DOMINGO TRIGÉSIMO TIEMPO ORDINARIO CICLO B
28 DE OCTUBRE
28 DE OCTUBRE
Ciego de Jericó
Probablemente
Jesús realizó el milagro del ciego de Jericó a finales del tercer año
de su vida pública, cuando se dirigía a Jerusalén para consumar el
sacrificio de la cruz. Jericó fue el lugar donde Jesús realizó en otra ocasión la conversión de Zaqueo. San Mateo (20, 29) dice que Jesús curó a dos ciegos al salir de Jericó. San Marcos habla de un mendigo ciego que se llamaba Bartimeo, y San Lucas (Lc 18 ,35) también uno
solo ciego, al entrar en Jericó. Ante estas pequeñas diferencias de
narración evangélica caben dos preguntas: ¿Cuántos eran los ciegos que
curó Jesús en Jericó y en qué momento?
Algunos
intérpretes del Evangelio dicen que fueron tres ciegos los que curó
Jesús, en dos ciudades distintas llamadas Jericó, que existían entonces,
a corta distancia una de otra. Pero lo más probable parece que fueron dos al salir de Jericó, y el más conocido de los dos por la gente se llamaba Bartimeo.
Dejando aparcado este pequeño problema histórico, propio para los especialistas del Evangelio, que no atañe a la sustancia del milagro, vamos a hacer un comentario espiritual según el texto que hemos elegido de San Marcos.
Jesús acompañado de un cortejo triunfal se dirigía a Jerusalén para celebrar la Pascua. Al salir de Jericó, el ciego Bartimeo (el hijo de Timeo) estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna, como
hacían los ciegos y pobres en vísperas de la Fiesta en el tiempo de
Jesús. Al oír los pasos y el griterío de los que pasaban, que
perturbaban ruidosamente el ambiente, preguntó cuál era la causa de aquel
alboroto. Y le respondieron:
Es que pasa Jesús Nazareno.
Entonces a Bartimeo que había
oído hablar de Jesús de Nazaret, como gran profeta y prestigioso
taumaturgo, le dio un vuelco el corazón y con fe profunda empezó a gritar reiteradamente hasta enronquecer:
“Hijo de David, ten misericordia de mí”, título mesiánico, que me hace pensar que Bartimeo tenía mucha fe en Jesús, el Mesías, profeta que entusiasmaba a la gente con su Palabra y prodigiosos milagros, pero no sabía que era Dios.
Muchos de los que acompañaban a Jesús le regañaron con palabras y gestos desentonados,
rogándole que se callara, pues tan ilustre personaje merecía un respeto
especial y no podía ser molestado por los desagradables gritos de un
pobre mendigo ciego. Pero Bartimeo en lugar de callar, como parecía lo
más natural del mundo, continuó gritando cada vez con más fuerza y vehemencia:
“Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí”, porque por la fe profunda que tenía en el Mesías estaba seguro de que le iba a curar la ceguera; y motivado
por una fuerza interior sobrenatural repetía incansablemente la misma
petición. Mientras tanto Jesús seguía su camino dando la impresión
aparente de no escuchar los gritos de súplica de aquel pobre ciego, que molestaba
a muchos, extrañaba a bastantes, y escandalizaba a algunos. Pero llegó
un momento en que Jesús se paró en seco, se le rompió el corazón, y dijo:
“Llamadlo”.
Llamaron al ciego diciéndole: “Ánimo, levántate, que Jesús te llama”.
Cuando Bartimeo supo que Jesús le llamaba, la alegría fue tan grande y expresiva que la describe el evangelista con tres verbos de movimiento: “soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús”. Cuando estuvo en su presencia, Jesús le dijo:
¿Qué quieres que haga por ti?
El ciego le contestó:
Maestro, que pueda ver.
Jesús le dijo:
“Anda tu fe te ha curado”. Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.
La
fe en Jesús no es efecto del esfuerzo humano, ni solamente fruto de las
buenas obras, ni consecuencia de la educación religiosa, familiar o
social, ni del ambiente cristiano, circunstancias que influyen mucho
para la fe, pero no la causan, porque es obra de la gracia divina del Espíritu Santo. Con milagros y sin ellos Dios, infinitamente
sabio y poderoso, convierte a los hombres de muchas maneras, conocidas y
desconocidas por la Iglesia por fines supremos, ocultos para el hombre.
Si tú y yo tenemos fe, se debe a la infinita sabiduría misericordiosa de Dios, que
se ha valido de muchos medios para que creamos en Él. Pero tenemos que
conservarla y aumentarla, porque se puede menguar o desaparecer.
Símbolos de la ceguera corporal
Simbolizando espiritualmente la ceguera de Bartimeo, podíamos decir que hay dos clases de ceguera: ceguera espiritual y ceguera moral.
Ceguera espiritual de fe
Tienen
ceguera espiritual de fe total los ateos, agnósticos y aquellas
personas que prácticamente viven como si Dos no existiera. Y necesitan
el milagro de la fe.
Muchos cristianos la tienen prendida con alfileres y otros la viven humanamente con mezclas y errores humanos. Como todos estamos ciegos o cegatos en la fe, al estilo del ciego de Jericó salgamos al encuentro de Jesús que está siempre pasando por nuestro camino, y gritémosle insistentemente: ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí! Y si tenemos fe en Él y hacemos lo que podemos y debemos, curará nuestra ceguera.
Si tienes fe en raquítica medida, y ves las realidades de la vida con la miopía de la razón o del corazón, y no con los ojos de Dios, estás cegato. En este caso, cuando pase Jesús en tu camino pídele con humildad y confianza: Hijo de David, ten misericordia de mí. Y cuando te llame y te diga: ¿Qué quieres que haga por ti? Respóndele resueltamente y con ánimo de seguirle de verdad: ¡Señor, que vea!
Ceguera moral
Tal vez tu ceguera no sea de fe, sino moral: la ceguera de la sexualidad, del poder, del dinero, de la ira, de la soberbia, de la envidia, del genio, de mal carácter o de cualquier otra pasión dominante, por razones congénitas o consecuencia de pecados, acude a Jesús y grítale: Maestro, que pueda ver. Y Jesús te comprenderá y dirá como al ciego de Jericó: “Anda tu fe te ha curado”. Y curada tu ceguera, síguele por el camino.
SEÑOR, QUE YO VEA
Haz, Señor, que yo vea
la ceguera de mis ojos,
saturados de soberbia,
que no ven bien las cosas,
teniendo yo vista buena.
Haz, Señor, que yo vea
la miseria de mi nada,
la ignorancia de mi ciencia,
los pecados de mi ceguera.
Haz, Señor, que yo vea
la tristeza de mi vida,
recargada de miserias,
pues mi alma se me muere,
si le falta tu presencia.
Haz, Señor, que yo vea
las pasiones que me aplastan
que necesitan tu clemencia.
Haz, Señor, que yo sienta
la caricia de tu brisa
de tu misericordia divina,
pues está seca mi alma
sin la lluvia de tu gracia.
Haz, Señor, que yo vea.
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