miércoles, 15 de mayo de 2019

Quinto Domingo de Pascua. Ciclo C


“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado”

El amor al prójimo es inseparable  del amor a Dios
Precepto del amor al prójimo
El amor al prójimo es signo del discípulo de Cristo
y distintivo de la vida divina
Clases de prójimo
El amor al enemigo, precepto universal        
Características principales del perdón

El amor al prójimo es inseparable  del amor a Dios porque el prójimo es  una parte esencial del amor a Dios, como lo dijo Jesús en el Evangelio: Amarás a Dios con todo el corazón y al prójimo como a ti mismo. Como a ti mismo no quiere decir que hay que amar al otro tanto como uno se ama a sí mismo con amor cuantitativo, sino modal, al modo como uno ama a todos los miembros de tu cuerpo, sin excluir a ninguno, aunque  ame más a uno que a otro con preferencia, según la función que ejerce en el organismo.
El amor al prójimo nace de Dios (1Jn 5,7), se vive personalmente, se demuestra comunitariamente, se extiende a todas las cosas, y revierte finalmente en Dios. Es el tema fundamental de la vida cristiana y sobre el que versará el examen final de la vida en la tierra (Mt 25, 31ss).
Amar al prójimo sin amar a Dios es:             
           - Compasión por el que sufre.
           - Satisfacción que se siente por hacer el bien.
           - Amor humano  o enamoramiento.
           - Filantropía o amor natural al género humano.

Pero el amor que se hace a cualquier prójimo por el motivo que sea, se hace a Jesucristo, porque nos dice el Evangelio que “cuanto hicisteis a estos hermanos míos  más pequeños, a mi me lo hicisteis” (Mt 25, 40)..    

Precepto del amor al prójimo

El amor al prójimo está claramente mandado en la Sagrada Escritura porque antes es dado, como dice el Papa Benedicto XVI: “El amor puede ser mandado porque antes es dado” (Deus charitas est nº 14; 1 Jn 5,7).
Existen muchos textos en la Sagrada Escritura que prueban que el amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables. Citamos dos textos clásicos:
“Quien ama a Dios ame también a su hermano” (1 Jn 4,21), porque el amor a Dios y al hermano es un mismo amor con dos versiones diferentes, como una sola medalla con el anverso y reverso o una moneda con la cara y la cruz.
“Si alguno dice: amo a Dios, pero aborrece a su hermano, miente, pues el que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios a quien no ve” (1 Jn 5,20), pues al  prójimo se le ve con los ojos de Dios y se le ama con su corazón.
Jesucristo enseñó en el  Nuevo Testamento que el amor al prójimo se extiende a todos los hombres, de manera que a nadie se puede excluir del amor cristiano.  

Clases de prójimo

            Según la doctrina de Santo Tomás de Aquino el amor al prójimo se extiende a todos los seres que poseen la comunicación con la bienaventuranza o la capacidad de conseguirla. En concreto son:

  • Los ángeles y bienaventurados del Cielo, que tienen la misma gracia que los hombres, pero glorificada.
  • Las almas del Purgatorio que poseen la gracia divina en estado de purgación.
  • Los hombres que viven en estado de gracia en la tierra.
  • Los pecadores, por muy pecadores que sean,  porque mientras viven en este mundo pueden recuperar la gracia divina y conseguir la bienaventuranza.
  • Los enemigos de Dios y de la Iglesia, pues, aunque hayan perdido la fe, tienen la capacidad de la salvación eterna  por la omnipotente misericordia de Dios.
            Solamente están excluidos los demonios y condenados en el infierno, porque están eternamente desconectados de la bienaventuranza.

El amor al enemigo, precepto universal     
   
Del amor cristiano no se puede excluir a nadie, ni siquiera al enemigo a quien hay que amar  como miembro del Cuerpo Místico de Cristo.
El amor al enemigo no es un consejo de perfección evangélica sino un precepto universal para todos los hombres. Está claramente preceptuado en la Sagrada Escritura, principalmente en el Evangelio.  El motivo principal de perdonar a quien nos ha ofendido es el ejemplo  del Señor que perdonó a quienes lo crucificaron y los excusó con aquellas palabras de su testamento antes de morir: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”  (Lc 23, 34).
Son muchos los textos de la Sagrada Escritura sobre el amor al enemigo. Citemos algunos:
“Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro padre celestial” (Mt 5,43-45).
            “Si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas” (Mt 6,14-15).      
“Si tu hermano peca, corrígelo, y si se arrepiente, perdónalo. Y si peca contra ti siete veces y si siete veces vuelve a ti para decirte: Me arrepiento, lo perdonarás” (Lc 17,3-4). 
Si al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda” (Mt 5,23-24).
 Las palabras del Señor son claras y tajantes: No se puede hacer ofrendas al Señor con un corazón enemistado con el hermano.  Negando el perdón a nuestros hermanos, el corazón se cierra y se hace impermeable a la misericordia de Dios. Así nos lo enseña la Iglesia en el Catecismo de la Iglesia católica del Papa Juan Pablo II: “Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; en la confesión del propio pecado, el corazón se abre a su gracia” (Cat 2840).
El modo de perdonar al enemigo es condicional, como nos enseñó Jesucristo en el Evangelio en la oración del padrenuestro: “como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, pues Dios nos perdona de la manera que nosotros perdonamos.

            El amor al enemigo consiste esencialmente en no odiar y no vengarse  

El perdón al enemigo consiste en no odiar y no vengarse, por propia cuenta, del mal que se ha recibido.  No se opone a exigir la justicia, que es necesaria y, a veces, obligatoria, para que no cunda el delito en los malhechores, y se castigue el mal; ni obliga  a reanudar la amistad que antes se tenía con el amigo convertido en enemigo; ni al trato humano especial. Basta con tratar al enemigo con un comportamiento normal en casos extremos de necesidad, como se suele hacer con un extraño.   Excluye dos cosas: el odio y la venganza en el corazón que son incompatibles con el perdón. Odiar no es sentir la ofensa en lo más íntimo del corazón, por aquello de que sentir no es consentir; ni tampoco el simple recuerdo de la ofensa, pues es lo más normal del mundo recordar los males que se han recibido del enemigo, pero sin odio ni venganza. Se suele decir una frase que conviene explicar: yo perdono pero no olvido. Perdonar pero no olvidar en el sentido de que se guarda en la memoria la ofensa que se ha recibido para vengarse de ella no es perdonar, sino odiar o vengarse. Sin embargo, perdonar pero no olvidar  por razones simplemente temperamentales es compatible con el perdón, aunque repela la presencia de la persona del enemigo, se sienta rebelión en la sensibilidad o se revuelva el interior al recordar la ofensa. Perdonar y olvidar totalmente en el corazón y en la memoria, es problema de santos muy especiales o de personas naturalmente buenas, pero no es lo normal, ni precepto evangélico. Muchos santos aprendieron a perdonar a sus enemigos copiando al pie de la letra el ejemplo de Jesús.  Santa Teresa de Jesús sentía una alegría singular cuando se enteraba de que alguien la calumniaba o injuriaba, y si no fuera porque los hombres injuriándola ofendían a Dios,  deseaba que todo el mundo la ofendiera.
Santa Juana de Chantal perdonó al que mató a su marido de tal manera que llegó a ser madrina en el bautismo de uno de sus hijos, acción heroica que llenó de admiración San Francisco de Sales,  cofundador con ella de las Salesas.
El santo Cura de Ars al recibir una bofetada de uno de sus enemigos, le contestó con una sonrisa en los labios: “Amigo, la otra mejilla tendrá celos”

Características principales del perdón:

Pronto, ahora mismo, cuanto antes, como nos enseña la Palabra de Dios: “No se ponga el sol sobre vuestra iracundia (Ef 4,26).
Sin límite, no poniendo tope de tiempo al  perdón.
De corazón, perdón salido de lo más profundo del alma o sobrenaturalizando los naturales impulsos de la naturaleza.  En consecuencia, hay que perdonar al enemigo siempre, aunque se exija la justicia, se sienta la ofensa, y no se borre de la memoria, circunstancias conciliables con el perdón.









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