sábado, 25 de mayo de 2024
Santísima Trinidad. Ciclo B
sábado, 18 de mayo de 2024
Pentecostés. Ciclo B
Sucedió este hecho cincuenta días después de resucitar Jesús y de manera espectacular, como nos refiere el Libro de los Hechos de los Apóstoles (Hech 2,1-11). De repente, dentro de la casa donde se encontraban los discípulos reunidos, que probablemente era el Cenáculo, se oyó un ruido espantoso, como de un viento recio, y aparecieron unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Con estos símbolos de viento y lenguas de fuego se significaba la infusión del Espíritu Santo en cada uno de los Apóstoles. Entonces, se produjo milagrosamente el hecho de cada Apóstol hablaba en la lengua que el Espíritu Santo le sugería, de manera que todos los oyentes, que eran muchos y de distintas lenguas, les entendían en su propio idioma con la admiración y el espanto de todos.
Aprovechando esta fiesta singular, os voy a hablar brevemente de los dones del Espíritu Santo.
Para mejor entender este tema, me parece conveniente recordar lo que todos sabemos, el significado de don.
Don, en general, es un regalo que una persona hace a otra por liberalidad, es decir porque quiere, y por benevolencia, es decir, con el fin de hacer bien a la persona que recibe gratuitamente el don. Se excluye, por tanto, toda obligación de justicia o recompensa por un trabajo que se hace.
Empezamos por decir que el Espíritu Santo, como Persona, es Dios, igual que el Padre y el Hijo, que son tres Personas distintas y solo Dios verdadero en la Santísima Trinidad, como sabemos por el catecismo elemental. Las tres divinas Personas realizan las mismas operaciones, pero a cada una de Ellas se le atribuye una acción específica diferente: al Padre la Creación, al Hijo la Redención y al Espíritu Santo la santificación de la Iglesia. Pero las tres Personas, como Dios, crean, redimen y santifican.
La liturgia llama al Espíritu Santo el don de Dios altísimo, como Persona en el seno íntimo de la Santísima Trinidad, que es Amor, el Dios Santificador, porque santifica o vivifica a todos los hombres, como si fuera el alma de la Iglesia, de manera parecida a como el alma vivifica el cuerpo. Por tanto, el Espíritu Santo es en sí mismo DON PERSONAL.
Del Espíritu Santo, como don en sí mismo personal, proceden todos los dones o bienes que existen, tanto en el orden natural como sobrenatural, que no son otra cosa que efectos totalmente gratuitos del infinito amor con que Dios nos ama trinitariamente. Por consiguiente, en sentido amplio, se puede decir que todo lo bueno que hemos recibido de Dios es don del Espíritu Santo. La Creación entera, el Universo, con todos los seres que existen, visibles e invisibles, son regalos de Dios Uno y Trino, dones físicos del Espíritu Santo. Pero en sentido teológico propio los dones que el Espíritu Santo nos regala son humanos, es decir se refieren al hombre. Se pueden clasificar en tres grupos:
- dones naturales humanos, corporales y espirituales, no sobrenaturales, que el Espíritu Santo concede a los hombres en su propio ser, en el cuerpo y en el alma, como por ejemplo la belleza, la fortaleza, la salud, la buena voz, las distintas aptitudes para realizar bien cosas pronto y con eficacia, el talento, memoria, sentido del arte en todas sus dimensiones etc...
- dones sobrenaturales que son las gracias actuales que el Espíritu Santo regala a los hombres, de maneras muy diferentes y de modo misterioso, que superando la capacidad del ser humano, no pertenecen al complejo sobrenatural de la gracia.
- y dones del Espíritu Santo en sentido propio que forman parte del complejo sobrenatural de la gracia.
Cuando recibimos el bautismo el Espíritu Santo nos infunde un organismo sobrenatural compuesto de gracia, fundamento de la vida espiritual, virtudes que son las potencias de operación sobrenatural y los dones del Espíritu Santo, como instrumentos de perfección o santidad.
De estos dones vamos a hablar brevemente.
Existencia de los dones del Espíritu Santo
Por la simple razón humana no se puede conocer la existencia de los dones del Espíritu Santo, sino por revelación. Los Catecismos de todos los tiempos, incluido también el Catecismo de la Iglesia Católica de Juan Pablo II, enseñan que son siete: “don de sabiduría, don de entendimiento, don de consejo, don de fortaleza, don de ciencia, don de piedad y don de temor de Dios. Estos dones completan y llevan a la perfección las virtudes de quienes los reciben y hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud las inspiraciones divinas”, como nos dice el Catecismo de Juan Pablo II (Cat 1831).
El fundamento de estos dones está basado en el profeta Isaías: “Espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejero y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Dios (Is 11,2). Falta el don de piedad, que ha sido incorporado por la doctrina de la Iglesia y de los teólogos escolásticos.
El Espíritu Santo santifica con sus siete dones, pero también con otros que la ciencia teológica no conoce, pues la infinita sabiduría y omnopotencia de Dios no se puede ceñir solamente a siete modos de santificar. Definamos cada uno de ellos, aunque no los expliquemos por razón del tiempo.
- El don de sabiduría no consiste en saber muchas cosas de Dios, en dominar la sabiduría teológica, sino en saborear los misterios de Dios por fe o con consolaciones.
- El don de entendimiento hace que la inteligencia de quien lo posee se llene del Espíritu Santo y discurra siempre sobre las verdades de fe, de manera que, sin estudios especiales, penetre y explique los misterios de Dios.
- El don de consejo comunica la ciencia de aconsejar bien en todos los problemas que se relacionan con la virtud, en orden a la santificación y la vida eterna, incluso también en los asuntos humanos.
- El don de fortaleza potencia al cristiano para defender la fe, vivirla y soportar todo tipo de pruebas y dificultades de la vida.
- El don de piedad excita en la voluntad, por instinto del Espíritu Santo, un afecto filial hacia Dios, considerado como Padre, y un sentimiento de fraternidad universal para con todos los hombres, en cuanto hermanos nuestros e hijos de Dios Padre.
- El don de temor de Dios regala al cristiano docilidad especial para someterse totalmente a la voluntad de Dios, cumpliendo los mandamientos, con temor al propio pecado, que puede merecer el castigo justo de Dios.
El Apóstol San Pablo, en la segunda lectura de la liturgia de hoy, nos dice que hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Por consiguiente, los dones del Espíritu Santo se conceden para el servicio de todos en funciones diferentes, es decir para el bien común de todos los miembros de la Iglesia, y no para uno mismo o en beneficio de unos cuantos.
Todos los cristianos, en virtud del sacramento del bautismo, como hemos dicho, poseemos todos los dones del Espíritu Santo, cuyo desarrollo depende de la medida del don que se nos regala y de la correspondencia que el cristiano lo secunda con oración y obras buenas.
Los dones del Espíritu Santo son diferentes a los carismas, que son dones del Espíritu Santo también, pero que concede a unos cuantos en bien de la Iglesia, como son, por ejemplo, las inspiraciones que los fundadores y otros cristianos reciben para fundar Institutos u obras de la Iglesia, a favor de algunos cristianos, no todos, para el bien de la Iglesia en general.
Pidamos al Espíritu Santo nos conceda la gracia de secundar con frutos los dones que hemos recibido del Espíritu Santo, con el fin de vivir en plenitud nuestra vocación cristiana, que es vocación de santidad.
sábado, 11 de mayo de 2024
Ascensión del Señor. Pascua. Ciclo B
LOS CIELOS NUEVOS Y LA TIERRA NUEVA
El Evangelio nos habla de este espectacular acontecimiento con imágenes vivas y espeluznantes que explican analógicamente la realidad de este suceso revelado, que ni siquiera se puede imaginar. ¿Cómo será? ¿Cuándo tendrá lugar? Nadie lo sabe, como nos dice el Evangelio:
“El sol se hará tinieblas, la luna no dará su esplendor, las estrellas caerán del Cielo, los astros se tambalearán... El día y la hora nadie los sabe, ni siquiera los ángeles del Cielo ni el Hijo, sólo y únicamente el Padre” (Mt 24,29-30.36)
Será, sin duda, ese singular acontecimiento un cambio radical y total del Cosmos y del mundo entero, cuya realidad deberá ser espantosa. Todos los astros: estrellas, planetas, satélites y demás cuerpos celestes que hay en el firmamento, que desconocemos y conocemos, sufrirán un cambio brusco en su ser y en su funcionamiento. Cesarán sus leyes físicas y serán sustituidas por otras metafísicas materiales de naturaleza desconocida, que el más sabio de los astrónomos no puede ni siquiera imaginar. La Tierra, el hermoso planeta azul en el que vivimos, santificado por la presencia de Jesús, en el que nació, vivió, murió y resucitó, sufrirá en sus entrañas una transformación espantosa en su constitución, en sus leyes y en su estructura exterior. La Tierra de entonces será sustancialmente la misma, pero perfeccionada al máximo, con características tal vez acomodadas para ser el habitáculo de los cuerpos gloriosos, como imaginan algunos teólogos.
“La Sagrada Escritura llama “cielos nuevos y tierra nueva” a esta renovación misteriosa que transformará la humanidad y el mundo (2 P 3,13;Ap 21,1)...En cuanto al cosmos, la Revelación afirma la profunda comunidad de destino del mundo material y del hombre... Así pues, el universo visible también está destinado a ser transformado, “a fin de que el mundo mismo restaurado a su primitivo estado, ya sin ningún obstáculo esté al servicio de los justos”, participando en su glorificación en Jesucristo resucitado” (Cat 1046-1047).
“Ignoramos el momento de la consumación de la tierra y de la humanidad, y no sabemos cómo se transformará el universo. Ciertamente, la figura de este mundo, deformada por el pecado, pasa, pero se nos enseña que Dios ha preparado una nueva morada y una nueva tierra en la que habita la justicia y cuya bienaventuranza llenará y superará todos los deseos de paz que se levantan en los corazones de los hombres” (GS,1)
LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS
La creencia en la resurrección de los muertos forma parte integral de los artículos de la fe, como afirmamos en el Credo de la iglesia Católica que rezamos en la Santa Misa: “Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro” Nadie que se considere católico de manera consecuente puede negar la verdad revelada de que Cristo nos resucitará en el último día (Jn 6,39-40).
Cuando morimos, el alma se separa del cuerpo y es juzgada por Dios en juicio particular con sentencia eterna, que será confirmada públicamente delante de todos los hombres en el día del juicio universal, al final de los tiempos. Y el cuerpo, muerto para la vida, volverá a la tierra, de la que fue hecho, para esperar el día de la resurrección de los muertos.
Cuando llegue el último día, el fin del mundo, todos los muertos “resucitarán con su propio cuerpo, que tienen ahora” (Conc de Letrán IV: DS 801), transformado en cuerpo de gloria (Flp 3,21), “en cuerpo espiritual” (1 Co 15,44; Cat 999).
La
resurrección de los muertos está íntimamente asociada a la Parusía de Cristo:
“El Señor mismo, a la señal dada por la voz de un
arcángel y al son de la trompeta de Dios, bajará del Cielo, y los muertos
unidos a Cristo resucitarán (1 Ts 4,16; Cat
1001).
Nadie sabe el día en que este acontecimiento espectacular tendrá lugar, ni tampoco cómo, porque no ha sido revelado. Este hecho sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe” (Cat 1000).
Esta es la sustancia de la fe católica respecto del dogma de la resurrección de los muertos. Todas las demás explicaciones son teorías de teólogos que hacen sus propios discursos, más o menos fundados, sobre estas verdades innegables.
Santo Tomás de Aquino, y con él la mayoría de los teólogos, piensa que resucitará el mismo cuerpo que tenemos ahora con su propia materia, numéricamente la misma. “Para que resucite el mismo hombre numéricamente, no se requiere que todo cuanto estuvo materialmente en él durante la vida se tome de nuevo, sino solamente lo suficiente para completar su debida cantidad”.
El Catecismo de San Pío V que recoge las doctrinas del
Concilio de Trento, dice que los cuerpos gloriosos gozarán de cuatro dotes
principales:
El cuerpo glorioso podrá trasladarse a sitios remotísimos, atravesando distancias fabulosas con la velocidad del pensamiento. Sin embargo, este movimiento, aunque rapidísimo, no será instantáneo.
Será un resplandor supranatural con más luminosidad que la más brillante de las estrellas.
Al estar resucitado el cuerpo, los sentidos tendrán su propia gloria, de modo que cada uno podrá ejercer, si quiere, su propia función, en grado eminente con gozo accidental, pues la glorificación esencial consistirá en la visión, posesión y gozo de Dios totalmente y para siempre. Santo Tomás de Aquino llegó a decir que las cicatrices de las llagas de Cristo y las de los mártires resplandecerán en el Cielo como focos que proyectarán luz sin deslumbrar con brillo especial.
sábado, 4 de mayo de 2024
Sexto domingo de Pascua. Ciclo B
Dios ha demostrado su amor al hombre creándolo a su imagen y semejanza y redimiéndole del pecado por medio de su Hijo que padeció, murió y resucitó para hacerle partícipe de su vida divina eternamente en el Cielo. Y para que esta maravilla pudiera llevarse a cabo instituyó los sacramentos, medios de comunicación de la gracia que el cristiano necesita para ser salvado.
Cada sacramento es una gracia especial de Dios que produce el efecto que el que lo recibe necesita. El hombre que nace en pecado original, muerto a la vida sobrenatural de la gracia, en el Bautismo recibe el perdón de pecado original y de los pecados personales, si los tuviere, y la sobrenaturaleza de la vida divina de la gracia, que es una participación de la misma naturaleza de Dios. En la Confirmación, el cristiano recibe la fortaleza del Espíritu Santo para vivir y defender su fe en medio de los múltiples peligros de la vida y tentaciones del enemigo. La Penitencia, sacramento de Reconciliación, perdona los pecados del hombre pecador y lo reconcilia con Dios y las Iglesia; la Eucaristía alimenta al hombre con el Cuerpo y la Sangre de Jesús para poder vivir en gracia y fortalecerse en sus debilidades espirituales; el Orden sacerdotal configura al cristiano en otro Cristo y le confiere poderes divinos para perdonar los pecados, consagrar el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús y para administrar la Unción de enfermos; y el matrimonio regala la gracia sacramental de Cristo a los que se unen en Cristo en una convivencia mutua cristiana de vida en orden a la procreación y educación de los hijos en familia cristiana.
Todos los sacramentos son pascuales en el sentido de que reciben toda su fuerza o gracia del misterio pascual de la Pasión y muerte del Señor. Pero de una manera especial, podríamos decir que la Unción de enfermos conforma al enfermo al misterio del dolor que Cristo padeció por nuestros pecados. En efecto, el enfermo se une a la pasión de Cristo y sufre con Él lo que faltaba a la pasión de Cristo en sus miembros. Cuando el enfermo sufre, con él sufre la Iglesia y se une al sufrimiento de Cristo con la esperanza de morir con Cristo y resucitar con Él.
La Unción de enfermos es un sacramento pascual no sólo porque lo estamos celebrando en tiempo de pascua, sino porque reproduce y actualiza el misterio pascual de la pasión y muerte del Señor, como sucede en cada uno de los sacramentos, con perspectiva a la Resurrección con Cristo. El Espíritu Santo por medio de este sacramento comunica la gracia sacramental al enfermo para pagar el débito de sus pecados, luchar contra las tentaciones y recibir el alivio y el consuelo sufrir con Cristo.
La Unción de enfermos no ha de ser considerada como la extremaunción que se recibe en los últimos instantes de la vida, cuando ya la ciencia nada tiene que hacer y es inminente la muerte, sino una unción sobrenatural que recibe el enfermo, consciente de que se prepara jubilosamente para el encuentro con Cristo en la Tierra, que terminará en la resurrección eterna en el Cielo.