D0MIGO VIGESIMO TERCERO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO B día 9 de Septiembre
“Sed fuertes, no temáis” (Is 35,4)
La liturgia de la Palabra de Dios de este domingo, en la primea lectura del profeta Isaías, dice a los cobardes de corazón: Sed fuertes, no temáis. Esta frase nos invita a todos los cristianos a vivir con debilidades la virtud de la fortaleza, tema sobre el que facilito unas ideas en sus principales dimensiones para la oración, reflexión o una posible homilía.
Fortaleza, virtud humana
La fortaleza en sentido humano es la capacidad y firmeza que especiales personas tienen en el cuerpo o en el alma para afrontar problemas difíciles de todo tipo, solucionarlos con eficacia, sortear peligros, evadirlos con facilidad y sufrir dolores de toda clase con paciencia y equilibrio virtuosamente pacífico. En sentido amplio figurado es la aptitud y facilidad para el deporte, el arte, el oficio o la realización de obras maestras, sin escatimar tiempo ni esfuerzo, ni dinero, como dones naturales. Dios regala a quienes quiere y por razones providenciales estos dones en la naturaleza humana.
Fortaleza, virtud
La virtud de la fortaleza cristiana se infunde al cristiano, tal como es, en el bautismo, como virtud cardinal, se desarrolla con la gracia de Dios y el esfuerzo humano en el ejercicio de las buenas obras, y, por fin, florece en el Cielo en la visión y gozo de Dios eternamente.
Hay cristianos, temperamentalmente débiles, que su debilidad se convierte en fortaleza ante los graves peligros, persecuciones, fuertes dolores, incluso hasta el martirio para defender la fe; cristianos privilegiados que actúan con equilibrio temperamentalmente virtuoso en todos los actos de su vida, por cierto mimo de la gracia de Dios; y cristianos, humanamente fuertes, como castillos, que se derrumban ante el vuelo de un mosquito, por razones de debilidad humana o por no cultivar debidamente esta virtud.
El cristiano en su vida tiene que ejercer la virtud de la fortaleza para: defender la fe o una virtud especial escondida, solapadamente en el alma; atacar al enemigo en la lucha contra el pecado, vencer la tentación y no pecar; acometer la difícil, y a veces, heroica empresa de vivir en gracia para conseguir el cielo; correr deportivamente en el maratón de la santidad para llegar a la meta final de la vida en el puesto que haya merecido; y aceptar la voluntad de Dios en todo lo que ocurra: contrariedades de la vida, enfermedades, persecuciones, eventualidades adversas, acontecimientos tristes y gozosos, que hacen sufrir y gozar, en grado común, notable, sobresaliente, incluso en la muerte más horrorosa, con valentía cristiana, sin cobardía, indiferencia ante el peligro, ni audacia o temeridad por presunción de fuerzas temerarias que no tienen. Porque todo lo que sucede es gracia, menos el pecado, que también tiene su providencia divina.
Fortaleza, don del Espíritu Santo
El don de la fortaleza del Espíritu Santo tiene por misión robustecer la virtud de la fortaleza. Algunos cristianos realizan obras grandes, extraordinarias, espléndidas, admirables, encomiables y dignas de honor, como Santos Fundadores que crearon Institutos y Obras en la Iglesia que perduran siglos; emprenden y ejecutan obras no comunes y difíciles con cierta naturalidad, sin arredrarse ante la magnitud del trabajo difícil y costoso ni por los grandes gastos que conllevan; soportan con paciencia, sin tristeza de espíritu ni abatimiento de corazón los padecimientos físicos y morales que surgen en la vida ordinaria o extraordinaria, incluso el martirio horrible e ignominioso.
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