“El
que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos
morada en él” (Jn 14,23).
INHABITACIÓN
DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
La
Santísima Trinidad es un misterio absoluto: un solo Dios verdadero en tres
Personas divinas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, misterio que no se
puede conocer por la razón humana ni antes ni después de la Revelación. sino se
cree por la fe.
Esta
verdad dogmática no está revelada en el Antiguo Testamento, porque el fin primario era destruir el politeísmo
reinante en el mundo, y revelar el único Dios verdadero, Creador y Señor de
todas las cosas, y la venida del Mesías, como Redentor de todos los hombres en
la plenitud de los tiempos. Fue Jesucristo quien reveló el misterio de la Santísima
Trinidad, que después fue precisado en su naturaleza por el Magisterio
infalible de la Iglesia, explicado por los teólogos, y enseñado por los
Catecismos de todos los tiempos.
Todas
las acciones divinas son trinitarias: la Creación, la Redención y la
Santificación de la Iglesia, pero teológicamente se aplica al Padre la Creación,
al Hijo la Redención y al Espíritu Santo la Santificación. Dios, Uno y Trino
está presente en todas las cosas materiales de la Creación con una presencia
existencial, para que sean lo que tienen que ser; en las vegetales con
una presencia vital para que vivan como tienen que vivir; en los
animales con una presencia sensitiva para que sean vegeten y
sientan como tiene que ser; y principalmente está en el simple hombre
en imagen y semejanza para que piense, ame y sea libre
analógicamente, al modo de Dios; en el hombre religioso vive
en la buena fe con que profesa su religión; en el bautizado que
está en pecado mortal vive en la fe católica como un huésped; en el que
está en gracia convive en intimidad de intercomunicación de
vidas. Dios comunica su vida al que está en gracia de Dios
para que viva en Dios y de Dios, y el cristiano, que está en gracia de Dios,
comunica a la Santísima Trinidad su vida humana divinizada con obras formando
una familia en una misma casa. La convivencia de la Santísima
Trinidad en el alma consiste en una intercomunicación de vidas: Dios, Uno y
Trino, se comunica al alma como es en sí mismo en su Ser y Operación, de manera
analógicamente participada. El cristiano, al recibir la vida divina, le
devuelve esa misma vida divina mejorada con sus buenas obras, y la vida de
Cristo vive en en cristiano, como decía el apóstol San Pablo: “Ya no vivo yo;
es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20).
La
inhabitación de la Santísima Trinidad dentro del alma del justo, dulce y
consoladora verdad, está revelada en muchos textos del Nuevo Testamento. Es
doctrina evangélica, enseñada por el magisterio de la Iglesia. Cuando el hombre
está en gracia de Dios, posee una participación analógica de la misma
naturaleza de Dios: una comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo, no de manera pasiva o extática, sino realizando sus acciones propias
trinitarias, siendo objeto de adoración y de experiencias místicas muy variadas
con la explosión de los dones del Espíritu Santo y sus frutos.
La
Santísima Trinidad se nos comunica para tres finalidades: “hacernos
partícipes de su vida íntima divina, constituirse en motor y regla de nuestros
actos, y ser objeto fruitivo de una experiencia inefable”, dice el P. Royo
Marín en su libro Teología de la Perfección Cristiana (página (179 –
187; n 98; año 1954). Es un hecho teológicamente indiscutible que en
el cristiano que vive en gracia de Dios, es decir sin pecado mortal, tiene en
su alma como moradores al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo con una presencia
de estar, vivir o convivir.
Siendo la gracia una realidad divina, también
es divina su actuación, dice Santo Tomás de Aquino. El hombre en estado de
gracia actúa humanamente al modo divino, y sus actos, siendo humanos,
resultan formalmente divinos. El Espíritu Santo produce en el alma el
arranque del motor del vehículo sobrenatural, que el cristiano tiene que
conducir. En los grandes místicos, el Espíritu Santo se pone al volante
para conducir el vehículo sobrenatural del alma.
La
Santísima Trinidad, además de potenciar sobrenaturalmente los actos del hombre “endiosado”
en la mutua intercomunicación de vidas, se convierte en objeto fruitivo de
experiencias místicas en grados muy diferentes, según la medida del don que ha
recibido y la correspondencia a la gracia. Algunos místicos llegaron a
conocer la existencia de la Santísima Trinidad, su naturaleza y funciones con
certeza de alguna manera mística por experiencia, Los teólogos, que no son
pastores, discurren sobre la gracia desde el laboratorio de la ciencia teológica,
ascética y mística, y no desde la praxis de la pastoral del confesionario
y trato con las almas; y por eso hacen elucubraciones teóricas y científicas
sobre la gracia y sus frutos, que no siempre coinciden con la realidad; y en el
mejor de los casos dicen los grandes
místicos, como San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús que la habitación de
la Santísima Trinidad dentro del alma es un hecho normal que se vive y se palpa.
Lo
que sí es cierto es que el que vive siempre en gracia y trabaja por la perfección,
vive cada vez con más intensidad ráfagas y consuelos del Espíritu Santo y con
espacios aislados o habituales de ciertas experiencias místicas de diferente índole.
Esta sublime realidad nos lleva a la conclusión de luchar por vivir siempre en
gracia de Dios, a no echar por el pecado mortal fuera del corazón a los divinos
Huéspedes, Dueños y Señores de la vida del hombre; a no tratar
a las tres divinas Personas, que moran en nuestra alma, con indiferencia,
descuido o frialdad con formas malas de educación social, sino con convivencia
de amor operativo, trabajando por aumentar al máximo la divina presencia
trinitaria con progresiva intensidad de gracia. Aunque no se nos regale ninguna
experiencia mística, el hecho de morar en nosotros la Santísima Trinidad
es la mayor gracia que se puede esperar.