sábado, 18 de mayo de 2024

Pentecostés. Ciclo B

 


Hoy celebramos la Solemnidad de Pentecostés, día en que el Espíritu Santo vino sobre los Apóstoles: el comienzo oficial de la Iglesia Católica.          

Sucedió este hecho cincuenta días después de resucitar Jesús y de manera espectacular, como nos refiere el Libro de los Hechos de los Apóstoles (Hech 2,1-11). De repente, dentro de la casa donde se encontraban los discípulos reunidos, que probablemente era el Cenáculo, se oyó un ruido espantoso, como de un viento recio, y aparecieron unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Con estos símbolos de viento y lenguas de fuego se significaba la infusión del Espíritu Santo en cada uno de los Apóstoles. Entonces, se produjo milagrosamente el hecho de cada Apóstol hablaba en la lengua que el Espíritu Santo le sugería, de manera que todos los oyentes, que eran muchos y de distintas lenguas, les entendían en su propio idioma con la admiración y el espanto de todos.

Aprovechando esta fiesta singular, os voy a hablar brevemente de los dones del Espíritu Santo.

Para mejor entender este tema, me parece conveniente recordar lo que todos sabemos, el significado de don. 

Don, en general, es un regalo que una persona hace a otra por liberalidad, es decir porque quiere, y por benevolencia, es decir, con el fin de hacer bien a la persona que recibe gratuitamente el don. Se excluye, por tanto, toda obligación de justicia o recompensa por un trabajo que se hace.

Empezamos por decir que el Espíritu Santo, como Persona, es Dios, igual que el Padre y el Hijo, que son tres Personas distintas y solo Dios verdadero en la Santísima Trinidad, como sabemos por el catecismo elemental. Las tres divinas Personas realizan las mismas operaciones, pero a cada una de Ellas se le atribuye una acción específica diferente: al Padre  la Creación, al Hijo la Redención y al Espíritu Santo la santificación de la Iglesia. Pero las tres  Personas, como Dios, crean, redimen y santifican.

La liturgia llama al Espíritu Santo el don de Dios altísimo, como Persona en el seno íntimo de la Santísima Trinidad, que es Amor, el Dios Santificador, porque santifica o vivifica a todos los hombres, como si fuera el alma de la Iglesia, de manera parecida a como el alma vivifica el cuerpo. Por tanto, el Espíritu Santo es en sí mismo DON PERSONAL.

Del Espíritu Santo, como don en sí mismo personal, proceden todos los dones o bienes que existen, tanto en el orden natural como sobrenatural, que no son otra cosa que efectos totalmente gratuitos del infinito amor con que Dios nos ama trinitariamente. Por consiguiente, en sentido amplio, se puede decir que todo lo bueno que hemos recibido de Dios es don del Espíritu Santo. La Creación entera, el Universo, con todos los seres que existen, visibles e invisibles, son regalos de Dios Uno y Trino, dones físicos del Espíritu Santo. Pero en sentido teológico propio los dones que el Espíritu Santo nos regala son humanos, es decir se refieren al hombre. Se pueden clasificar en tres grupos:

- dones naturales  humanos, corporales y espirituales, no sobrenaturales, que el Espíritu Santo concede a los hombres en su propio ser, en el cuerpo y en el alma, como por ejemplo la belleza, la fortaleza, la salud, la buena voz, las distintas aptitudes para realizar bien cosas pronto y con eficacia, el talento, memoria, sentido del arte en todas sus dimensiones etc...

- dones sobrenaturales que son las gracias actuales que el Espíritu Santo regala a los hombres, de maneras muy diferentes y de modo misterioso,  que superando la capacidad del ser humano, no pertenecen al complejo sobrenatural de la gracia.

- y dones del Espíritu Santo en sentido propio que forman parte del complejo sobrenatural de la gracia.

Cuando recibimos el bautismo el Espíritu Santo nos infunde un organismo sobrenatural compuesto de gracia, fundamento de la vida espiritual, virtudes que son las potencias de operación sobrenatural y los dones del Espíritu Santo, como instrumentos de perfección o santidad.

De estos dones vamos a  hablar brevemente.

Existencia de los dones del Espíritu Santo

Por la simple razón humana no se puede conocer la existencia de los dones del Espíritu Santo, sino por revelación. Los Catecismos de todos los tiempos, incluido también el Catecismo de la Iglesia Católica de Juan Pablo II, enseñan que son siete: “don de sabiduría, don de entendimiento, don de consejo, don de fortaleza, don de ciencia, don de piedad y don de temor de Dios. Estos dones completan y llevan a la perfección las virtudes de quienes los reciben y hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud las inspiraciones divinas”, como nos dice el Catecismo de Juan Pablo II (Cat 1831).

El fundamento de estos dones está basado en el profeta Isaías: “Espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejero y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Dios (Is 11,2). Falta el don de piedad, que ha sido incorporado por la doctrina de la Iglesia y de los teólogos escolásticos.

El Espíritu Santo santifica con sus siete dones, pero también  con otros que la ciencia teológica no conoce, pues la infinita sabiduría y omnopotencia de Dios no se puede ceñir solamente a siete modos de santificar. Definamos cada uno de ellos, aunque no los expliquemos por razón del tiempo. 

  • El don de sabiduría  no consiste en saber muchas cosas de Dios, en dominar la sabiduría teológica, sino en saborear los misterios de Dios por fe o con consolaciones.
  • El  don de entendimiento hace que la inteligencia de quien lo posee se llene del Espíritu Santo y discurra siempre sobre las verdades de fe, de manera que, sin estudios especiales, penetre y explique los misterios de Dios.
  • El don de consejo comunica la ciencia de aconsejar bien en todos los problemas que se relacionan con la virtud, en orden a la santificación y la vida eterna,  incluso también en los asuntos humanos.
  • El don de fortaleza potencia al cristiano para defender la fe, vivirla y soportar todo tipo de pruebas y dificultades de la vida.
  • El don de piedad excita en la voluntad, por instinto del Espíritu Santo, un afecto filial hacia Dios, considerado como Padre, y un sentimiento de fraternidad universal para con todos los hombres, en cuanto hermanos nuestros e hijos de Dios Padre.
  • El don de temor de Dios regala al cristiano docilidad especial para someterse totalmente a la voluntad de Dios, cumpliendo los mandamientos, con temor al propio pecado, que puede merecer el castigo justo de Dios.

El Apóstol San Pablo, en la segunda lectura de la liturgia de hoy, nos dice que hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Por consiguiente, los dones del Espíritu Santo se conceden para el servicio de todos en funciones diferentes, es decir para el bien común de todos los miembros de la Iglesia, y no para uno mismo o en beneficio de unos cuantos.

Todos los cristianos, en virtud del sacramento del bautismo, como hemos dicho, poseemos todos los dones del Espíritu Santo, cuyo desarrollo depende de la medida del don que se nos regala y de la correspondencia que el cristiano lo secunda  con oración y obras buenas.

Los dones del Espíritu Santo son diferentes a los carismas, que son dones del Espíritu Santo también, pero que concede a unos cuantos en bien de la Iglesia, como son, por ejemplo,  las inspiraciones que los fundadores y otros cristianos reciben para fundar Institutos u obras de la Iglesia, a favor de algunos cristianos, no todos, para el bien de la Iglesia en general.

Pidamos al Espíritu Santo nos conceda la gracia de secundar con frutos los dones que hemos recibido del Espíritu Santo, con el fin de vivir en plenitud nuestra vocación cristiana, que es vocación de santidad. 

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