martes, 31 de diciembre de 2024
Solemnidad de Santa María Madre de Dios. Ciclo C
sábado, 28 de diciembre de 2024
Sagrada Familia. Ciclo C
martes, 24 de diciembre de 2024
Navidad. Ciclo C

- La Navidad de nuestro nacimiento: el paso de no ser a ser persona humana, la criatura más perfecta de la Creación terrestre: imagen y semejanza de Dios.
- La Navidad del bautismo en el que nacimos a la vida sobrenatural para formar parte de la Familia Divina.
- La Navidad eucarística porque en la Eucaristía nace el mismo Cristo resucitado y glorioso del Cielo, que se hace realmente presente bajo las especies de pan y vino en las manos del sacerdote en la cuna del altar.
- La Navidad sacramental, pues en cada sacramento nace la gracia de Jesucristo en el alma, si se recibe con las debidas disposiciones.
- La Navidad oracional para quien se pone en contacto con Dios y recibe el nacimiento de la gracia.
- La Navidad caritativa en la que se ejerce la caridad con los pobres o se hace cualquier bien al prójimo.
- La Navidad teológica en aquellos que hacen que todos los actos de su vida estén hechos con Dios y por Dios: las alegrías y las penas, el trabajo y el descanso, las caídas y levantadas, los pasatiempos y diversiones, porque cuando se hace el bien es Navidad.
sábado, 21 de diciembre de 2024
Cuarto domingo de Adviento. Ciclo C
sábado, 14 de diciembre de 2024
Tercer domingo de Adviento. Ciclo C
San Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, en el tercer domingo de Aviento
nos propone reiteradamente el tema de la alegría, no como consejo,
sino como un precepto: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo
repito: Estad alegres”. Es evidente que no se trata
de toda alegría, porque hay alegrías humanas que no son
cristianamente buenas, por ejemplo el pecado que causa placer prohibido,
sino de una alegría humanamente buena, espiritual, que es conciliable con la
pena humana que por naturaleza se rechaza.
Todos tenemos muchos e importantes motivos para estar
tristes: la enfermedad que mina nuestra salud, la de los hijos, familiares y
amigos y su muerte; la tristeza que sienten los padres por la ingratitud de sus
hijos; el abandono de los hijos por parte de sus padres; la soledad en que
muchos viven, sin nadie al lado a quien poder contar los problemas, angustias y
luchas, o simplemente para charlar de lo que salga; hablar para
desahogarse de las distintas desgracias familiares, problemas económicos,
sociales y políticos; contar todos los males que nos acontecen que
dificultan nuestra alegría; y otras muchas, que embargan de dolor nuestra
vida, que se soportan a duras penas o difícilmente se pueden
aguantar ¿Cómo se nos puede mandar vivir la alegría en medio de tantas penas?
¿Cómo se puede cumplir el precepto de la alegría que nos manda el apóstol San
Pablo de manera reiterativa.
¿Qué es la alegría?
El Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo, al amarse eternamente en su esencia divina, viven el amor en su
existencia trinitaria, que es alegría. El Espíritu Santo es la alegría del amor
divino en Persona. Se fundamenta en la filiación divina, y se vive en pura fe
con resignación cristiana o consolación del Espíritu Santo. Consiste en cumplir
siempre y en todas las cosas la voluntad divina en todos los
acontecimientos, “sabiendo que a los que aman a Dios todo les sirve
para el bien” (Rm 8,28).
La alegría que nos pide la Iglesia es esencialmente
espiritual, que hay que vivir desde la fe, cada uno con su propio
temperamento débil o fuerte. No vive mejor la alegría el que es serio, de
carácter temperamentalmente triste, por naturaleza, que el que es alegre como
unas castañuelas, por gracia, pues la manera de ser influye mucho en
expresar la alegría que cada uno vive, pues es espiritualmente personal.
Se puede estar llorando a lágrima viva con el corazón partido de dolor, y, al
mismo tiempo, estar alegre en el alma, sabiendo que el dolor que se sufre
es gracia, pues todo sucede, bueno o malo, aceptado y sufrido con fe
esperando la alegría de la vida eterna.
El sufrimiento es la alegría de
completar en la carne lo que faltó a los padecimientos de Cristo, nos dice San
Pablo: “Me alegro de los sufrimientos por vosotros: así completo en mi
carne lo que falta a los padecimientos de Cristo” (Col 1,24).
La verdadera alegría humana y espiritual en este mundo
no es completa, ni estrictamente pura, pues se da con mezclas de penas,
dificultades, miserias y debilidades con alternativas que cambian.
No consiste en tener muchas cosas, muchas riquezas; ejercer el poder
con la máxima autoridad posible; poseer una cultura elevada que permita desempeñar
cargos importantes, prestigiosos y bien remunerados; divertirse cristianamente
sin medida; comer y beber a capricho, disfrutando de manjares suculentos y
degustando bebidas exquisitas. Las cosas de este mundo no satisfacen
plenamente el corazón del hombre, que está hecho para la felicidad
eterna, como dice San Agustín: “Nos has hecho, Señor, para ti, y
nuestro corazón no se satisface hasta que descanse en ti”.
El hombre, creado por Dios para la felicidad eterna,
jamás se siente saciado totalmente con personas ni cosas. La amistad, la
cultura, la ciencia, el arte, la música, el ideal conseguido, el trabajo, el
dinero son bienes humanos que alimentan momentáneamente con zozobras el corazón
del hombre, pero no satisfacen plenamente. Son pasajeros que se sustituyen
por cualquier motivo, y desaparecen con y sin causa justificada. El
bien que se posee sacia por un tiempo, pero se espera otro con cierta ilusión
penosa porque tarda en llegar. La verdadera alegría es espiritual, y
se vive humanamente con gozos y penas, sonrisas y llantos.
La alegría espiritual
está hermanada con la pena natural. Se puede estar triste, llorando
a lágrima viva, aceptando la cruz, que se padece y no se quiere y, a la vez,
tener la alegría dolorosa de cumplir la voluntad de Dios. Jesucristo en
Getsemaní aceptó la Pasión y Muerte, que no quería, para cumplir con alegría
dolorosa la voluntad de Dios: “Padre mío, si es posible, que pase de mí
este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú” (Mt
26,39); y en la cruz, sintiéndose humanamente abandonado, en
angustioso desahogo dijo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado? (Mt 27,46); y momentos después, con la
alegría agónica de haber cumplido la voluntad del Padre, dijo: “Padre a tus
manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46).
La alegría espiritual consiste en
el cumplimiento de la Ley; en la aceptación de todos los acontecimientos,
buenos o malos que suceden por voluntad de Dios, efectiva o permisiva; en la
vida de fe operativa en favor del prójimo; en la difícil y virtuosa convivencia
familiar, laboral, social y política, sufrida con paciencia; y en el ejercicio
de las virtudes cristianas. Es una virtud cristiana que se tiene que
notar, como nos dice el apóstol San Pablo: “que vuestra mesura la
conozca todo el mundo” (Flp 4,5). Hay que expresar la alegría
de la manera que cada uno es y cristianamente sea posible, porque es una
obligación personal y un derecho de los demás. En el viaje hacia la eternidad
no caminamos solos, porque el Señor recorre el camino con nosotros. Para estar
alegres en el Señor hay que vivir esperando la venida del Señor que está
cerca, tan cerca que está viniendo siempre en cada acontecimiento de
la vida, sin que nada nos preocupe, siendo constantes en orar,
celebrando la acción de gracias, (Eucaristía), y la paz de Dios, que
sobrepasará todo juicio custodiará nuestros corazones y nuestros pensamientos
en Cristo Jesús. Es decir, tenemos que estar ocupados en el Señor, sin
preocupaciones en las manos de Dios. Hay que recorrer el camino de
este Valle de lágrimas para conseguir llegar al Paraíso de la Alegría del Cielo
donde todo es gozo eterno en la visión y gozo de Dios.
sábado, 7 de diciembre de 2024
Solemnidad de la Inmaculada Concepción
Por mucho tiempo en
España se celebró en este día la Fiesta de la madre, no por institución de la
Iglesia, sino por razones arbitrarias de comercio, en fechas próximas a la
Navidad, muy oportunas para ganar dinero.
Hoy no celebramos
el hecho de que María concibió en su seno a Jesús por obra y gracia del
Espíritu Santo, la maternidad divina;
ni tampoco hoy se celebra la virginidad
de María.
Antiguamente se
celebró en España durante mucho tiempo en esta fiesta el día de las Hijas de María, como símbolo de
la pureza de María que debían imitar las jóvenes de aquellos tiempos. Y fue tan
extendida esta devoción, principalmente en los pueblos de Castilla, que las
niñas de familias cristianas se afiliaban a la institución de las Hijas de
María, casi al mismo tiempo en que eran bautizadas.
En verdad que son
tres misterios diferentes. Una cosa fue el hecho de que María concibió a su Hijo
Jesús, por obra del Espíritu Santo, por
lo que es Madre de Dios; otra el modo como concibió María a su Hijo, que fue virginalmente, y no por obra de varón;
y otra muy diferente el hecho de que María, fue concebida dentro del seno de su
madre, Santa Ana, sin pecado original o inmaculada, que significa en su
etimología no manchada de pecado.
La maternidad
divina es el fundamento de la Inmaculada concepción. Dios quiso que María estuviera limpia del
pecado original y de todo pecado, porque de ella iba a ser concebido
Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, y por tanto iba a ser Madre de Dios y convenía que lo fuera virginalmente.
Preguntaba yo ayer
sábado a los niños que asistieron a la misa de niños: A ver ¿quién sabe decirme
qué significa la fiesta de la Inmaculada Concepción? Y una niña chiquitina que
estaba situada en la mitad de los bancos, se levantó y dijo: Llena de gracia.
Efectivamente, Inmaculada quiere decir llena
de gracia, de todas las virtudes y dones del Espíritu Santo en su total plenitud.
Por tanto hoy es el día de la Santidad de María.
La Inmaculada puede
concebirse bajo dos aspectos diferentes: En sentido negativo, no manchada de pecado, y en sentido
positivo, llena de gracia en su
plenitud, tanta cuanta es capaz de recibir una criatura para cumplir la misión
para la que ha sido creada.
Simplemente porque
Dios lo quiso, María fue concebida Inmaculada, es decir, sin pecado, porque
como estaba destinada a ser Madre de Dios convenía no estuviera contaminada de
pecado, cosa incompatible con Dios. Y como no tuvo pecado original, su cuerpo
no se corrompió y subió en cuerpo y alma a los Cielos, sin morir o muriendo y
resucitando, como Cristo, misterio que no fue definido en el dogma.
El misterio de la
Inmaculada es el fundamento de los privilegios dogmáticos de María. Dios la
creó Inmaculada para ser Madre de
Dios; y porque Madre de Dios convino que fuera Madre por obra y gracia del
Espíritu Santo, es decir, Madre Virgen. Y
como Inmaculada, Madre de Dios Virgen, mereció el premio anticipado de su
resurrección anticipada: Asunción en
cuerpo y alma a los Cielos.
María, por ser
Madre de Dios, es también Madre de la Iglesia o Madre de todos los hombres,
incluso de aquellos que no la quieren reconocer por Madre. Es Madre de la
divina gracia, como rezamos en la letanía del santo rosario.
Por consiguiente,
al celebrar la fiesta de la Inmaculada, fiesta de la santidad de María,
nosotros, sus hijos tenemos que tratar de imitarla en vivir en gracia en la que
Ella fue constituida y en las virtudes.
Cada cual debe
pedir a María la fuerza para vivir siempre en gracia, para no cometer jamás
pecado mortal o para recuperar la gracia perdida en el sacramento de la
Confesión y para imitar sus virtudes.
Este es el momento
oportuno para pedir en concreto a la Inmaculada la virtud que más necesitamos.
Para unos será la virtud de la pureza, porque tiene serias dificultades para
mantenerse casto; para otros la paciencia, porque en las circunstancias en que
vive o trabaja necesita el heroísmo para no estallar; para otros la virtud de
la obediencia porque por su temperamento se rebela contra todo, o la virtud de
la humildad, o la bondad, o...
Todos estamos
llenos de miserias, de debilidades, de pecados. Acudamos a nuestra Madre para
que llene el vacío de nuestra alma con su gracia y con sus virtudes, para que
después de esta vida gocemos con Ella en el Cielo de la Resurrección, que es el
fruto en total desarrollo del misterio de la Inmaculada Concepción.
Segundo domingo de Adviento. Ciclo C
En el Antiguo Testamento los judíos religiosos del Pueblo de Dios cuando
las cosas les salían viento en popa, como, por ejemplo, cuando las cosechas se
multiplicaban, recibían bendiciones del Cielo, y, sobre todo, en circunstancias
milagrosas como en el paso del mar rojo a pie enjuto, bendecían a
Dios proclamando a los cuatro vientos sus maravillas, y se frotaban las manos
de gusto diciendo: El Señor ha estado grande con nosotros y estamos
alegres. En cambio, cuando las cosas les salían al revés, por
ejemplo, cuando Moisés tardaba mucho en bajar del Monte Sinaí con
las tablas de la Ley, con las joyas fabricaron un ídolo de oro a
quien adoraron como a su dios, hecho que fue reprobado por Moisés y
severamente castigado. También cuando en el desierto fueron alimentados siempre
con el maná bajado del Cielo que les causaba nauseas, renegaban contra Moisés y
Aarón por haberlos sacado de Egipto, donde comían mejor, a placer y, a veces, a
la carta; o cuando eran derrotados por los enemigos, clamaban al Cielo con
protestas, críticas y aberraciones, porque se sentían abandonados de
Dios.
Ese comportamiento en sentido humano es normativa natural y lógica de
todos los hombres, porque el bien se aplaude y el mal se detesta. En cambio,
pensando en cristiano las cosas son diferentes, porque desde la fe el Señor
está siempre grande con nosotros y debemos estar alegres, porque
todo lo que sucede es gracia de Dios, alegre en el bien o penosa en el mal. Es
humano y cristiano que disfrutemos a tope rebosando de alegría, cuando las
cosas nos salen a nuestro gusto, a pedir de boca, porque los bienes que
satisfacen nuestras aspiraciones o gustos nos causan gozo y paz, y hay motivo para
estar contentos y dar gracias a Dios. Pero es también cristiano que
estemos tristes cuando nos suceden males, como la pérdida del trabajo,
conflictos familiares, laborales, injusticias, traiciones, que se
repiten y se amontonan, y, sobre todo, cuando nos visita la enfermedad o se
queda con nosotros una temporada o para siempre. En el peor de los casos no hay
otra solución que resignarse cristianamente y pedir a Dios gracia para aceptar
y fuerza para sufrir. Podemos estar tristemente alegres y conformes con
la voluntad amorosa de Dios que nos hace sufrir o permite nuestro
sufrimiento, porque esos males son para un bien
misterioso que solamente Él sabe y nosotros no conocemos, y no creer que Dios
nos ha abandonado y nos castiga. Lo dice también un refrán popular
que tiene sentido teológico: “no hay mal que por bien no venga”.
Solamente hay que estar triste cuando libre y responsablemente se peca, pues el
pecado es el único mal que existe en el mundo.
Los buenos cristianos, de profunda fe, y más aún los santos, ven siempre
gracia en todo lo que les ocurre, porque todo lo que Dios hace o permite es
forzosamente un bien que el hombre no descubre, porque Dios es infinitamente
Bondadoso y Padre de todos los hombres.
Concepto del
bien y del mal
El bien y
el mal no son conceptos subjetivos, porque lo que gusta o apetece no es siempre
un bien, ni tampoco un mal lo que disgusta o se rechaza, pues el bien y el mal
están sometidos a las leyes de la ciencia, de la ética, de la política, del
gobierno o de la religión, y no al arbitrio de cada uno. Si decides obrar por
ti mismo, sin consultar a nadie, eres un soberbio discípulo de un tonto.
En sentido
humano es bien lo que satisface las apetencias o gustos de la persona
dentro de unas leyes razonables. Porque se puede querer el mal bajo el aspecto
de bien, y el bien subjetivo como un mal objetivo. Bajo el punto de vista
religioso es bien o mal lo que esté regulado por ley constitucional de la
religión que se practica y se vive.
En la Iglesia
católica el bien y el mal tienen su última referencia con la ley eterna de
Dios, que está expresada en la ley natural, en la divina de los diez
mandamientos del Decálogo y en los cinco mandamientos de la Santa
Madre Iglesia. La moralidad de los actos humanos para un cristiano no es lo que
a uno le gusta, lo que se estila por moda, la costumbre de un lugar, lo que
legisla un gobierno, lo que establece la política, sino lo que
manda la ley divina y eclesiástica. No hay otra norma para alcanzar
la felicidad humana y la santidad divina.
Da gracias a Dios con alegría humana y cristiana por todo el bien que te
viene de Él o de los hombres, y también por los males que te
suceden, no quieres y rechazas. Trabaja por convertir esos males en bienes.
Reconoce tus defectos temperamentales que ves en la oración,
haciendo caso a lo que te dicen los hombres sensatos y Dios también te habla a
través de las circunstancias
Me imagino que quizás sufres mucho, pero todavía no ha llegado
la sangre al río, pues Dios te dará la fuerza que necesitas para soportar todos
lo males que Él manda y los hombres te ocasionan o causan, pues Dios
no prueba por encima de las fuerzas que no se tienen. No te quejes tanto, como
lo haces, ni exageres tu dolor con pantomimas, ni pregones a los cuatro vientos
tus dolencias con protagonismo, ni seas melindre y quejumbroso en tus palabras
y acciones. Piensa con la coraza de la fe que hay otros que sufren
más y llevan mejor la cruz que tú. Los males no son eternos,
terminan, y aceptados y sufridos con fe y tranquilidad de conciencia, aunque
con debilidades justificables, son medios para en Bien eterno que es la visión
y gozo eterno en el Cielo, la única ilusión de vivir, gozar y sufrir.
sábado, 30 de noviembre de 2024
Primer domingo de Adviento. Ciclo C
Con estas palabras la Iglesia nos
invita a vivir el adviento santamente con amor mutuo y fortaleza espiritual
para presentarnos santos e irreprochables ante Dios, nuestro Padre en el tiempo
de Adviento y durante toda la vida para celebrar la Navidad litúrgica y la
eterna en el Cielo.
Voy a tratar sucintamente el
tema del Adviento en cinco consideraciones: Adviento en
sentido profano, origen del adviento, adviento del
Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento, Adviento litúrgico y distintos
advientos cristianos
Adviento en sentido profano
La palabra adviento proviene de la palabra latina
adventus que significa venida o llegada. Es el tiempo de espera de la llegada
de una persona o de un acontecimiento.
En la época romana del tiempo de
Jesucristo, el adviento era un tiempo de preparación para la venida de un
Emperador o de un personaje importante, durante el cual se hacían muchas obras
y reformas: se construían caminos, se allanaban baches en las carreteras para
preparar el paso por donde tenían que pasar los ilustres visitantes esperados,
y se programaban diversos actos para celebrar el solemne acontecimiento.
En los tiempos inmediatos a la
venida del Mesías, Juan Bautista utilizó el estilo romano de adviento para
anunciar la venida del Mesías, el Señor, invitando al pueblo judío a prepararse
a este acontecimiento mediante la conversión: “Allanad el camino del
Señor, como dijo el profeta Isaías, convertíos y preparad el camino para la
venida del Señor, el Mesías” (Mt 3,1-2; 4,17; 10,7).
Origen del adviento cristiano
El origen del Adviento es casi desconocido en la
historia de la liturgia de la Iglesia. Parece que desde finales del siglo IV y
durante el siglo V en España y Francia los cristianos empezaron a celebrar el
tiempo de adviento con una intensa vida de oración y penitencia. En Francia,
por normativa del Concilio de Tours, los monjes se preparaban para la Navidad
ayunando todos los días del mes de Diciembre, intensificando su vida de piedad
y penitencia. Los clérigos, y probablemente bastantes fieles ayunaban y
cantaban el oficio divino tres días por semana: lunes, miércoles y viernes,
desde el 11 de Noviembre, fiesta de San Martín, hasta Navidad. Con el decurso
del tiempo el adviento revistió un carácter tan oracional y penitente que llegó
a considerarse como una segunda cuaresma; y se celebraba en un tono gozoso,
lleno de esperanza inefable ante la venida litúrgica de la Navidad con
proyección escatológica. El tiempo del adviento en concreto fue muy variado,
duraba desde cinco a seis semanas. Pero durante el pontificado de S. Gregorio
Magno, el año 604, el adviento quedó definido en cuatro semanas o domingos, tal
como se celebra hoy, aunque la liturgia de la Palabra varió mucho en el paso de
los siglos.
La Historia de la Iglesia se
puede conceptuar en dos advientos distintos: el adviento del Antiguo
Testamento y el del Nuevo Testamento.
Adviento del Antiguo Testamento
El adviento del Antiguo
Testamento empezó en el mismo momento en que el primer hombre, Adán, pecó, a
quien Dios después de castigarle quitándole el estado original,
sobrenatural y preternatural en que lo creó, hizo la profecía de la venida o
adviento del Mesías, Redentor en el protoevangelio en términos
enigmáticos, como explican los teólogos bíblicos: “Pongo hostilidad
entre ti y la mujer, entre su descendencia y su descendencia: esta te aplastará
la cabeza, cuando tú hieras el talón” (Gn 3,13). Esta
promesa fue interpretada por el Pueblo de Dios, por inspiración divina, desde
el principio, como profecía mesiánica, y propagada oralmente hasta que se
constituyó el antiguo Pueblo de Dios con Abrahán. A partir de esa época
surgieron muchas profecías escritas en la Biblia: en el tiempo de los
patriarcas, en los salmos y profetas en varias etapas hasta que llegó la plenitud de
los tiempos, cuando el Hijo de Dios, la
segunda Persona divina de la Santísima Trinidad encarnó en las
entrañas purísimas de la Virgen María y asumió de ella la naturaleza humana,
quedando Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Redentor del pecado
del hombre. Nacido virginalmente de Santa María Virgen, vivió
treinta años oculto en Nazaret, dedicado a la oración y a la vida ordinaria en
obediencia realizando la redención; después durante tres años predicó el
Evangelio en vida pública con milagros para demostrar que Él era Dios e instituir
la Iglesia; y, por fin, padeció, murió en la cruz, resucitó y ascendió a los
Cielos con la promesa de volver al fin de los tiempos. Y terminó el adviento
del Antiguo Testamento.
Adviento del Nuevo Testamento
El adviento del Nuevo Testamento
empezó después de la Ascensión de Jesús a los Cielos. Cuando Jesús desapareció
de la vista de los apóstoles, dos ángeles, revestidos en figura de
hombres blancos, les anunciaron la segunda y definitiva venida de Jesús al fin
de los tiempos que vendrá a consumar eternamente la Obra de la Redención con
estas palabras aseverativas: “Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados
mirando al Cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al Cielo, volverá
como le habéis visto marcharse. (Hch 1,8-11).
¿Cuándo y cómo
aparecerá Jesús?
En el prefacio tercero de Adviento se nos anuncia, de manera genérica, la
venida de Jesús con estas palabras: “Cristo, tu Hijo, Señor y Juez de
la historia, aparecerá, revestido de poder y gloria, sobre las nubes del Cielo.
En aquel día terrible y glorioso pasará la figura de este mundo y nacerán los
cielos nuevos y la nueva tierra”. Entonces Cristo Rey juzgará a todos los
hombres y consumará el misterio de la redención humana, entregando al Padre un
reino eterno y universal. (Cat 2816-2821).
Los cristianos del siglo I creyeron firmemente que la segunda venida del
Señor iba a ser un acontecimiento inminente, como aparece claramente en la
segunda carta del Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses (2 Ts 2,1-3). Pero “el
día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del Cielo ni el Hijo del hombre,
sólo el Padre” (Mc 13,32).
Adviento litúrgico
La Iglesia celebra el Adviento
litúrgico en cuatro semanas antes de Navidad con perspectiva personal de la
venida del Señor a la hora de la muerte de cada hombre con sentido escatológico
del fin de los tiempos.
Distintos advientos
cristianos
Cada cristiano debe vivir el
adviento personal preparándose para la navidad del Señor a la
hora de su muerte con el adviento sacramental para la navidad
de la gracia en cada sacramento, principalmente en el de la Eucaristía, en el
que nace sacramentalmente Jesucristo resucitado y glorioso, y en cada
sacramento en el que nace su gracia; con el adviento
teológico durante todo el año litúrgico con el fiel y riguroso
cumplimiento de la Ley de Dios, la aceptación de la cruz que sucede,
aceptada y ofrecida a Dios, la oración, la penitencia,
la caridad, y cada obra buena que haga para celebrar la
Navidad litúrgica en el tiempo la eterna en el Cielo.
La Iglesia pide la venida gozosa
y esperanzadora del Señor en su Reino en la celebración de la Eucaristía,
después de la consagración del pan y del vino, cuando el celebrante anuncia al
pueblo: Este es el sacramento de nuestra fe; y el pueblo
responde: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven,
Señor, Jesús! Y los cristianos también pedimos la venida
del Reino cuando rezamos el padrenuestro: “Venga a nosotros tu reino,
hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”.
Cuando las realidades de este
mundo terminen, y toda la creación haya sido renovada, ya no habrá adviento,
porque todo será Navidad eterna, visión y gozo de Dios
con plenitud de felicidad totalmente desconocida humanamente, que satisfará en
plenitud las aspiraciones inimaginables del ser humano
sábado, 23 de noviembre de 2024
Solemnidad de Cristo Rey. Ciclo B
¿Por qué decimos que Cristo es Rey?
sábado, 16 de noviembre de 2024
Trigésimo tercer domingo. Tiempo ordinario. Ciclo B
Voy a sintetizar en este documento el tema
del Fin del mundo, dejando para otra ocasión, si se me presenta, los trágicos
sucesos sobrenaturales que sucederán después: la resurrección de los
muertos y el Juicio final.
Este mundo en que vivimos, llamado
también Cosmos o Universo no es eterno, fue creado, pues
tuvo su principio y tendrá su fin. Algunos cristianos, hermanos nuestros,
piensan con buena voluntad pero sin fundamento científico ni teológico, que
el fin del mundo está a la vuelta de la esquina. También algunos tesalonicenses
en tiempo de San Pablo pensaban que el mundo estaba a
punto de terminar, y por eso vivían en la ociosidad, muy ocupados en no hacer
nada, a quienes el apóstol recomendó en nombre del Señor que trabajaran
pacíficamente y así ganaran para comer, porque el que no quiera trabajar que no
coma (2ª Tes, 3, 10-12).
La doctrina del Fin del Mundo está revelada en la
Sagrada Escritura tanto en el Antiguo como Nuevo Testamento: (Is
65,17; cf 66,22; Mt 24,29;Lc 21,23; 1 Co 15-24; 1 Pe 4,7; 2 Pe 3,12-13; Ap
21,1) y en la Tradición de la Iglesia. Las ciencias naturales
afirman también este acontecimiento.
Recientemente el Catecismo de la Iglesia Católica del
beato Papa Juan Pablo II resume la doctrina sobre el Fin del Mundo en estos
términos:
“En cuanto al cosmos, la Revelación afirma la profunda
comunidad de destino del mundo y del hombre.
El Universo visible está destinado a ser transformado,
“a fin de que el mismo mundo restaurado a su primitivo
origen, ya sin ningún obstáculo esté al servicio de los
justos” participando en su glorificación en Jesucristo resucitado.
Ignoramos el momento de la consumación de la tierra y
de la humanidad y no sabemos cómo se transformará el Universo. Ciertamente, la
figura de este mundo, deformada por el pecado, pasa, pero se nos enseña que
Dios ha preparado una nueva morada y una nueva tierra en la que habita la
justicia y cuya bienaventuranza llenará y superará los deseos de
paz que se levantan en los corazones de los hombres (GS
39,1; Cat 1046-1049)-
Este texto contiene tres principios
generales:
1º El
Universo visible que conocemos será transformado a su primitivo origen que
desconocemos en su amplitud, para que participe de la glorificación de
Jesucristo resucitado, porque toda la Creación forma parte de la Redención
2º No sabemos el momento de la consumación de la
Tierra y el de la Humanidad, ni cómo se transformará el Universo. En cuanto al
día y a la hora de estos trágicos acontecimientos, nos dice el Evangelio: “nadie
lo conoce, ni los ángeles ni el Hijo, entendido en cuanto hombre, sino solo
el Padre.
3º Este mundo deformado por el pecado
terminará y será cambiado por una nueva morada y una nueva tierra donde habite
la justicia y sea la total y plena bienaventuranza de los justos,
que superará los deseos de felicidad y paz que habitan en el corazón del
hombre.
Este mundo que habitamos no será aniquilado o
convertido en un caos, pues todo el Universo, creado por
Dios para el hombre, será transformado en otra realidad diferente,
infinitamente superior y mejor. La Sagrada Escritura llama a esa
transformación “cielos nuevos y nueva tierra”. En esta
morada, que será el Cielo definitivo, estarán:
- La Santísima Trinidad.
- Jesucristo resucitado y glorioso en cuerpo y alma, como Cabeza del Cuerpo Místico de la Iglesia y de toda la Creación renovada.
- Toda la corte celestial de ángeles y arcángeles.
- María Santísima resucitada en cuerpo y alma, como Madre de los Bienaventurados y Reina y Señora de todo lo creado.
- Los resucitados con Cristo en condiciones de lugar y estado que no conocemos, viendo y gozando de Dios eternamente de su Ser Trinitario.
En este Universo
nuevo Cristo tendrá su morada entre los hombres como objeto de gozo
para todos los resucitados y toda la Creación. Sus características no
están reveladas, por lo que todo lo que se piense, diga, escriba sobre esta
morada sobrenatural y mística de los nuevos Celos y la Nueva Tierra supera
las categorías humanas del entendimiento humano y de la imaginación.
Resurrección de los muertos y juicio final
Después del fin del mundo todos los muertos
resucitarán y Jesús resucitado vendrá acompañado de todos los ángeles juzgará a
todos los hombres y revelará hasta sus últimas consecuencias: lo que cada uno
haya hecho de bien o haya dejado de hacer durante su vida terrena. Entonces
todos los hombres resucitados, condenados y gloriosos, de todos los
tiempos conoceremos el sentido último de toda la obra de la Creación y de toda
la economía de la salvación; y comprenderemos los caminos admirables por los
que su Providencia habrá conducido todas las cosas a su último fin (Cat
1038-1040). Los malos irán al castigo eterno y los justos al Cielo.
Terminará el Purgatorio y sólo quedarán eternamente el Cielo y el infierno.
Cuando el tiempo esté fuera de
juego, todo será eternidad, y ya no existirán hechos, pues todo será SIEMPRE,
DIVINIDAD: amor y gozo que superan toda ciencia de ficción, humana,
teológica y sobrenatural.