A
partir de este celestial acontecimiento, empezaron a multiplicarse las
alusiones constantes de Jesús a su pasión, muerte y resurrección.
Esta
manifestación de la gloria de Dios en Jesucristo es considerada por todos los
intérpretes del Evangelio como una prueba de la divinidad de Jesús, una
preparación para sufrir y morir en la cruz, una revelación de lo que será al
fin de los tiempos la vida gloriosa de los cuerpos resucitados en el Cielo, y
un consuelo para que sus discípulos pudieran padecer y sufrir el martirio que
les esperaba, con el recuerdo del gozo experimentado en el Tabor.
Transfigurar
es hacer cambiar de figura o aspecto una persona o una cosa. El Hijo de Dios,
Persona divina, asumió la naturaleza humana y se transfiguró en hombre, de manera
que durante toda su vida apareció como si sólo fuera hombre, ocultando su
divinidad.
Santo
Tomas de Aquino, comentando este hecho, dice que el milagro de la
Transfiguración de Jesús no fue tan grande como el milagro habitual de parecer
sólo hombre durante toda la vida, ocultando el resplandor de su Persona divina,
que debería estar siempre transfigurada.
La
transfiguración consistió en hacer que el cuerpo humano de Jesús, desfigurado
en la divinidad de su Persona, se transfiguró en una especie de cuerpo glorioso,
acomodado a los ojos humanos de sus discípulos. Fue una ráfaga de la gloria que
iba a tener Jesús resucitado y un símbolo de la que tendrán en el Cielo los cuerpos
gloriosos en la resurrección de los muertos.
A esta transfiguración alude San Juan, tal vez, cuando dice en el prólogo de su Evangelio: “Y nosotros vimos su gloria, gloria del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14). San Pedro hace referencia de este acontecimiento cuando dice: “El recibió de Dios honra y gloria cuando, desde la sublime gloria, le llegó aquella voz tan singular: Este es mi Hijo, a quien yo quiero, mi predilecto. Esta voz llegada del Cielo la oímos nosotros estando con Él en la montaña” (2 P 1,17-18).
Haciendo una interpretación espiritual de la Transfiguración de Jesús se podría decir que existen tres clases de transfiguración sobrenatural: Transfiguración bautismal, transfiguración sacramental y transfiguración teológica.
Transfiguración bautismal.
Cuando el hombre, nacido en pecado, recibe el bautismo, todo su ser humano queda transfigurado y convertido en un ser sobrenatural: su cuerpo se convierte en templo vivo del Espíritu Santo y su alma en sagrario de la Santísima Trinidad, porque el sacramento realiza misteriosamente en él una transfiguración personal.
Transfiguración sacramental.
Cada sacramento que se recibe con las debidas disposiciones realiza en el alma una transfiguración sacramental por la gracia que comunica. Si el cristiano recibe el sacramento de la Penitencia, en estado de pecado mortal, su alma, desfigurada por el pecado, queda transfigurada en estado de gracia; y si lo recibe en gracia de Dios, su alma queda transfigurada en mayor gracia o gloria; y de la misma manera pasa cuando un cristiano recibe los otros sacramentos, llamados sacramentos de vivos, porque hay que recibirlos en estado vivo de la gracia de Dios. En la celebración de la Eucaristía se realiza una autentica transfiguración misteriosa, que se llama en teología transustanciación, porque el pan y el vino se cambian, se convierten o transfiguran en el Cuerpo y la sangre de Jesús.
Transfiguración teológica.
El cristiano durante toda su vida debe vivir transfigurado en sus actos: en la oración de estar y sobre la marcha, en el trabajo, en la acción apostólica, en el descanso, en el ocio, en la diversión, en la salud, en la enfermedad, en la niñez, juventud, edad adulta y en la llamada tercera o cuarta edad. Dice San Pablo que en la vida y en la muerte somos del Señor, y todo lo tenemos que hacer para la mayor gloria de Dios. En esto consiste la transfiguración teológica: en convertir la vida humana en vida divina, en santificar los actos humanos, en cristianar todas las cosas, en vivir transfigurado con Cristo, porque siempre que hacemos algo bueno o algo indiferente sobrenaturalizado, nos transfiguramos teológicamente.
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