sábado, 4 de enero de 2025

Segundo domingo de Navidad. Ciclo C


¡Qué difícil es entender las cosas de Dios! San Pablo nos dice que tenemos que pedir a Dios Padre espíritu de sabiduría y revelación, para conocer los misterios de Dios y que ilumine los ojos de nuestro corazón para que comprendamos cuál es la esperanza a la que hemos sido convocados.

Repito que es difícil conocer el misterio de Dios porque somos tan limitados en nuestro conocimiento y tan diversos en la posesión de la verdad, que es imposible conocer a Dios, verdad eterna y absoluta.

Los conceptos humanos no pueden explicar el misterio de Dios, que no cabe dentro del entendimiento humano, como no caben las aguas infinitas de los mares, océanos y ríos dentro de un dedal, cosa que es metafísicamente imposible.

Al querer explicar que en el principio existía la Palabra me encuentro, como siempre, con la gran dificultad del léxico, porque nosotros tenemos un concepto analógico del misterio de Dios ¿Qué se entiende en este caso por Palabra? ¿Qué significa la palabra estaba en el Padre y acampó entre nosotros?

Sabemos lo que es palabra en sentido gramatical y  lo que es persona con más o menos precisión filosófica, muy discutida y variada, pero cuando intentamos aplicar a Dios estos conceptos, nos encontramos con la absoluta dificultad de no poder entender nada, pues los esquemas de los conceptos humanos no se corresponden con los de Dios; y nos limitamos a aceptar  con fe lo que de ninguna manera se puede entender con la razón.

Aceptamos por la fe que en estos momentos asistimos al Sacrificio de la Santa Misa, actualización y repetición mística del mismo sacrificio que el Hijo de Dios, Jesucristo encarnado, ofreció a Dios Padre en el monte Calvario, para la redención de todos los hombres. Creemos por la fe que es verdad lo que no entendemos.

Nos apoyamos nada más que en la autoridad de Dios, con la certeza dogmática, que es superior a la certeza metafísica, de que no puede engañarse ni engañarnos. Todo cuanto se pueda pensar, decir y hasta imaginar de Dios es pura analogía, porque conocemos las cosas de Dios de manera comparativa. Por eso, el concepto que tenemos de Persona en Dios traspasa y transciende toda posibilidad de conocimiento creado y creable.

Santa Teresa de Jesús decía que ella pronunciaba el nombre de Dios y luego no sabía cómo explicarlo; y los mismos místicos que tienen experiencias de Dios, cuando quieren explicar sus sensibles conocimientos divinos no encuentran metáforas y ejemplos apropiados; y dicen: “es algo así como", dando a entender que es de otra manera, porque los misterios de Dios no se conocen, se aceptan por la fe y se viven con esperanza.

San Juan, el gran teólogo del Evangelio, dice que en el principio existía la Palabra, está hablando antes de la creación del mundo. Pero antes de la creación del mundo ¿que existía? Existía Dios en sí mismo, el Dios revelado, Dios Uno y Trino, Tres Personas divinas distintas y un solo Dios verdadero. Pero ¿qué será Persona en Dios?

Tenemos un concepto de persona humana, de naturaleza o esencia, que los filósofos discuten sin llegar a un acuerdo para su definición ¿Cómo se va a entender Persona, Hijo de Dios, Palabra del Padre? Por supuesto que no puede ser en sentido humano que el Hijo expresa lo que le comunica el Padre, porque el Padre y el Hijo son iguales en sabiduría, y Uno no sabe más que el Otro.

No es así, hermanos, el concepto de Palabra o Verbo en la Santísima Trinidad es diferente. Los grandes teólogos explican que el Hijo, la Palabra del Padre, al modo humano, es como la expresión del pensamiento del Padre, el Verbo, la Palabra, pero es como, que es lo mismo que no decir casi nada.

Lo importante, hermanos, no es entender el concepto de Palabra, sino vivir que el Hijo de Dios se ha hecho hombre para ser palabra o comunicación de los misterios de Dios para los hombres; y habitó entre nosotros o acampó entre nosotros, es decir que el Hijo de Dios, que era la misma divinidad con el Padre y el Espíritu Santo eternamente, se hizo hombre como nosotros, en todo menos en el pecado, para ser Palabra o comunicarnos la eterna felicidad a la que el hombre es llamado.

Lo único que sabemos es que Dios acampó entre nosotros para salvar a todos los hombres, a ti, a mí, al otro y al de mas allá, por las vías ordinarias de la Iglesia Católica o por las vías misteriosas del amor de Dios misericordioso; y, por lo tanto, debemos acampar en Dios escuchar al Hijo, que es la Palabra de Dios, vivir en su Palabra y de su Palabra para merecer el Cielo que Dios tiene preparado para los que crean Él.

Por consiguiente, sacamos una consecuencia: Si Dios, sin dejar de ser Dios, se hizo hombre, nosotros, sin dejar de ser hombres, debemos hacernos “dioses”. Para eso hemos de dejar el mundo y estar con Dios. Dejar el mundo no quiere decir meterse en un monasterio de clausura, lejos del mundanal ruido, sino dejar las cosas malas del mundo y estar con Dios.

              

1 comentario:

  1. Precioso D. Vicente, que desde el cielo nos siga predicando.

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