DOMINGO VIGÉSIMO OCTAVO
TIEMPO ORDINARIO, CICLO B
14 DE OCTUBRE
EL JOVEN RICO
Situemos el episodio del Evangelio dentro del probable marco de su momento histórico. Según los expertos del Evangelio Concordado sucedió este hecho a finales del tercer año de la vida pública de Jesús, después del encantador episodio que Jesús tuvo con los niños en una casa de la comarca de Perea. (Mc 10,14-16).
EL JOVEN RICO
Situemos el episodio del Evangelio dentro del probable marco de su momento histórico. Según los expertos del Evangelio Concordado sucedió este hecho a finales del tercer año de la vida pública de Jesús, después del encantador episodio que Jesús tuvo con los niños en una casa de la comarca de Perea. (Mc 10,14-16).
Cuando Jesús salió de la casa, se dirigió hacia Jerusalén, y sucedió que en el camino un joven rico, judío íntegro por los cuatro costados, fiel cumplidor de la ley de Moisés, amante de las tradiciones de su pueblo, sin pensarlo dos veces, echó a correr al encuentro de Jesús y tan pronto como llegó a su presencia, venciendo todo respeto humano, se arrodilló ante Él y con devota y sentida emoción le dijo:
¿Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?
Jesús le contestó:
“Ya sabes, cumple los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre”.
El joven, orgulloso de ser fiel y ejemplar cumplidor de la ley divina, le respondió: Todos estos mandamientos los he cumplido desde que era pequeño. Y sintió una gran alegría porque podía heredar la vida eterna. Jesús al escuchar esta respuesta, clavó sus ojos en él y con especial ternura de mirada le invitó a ser su discípulo con estas palabras:
“Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme” (Mc 10, 21).
El joven al escuchar estas palabras tan exigentes, se entristeció, frunció el ceño, bajó la cabeza, y se marchó expresando pena en su rostro porque era rico, y era mucho exigir para ser discípulo de Jesús.
Jesús al ver al joven rico, cabizbajo y pensativo que se marchaba, miró a sus discípulos para observar qué reacción había causado en ellos sus palabras, y les dijo: ¡Qué difícil les será entrar en el Reino de Dios a los que tienen riquezas! Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió:
Hijos ¡Qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero!...
Ellos se espantaron y comentaron:
Entonces ¿quién puede salvarse?
Jesús les dijo:
Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, madre, padre, hijos o tierra por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo cien veces más, casas, y hermanos y hermanas, y madre e hijos, y tierras, con persecuciones, y en la edad futura vida eterna (Mc 10,29-30).
Este pasaje me ofrece una oportunidad para hablar de la llamada de Jesús a todos los cristianos. Establezco un principio teológicamente indiscutible: Dios llama a todos los bautizados en cualquier estado civil en que se encuentren a creer en Jesucristo y seguirle, en virtud del bautismo, de muchas maneras.
Algunos cristianos especiales, como al joven rico del Evangelio, los llama para el estado sacerdotal, para que se consagren a predicar la palabra de Dios, administrar los sacramentos, ejercer obras de apostolado y presidir comunidades: vocación sacerdotal.
A otros laicos, hombres y mujeres, para consagrarse a Dios en Obras o Institutos de la Iglesia para la santificación personal y salvación de todos los hombres por medio de votos o compromisos evangélicos: vocación religiosa. No faltan cristianos que por equivocación abrazaron la vida sacerdotal o religiosa, volvieron al estado laical, y, solucionado su problema personal, viven consagrados a Dios en el mundo; y también otros que vivieron la fe en forma irregular canónica, viven su vocación bautismal de conversión.
Algunos cristianos especiales, como al joven rico del Evangelio, los llama para el estado sacerdotal, para que se consagren a predicar la palabra de Dios, administrar los sacramentos, ejercer obras de apostolado y presidir comunidades: vocación sacerdotal.
A otros laicos, hombres y mujeres, para consagrarse a Dios en Obras o Institutos de la Iglesia para la santificación personal y salvación de todos los hombres por medio de votos o compromisos evangélicos: vocación religiosa. No faltan cristianos que por equivocación abrazaron la vida sacerdotal o religiosa, volvieron al estado laical, y, solucionado su problema personal, viven consagrados a Dios en el mundo; y también otros que vivieron la fe en forma irregular canónica, viven su vocación bautismal de conversión.
Muchos cristianos abrazan el matrimonio y se consagran al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole por el sacramento del matrimonio. Si uno de los cónyuges muere, el otro, viudo o viuda, queda en un estado como de soltería, consagrado a Dios en la viudez que es también un estado de consagración bautismal.
Hay también varios jóvenes que con vocación al matrimonio no se casan y otros quedan solteros por distintas razones y circunstancias especiales y viven consagrados a Dios por el bautismo en estado de soltería consagrada.
Hay también varios jóvenes que con vocación al matrimonio no se casan y otros quedan solteros por distintas razones y circunstancias especiales y viven consagrados a Dios por el bautismo en estado de soltería consagrada.
La consagración a Dios consiste en la santidad personal y en el ejercicio apostólico de la salvación de todos los hombres de muchas maneras. En conclusión, repito, la santidad y el seguimiento a Jesucristo no es una vocación exclusiva de algunos cristianos, privilegiados, sino una vocación común de todos los bautizados en diferentes formas.
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