sábado, 15 de septiembre de 2012

                   

DOMINGO VIGÉSIMO CUARTO, TIEMPO ORDINARIO CICLO B 16 de  Septiembre
“Caminaré en la presencia de Dios en el país de la vida” (sal 114,1-2)

            Uno de los atributos que la teología católica atribuye a Dios es el de la inmensidad, que no significa que es grande en el sentido de magnitud y poder, sino infinito en su presencia en cada ser. Dios está presente en todas las cosas creadas, visibles e invisibles,  en el Cielo, en la Tierra y en todas partes para que existan y sean lo que tienen que ser; y presente sobre todo  y por encima de todas las cosas en el hombre de infinitas maneras.

Distintas presencias de Dios en el hombre
Expongo simplemente los hechos de la presencia de Dios en el hombre, dejando aparcado el modo como está, que es problema de debate en escuelas teológicas.
            Dios está presente:
- en todo hombre  con una presencia de imagen y semejanza por  creación,  y  es hijo de Dios;
- en el hombre no religioso en la presencia de la recta conciencia de su bien obrar;
- en el hombre religioso, no católico, en  la presencia de la buena fe con que profesa su religión con sincero corazón;
- en el cristiano católico en estado de gracia por una presencia de imagen y semejanza sobrenatural de Dios recibida en el bautismo por el que es verdadero hijo de Dios, partícipe de la misma vida divina analógicamente, heredero de su gloria y miembro del Cuerpo Místico;
- en el cristiano que está en pecado mortal por la   presencia de la fe en Dios, potencia sobrenatural con la que puede recuperar la gracia  en el sacramento de la Penitencia o en su suplencia por un  acto de contrición en caso de extrema necesidad;
- en el cristiano que ha perdido la fe por  una presencia de misericordia infinita.

            Vida del cristiano
            La vida del cristiano debe ser una peregrinación  en la tierra en el País de la vida, que es la Iglesia, camino del Cielo, para que sea lo que tiene que ser natural y sobrenaturalmente, porque amor con Amor se paga. Para que pueda conseguir este objetivo  cuenta con la gracia de Dios, muchas veces de manera misteriosa, a la que tiene que colaborar con sus buenas obras, que serán juzgadas por la infinita misericordia divina. El buen cristiano tiene que creer y vivir siempre en la presencia de Dios, aunque no entienda lo que  cree,  sea pecador,  tenga dudas, viva la fe con raquitismo de espíritu, medianías, miserias, debilidades y pecados, no sea siempre coherente con la fe que  profesa, ni con los principios cristianos que defiende. Porque Dios es Amor en  todos los acontecimientos de la vida, tristes y alegres, que son expresiones claras  de tu amor providente frecuentemente misterioso, aunque no  vea soluciones claras para los problemas de los hombres, ni entienda las injusticias del mundo, las catástrofes de la Naturaleza, causadas por Dios y ni vislumbre  futuros de horizontes negros para la Humanidad. Es necesario que el cristiano trabaje incansablemente, haciendo el bien desde el silencio, sin ser conocido especialmente por la gente, y sin que él mismo se entere del bien que hace. Tiene  que hacer porque  todo lo que haga sea para Dios y Dios sea todo en él; y que la infinita misericordia divina sea la única paga que  reciba en este mundo por las buenas obras que haya hecho; y en el otro, cuando tenga que rendir cuentas ante la divina presencia misericordiosa, se conforme   solamente con que Dios no le cobre lo que le deba.

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