sábado, 6 de octubre de 2018

Domingo Vigésimo séptimo. Tiempo ordinario, Ciclo B


DOMINGO VIGÉSIMO SÉPTIMO
TIEMPO ORDINARIO, CICLO B
 7 DE OCTUBRE
“Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne” (Mc 10, 7)

MATRIMONIO CATÓLICO
En la primera lectura de la liturgia de la Palabra de este domingo se nos dice que Dios después de haber creado  al hombre y a la mujer instituyó el matrimonio con estas palabras: “Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”. La versión de este texto en la Biblia de la Conferencia Episcopal Española no dice abandonará el hombre a su padre y a su madre,  sino dejará, que a mí me parece traducción más perfecta en sentido lingüístico y teológico, porque el hombre que se casa no abandona a su padre y a su madre, sino los deja para ser con una mujer una sola carne en el matrimonio, instituido por Dios en el Paraíso Terrenal, y elevado por Jesucristo a la dignidad de sacramento.
El tema de esta homilía va a versar sobre el matrimonio católico. Trataré primero su naturaleza en sentido negativo  y después en positivo.

Naturaleza del matrimonio en sentido negativo
El matrimonio católico no es:
- un compromiso privado que un hombre y una mujer hacen para vivir juntos matrimonialmente sin ningún vínculo civil ni religioso;
- el llamado impropiamente matrimonio homosexual, contrario a la naturaleza y fines del matrimonio;
  ni una convivencia matrimonial de un hombre con una mujer  para compartir una misma vida para todo;
- ni un matrimonio  civil;
- ni un matrimonio religioso en el sentido amplio de la palabra.

Naturaleza del matrimonio en sentido positivo
El matrimonio católico es una unión de un hombre con una mujer que Dios creó para que fueran  procreadores del genero humano.
El Código de Derecho Canónico (c. 1055,1) define la naturaleza del Sacramento del Matrimonio con estas palabras: Es “la alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole,  elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados”.  
Fundamento del matrimonio
El fundamento del matrimonio es el amor verdadero, recíproco del uno al otro, porque el amor de uno sin la correspondencia del otro es más dolor que gozo. El amor verdadero en el matrimonio consiste más en darse  que en dar, porque el que se da, da también, sin esperar nada a cambio.  Darse al otro es morir al propio yo y regalar la propia vida con sacrificios en favor de la persona amada.
El amor recíproco en el matrimonio cristiano tiene que tener un parecido al amor de una buena madre con el hijo, que ve sus defectos y pecados, y los justifica por la manera de ser,  el ambiente de la Sociedad, los amigotes,  la política del momento histórico y por otras muchas causas. Justifica sus defectos y pecados que tiene con la compensación de otras cualidades y virtudes que posee,  porque el amor todo lo excusa.
El verdadero  amor en el matrimonio consiste en amar a la persona, tal como es en sí misma, con sus cualidades y defectos, y no como gustaría que fuera. Supone aceptación, sacrificio, comprensión y renuncias. El esposo tiene que  comprender a la mujer con quien se casa, que es única, con su propia personalidad física, psicológica y espiritual, mujer como las demás,  pero distinta a todas; y de la misma manera la mujer  tiene que  comprender que su esposo es un hombre, como todos los demás, con su propia personalidad, con propiedades masculinas comunes, pero único.
Aunque es muy aconsejable que para la felicidad matrimonial ambos tengan iguales o parecidos ideales, no es absolutamente necesario, porque el verdadero amor no tiene barreras, sobrepasa todos  los ideales y defectos de la persona amada, y los soporta por amor, cosa que suele ser muy difícil en la realidad.
Podríamos comparar el amor en el matrimonio con el fundamento del edificio. Lo que es el fundamento al edificio es el amor al matrimonio: principio de unidad y consistencia. No es lo mismo construir un edificio de una sola planta  que requiere cimientos básicos que un rascacielos que necesita un fundamento de profundo subsuelo y especial ciencia arquitectónica en la construcción.
El matrimonio no es un estado de la felicidad, sino un medio para conseguirla, como tampoco es el sacerdocio ni la vida consagrada, que son medios para conseguirla con vocación y sacrificios. El matrimonio es un medio para la felicidad humana relativa, que es difícil, complicada, sacrificada y con muchas renuncias. Vivido con egoísmo sexual no alimenta el amor sino crea el cáncer de la pasión de la carne, solamente curable por una gracia especial o un milagro.   
San Pablo mandaba en nombre de Cristo que los maridos deben amar a sus mujeres, como Cristo amó a su Iglesia: “Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla” (Ef 5, 25-26), porque el matrimonio expresa el amor y la unión entre Cristo y la Iglesia. Por consiguiente, los esposos se deben ayudar mutuamente, tanto en lo próspero como en lo adverso, para santificarse mutuamente, porque el sacramento del matrimonio es una Iglesia doméstica.
Propiedades esenciales del matrimonio
Las propiedades esenciales del matrimonio son Unidad e Indisolubilidad: uno con una y para siempre.  La Iglesia admite la separación física  de los esposos y la anulación del vínculo por medio del tribunal eclesiástico. Los bautizados casados por lo civil y divorciados que contraen civilmente nuevo matrimonio no pueden confesarse ni acceder a la comunión eucarística, ni tampoco ejercer  responsabilidades eclesiales. Sin embargo, pueden asistir al sacrificio de la Santa Misa, oír la palabra de Dios, hacer oración, ejercer obras de caridad,  educar a los hijos en la fe católica de la manera que sea posible. 
Ministro del sacramento
Los contrayentes son los ministros del matrimonio. El obispo, el sacerdote y el diácono son los testigos oficiales de la Iglesia para que el acto sea sacramento.  El obispo puede designar a laicos, bien formados y ejemplares en vida de oración, piedad, y modelos en reputación pública, para asistir a los matrimonios en casos especiales, donde no haya sacerdotes ni diáconos, principalmente en países de misión. 


El sacramento del matrimonio debe celebrarse  ordinariamente dentro de la Santa Misa en virtud del vínculo que todos los sacramentos tienen con la Eucaristía, pues los esposos sellan su consentimiento en darse el uno al otro mediante la ofrenda de sus propias vidas (Cat 1621). Por razones pastorales se puede celebrar también fuera de la Santa Misa. Para que el sacramento sea fructuoso se requiere que los esposos lo reciban en estado de gracia, si bien el matrimonio es válido, aunque ilícito, si se recibe en pecado mortal.

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