sábado, 25 de mayo de 2019

Sexto Domingo de Pascua. Ciclo C

            “El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23).


            INHABITACIÓN DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

La Santísima Trinidad es un misterio absoluto: un solo Dios verdadero en tres Personas divinas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, misterio que no se puede conocer por la razón humana ni antes ni después de la Revelación. sino se cree  por la fe. 

Esta verdad dogmática no está revelada en el Antiguo Testamento, porque el fin primario  era destruir el politeísmo reinante en el mundo, y revelar el único Dios verdadero, Creador y Señor de todas las cosas, y la venida del Mesías, como Redentor de todos los hombres en la plenitud de los tiempos. Fue Jesucristo quien reveló el misterio de la Santísima Trinidad, que después fue precisado en su naturaleza por el Magisterio infalible de la Iglesia,  explicado por los teólogos, y enseñado por los Catecismos de todos los tiempos.


 Todas las acciones divinas son trinitarias: la Creación, la Redención y la Santificación de la Iglesia, pero teológicamente se aplica al Padre la Creación, al Hijo la Redención y al Espíritu Santo la Santificación. Dios, Uno y Trino está presente en todas las cosas materiales de la Creación con una presencia existencial,  para que sean lo que tienen que ser; en las vegetales con una presencia vital para que vivan como tienen que vivir; en los animales con una presencia sensitiva para que sean vegeten y sientan como tiene que ser; y principalmente está en el simple hombre en imagen y semejanza para que piense, ame y sea libre analógicamente, al modo de Dios; en el hombre religioso vive en la buena fe con que profesa su religión; en el bautizado que está en pecado mortal vive en la fe católica como un huésped; en el que está en gracia convive en intimidad de intercomunicación de vidas. Dios  comunica su vida al que está en gracia de Dios  para que viva en Dios y de Dios, y el cristiano, que está en gracia de Dios, comunica a la Santísima Trinidad su vida humana divinizada con obras formando una familia  en una misma casa. La convivencia de la Santísima Trinidad en el alma consiste en una intercomunicación de vidas: Dios, Uno y Trino, se comunica al alma como es en sí mismo en su Ser y Operación, de manera analógicamente participada. El cristiano, al recibir la vida divina, le devuelve esa misma vida divina mejorada con sus buenas obras, y la vida de Cristo vive en en cristiano, como decía el apóstol San Pablo: “Ya no vivo yo; es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20).


La inhabitación de la Santísima Trinidad dentro del alma del justo, dulce y consoladora verdad, está revelada en muchos textos del Nuevo Testamento. Es doctrina evangélica, enseñada por el magisterio de la Iglesia. Cuando el hombre está en gracia de Dios, posee una participación analógica de la misma naturaleza de Dios: una  comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, no de manera pasiva o extática, sino realizando sus acciones propias trinitarias, siendo objeto de adoración y de experiencias místicas muy variadas con la explosión de los dones del Espíritu Santo y sus frutos.


La Santísima Trinidad se nos comunica para tres finalidades: “hacernos partícipes de su vida íntima divina, constituirse en motor y regla de nuestros actos, y ser objeto fruitivo de una experiencia inefable”, dice el P. Royo Marín en su libro Teología de la Perfección  Cristiana (página (179 – 187; n 98; año 1954).  Es un hecho teológicamente indiscutible que en el cristiano que vive en gracia de Dios, es decir sin pecado mortal, tiene en su alma como moradores al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo con una presencia de estar, vivir o convivir.


 Siendo la gracia una realidad divina, también es divina su actuación, dice Santo Tomás de Aquino. El hombre en estado de gracia actúa humanamente al modo divino, y sus actos, siendo  humanos, resultan  formalmente divinos. El Espíritu Santo produce en el alma el arranque del motor del vehículo sobrenatural, que el cristiano tiene que conducir. En los grandes místicos, el Espíritu Santo  se pone al volante para conducir el vehículo sobrenatural del alma. 

 La Santísima Trinidad, además de potenciar sobrenaturalmente los actos del hombre “endiosado” en la mutua intercomunicación de vidas, se convierte en objeto fruitivo de experiencias místicas en grados muy diferentes, según la medida del don que ha recibido y la correspondencia a la gracia. Algunos místicos llegaron a conocer la existencia de la Santísima Trinidad, su naturaleza y funciones con certeza de alguna manera mística por experiencia, Los teólogos, que no son pastores, discurren sobre la gracia desde el laboratorio de la ciencia teológica, ascética  y mística, y no desde la praxis de la pastoral del confesionario y trato con las almas; y por eso hacen elucubraciones teóricas y científicas sobre la gracia y sus frutos, que no siempre coinciden con la realidad; y en el mejor de los casos  dicen los grandes místicos, como San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús que la habitación de la Santísima Trinidad dentro del alma es un hecho normal que se vive y se palpa.


Lo que sí es cierto es que el que vive siempre en gracia y trabaja por la perfección, vive cada vez con más intensidad ráfagas y consuelos del Espíritu Santo y con espacios aislados o habituales de ciertas experiencias místicas de diferente índole. Esta sublime realidad nos lleva a la conclusión de luchar por vivir siempre en gracia de Dios, a no echar por el pecado mortal fuera del corazón a los divinos Huéspedes, Dueños y Señores de la vida del hombre; a no tratar a las tres divinas Personas, que moran en nuestra alma, con indiferencia, descuido o frialdad con formas malas de educación social, sino con convivencia de amor operativo, trabajando por aumentar al máximo la divina presencia trinitaria con progresiva intensidad de gracia. Aunque no se nos regale ninguna experiencia mística,  el hecho de morar en nosotros la Santísima Trinidad es la mayor gracia que se puede esperar.








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