Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres
En la primera lectura de la Liturgia de la Palabra de este domingo, Dios nos dice que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres, como es evidente, porque Dios es la Verdad eterna, infinita, infalible que no se puede equivocar ni engañar, en cambio el hombre se equivoca mucho y es falible en sus pensamientos decisiones y obras.
La autoridad y obediencia son conceptos divinos y humanos que se corresponden, pues donde hay autoridad hay obediencia y proceden de Dios y no del arbitrio de los hombres. Todo lo que existe está sometido a la ley eterna que según Santo Tomás es “el plan de la divina sabiduría por el que dirige todas las acciones y movimientos de las criaturas en orden al bien común de todo el universo” (I-II,93,1.)
Todas las criaturas irracionales están gobernadas por la ley eterna, traducida en leyes físicas, las criaturas racionales a las leyes físicas en cuanto al cuerpo y a las leyes morales en cuanto al alma, y las criaturas celestiales a las leyes gloriosas.
Ley de Dios
La definición de ley, según Santo Tomás no ha sido superada por nadie. Es “la ordenación de la razón dirigida al bien común y promulgada por quien tiene el cuidado de la Comunidad”, y no un acto de la voluntad de la autoridad para el bien personal propio, de alguien o de unos cuantos, o al arbitrio del legislador sino del bien común. Una ley deja de ser ley, si es mala o contraria a la ley natural o divina, porque el mal no se puede mandar y no se debe obedecer.
Clases de leyes
En la teología moral católica dentro de la ley eterna conocemos las siguientes leyes: ley natural, ley divina positiva, el Decálogo, ley humana: eclesiástica y civil.
Ley natural
La ley natural moral es una participación de la ley eterna en la criatura racional. Según Santo Tomás es la mima ley eterna promulgada en el hombre por medio de la razón natural.
“El hombre descubre en lo más profundo de su ser inscrita en su corazón la ley moral natural: hacer el bien y evitar el mal. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella” (GS 16; Cat 1776).
¿Qué es la conciencia?
Nadie puede definir mejor la conciencia que el Catecismo de la Iglesia Católica del Papa Juan Pablo II:
“La conciencia moral es el juicio de la razón por el que la persona humana reconoce la cualidad moral de un acto concreto que piensa hacer, está haciendo o ha hecho. En todo lo que dice y hace, el hombre está obligado a seguir fielmente lo que sabe que es justo y recto, según su conciencia. Mediante el dictamen de su conciencia, el hombre percibe y reconoce las prescripciones de la ley divina” (Cat 1778).
Hay que respetar profundamente la decisión libre de los actos buenos o indiferentes de cada persona, sin obligar a nadie a obrar en contra de su conciencia.
Como principio general de la Iglesia, la ley de Dios está por encima de cualquier otra ley humana y de tal manera que no se puede obedecer la ley humana legal que esté en contra de la ley divina, como por ejemplo el aborto, la eutanasia, el matrimonio homosexual y todas aquellas leyes legales contrarias a la ley de Dios. La ley divina explica los dos grandes principios de la ley natural: “hacer el bien y evitar el mal” en los diez mandamientos de la Ley de Dios, promulgados por Dios en el Antiguo Testamento, y entregados a Moisés en el monte Sinaí, que los resume la ley evangélica en dos preceptos: “amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo”
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