DOMINGO VIGÉSIMO NOVENO TIEMPO ORDINARIO CICLO B
21 DE OCTUBRE
“Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda” (Mc 10,37)
Santiago y Juan,
Hijos de Zebedeo
Los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, pidieron a Jesús una gracia presuntuosa: sentarse en la gloria en los primeros puestos, uno a la derecha y otro a la izquierda, sin saber lo que pedían, pero dispuestos a todo.
Los discípulos del Señor fueron hombres normales, de carne y hueso, como nosotros, y no superdotados, lumbreras en cualidades y virtudes en lo humano, ni genios de este mundo. Tenían sus defectos temperamentales, miserias y debilidades en el ser y en el obrar: ambiciones, envidias, sentimientos de rencores, celos, impaciencias, flaquezas temperamentales, miserias y pecados, como aparece claramente en el Evangelio. Pero tenían también un corazón de oro, buena voluntad y deseos de seguir a Jesucristo a pie juntillas con todas las consecuencias. Era una postura justificable, comprensible, humana, y en cierto sentido cristiana, como le pasa a cualquier persona virtuosa, querer ser el primero en el colegio, en el Instituto, en la Universidad, en el trabajo, en la Sociedad y hasta en la política dentro de los propios límites virtuosos de la justicia y caridad, pero ocupar los dos primeros puestos en el Reino de los Cielos es un designio de Dios, Padre.
No sabemos lo que pedimos, pues lo mejor no es lo que uno quiere, desea, pide o le gusta, sino lo que Dios quiere en orden a la vida eterna. La felicidad no consiste en ser alguien importante en este mundo, tener riquezas, poder, poseer honores, sino en cumplir la voluntad de Dios de cualquier manera que se manifieste. Es lícito, bueno, cristiano y obligatorio trabajar por ser lo que uno pueda ser en bien propio, de la familia, de la Iglesia y de la Sociedad, como medio de santificación con sacrificios y renuncias. Pero Dios no siempre nos concede lo que queremos sino lo que necesitamos porque “nosotros no sabemos pedir como conviene” (Rm 8,26). Nuestra vida está planificada con la sabiduría y bondad de Dios por su providencia divina, que maneja todos los acontecimientos con arreglo a un fin establecido eternamente en orden a la Creación y Redención y bien de todos los hombres. Los hijos de Zebedeo no entendieron el sentido completo de lo que pedían a Jesús, por eso les preguntó: ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber? Jesús les hace ver que lo que pedían era el martirio y no un puesto en el Reino de los Cielos. Los discípulos respondieron resueltamente con verdad pero con ignorancia de lo que pedían: “Lo somos”. Respuesta acertada porque el amor que profesaban a Jesús era auténtico y con disposición a seguir al Maestro pase lo que pase y pese a quien pese.
No sabemos lo que pedimos, pues lo mejor no es lo que uno quiere, desea, pide o le gusta, sino lo que Dios quiere en orden a la vida eterna. La felicidad no consiste en ser alguien importante en este mundo, tener riquezas, poder, poseer honores, sino en cumplir la voluntad de Dios de cualquier manera que se manifieste. Es lícito, bueno, cristiano y obligatorio trabajar por ser lo que uno pueda ser en bien propio, de la familia, de la Iglesia y de la Sociedad, como medio de santificación con sacrificios y renuncias. Pero Dios no siempre nos concede lo que queremos sino lo que necesitamos porque “nosotros no sabemos pedir como conviene” (Rm 8,26). Nuestra vida está planificada con la sabiduría y bondad de Dios por su providencia divina, que maneja todos los acontecimientos con arreglo a un fin establecido eternamente en orden a la Creación y Redención y bien de todos los hombres. Los hijos de Zebedeo no entendieron el sentido completo de lo que pedían a Jesús, por eso les preguntó: ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber? Jesús les hace ver que lo que pedían era el martirio y no un puesto en el Reino de los Cielos. Los discípulos respondieron resueltamente con verdad pero con ignorancia de lo que pedían: “Lo somos”. Respuesta acertada porque el amor que profesaban a Jesús era auténtico y con disposición a seguir al Maestro pase lo que pase y pese a quien pese.
La vocación cristiana, y sobre todo la consagrada, consiste en seguir a Cristo con los ojos cerrados, y agarrado de su mano correr la aventura de lo desconocido. Cuando una persona decide seguir a Jesucristo, acepta todo lo que le pueda pasar, sin arrepentirse después de lo que vaya a pasar. Pero si una persona cristiana o consagrada, cuando viene la contrariedad o el dolor dice: si yo hubiera sabido lo que tenía que pasar no hubiera dado el paso de seguir a Jesucristo, se trata de una equivocación, ilusión o tentación pasajera vencible, pues hay que vivir contento y alegre con la vocación que se ha recibido del Espíritu Santo en todo lo que suceda, pues sufrir con Cristo es identificarse con Él en su vida, pasión y muerte.
“Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan”.
Es humana y comprensiva esta reacción de enfado envidioso de sus compañeros con ellos, porque sus ambiciones chocaban con las suyas, porque eran las mismas o parecidas. Jesús respondió diciendo que el puesto en el Cielo era misión del Padre y no suya. La Gloria que merecemos en el Cielo es esencialmente la misma para todos los bienaventurados: la visión y gozo de Dios, Uno y Trino total, pero la visión y gozo personal es distinta, según los méritos de cada uno ha merecido, según la justicia misericordiosa de Dios Padre.
DOMUND
Hoy celebramos el domingo mundial de la propagación de la fe, día en que todos los cristianos del mundo nos unimos con nuestras oraciones, sacrificios, obras buenas y donativos para ayudar a los misioneros que viven en Países paganos trabajando para conseguir que el Espíritu Santo regale la fe cristiana a quienes no la tienen. Porque todos somos Iglesia y somos misioneros, unos de una manera y otros de otra.
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