sábado, 3 de febrero de 2024

Quinto domingo. Tiempo ordinario. ciclo B

 


Dios creó al hombre a su imagen y semejanza con un destino supremo, último, final, la glorificación de Dios y la participación eterna de Él en el Reino de los Cielos. Y para que él pudiera cumplir ese fin transcendente creó este mundo en el que vivimos, y en concreto, la Tierra; y se la entregó a Adán para que la cultivara, y siendo fiel a Dios, consiguiera luego la vida eterna, de la manera que la teología no conoce.

Pero Adán cometió el llamado pecado original y con él perdió el estado de santidad y justicia en que fue creado, quedando sometido  al desorden total en todo su ser, tanto en el cuerpo como en el alma: el error, el odio, la concupiscencia, el dolor y la muerte, quedando estropeados los planes de Dios. 

Entre los males que sobrevinieron al hombre, se hizo presente la injusticia social, de manera que en el mundo hay bastantes hombres que poseen mucho, son muy ricos y muchísimos que son muy pobres, contra la voluntad de Dios que quiere que toda la riqueza sea distribuida equitativamente entre los hombres en proporción justa, como medio para que el hombre pueda conseguir la felicidad eterna. 

Dios condena el hambre,  consecuencia injusta del pecado del hombre y de la administración política del poder. Es un hecho, tristemente comprobado, que hay en el mundo una tremenda desigualdad de posesión de bienes, que clama al Cielo,  de tal manera que millones de niños, hombres y mujeres se mueren de hambre, habiendo suficientes medios de producción en la Tierra para que todo el mundo tenga lo suficiente o necesario para vivir dignamente, como decía el Papa bueno, Juan XXIII ¿Por culpa de quién o  de quiénes? De todos los hombres en general, salvando las honrosas excepciones.  

Es verdad que el problema de garantizar el bien común integral corresponde, en primer lugar, a las  autoridades civiles, pero no es menos cierto que también a la Iglesia que trabaja por el bien común del hombre, hijo de Dios; y corresponde también a cada hombre que debe cumplir la justicia social. Por consiguiente, nadie debe excluirse del gravísimo problema de hambre que existe en el mundo.

Por providencia de Dios, nosotros hemos nacido en España y podemos decir que juntamente con nuestro nacimiento nació en nosotros la fe y la gracia de Jesucristo. En la guerra civil del 36 al 39, y en la postguerra, desde el año 1939 hasta el 1944, se pasó hambre en muchas regiones de nuestra Patria, como recordamos las personas muy mayores. Yo recuerdo, hermanos, que siendo pequeño, cuando era un niño piadoso, todavía sin vocación de sacerdote, pedía al Señor en la Comunión la gracia de poder comer pan a hartar, pues en mi familia éramos ocho hermanos, que con mi padre y mi madre nos sentábamos diez a la mesa, contando solamente con el sueldo de mi padre, que era un simple y honrado dependiente de comercio; y cuando ya era aspirante al sacerdocio, antes de ir al Seminario, cuando los niños vocacionables íbamos de excursión con el coadjutor de la Parroquia, que se llamaba D. Andrés Pinar Simarro, me pasaba dos o tres días ahorrando pan para el día de campo. Pues, bien, muchos de nosotros hemos pasado necesidad, pero hemos tenido siempre un plato de comida, por lo menos dos veces al día.

La Iglesia tiene la misión suprema de salvar al hombre, con el fin específico sobrenatural de la salvación eterna,  que incluye también los medios materiales y humanos  para conseguirlo; y tiene además el deber evangélico de atender a los más pobres, por mandato de Jesucristo. 

Nos podemos plantear algunas preguntas: ¿Qué puedo hacer yo en campaña contra el hambre en el mundo, si no tengo en mis manos el poder? ¿Cómo voy yo a dar algo si necesito todo o casi todo para vivir? Tal vez sea este tu caso, pero creo que todos  podemos dar, unos mucho, otros bastante y otros algo, teniendo en cuenta que Dios premia nuestra generosidad no por la cantidad de lo que damos, sino por la calidad del amor con que lo damos.  

Recordemos la anécdota de la mujer pobre del Evangelio que echó en el cepillo del templo todo lo que tenía, y Jesús advirtió a los apóstoles que dio más que los que echaban denarios en cantidad.  Si por ejemplo te privas de un postre, o del café de media mañana, o de la merienda de la media tarde; o comes un poco menos en las comidas, y el dinero que supone esa privación lo entregas para  la campaña contra el hambre, contribuyes a un bien social y cristiano, que no quedará sin recompensa en el Reino de los Cielos, y acaso también en la Tierra.  

El bautismo nos obliga a vivir en Dios y con Dios y a ser  hermanos, a compartir con los pobres nuestros bienes, que son también de ellos, en cierta medida. A nosotros nos sobran muchas cosas, mucha ropa que tenemos guardada en el armario para uso de nadie; nos sobra mucho dinero que no necesitamos para vivir ni para la previsión razonable del futuro, y lo tenemos ahorrado en el Banco para enriquecernos, y no es nuestro ni solamente para nosotros, pues es también de los pobres, en cierto sentido. 

Hay en el mundo mucha falta de comida para millones de hombres, mujeres y niños que se mueren de hambre inculpablemente; hay muchos niños que no saben leer ni escribir y no tienen colegios ni maestros que les ayuden a conseguir una cultura media en su País; hay muchos enfermos que necesitan y no disponen de hospitales, ni de medicinas ni de médicos que los curen; y muchos niños, hijos de nadie, abandonados, que no tienen una familia ni una sociedad digna y justa, y están abocados al dolor y a la muerte, por no tener orfanatos o casas de acogidas que los atiendan, al menos humanamente.  

Y además de todo esto, que es mucho, no tienen Iglesias ni misioneros que les enseñen a conocer y amar a Dios, a conocer a la  Virgen María, madre de todos los hombres, a rezar y a saber que existe un Dios, Padre, y que nos espera una vida eterna, llena de gozo en la visión y posesión de Dios eternamente, como premio a los males que se han sufrido con paciencia en esta vida, por culpa de la injusticia de los hombres.

Seamos generosos en la campaña contra el hambre que organiza Manos Unidas, dando para los pobres que pasan hambre no de los bienes que nos sobran, sino también de los que necesitamos, si es que queremos ser cristianos y compartir el amor de Dios entre los hombres. A todos vosotros, que habéis escuchado la Palabra de Dios, os pido con el corazón en la mano, y en nombre de la Iglesia un sacrificio de generosidad extrema en la aportación de dinero o bienes para la Campaña contra el hambre en el mundo.

1 comentario:

  1. Entre el texto y la foto hoy, creo que voy a vivir más plenamente este año el día de la campaña contra el hambre. Y aumentaré mi donativo.

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