sábado, 4 de mayo de 2024

Sexto domingo de Pascua. Ciclo B

 


Dios es el Ser increado, eterno, Ser necesario que tiene en sí mismo la razón de existir y es la causa de todo lo creado. Por tanto, no cabe dentro del entendimiento humano, como no caben todas las aguas de los Océanos, mares y ríos que hay en la Tierra dentro de un dedal. Por tanto, no puede ser entendido por ninguna criatura racional, y menos ser definido. La definición más perfecta que conocemos sobre lo que es Dios nos la da el Apóstol San Juan en su primera carta, que hoy la liturgia de la Palabra del sexto domingo de Pascua nos refiere en la segunda lectura: Dios es Amor. Luego el amor, amor verdadero, auténtico, espiritual, divino, que procede de Dios es lo más grande que existe.

Dios ha demostrado su amor al hombre creándolo a su imagen y semejanza y redimiéndole del pecado por medio de su Hijo que padeció, murió y resucitó para hacerle partícipe de su vida divina eternamente en el Cielo. Y para que esta maravilla pudiera llevarse a cabo instituyó los sacramentos, medios de comunicación de la gracia que el cristiano necesita para ser salvado.

Cada sacramento es una gracia especial de Dios que produce el efecto que el que lo recibe necesita. El hombre que nace en pecado original, muerto a la vida sobrenatural de la gracia, en el Bautismo recibe el perdón de pecado original y de los pecados personales, si los tuviere,  y la sobrenaturaleza de la vida divina de la gracia, que es una participación de la misma naturaleza de Dios. En la Confirmación, el cristiano recibe la fortaleza del Espíritu Santo para vivir y defender su fe en medio de los múltiples peligros de la vida y tentaciones del enemigo. La Penitencia, sacramento de Reconciliación, perdona los pecados del hombre pecador y lo reconcilia con Dios y las Iglesia; la Eucaristía alimenta al hombre con el Cuerpo y la Sangre de Jesús para poder vivir en gracia y fortalecerse en sus debilidades espirituales; el Orden sacerdotal configura al cristiano en otro Cristo y le confiere poderes divinos para perdonar los pecados, consagrar el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús y para administrar la Unción de enfermos; y el matrimonio regala la gracia sacramental de Cristo a los que se unen en Cristo en una convivencia mutua cristiana de vida en orden a la procreación y educación de los hijos en familia cristiana.

Todos los sacramentos son pascuales en el sentido de que reciben toda su fuerza o gracia del misterio pascual de la Pasión y muerte del Señor. Pero de una manera especial, podríamos decir que la Unción de enfermos conforma al enfermo al misterio del dolor que Cristo padeció por nuestros pecados. En efecto, el enfermo se une a la pasión de Cristo y sufre con Él lo que faltaba a la pasión de Cristo en sus miembros. Cuando el enfermo sufre, con él sufre la Iglesia y se une al sufrimiento de Cristo con la esperanza de morir con Cristo y resucitar con Él.

La Unción de enfermos es un sacramento pascual no sólo porque lo estamos celebrando en tiempo de pascua, sino porque reproduce y actualiza el misterio pascual de la pasión y muerte del Señor, como sucede en cada uno de los sacramentos, con perspectiva a la Resurrección con Cristo. El Espíritu Santo por medio de este sacramento comunica la gracia sacramental al enfermo para pagar el débito de sus pecados, luchar contra las tentaciones y recibir el alivio y el consuelo  sufrir con Cristo.

La Unción de enfermos no ha de ser considerada como la extremaunción que se recibe en los últimos instantes de la vida, cuando ya la ciencia nada tiene que hacer y es inminente la muerte, sino una unción sobrenatural que recibe el enfermo, consciente de que se prepara jubilosamente para el encuentro con Cristo en la Tierra, que terminará en la resurrección eterna en el Cielo.

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