viernes, 26 de julio de 2013

DOMINGO DÉCIMO  SÉPTIMO
TIEMPO ORDINARIO
“Señor, enséñanos a orar”

                ORACIÓN
        
         1 Oración
            2 Definición
3 Clases de oración

1 Oración
            La oración no es un  “concesionario” de gracias que se consiguen observando rigurosamente ciertas normas de ciencia experimental; ni un soborno espiritual por el que se obtienen de Dios favores a  cambio de oraciones, sacrificios, limosnas y ciertos actos, de modo condicional, final o causal: “te doy, si me das, te doy para que me des, y te doy porque me has dado”; ni una magia sacra de prestidigitación por la que se reciben gracias por el hábil manejo de fuerzas ocultas; ni un estudio piadoso  sobre la vida de Jesús o temas evangélicos; ni una petición de bellas oraciones compuestas con artificio literario que se presentan a Dios con presuntuosa ostentación, por el que se consiguen favores, como hacían los fariseos reprendidos por Jesús: "No os convirtáis en charlatanes como los paganos, que se imaginan que serán escuchados por su mucha palabrería. No hagáis como ellos porque vuestro Padre conoce las necesidades que tenéis antes de que vosotros se las pidáis" (Mt 6,7).
2 Definición
Aparcando las muchas definiciones clásicas que existen sobre la oración expongo la de Santa Teresa de Jesús: “Orar es tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”. Tratar es comunicarse con Dios de muchas maneras más que con las que los hombres nos comunicamos unos con otros: palabras, escritos, signos, arte, música. El hombre se comunica o trata con Dios además de la manera humana, cada uno como es, sabe y puede, mediante el lenguaje místico de pensamientos, deseos, afectos, sentimientos y  el corazón.
            La oración es fuerza sobrenatural que forma, reforma y transforma al hombre para que vea todas las cosas con los ojos de Dios; el quehacer supremo  del apostolado; el medio necesario para la santificación de la vida cristiana; la escuela del conocimiento de Cristo, del hombre y de la realidad de la vida.
3 Clases de oración
Se puede decir de modo genérico que hay tantas cases de oración como orantes, pues  cada uno ora como es,  de manera que la oración resulta personal. La tradición cristiana ha expresado tres modos principales de hacer la oración: la oración vocal, la meditación y la oración contemplativa, según enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (Cat compendio 568).
La oración vocal
La oración vocal consiste en rezar oraciones contenidas en la Biblia, compuestas por la Iglesia, los santos, autores cristianos, incluso inventadas por uno mismo que brotan de modo espontáneo  del corazón. Las oraciones más conocidas y populares son: el avemaría, el credo, la salve, el gloria, el ángelus, las oraciones de la mañana, de la noche, la bendición de la mesa, las oraciones antes y después de recibir la Comunión, el santo rosario, y el vía crucis.  La más importante de todas las oraciones es, sin duda, la oración del Padrenuestro, compuesta por Jesucristo. Contiene las siete gracias que debemos pedir para conseguir la vida eterna: que el nombre de Dios sea siempre santificado; venga a todos los hombres su reino; se cumpla siempre su santísima voluntad; nos dé Dios el pan nuestro de cada día y todos los bienes necesarios para la vida; el perdón de los pecados; no nos deje caer en la tentación; y nos libre Dios de todo mal.
            La mayor parte de la gente suele pedir gracias humanas y materiales, que son concedidas por Dios, si están subordinadas a la salvación eterna, según el juicio de Dios.
La meditación
La meditación es una reflexión orante, en la que  interviene la inteligencia, la imaginación, la emoción, el deseo de profundizar en nuestra fe y fortalecer la voluntad de seguir a Cristo; es una etapa preliminar hacia la unión de amor con el Señor (Cat 570).
A lo largo de la Historia de la Iglesia, en la antigüedad y después hasta la edad de oro han existido varios métodos de meditación, muy distintos y variados. A partir del siglo XVI se perfilaron los métodos de Fray Luis de Granada, San Pedro de Alcántara, el P. Jerónimo Gracián y otros. Se pueden concretar en seis partes: preparación, lección, meditación, contemplación, acción de gracias y petición. El método más clásico, recomendado por los Papas, es el de San Ignacio de Loyola en el libro de Ejercicios espirituales.  El método ignaciano se puede resumir en los siguientes puntos: aplicación de las tres potencias: memoria, entendimiento y voluntad; contemplación imaginaria de los misterios de la vida de Cristo; aplicación de los cinco sentidos; tres modos de orar: examen en torno a los mandamientos, pecados capitales etc; consideración de cada una de las palabras del Padre nuestro; oración al compás, que consiste en la repetición de frases o jaculatorias, mientras se va meditando  ellas; contemplación para alcanzar amor ascendiendo de las criaturas al Creador con reflexión.
La oración contemplativa
La oración contemplativa es una mirada sencilla a Dios en el silencio, un don de Dios, un momento de fe pura, durante el cual el que ora busca a Cristo, se entrega a la voluntad amorosa del Padre y recoge su ser bajo la acción del Espíritu Santo (Cat 571).
Contemplar en grado supremo es estar con Dios en un estado  elevado de íntima unión en el que toda la persona se sitúa en  un plano  superior, vive en un ambiente sobrenatural más o menos gozoso. Santa Teresa de Jesús decía que la "sublime contemplación de unión mística no consiste en sentir, sino en gozar sin entender lo que se goza. Basta un momento de unión contemplativa para que queden bien pagados todos los trabajos de la vida" (Vida 18-19).
            Hay que advertir que el fervor espiritual puede ser fruto de la consolación del Espíritu Santo o psicosis de un desviado sentimentalismo religioso, un desahogo psicológico, un refugio humano o un desequilibrio nervioso.  
Nadie piense que practicando la oración se consigue llegar a la contemplación mística, como opina un famoso escritor español del siglo pasado. El progreso en la ciencia de la oración depende fundamentalmente de la capacidad de gracia  recibida del Espíritu Santo y complementariamente de la colaboración humana.
Dios no valora más la oración del místico que se pierde "endiosado" en las altas esferas de la contemplación que la oración del pobre y humilde cristiano que sólo sabe orar rezando o hablando con Dios, a su manera.
            No busques el fervor sensible que te recoja, sino la gracia de Dios que alimente tu espíritu, aunque sea sin apetito o por vía de sonda mística: "Busca al Dios de los consuelos y no los consuelos de Dios", como decía Santa Teresa de Jesús.
La oración como es también un acto humano cuenta con la distracción, más o menos evitable o no evitable, pero no pierde su eficacia, como pasa con la obra que se está haciendo, que queda terminada y hasta perfecta, aunque mientras se está haciendo se piense en otras cosas.
La habitual contemplación de profundo recogimiento es una gracia singular que el Espíritu Santo regala a quienes quiere. Los orantes contemplativos no son más santos que los orantes activos  de contemplación apostólica. El que se habitúa a la vida de oración activa experimenta frecuentemente ráfagas de contemplación, más o menos permanentes o transitorias. La intimidad con Cristo se vive a solas sin compartirla con nadie. Sólo Dios puede sentirse a gusto en el secreto de tu corazón, que es el lugar donde Él se encuentra contigo mismo, sin que haya plaza para otro. "Cuando reces, entra en tu habitación, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está presente en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará (Mt 6,6)".

           





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