tranquilidad de conciencia, aunque con debilidades justificables, son medios para en Bien eterno que es la visión y gozo eterno en el Cielo, la única ilusión de vivir, gozar y sufrir.

 

sábado, 30 de noviembre de 2024

Primer domingo de Adviento. Ciclo C

 


En el primer domingo de Adviento, ciclo C, en la segunda lectura del apóstol San Pablo  a los Tesalonicenses  se nos manda pedir al Señor que “nos colme y nos haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, y nos fortalezca internamente, para que cuando Jesús nuestro Señor vuelva, acompañado de sus santos, os presentéis santos e irreprochables ante Dios, nuestro Padre” (1 Tes 3,12).

Con estas palabras la Iglesia nos invita a vivir el adviento santamente con amor mutuo y fortaleza espiritual para presentarnos santos e irreprochables ante Dios, nuestro Padre en el tiempo de Adviento y durante toda la vida para celebrar la Navidad litúrgica y la eterna en el Cielo.

Voy a tratar sucintamente el tema  del Adviento en cinco consideraciones: Adviento en sentido profano, origen del adviento, adviento del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento, Adviento litúrgico y distintos advientos cristianos

Adviento en sentido profano

La palabra adviento proviene de la palabra latina adventus que significa venida o llegada. Es el tiempo de espera de la llegada de una persona o de un acontecimiento.

En la época romana del tiempo de Jesucristo, el adviento era un tiempo de preparación para la venida de un Emperador o de un personaje importante, durante el cual se hacían muchas obras y reformas: se construían caminos, se allanaban baches en las carreteras para preparar el paso por donde tenían que pasar los ilustres visitantes esperados, y se programaban diversos actos para celebrar el solemne acontecimiento.

En los tiempos inmediatos a la venida del Mesías, Juan Bautista utilizó el estilo romano de adviento para anunciar la venida del Mesías, el Señor, invitando al pueblo judío a prepararse a este acontecimiento mediante la conversión: “Allanad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías, convertíos y preparad el camino para la venida del Señor, el Mesías” (Mt 3,1-2; 4,17; 10,7). 

Origen del adviento cristiano

El origen del Adviento es casi desconocido en la historia de la liturgia de la Iglesia. Parece que desde finales del siglo IV y durante el siglo V en España y Francia los cristianos empezaron a celebrar el tiempo de adviento con una intensa vida de oración y penitencia. En Francia, por normativa del Concilio de Tours, los monjes se preparaban para la Navidad ayunando todos los días del mes de Diciembre, intensificando su vida de piedad y penitencia. Los clérigos, y probablemente bastantes fieles ayunaban y cantaban el oficio divino tres días por semana: lunes, miércoles y viernes, desde el 11 de Noviembre, fiesta de San Martín, hasta Navidad. Con el decurso del tiempo el adviento revistió un carácter tan oracional y penitente que llegó a considerarse como una segunda cuaresma; y se celebraba en un tono gozoso, lleno de esperanza inefable ante la venida litúrgica de la Navidad con proyección escatológica. El tiempo del adviento en concreto fue muy variado, duraba desde cinco a seis semanas. Pero durante el pontificado de S. Gregorio Magno, el año 604, el adviento quedó definido en cuatro semanas o domingos, tal como se celebra hoy, aunque la liturgia de la Palabra varió mucho en el paso de los siglos.

La Historia de la Iglesia se puede conceptuar en dos advientos distintos: el adviento del Antiguo Testamento y el del Nuevo Testamento.

Adviento del Antiguo Testamento

El adviento del Antiguo Testamento empezó en el mismo momento en que el primer hombre, Adán, pecó, a quien Dios después de castigarle quitándole  el estado original, sobrenatural y preternatural en que lo creó, hizo la profecía de la venida o adviento del Mesías, Redentor en  el protoevangelio en términos enigmáticos, como explican los teólogos bíblicos: “Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre su descendencia y su descendencia: esta te aplastará la cabeza, cuando tú hieras el talón” (Gn 3,13).    Esta promesa fue interpretada por el Pueblo de Dios, por inspiración divina, desde el principio, como profecía mesiánica, y propagada oralmente hasta que se constituyó el antiguo Pueblo de Dios con Abrahán. A partir de esa época surgieron muchas profecías escritas en la Biblia: en el tiempo de los patriarcas, en los salmos y profetas en varias etapas hasta que llegó la plenitud de los tiempos,  cuando  el Hijo de Dios, la segunda  Persona divina de la Santísima Trinidad encarnó en las entrañas purísimas de la Virgen María y asumió de ella la naturaleza humana, quedando Jesucristo,  Dios y hombre verdadero, Redentor del pecado del hombre. Nacido virginalmente de Santa  María Virgen, vivió treinta años oculto en Nazaret, dedicado a la oración y a la vida ordinaria en obediencia realizando la redención; después durante tres años predicó el Evangelio en vida pública con milagros para demostrar que Él era Dios e instituir la Iglesia; y, por fin, padeció, murió en la cruz, resucitó y ascendió a los Cielos con la promesa de volver al fin de los tiempos. Y terminó el adviento del Antiguo Testamento.

Adviento del Nuevo Testamento

El adviento del Nuevo Testamento empezó después de la Ascensión de Jesús a los Cielos. Cuando Jesús desapareció de la vista de los apóstoles, dos ángeles,  revestidos en figura de hombres blancos, les anunciaron la segunda y definitiva venida de Jesús al fin de los tiempos que vendrá a consumar eternamente la Obra de la Redención con estas palabras aseverativas: “Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al Cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al Cielo, volverá como le habéis visto marcharse. (Hch 1,8-11).

¿Cuándo y cómo aparecerá Jesús?

En el prefacio tercero de Adviento se nos anuncia, de manera genérica, la venida de Jesús con estas palabras: “Cristo, tu Hijo, Señor y Juez de la historia, aparecerá, revestido de poder y gloria, sobre las nubes del Cielo. En aquel día terrible y glorioso pasará la figura de este mundo y nacerán los cielos nuevos y la nueva tierra”. Entonces Cristo Rey juzgará a todos los hombres y consumará el misterio de la redención humana, entregando al Padre un reino eterno y universal. (Cat 2816-2821)

Los cristianos del siglo I creyeron firmemente que la segunda venida del Señor iba a ser un acontecimiento inminente, como aparece claramente en la segunda carta del Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses (2 Ts 2,1-3).  Pero “el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del Cielo ni el Hijo del hombre, sólo el Padre” (Mc 13,32).

Adviento litúrgico

La Iglesia celebra el Adviento litúrgico en cuatro semanas antes de Navidad con perspectiva personal de la venida del Señor a la hora de la muerte de cada hombre  con sentido escatológico del fin de los tiempos.

 Distintos advientos cristianos

Cada cristiano debe vivir el adviento personal preparándose   para la navidad del Señor a la hora de su muerte con el adviento sacramental para la navidad de la gracia en cada sacramento, principalmente en el de la Eucaristía, en el que nace sacramentalmente Jesucristo resucitado y glorioso, y en cada sacramento en el que nace su gracia; con  el adviento teológico durante todo el año litúrgico con el fiel y riguroso cumplimiento de la Ley de Dios, la aceptación de la cruz que sucede, aceptada y ofrecida a Dios, la  oración, la penitencia, la caridad, y  cada obra buena que haga para celebrar la Navidad litúrgica en el tiempo la eterna en el Cielo.   

La Iglesia pide la venida gozosa y esperanzadora del Señor en su Reino en la celebración de la Eucaristía, después de la consagración del pan y del vino, cuando el celebrante anuncia al pueblo: Este es el sacramento de nuestra fe; y el pueblo responde: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor, Jesús! Y los cristianos también pedimos la venida del Reino cuando rezamos el padrenuestro: “Venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”.

Cuando las realidades de este mundo terminen, y toda la creación haya sido renovada, ya no habrá adviento, porque  todo será Navidad eterna, visión  y gozo de Dios con plenitud de felicidad totalmente desconocida humanamente, que satisfará en plenitud las aspiraciones inimaginables del ser humano

 

sábado, 23 de noviembre de 2024

Solemnidad de Cristo Rey. Ciclo B

 


Como todos sabemos, hoy celebramos la fiesta litúrgica de la solemnidad de Cristo Rey. Aprovechamos esta ocasión para explicar el significado del nombre de Cristo Rey.

Los conceptos humanos no pueden aplicarse en sentido literal a las realidades divinas, sino en sentido metafórico o acomodaticio. Por consiguiente. Cristo Rey no tiene el mismo sentido que Juan Carlos I, Rey de España, por ejemplo.

¿Por qué decimos que Cristo es Rey?

Por dos razones principales: porque Cristo es Dios y es Redentor de todos los hombres. Por ser Dios, es Creador de todas las cosas, y, por consiguiente, dueño y señor de todo, rey, que tiene dominio total y universal sobre toda la creación visible e invisible que gobierna con omnipotente sabiduría y bondad misteriosa: y, por ser Redentor, gobierna por medio de la Iglesia a todos los hombres a quienes redimió con su sangre divina para la salvación eterna.

Alguien ha dicho que en los tiempos actuales no conviene utilizar el título de Cristo Rey, porque la gente lo identifica con un partido político extremista en ideas y acciones, que lleva este nombre: Guerrilleros de Cristo Rey. Pero esta propuesta es antibíblica. Este apelativo está inspirado en la Biblia y no puede sustituirse, sino explicarse en el sentido espiritual y místico que le corresponde.

Si Cristo es Rey es porque tiene un Reino. ¿Cuál es el Reino de Cristo?

El reino de Cristo Rey es distinto a todos los reinos del mundo en su naturaleza, composición, gobierno y fines. Es el misterio de la Iglesia. Realidad sobrenatural humanamente inconcebible, que puede estructurarse en ocho etapas sucesivas:

1ª CONCEPCIÓN

Hablando en lenguaje teológico, la Iglesia tiene origen trinitario, fue concebida eternamente por la Santísima Trinidad en la planificación de la creación del hombre. Dios previó el pecado del hombre, y determinó eternamente enviar a su Hijo Unigénito al mundo, para que haciéndose hombre realizara la Redención universal de todos los hombres, mediante la Iglesia, Reino de Cristo.

2ª PREPARACIÓN EN LA CREACIÓN

Dios, después de la creación de los ángeles, seres espirituales celestes que formarían parte integrante de la Iglesia, preparó el lugar donde se iba a desarrollar la Historia de la Iglesia, creando el maravilloso mundo en que vivimos, escenario del gran misterio de la Redención.

Creó luego al hombre en estado de gracia, elevado al orden sobrenatural y con los privilegios de la integridad, sin la concupiscencia pecaminosa, impasibilidad, libre de la muerte “El Padre eterno creó el mundo por una decisión totalmente libre y misteriosa de su sabiduría y bondad. Pero el hombre pecó y perdió la gracia y los dones que Dios le había regalado.

Entonces Dios le perdonó y decidió elevar a todos los hombres a la participación de la vida divina en su Hijo "y dispuso convocar a los creyentes en Cristo en la santa Iglesia". Esta “familia de Dios” se constituye y realiza a lo largo de las etapas de la historia humana, según las disposiciones del Padre.

Por consiguiente, el reino de Cristo o la Iglesia fue “prefigurada” ya desde el origen del mundo y preparada maravillosamente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza: se constituyó en los últimos tiempos, se manifestó por la efusión del Espíritu, y llegará gloriosamente a su plenitud al final de los siglos (LG 2: Cat 759).

3ª INICIO

En un sentido amplio la Iglesia empezó a existir en el mismo momento en que el hombre cometió el pecado original y se le anunció la venida del Redentor, Jesucristo, con estas palabras: “Pongo hostilidades entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo: ella herirá tu cabeza cuando tú hieras su talón” (Gén 3,15). Es, por así decirlo, la reacción de Dios al caos provocado por el pecado (Cat 761).

4ª PREPARACIÓN

Se empezó a preparar con la vocación de Abrahán y la elección de Israel como Pueblo de Dios (Gn 12, 2; 15, 5-6). Durante siglos, a lo largo de la historia del pueblo de Israel, Dios fue anunciando en el Antiguo Testamento la Buena noticia en las Escrituras (LG 5), es decir la llegada del Reino de Dios. Primero lo hizo por medio de los patriarcas y después por los profetas, hasta que llegó la plenitud de los tiempos con el nacimiento de Jesús.

5ª NACIMIENTO

Se puede decir con propiedad teológica que la Iglesia empezó a existir en su inicio cuando el Hijo de Dios fue engendrado en las entrañas purísimas de Santa María por obra del Espíritu Santo; y nació en su cabeza con el nacimiento de Jesús en Belén.

6ª FORMACIÓN

Cristo, durante su vida pública, fue formando la estructura de la Iglesia empezando por la elección del Colegio Apostólico con Pedro a la cabeza.

Promulgó, luego las Bienaventuranzas en el sermón de la Montaña, que son la Constitución esencial de la Iglesia: y con su Palabra, explicada principalmente en parábolas, y la realización de milagros probó su condición de Hijo de Dios, Mesías, Redentor de todos los hombres.

Instruyó a sus Apóstoles sobre los secretos fundamentales del misterio de la Iglesia, y luego, antes de subir a los Cielos, les encomendó la misma misión que Él recibió del Padre: “Como el Padre me ha enviado, os envío yo también” (Jn 20,21), y por fín les confirió plenos poderes para anunciar el Evangelio: santificar la Iglesia y gobernarla hasta el fin de los tiempos con la garantía de su presencia: “Se me ha dado plena autoridad en el Cielo y en la Tierra. Id y haced discípulos de todas las naciones, bautizadlos, consagradlos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, y enseñadles a guardar todo lo que he mandado: mirad que yo estoy con vosotros cada día, hasta el fin del mundo” (Mt 28,18-20).

“La Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador y guardando fielmente sus mandamientos del amor, humildad y renuncia, recibió la misión de anunciar y establecer en todos los pueblos el Reino de Cristo y de Dios” (LG 5)

7ª CONSTITUCIÓN

“Cuando el Hijo terminó la obra que el Padre le encargó realizar en la Tierra, envió al Espíritu Santo, el día de Pentecostés, para que santificara continuamente a la Iglesia, la constituyera y la dirigiera con diversos dones jerárquicos y carismáticos”. (LG 4).

8ª CONSUMACIÓN

La Iglesia “sólo llegará a su perfección en la gloria del Cielo” (LG 48), cuando Cristo vuelva glorioso. Hasta ese día “avanza en su peregrinación a través de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios (S. Agustín) en exilio. “y espera y desea con todas sus fuerzas reunirse con su Rey en la gloria” (LG 5). Entonces, cuando las cosas de este mundo terminen y el Universo entero sea transformado, vendrán los nuevos Cielos y la nueva Tierra, morada eterna de los bienaventurados, se consumará la Historia de la Iglesia en el tiempo, y se convertirá en el Reino celeste de visión, gozo y gloria de Dios eternamente.

sábado, 16 de noviembre de 2024

Trigésimo tercer domingo. Tiempo ordinario. Ciclo B

 


La Palabra de Dios en el evangelio de hoy nos dice que  después de una gran tribulación, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los ejércitos celestes temblarán”. 
Con estas señales  apocalípticas nos  habla del fin del mundo.

Voy a sintetizar  en este documento el tema del Fin del mundo, dejando para otra ocasión, si se me presenta, los trágicos sucesos sobrenaturales que sucederán después: la resurrección de los muertos y el Juicio final.  

Este mundo en que vivimos, llamado también  Cosmos o Universo no  es eterno, fue creado, pues tuvo su principio y tendrá su fin. Algunos cristianos, hermanos nuestros, piensan con buena voluntad pero sin fundamento científico ni teológico,  que el fin del mundo está a la vuelta de la esquina. También algunos tesalonicenses en tiempo de San Pablo  pensaban  que el mundo estaba a punto de terminar, y por eso vivían en la ociosidad, muy ocupados en no hacer nada, a quienes el apóstol recomendó en nombre del Señor que trabajaran pacíficamente y así ganaran para comer, porque el que no quiera trabajar que no coma (2ª Tes, 3, 10-12).

La doctrina del Fin del Mundo está revelada en la Sagrada Escritura tanto en el Antiguo como Nuevo Testamento: (Is 65,17; cf 66,22; Mt 24,29;Lc 21,23; 1 Co 15-24; 1 Pe 4,7; 2 Pe 3,12-13; Ap 21,1) y en la Tradición de la Iglesia. Las ciencias naturales afirman también este acontecimiento.

Recientemente el Catecismo de la Iglesia Católica del beato Papa Juan Pablo II resume la doctrina sobre el Fin del Mundo en estos términos:

“En cuanto al cosmos, la Revelación afirma la profunda comunidad de destino del mundo y del hombre.

El Universo visible está destinado a ser transformado, “a fin de que el mismo mundo restaurado a su primitivo origen,   ya sin ningún obstáculo esté al servicio de los justos” participando en su glorificación en Jesucristo resucitado.

Ignoramos el momento de la consumación de la tierra y de la humanidad y no sabemos cómo se transformará el Universo. Ciertamente, la figura de este mundo, deformada por el pecado, pasa, pero se nos enseña que Dios ha preparado una nueva morada y una nueva tierra en la que habita la justicia y cuya bienaventuranza llenará y superará los deseos de paz  que se levantan en los corazones de los hombres (GS 39,1; Cat 1046-1049)- 

Este texto contiene tres  principios generales:

        1º El Universo visible que conocemos será transformado a su primitivo origen que desconocemos en su amplitud, para que participe de la glorificación de Jesucristo resucitado, porque toda la Creación forma parte de la Redención

       2º No sabemos el momento de la consumación de la Tierra y el de la Humanidad, ni cómo se transformará el Universo. En cuanto al día y a la hora de estos trágicos acontecimientos, nos dice el Evangelio: “nadie lo conoce, ni los ángeles ni el Hijo, entendido en cuanto hombre, sino solo el Padre 

         3º Este mundo deformado por el pecado terminará y será cambiado por una nueva morada y una nueva tierra donde habite la justicia y sea la total y plena bienaventuranza  de los justos, que superará los deseos de felicidad y paz que habitan en el corazón del hombre.

Este mundo que habitamos no será aniquilado o convertido en un caos, pues  todo el Universo,  creado por Dios para el hombre,  será transformado en otra realidad diferente, infinitamente superior y mejor. La Sagrada Escritura llama a esa transformación “cielos nuevos y nueva tierra”.  En esta morada, que será el Cielo definitivo, estarán:

  •  La Santísima Trinidad.
  • Jesucristo resucitado y glorioso en cuerpo y alma, como Cabeza del Cuerpo Místico de la Iglesia y de toda la Creación renovada.
  • Toda la corte celestial de ángeles y arcángeles.
  • María Santísima resucitada en cuerpo y alma, como Madre de los Bienaventurados y Reina y Señora de todo lo creado.
  • Los resucitados con Cristo en condiciones de lugar y estado que no conocemos, viendo y gozando de Dios eternamente de su Ser Trinitario.

En este Universo nuevo Cristo tendrá su morada entre los hombres como objeto de gozo para todos los resucitados y toda la Creación.  Sus características  no están reveladas, por lo que todo lo que se piense, diga, escriba sobre esta morada sobrenatural y mística de los nuevos Celos y la Nueva Tierra supera las categorías humanas del entendimiento humano y de la imaginación.

Resurrección de los muertos y juicio final

Después del fin del mundo todos los muertos resucitarán y Jesús resucitado vendrá acompañado de todos los ángeles juzgará a todos los hombres y revelará hasta sus últimas consecuencias: lo que cada uno haya hecho de bien o haya dejado de hacer durante su vida terrena. Entonces todos los hombres resucitados, condenados y gloriosos,  de todos los tiempos conoceremos el sentido último de toda la obra de la Creación y de toda la economía de la salvación; y comprenderemos los caminos admirables por los que su Providencia habrá conducido todas las cosas a su último fin (Cat 1038-1040). Los malos irán al castigo eterno y los justos al Cielo. Terminará el Purgatorio y sólo quedarán eternamente el Cielo y el infierno.

Cuando el tiempo esté fuera de juego, todo será eternidad, y ya no existirán hechos, pues todo será SIEMPRE, DIVINIDAD: amor y gozo que superan toda ciencia de ficción, humana, teológica  y sobrenatural.