DOMINGO VI DE PASCUA (13 de Mayo 2012)
“Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios”
(Segunda lectura (Jn 4,7 Ciclo b).
La Palabra de Dios en la segunda lectura de la liturgia de la Palabra de este domingo nos propone el amor mutuo que los cristianos tenemos que tener unos con otros: “Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios para nuestra meditación con el fin de vivir la vida cristiana. Hagamos algunas reflexiones.
No existe nada más que un solo amor verdadero: Amor a Dios sobre todas las cosas, los demás mandamientos son medios para amar a Dios. Los diez mandamientos de la Ley de Dios se reducen a dos: Amar a Dios y al prójimo como a nosotros mismos. No son dos mandamientos con distinción real, sino dos aspectos distintos con distinción de razón del amor a Dios, copulativamente unidos: amor a Dios y amor al prójimo, y no separados disyuntivamente: amor a Dios o amor al prójimo. El amor a las cosas es un medio para amar a Dios. El amor a Dios en sí mismo, sin amor al prójimo es una psicopatía religiosa; en cambio, el amor al prójimo, sin amor a Dios, es amor humano, aunque en un sentido amplio es de alguna manera, aunque no se quiera, amor a Jesucristo, porque el prójimo es un miembro del Cuerpo Místico de Cristo, que es Dios: “Cuanto hicisteis a estos hermanos míos más pequeños, a mi me lo hicisteis” (Mt 25, 40),
El amor al prójimo es parte esencial del amor a Dios, el tema fundamental de la vida cristiana y el examen del juicio final (Mt 25, 31ss). No es necesario que el amor fraternal sea mutuo, pues se puede amar a otro por amor a Dios, desde la fe, sin ser amado por él. El amor correspondido o no correspondido por amor Dios adquiere categoría sobrenatural. El amor cristiano nace de Dios (1Jn 5,7), se vive personalmente, se demuestra comunitariamente en buenas obras, se extiende a todos los hombres, incluso a los enemigos, y a todas las cosas por amor a Dios, y revierte finalmente en Dios.
Precepto del amor al prójimo
El amor al prójimo antes es dado que mandado, como dice el Papa Benedicto XVI: “El amor puede ser mandado porque antes es dado” (Deus charitas est nº 14; 1 Jn 5,7).
Existen muchos textos en la Sagrada Escritura que prueban que el amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables. Citamos dos textos clásicos:
- “Quien ama a Dios ame también a su hermano” (1 Jn 4,21), porque el amor a Dios y al hermano es un mismo amor con dos versiones diferentes, como una sola medalla con el anverso y reverso o una moneda con la cara y la cruz.
- “Si alguno dice: amo a Dios, pero aborrece a su hermano, miente, pues el que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios a quien no ve” (1 Jn 5,20).
En el Antiguo Testamento muchos doctores de la Ley entendían que el prójimo era el israelita o el extranjero que moraba en Israel. En cambio, Jesucristo enseñó en el Nuevo que el amor al prójimo se extiende a todos los hombres, de manera que nadie puede ser excluido del amor cristiano. El amor mutuo entre los cristianos es signo de ser discípulo de Cristo y puede ser una ocasión para que puedan convertirse los que no creen en Dios: “En esto reconocerán todos que sois mis discípulos, en que os amáis unos a otros” (Jn 13, 35).
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