¡Qué bueno es
el Señor!
En el salmo
responsorial de la Liturgia de la Palabra de este domingo el pueblo ha
proclamado una frase metafísica mente cierta y doctrinalmente dogmática:
¡Gustad y ved qué bueno es el Señor! Esta verdad indiscutible para la fe, la
razón humana no la entiende, porque siendo Dios Bondad eterna e infinita quiere
y permite muchos males que existen en el mundo. Aprovecho esta homilía
para explicar la bondad de Dios en todos los acontecimientos.
Dios es Amor,
Bondad infinita, y no puede obrar de otra manera que haciendo el bien.
Todas las cosas que existen y provienen de Dios directamente son buenas, porque
han sido creadas por Él con sabiduría infinitamente poderosa y bondadosa.
Reflexionemos.
El Universo con infinitos seres diversos en perfección, conocidos y por
conocer, son signos de la Bondad de Dios. La Tierra, con tantos seres creados
en relación íntima unos con otros formando un conjunto de maravillas
incomprensibles e inimaginables en su ser y funcionamiento, es un regalo de
Dios al hombre para que viviera en ella y la cultivara en estado de
justicia original; y al fin de un tiempo, si superara una prueba que se
desconoce, y no superó, fuera trasformado en cuerpo glorioso
para el Cielo. La Tierra después del pecado original fue el escenario de
la Redención, donde Jesucristo, Dios, se hizo hombre, vivió, enseñó el camino
del Cielo murió y resucitó. Al fin del mundo, la Tierra será transformada
en los Nuevos Cielos y la Nueva Tierra para ser eternidad y gozo de la
Santísima Trinidad, en unión de toda la Corte celestial. ¡Qué misterio de
Amor!
Dentro de esta
inconmensurable variedad de bienes, signo inequívoco de la sabiduría, poder y
bondad de Dios para el hombre, también existen males en el mundo.
¿Por qué? Hagamos algunas reflexiones.
¿Por qué existe
el mal en el mundo?
¿Cómo se
concilia el mal humano que Dios quiere o permite con la bondad infinita y
eterna de Dios?
El bien y el
mal son conceptos absolutos que hay que evaluar desde la fe, y no desde
la óptica miope del entendimiento humano. El bien absoluto es aquel que
nos conduce a Dios, y el mal absoluto el que nos separa de Él. Por lo que el
mal humano que Dios quiere no es un mal absoluto para el hombre sino un mal
relativo de medio para un bien supremo y último, que es la vida eterna
con Dios en el Cielo; y el bien humano que gusta y apetece, si nos aparta
de Dios, es un mal que nos conduce a la condenación eterna. En la planificación
eterna de la Creación existe una armonía de perfección conjunta en todas las
cosas, que están coordinadas y subordinadas jerárquicamente al fin último para
el que fueron creadas, que es la gloria de Dios, y al fin próximo que es la
salvación de todos los hombres. Y el mal que el hombre quiere es fruto de su
libertad, mal usada.
Existen
interrogantes sobre el mal, que no tienen respuesta humana.
¿Por qué hay
tantos enfermos incurables, físicos y psíquicos con dolores inaguantables, sin
esperanza, consuelo y sin remedio humano? ¿Por qué Dios quiere positivamente
tantas catástrofes naturales: inundaciones, terremotos, huracanes, erupciones
volcánicas...? Si vienen directamente de Dios, que es Bueno, sin ninguna
intervención humana ¿por qué los quiere? Porque no son males absolutos sino
males de medio para fines de bienes supremos y últimos, que sólo Dios conoce.
Valga un ejemplo con cierta analogía comparativa. Un padre que ama con locura a
su hijo quiere una difícil, complicada y dolorosa operación para él,
porque es un mal relativo de medio para un bien supremo que es la salud.
¿Por qué sufren
y mueren tantos niños inocentes por culpa de las injusticias humanas? ¿Por qué
existen tantos odios, injusticias, venganzas, asesinatos, secuestros, guerras?
Si Dios es bueno ¿por qué permite el mal en el mundo? Y si es
todopoderoso ¿por qué no remedia tantos males humanos que existen, pudiendo?
¿Cómo se concilia la bondad infinita de Dios con los males que Dios
permite en el mundo? La respuesta desde la fe es porque Dios creó al
hombre libre con capacidad de hacer el mal, que Dios no lo quiere y lo
permite para un bien supremo y universal y último que no se conoce. Estos males
humanos queridos por los hombres son relativos para bienes eternos que veremos
en el Cielo, y, sobre todo, al fin del mundo, donde todo se verá con
claridad evidente divina.
¿Por qué existe
la muerte?
¿Existe la vida
eterna? ¿Qué hay después de la muerte? Sobre estos angustiosos y
grandes interrogantes del hombre, que son evidentes, han pensado los más sabios
de todos los tiempos, sin que hayan encontrado respuesta humana que satisfaga.
Han discurrido los filósofos racionalistas buscando sus causas y han caído en
el ateísmo, escepticismo, pragmatismo, existencialismo o agnosticismo;
los “místicos” de las más diversas culturas religiosas han sostenido muchas
teorías con contradicciones y afirmaciones vagas, gratuitas y
peregrinas; el hedonismo se echa en manos de la buena vida, buscando el
bien en el placer y huyendo del mal humano, sin cuestionarse problemas que no
tienen solución, porque el mundo está mal hecho.
En definitiva,
el problema del mal a la luz de la razón ha sido, es y será siempre una
incógnita por despejar.
La fe católica
explica la existencia de la muerte de la siguiente manera:
El hombre
creado perfecto en santidad y justicia pecó, y por el pecado original vinieron
todos los males al mundo. Aquella misteriosa culpa, que tantas desgracias trajo
al mundo, motivó la encarnación del Hijo de Dios, su vida, muerte y
resurrección, que es un bien infinitamente superior al que Dios regaló al hombre
en su creación de santidad y justicia. Así lo dice la liturgia de la vigilia
del Sábado Santo en el pregón pascual: "Necesario fue el pecado de Adán,
que ha sido borrado por la muerte de Cristo. ¡Feliz culpa que mereció tal
Redentor!
El Concilio
Vaticano II recoge los grandes interrogantes del hombre con estas palabras:
"¿Qué es
el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar
de tantos progresos hechos, subsisten todavía? ¿Qué valor tienen las victorias
logradas a tan caro precio? ¿Qué puede dar el hombre a la Sociedad? ¿Qué puede
esperar de ella? Qué hay después de esta vida temporal?" (GS 10).
"El
hombre, en efecto, cuando examina su corazón, comprueba su inclinación al mal y
se siente anegado por muchos males, que no pueden tener origen en su Santo
Creador...La Iglesia, aleccionada por la revelación divina, afirma que el
hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz, situado más allá de las
fronteras de la miseria terrestre. La fe cristiana enseña que la muerte corporal,
que entró en la historia a consecuencia del pecado, será vencida, cuando el
omnipotente y misericordioso Salvador restituya al hombre en el estado de
salvación perdida por el pecado" (GS 13.18).
"Cree la
Iglesia que Cristo muerto y resucitado por todos da al hombre su luz y su
fuerza por el Espíritu Santo, a fin de que pueda responder a su máxima
vocación, y que no ha sido dado bajo el Cielo a la humanidad otro nombre en el
que sea necesario salvarse. Igualmente cree que la clave, el centro y el fin de
toda la historia humana se hallan en su Señor y Maestro. Afirma además la
Iglesia que bajo la superficie de lo cambiante hay muchas cosas permanentes,
que tienen su último fundamento en Cristo, quien existe ayer, hoy y para
siempre" (GS 10).
El mal que
ahora triunfa sobre el bien será aniquilado en el último día, cuando Jesús
vuelva al fin del mundo a poner definitivamente todas las cosas en su sitio y a
juzgar a los hombres sobre el amor a Dios y al prójimo (Mt 25,31 ss).
En conclusión.
Por encima de todos los males que existen en el mundo, los creyentes de fe
firme debemos bendecir a Dios en todo momento, porque todo lo que sucede
en este mundo, bueno y malo, en su última finalidad en un bien supremo último y
universal. Por consiguiente, bien hemos proclamado como respuesta a la
liturgia de la Palabra: Gustad y ved que bueno es el Señor.