DOMINGO DECIMO SEXTO
TIEMPO ORDINARIO
MARTA Y MARÍA
1 Marta y
María
2 Marta y
María, símbolos de la vida consagrada
1 Marta y
María
Jesús tenía una amistad especial con una familia
rica, de Betania, profundamente religiosa, compuesta por tres hermanos: Lázaro,
Marta y María. Solía visitar esta casa
con relativa frecuencia, cuando ejercía el apostolado por las cercanías
de Jerusalén en los tiempos libres.
Marta
Me imagino que Marta era la hermana mayor de la
familia. Era como la segunda madre,
asumía la autoridad de la casa y ejercía el gobierno de la familia
fraterna y de la servidumbre, a falta de los padres que, pienso, no vivían.
Tendría menos de cuarenta años de edad. Deduzco este supuesto del hecho de
que fue quien recibió a Jesús en su casa
(Lc 10,38),
costumbre judía que correspondía al Jefe de la Casa.
Cuando Jesús llegó a Betania, Marta mandaría a los
criados colocar en el mejor salón de la vivienda los más cómodos y lujosos
divanes, adornar la estancia con suntuosidad, colocar la mejor mesa en el
comedor, y sobre ella la mantelería y la
vajilla más lujosa, piezas reservadas
para los ilustres visitantes, procurando que no faltara ni el más mínimo
detalle. Como buena ama de casa “andaba
muy atareada con los muchos servicios”
(Lc 10,40) con el fin de preparar un suntuoso banquete para
Jesús y tal vez también para sus discípulos. Era una mujer muy
trabajadora, enérgica, de temperamento sanguíneo, activa, dinámica,
siempre tenía que estar haciendo algo, sin poder estar quieta ni un momento. Cuando venía Jesús a comer a casa, le faltaban manos
para traer cosas a la mesa y pies para correr para que no faltara nada en la
mesa. Por eso, Jesús le dijo: “Marta,
Marta: andas inquieta y preocupada con muchas cosas: sólo una es necesaria” (Lc10, 41), pues con un aperitivo bastaba, porque en esta ocasión no
había venido a comer, sino a estar un rato con ellas y hablar de las cosas de
Dios.
María
Me imagino que María tendría alrededor de una
veintena de años. Era la hermana menor de los tres hermanos por naturaleza
intuitiva y de temperamento contemplativo. Cuando llegó Jesús a Betania, se
desentendió de los trabajos del banquete
que su hermana estaba preparando para Jesús, y se sentó a sus pies para
escuchar sus palabras (Lc 10,39).
Es evidente que ambas hermanas, Marta y María, amaban
a Jesús y tenían con Él la máxima confianza, cada una a su manera
temperamental. Marta encontrándose agobiada por las tareas del servicio, en
lugar de acudir a su hermana a pedirle ayuda, que hubiera sido lo más normal del
mundo, acude a Jesús y con cariñosa confianza fraterna le dijo:
Señor, ¿no
te importa que mi hermana me deje sola
en el trabajo? Dile que me eche una mano (Lc 10,40).
Lo lógico hubiera sido que ambas se ocuparan de las
tareas del trabajo, turnándose en estar con Jesús; y, luego durante la comida o
en la sobremesa las dos juntas escucharan la palabra de Dios.
Marta y María eran dos mujeres distintas que con su
propio temperamento amaban a Jesús y tenían con Él la máxima confianza. El
temperamento, normalmente equilibrado de la persona, no es una dificultad para la virtud sino más bien un medio eficaz, que es necesario educar y perfeccionar con
sacrificio personal y comunitario en la lucha de cada día. El temperamento
ideal no existe en teoría, porque en la práctica para cada uno el suyo es el
mejor, porque Dios se lo ha concedido para los mejores fines. La santidad,
siendo objetivamente la misma en su esencia, resulta en concreto personal. La
personalidad de uno no gusta a todos, ni siquiera la divina de Jesús gustó a
todos, como sabemos por el Evangelio.
Aunque uno sea santo, por su manera de ser vivida temperamentalmente, no
gusta a los que son de otra manera; y esto se ve mejor en la convivencia. Los
mismos santos en la convivencia se ocasionan dificultades unos a otros por la manera de ser de cada uno y el modo de vivir la santidad, incluso con
el mismo carisma. Procura no ser tú causa de mortificación para nadie, pero
inevitablemente serás ocasión de molestias o sufrimientos para algunos o muchos,
por muy santo que seas. Lo importante en la vida cristiana y en la vida
consagrada es amar a Jesús cada uno como es, y no como es el otro o le gusta a
otros. Querer ser como es el otro es
tratar de enmendar la plana al Creador y estropear la obra de Dios en cada
persona.
2 Marta y
María, símbolos de la vida consagrada
Marta y María son dos maneras de vivir la
consagración a Dios en el mundo o en la vida religiosa. Marta es modelo de vida
activa, fundamentada en la contemplación, pues hacer sin orar es humanizar o
deshacer, pero no apostolizar, y frecuentemente actuar por gusto. María suele
ser símbolo de vida contemplativa en el mundo o en vida consagrada, pero debe
estar hermanada con el trabajo y en vida fraterna complementada con el trabajo,
pues orar sin hacer es neurastenia psicológica o espiritual. No es mejor una
vida que otra, sino distintas, las dos igualmente buenas.
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