Al estrenar un año nuevo, celebramos tres acontecimientos diferentes en un mismo acto litúrgico: el primero, la solemnidad de Santa María, Madre de Dios, que es el tema central de la liturgia; el segundo, el estreno de un nuevo año civil, un año más que Dios nos concede para nuestra santificación; y el tercero, la conmemoración de la jornada mundial de la paz.
La Palabra de Dios proclamada en la primera lectura del libro de los Números nos dice: “Esta es la fórmula con que bendeciréis a los israelitas: el Señor te bendiga y te proteja, y te conceda su favor, la paz”.
Utilizando este texto, se me ocurre felicitaros el año nuevo con las mismas palabras, que resumimos en tres ideas: “Que el Señor te bendiga, te proteja y te conceda la paz”.
No hay cosa más hermosa, hermanos, al estrenar un año que pedir a Dios, nuestro Padre, que nos bendiga; que desciendan sobre cada uno de nosotros las bendiciones del Cielo, que más necesitamos para vivir la fe en su plenitud con todas sus consecuencias; que aceptemos todos los acontecimientos que van a suceder en el año que acaba de empezar, como gracias, pues para quien tiene fe y ama a Dios todo le sirve para bien; que el Señor diluvie sobre todos nosotros toda clase de bendiciones sobrenaturales, espirituales y materiales.
Os deseo de todo corazón que la bendición de Dios en todas sus acepciones sea para nosotros un escudo para retener las asechanzas del enemigo, un castillo donde vivamos refugiados de los peligros del mundo, una protección que nos resguarde de todos los males, una fortaleza para luchar contra el pecado, para vivir en unión con Dios en medio de las adversidades, con la esperanza de la vida eterna.
Bendecidos con la protección de Dios, como un seguro a todo riesgo, si somos cristianos responsables con nuestra fe, vendrá a nosotros, como consecuencia lógica y aplastante, la paz de Dios que consiste en el cumplimiento de la voluntad divina, aceptando las distintas circunstancias de la vida, tanto personales, como comunitarias, tanto físicas como espirituales y morales. Os deseo de todo corazón que en el próximo año el Señor nos conceda la paz que trajeron los ángeles a Belén, en el nacimiento de Jesús; esa paz que no conoce el mundo y que se falsifica con la abundancia de bienes y ausencia de guerra; esa paz que es amor y es gracia, que es posible, aunque difícil, para los que caminamos por la tierra como peregrinos hacia la meta del Cielo, impulsados por la fe y motivados por la esperanza.
También os deseo la paz para vuestras familias, que viven en perfecto funcionamiento humano con desajustes, averiadas con difícil arreglo o rotas de manera irreparable. Por que la paz del corazón se puede vivir en las distintas situaciones en que se encuentren las familias.
Al celebrar litúrgicamente la maternidad divina de María, quiero también resaltar el gran dogma, base o fundamento de toda la teología mariana, porque por ser María la Madre de Dios, lo es todo dogmática o teológicamente: Inmaculada, porque no podía ser Madre de Dios una mujer manchada por el pecado; Virgen porque el modo de ser concebido y nacido el Hijo de Dios es más conforme a la dignidad divina; y Asunta a los Cielos, porque María, Inmaculada debía en los planes divinos gozar, como primicia de todos los hombres, la resurrección anticipada, como Cristo, por ser con Él Corredentora del género humano.
En efecto, la maternidad divina de María es el fundamento de toda su grandeza. María es Madre de Jesucristo, que es Dios, y no Madre de Dios en sí mismo, como es evidente. La fe católica nos enseña que la Segunda Persona Divina de la Santísima Trinidad encarnó en las entrañas virginales de Santa María, y como efecto de esa encarnación, el Hijo de Dios se hizo hombre, asumiendo la naturaleza humana en todo menos en el pecado, y nació Jesús, Persona divina con la naturaleza divina que siempre tuvo en conjunto con las otras dos Personas del Padre y del Espíritu Santo y con la naturaleza tomada de la carne de María.
Al celebrar la maternidad divina de María, también celebramos la maternidad espiritual de María, como Madre de todos los hombres. María, asociadas a su Hijo, Redentor, como un solo principio de salvación, es, por voluntad de Dios, Corredentora del género humano. Luego todos los hombres fuimos redimidos por Cristo con la colaboración de María, Corredentora. Todos somos hijos de Dios y porque hijos de Dios también somos hijos de María. Todos los hombres tenemos un solo Padre, Dios, somos hermanos con Jesucristo, Hermano Mayor y tenemos una sola Madre, que es María.
Al empezar este año, nosotros tenemos que tener a María Santísima cada vez más cerca en nuestra oración y acción, porque siendo mayores nos volvemos cada vez más niños, y estamos más necesitados de la Madre. Cuanto más mayores somos más empequeñecidos estamos y más necesitados de la Madre del Cielo, pues en la niñez de nuestra vejez necesitamos más a nuestra Madre, María. Los jóvenes con sus ilusiones quieren vivir independizados de las madres, porque equivocadamente o con acierto deben vivir su vida y no valoran el sentido de la necesidad de una madre. Nosotros no podemos ya contar con las fuerzas de los jóvenes ni con la ilusión y protección de los niños, pues no tenemos la fortaleza de la juventud ni el encanto de la niñez, y por eso necesitamos a una Madre. Somos unos niños mayores, que hemos perdido el encanto de la niñez y de la juventud con la realidad suprema de la edad mayor, que es la edad perfecta de la vida para ver las cosas en su perfecta realidad.
A medida que vamos cumpliendo años, constatamos mejor la verdad y la mentira de la vida, comprendemos mejor la miseria, malicia y debilidad de los hombres y el sentido transcendente de las cosas, necesitamos con humildad a Dios y a nuestra Madre María, Madre de Dios y de todos los hombres.
En este día, estreno del año nuevo, resumiendo, os felicito con la bendición de Dios, deseando para todos y cada uno y vuestras familias la protección divina y la paz, bajo el amparo de nuestra Madre, María, a quien veneramos hoy con el título dogmático de Madre de Dios, pidiéndole que nos enseñe a guardar todas las cosas en el corazón y a ejercer el apostolado sublime del apostolado de la vida sencilla y humilde.
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