La Resurrección de Cristo es el tema principal que siempre ha predicado la Iglesia y tendrá que predicar hasta el fin de los siglos, porque es la primicia de nuestra resurrección futura en cuerpo glorioso, para gozar eternamente de la gloria de la Santísima Trinidad, por la que ahora luchamos desde la fe en la esperanza. Por tanto, vivamos ahora en el tiempo con Cristo resucitado los bienes de arriba, y no los de la tierra que nos esclavizan y llevan al pecado.
El cristiano que ha resucitado a la vida de la gracia, debe hacer que los bienes terrenales, sean bienes celestiales; debe caminar como peregrino por el desierto de la vida con los ojos puestos en Dios y con el corazón desapegado de todas las cosas; y utilizarlas para nos lleven a vivir en plenitud la resurrección de la vida de la gracia.
Es cierto que tenemos fe, como lo indica el hecho de que hoy hayamos venido todos a celebrar la Resurrección del Señor, pero tal vez nuestra fe esté salpicada de incertidumbres, de dudas por las duras pruebas de esta vida, como sucedió a María Magdalena, que había escuchado muchas veces de labios de Jesús que iba a ser entregado a los judíos y resucitar de entre los muertos, al tercer día. Y, sin embargo, cuando llegó al sepulcro y lo encuentra vacío, en lugar de cimentar su fe en la palabra del Señor, lo primero que se le ocurrió pensar es que habían robado el cuerpo de Jesús. Su amor a Jesús era indiscutible, pero su fe, humana, defectuosa, comprensible, puesto que todavía no había recibido la fortaleza del Espíritu Santo par creer sin titubeos.
Lo mismo sucedió a los Apóstoles Pedro y Pablo, discípulos preferidos de Jesús, que a pesar del amor que profesaban a su Maestro, necesitaban del Pentecostés del Espíritu Santo para que se fortaleciera su fe como una roca.
Así también nos pasa a nosotros, que tenemos fe, pero en el roce diario de nuestra vida y con el choque de los múltiples problemas que surgen en nuestro camino, dudamos y nuestra fe flaquea. Necesitamos el don de la fortaleza del Espíritu Santo para creer, para luchar, para superar todo tipo de pruebas y vencer todos los obstáculos. Debemos vivir en estado de fe la gracia de Dios, utilizando los bienes tierra como medio para vivir después eternamente los bienes del Cielo.
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