jueves, 31 de diciembre de 2020
Santa María Madre de Dios, Solemnidad
sábado, 26 de diciembre de 2020
Sagrada Familia. Ciclo B
Se podría concebir que la Santísima Trinidad, Padre, Hijo
y Espíritu Santo en única divinidad, es la familia divina y eterna de la que
proceden todas las cosas, y es la referencia de toda familia humana.
El amor es la autoridad en la familia. Cuando dos se quieren mucho, el uno sirve al otro y le presta los servicios que necesita no por autoridad ni obligación, sino por amor, lo contrario es justicia, tiranía o egoísmo. Las tres personas de la Sagrada Familia estaban tan íntimamente unidas en el amor, que era el único móvil de toda acción familiar. San José amaba tanto a su esposa María que todo lo hacía por Ella no por autoridad sino por la ley jerárquica del amor; y dedicaba también todo su trabajo, fatigas y esfuerzos por su hijo, el Niño Jesús, por la ley del corazón. Y lo mismo María, como esposa y madre todo su pensar, querer y hacer era para su esposo San José a quien amaba humana y espiritualmente como a Ella misma con el amor de Dios; y amaba por encima de todo a su Hijo, Jesús, con corazón de madre de Dios. ¡Qué misterio de amor! Dios creador de sus padres y, a la vez, sumo a ellos que eran hombres.
La Sagrada Familia modelo de toda familia humana
jueves, 24 de diciembre de 2020
Navidad. Ciclo B
- causal: te amo porque me amas;
- final: te amo para que me ames;
- condicional: te amo si me amas;
- temporal: te amo mientras me amas.
sábado, 19 de diciembre de 2020
Cuarto domingo de Adviento. Ciclo B
En la primera lectura de la liturgia de la Palabra que estamos celebrando, del segundo libro de Samuel, aparece por dos veces una frase muy repetida en la Biblia: El Señor está contigo. En este pasaje se nos cuenta que cuando David se estableció en su palacio, después de haber vencido a sus enemigos y en su reino se estableció la paz, dijo al profeta Natán:
sábado, 12 de diciembre de 2020
Tercer domingo de Adviento. Ciclo B
La palabra adviento, en su sentido etimológico, quiere decir advenimiento o venida o llegada. En el culto pagano se utilizaba para solemnizar la llegada de la estatua del dios patronal al templo de un pueblo o capital. En la antigua cultura romana significaba la venida del Emperador o de un personaje oficial a un lugar de sus territorios. Todos estos acontecimientos suponían una intensa, difícil, compleja y costosa preparación que terminaban en una solemne celebración de fiesta popular. En sentido bíblico era la preparación y llegada de un Rey o de un dignatario oficial a su pueblo.
Los primeros cristianos, imitando las costumbres tradicionales de su época, incorporaron el concepto de adviento a su primitiva liturgia en un doble sentido: Adviento o tiempo de preparación para la Navidad y advenimiento o Navidad, conmemoración del nacimiento de Jesús. A esto contribuyó mucho la figura profética de Juan el Bautista, el Precursor del Mesías, que invitaba al pueblo judío a prepararse para la venida del Señor.
El origen de la formación del ciclo litúrgico de Adviento y el tiempo en que se celebraba son circunstancias casi desconocidas en la historia de la liturgia de la Iglesia. Parece ser que, desde finales del siglo IV y durante el siglo V, en España y Francia los cristianos empezaron a celebrar el tiempo de adviento con una intensa vida de oración y penitencia. En Francia, en concreto, por normativa del Concilio de Tours, los monjes se preparaban para la Navidad ayunando todos los días del mes de Diciembre e intensificando su vida de piedad. Los clérigos, y probablemente también todos los fieles, ayunaban y cantaban el oficio divino desde el 11 de Noviembre, fiesta de San Martín, hasta Navidad, tres días por semana: lunes, miércoles y viernes. El adviento revistió un carácter oracional y penitente hasta el punto que llegó a considerarse como una segunda cuaresma; y se celebraba en un tono gozoso, profético, lleno de esperanza inefable ante la venida litúrgica del Mesías con proyección escatológica.
El tiempo del adviento en Occidente fue muy variado, duraba desde seis semanas a cinco. Durante el pontificado de S. Gregorio Magno, año 604, el adviento quedó definido en cuatro semanas o domingos, tal como se celebra hoy, aunque la liturgia de la Palabra ha variado mucho en el decurso de los siglos.
En un sentido amplio, podemos concebir cinco acepciones diferentes del adviento: histórico, litúrgico, sacramental, eucarístico y teológico.
Adviento histórico en el Antiguo Testamento
Desde el punto de vista histórico, en el mismo momento en que el hombre pecó, Dios le prometió en un lenguaje apocalíptico la venida de un Salvador en la llamada profecía del Protoevangelio (Gn 3,15). Y desde entonces empezó el adviento en el Antiguo Testamento o la espera del Mesías, anunciado por Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas en distintas ocasiones y de muchas maneras (Hb 1,1). Durante un período largo de muchos siglos, el pueblo de Israel se convirtió en el gran maestro de la esperanza, animado por los profetas, principalmente Isaías; y llegó a la plenitud de los tiempos con Juan Bautista, el Precursor del Mesías.
Como las múltiples profecías sobre la venida del Salvador fueron escritas en la Biblia en estilo literario de género popular, frecuentemente enigmático, y en distintas épocas en las que el sufrido pueblo de Israel estaba sometido a constantes guerras, frecuentes deportaciones, injustos exilios y esclavitudes inhumanas, las profecías mesiánicas fueron interpretadas frecuentemente en sentido humano y sociopolítico con carácter religioso. Muchos imaginaban que la llegada del Mesías sería un acontecimiento histórico grandioso, espectacular. Esperaban para Israel un Rey temporal que constituiría un reino humano, sociológico y político; y de esta forma se tergiversó el verdadero sentido de la venida del Mesías, a pesar de estar revelado como Redentor, Mesías y Salvador de todos los hombres en el Antiguo Testamento, que constituiría un Reino transcendente: temporal y eterno, material y espiritual.
Adviento histórico en el Nuevo Testamento
El advenimiento de Jesús tuvo lugar en el momento en que el Hijo de Dios fue concebido por el Espíritu Santo en las entrañas purísimas de Santa María Virgen, nacido después virginalmente en Belén. Era la llegada del Mesías en su ser personal de Dios y hombre en el útero virginal de María.
Después de vivir alrededor de treinta años oculto en Nazaret, redimiendo místicamente al nuevo Pueblo de Dios, mediante la oración y el trabajo de la vida ordinaria en obediencia, predicó el Evangelio realizando milagros durante unos tres años; y, por fin, padeció, fue crucificado, murió, resucitó al tercer día y subió a los Cielos. Era la llegada del Mesías realizando la salvación en la constitución del Reino de la Iglesia.
Terminada la misión que el Padre había encomendado a Jesús en la Tierra, después de anunciar a sus discípulos que les enviaría el Espíritu Santo, para que les comunicara la fuerza de ser testigos de Él hasta los últimos confines de la Tierra, en presencia de todos empezó a subir a los Cielos hasta que una nube lo ocultó a sus ojos. Mientras miraban fijos al Cielo viendo cómo se iba Jesús, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron:
- Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al Cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al Cielo, volverá como le habéis visto marcharse. (Hch 1,8-11).
Los cristianos del siglo I creyeron firmemente que la segunda venida del Señor iba a ser un acontecimiento inminente, como aparece claramente en la segunda carta del Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses (2 Ts 2,1-3). Pero “el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del Cielo ni el Hijo del hombre, sólo el Padre” (Mc 13,32).
Desde el mismo momento en que Jesús subió a los Cielos empezó el Adviento escatológico del nuevo Pueblo de Dios, que terminará al fin del mundo, “en que Cristo, Señor y Juez de la Historia, aparecerá, revestido de poder y gloria, sobre las nubes del Cielo. En aquel día terrible y glorioso pasará la figura de este mundo y nacerán los cielos nuevos y la nueva tierra, como rezamos en el prefacio tercero de Adviento. Entonces Cristo Rey vendrá a juzgar a vivos y muertos y a consumar el misterio de la redención humana, entregando al Padre un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz (pref de Cristo Rey).
Adviento litúrgico
La liturgia actual describe el adviento histórico en su doble sentido con estas palabras: “Al venir por vez primera en la humildad de nuestra carne, realizó el plan de redención trazado desde antiguo y nos abrió el camino de la salvación; para que cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria, revelando así la plenitud de su obra, podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar” (primer prefacio de Adviento).
El adviento, en su acepción litúrgica, es un tiempo de preparación para la Navidad. Contiene una riqueza bíblica sobre el misterio de la salvación, desde la entrada de Jesús en la Historia hasta su final; y evidencia con fuerza la dimensión escatológica del misterio cristiano.
Su estructura consta de cuatro domingos que nos preparan para conmemorar el aniversario del nacimiento de Jesús, Redentor, centro de la Historia humana. El primer domingo coincide con el comienzo del año litúrgico, que termina el día de la solemnidad de Cristo Rey.
La liturgia invita a los cristianos a vivir, entre otras, tres actitudes esenciales del adviento: la conversión, la preparación para conmemorar el nacimiento de Jesús, en la Navidad, y la vigilante espera de la venida del Señor, a la hora de nuestra muerte, dentro del adviento escatológico.
- La conversión de la vida de pecado a la vida de gracia y de la vida de gracia a mayor perfección es una condición indispensable para celebrar el advenimiento litúrgico de Jesús en la Navidad.
- La preparación para la Navidad en oración y penitencia.
- La vigilante espera de la venida del Señor para cada hombre, a la hora de su muerte. Es la gozosa esperanza en Dios, Padre infinitamente misericordioso, que colma de alegría y paz con la desbordada fuerza del Espíritu Santo (Rm 15,13) para celebrar con Cristo en el Cielo la navidad eterna.
El adviento es un tiempo de oración, penitencia y ejercicio de buenas obras en el que el cristiano debe intensificar su adviento histórico para la venida del Señor y el Aviento litúrgico como preparación para la Navidad. Es más, debe convertir toda su vida en un adviento permanente, preparándose para el encuentro personal con Jesús, empuñando la antorcha de la fe de la Iglesia. La vigilancia no debe entenderse solamente como defensa del mal que nos acecha, sino como expectación confiada y gozosa de Dios que viene a liberarnos de todo mal y a salvarnos definitivamente.
Adviento sacramental
En un sentido espiritual, se puede concebir también una nueva acepción de adviento: adviento sacramental, que es el tiempo en que el cristiano se prepara para recibir un sacramento cualquiera. Cuanto mejor se prepara uno para recibir un sacramento, mayor es la gracia que se recibe. Cuando Cristo se hace presente en la celebración de un sacramento, se celebra la navidad del nacimiento de la gracia en el alma. Es adviento cuando el cristiano se prepara para recibir a Cristo en su gracia en el sacramento y es navidad cuando se ha recibido.
Adviento eucarístico
Es adviento eucarístico, cuando el cristiano hace de su vida de fe una preparación permanente para asistir a la llegada de Jesús sacramentado, bajo las especies de pan y vino, en el sacrificio de la Santa Misa. Es adviento eucarístico cuando el cristiano se prepara para la celebración de la Eucaristía, y Navidad eucarística cuando Cristo nace sacramentalmente en el sacrificio de la Santa Misa.
Adviento teológico
Y, por fin, celebrando el adviento de todo el año litúrgico y el adviento sacramental y eucarístico, se puede hablar también de un adviento teológico, que es la preparación total y absoluta del cristiano para recibir a Jesucristo en todos los encuentros con los hombres y con los acontecimientos, como nos enseña la liturgia de adviento en el prefacio del tercer domingo: “El mismo Señor, que se nos mostrará entonces lleno de gloria, viene ahora a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y por el amor demos testimonio de la espera dichosa de su reino” (Pref III de adviento).
Resumiendo, es adviento escatológico mientras que la Iglesia en su estado de peregrinación en la Tierra se prepara, de muchas maneras, para la venida del Señor al final de los tiempos, momento en que se celebrará la navidad eterna del triunfo y la gloria de Jesucristo, Rey, que consumará su reinado eterno, objeto de felicidad completa de todos los bienaventurados, en compañía de María y de todos los ángeles en el Cielo.
Es adviento litúrgico cuando los cristianos se preparan espiritualmente para la Navidad, conmemoración del nacimiento de Jesús, el 25 de Diciembre.
Es adviento sacramental cuando vivimos en unión con Dios y santas obras esperando celebrar la navidad de la gracia en cualquier sacramento. Es adviento eucarístico cuando hacemos que nuestra vida santa sea una preparación permanente para la llegada de Jesús sacramentado en el sacrificio de la Santa Misa y lo recibimos en el corazón para vivir unidos a todos los hombres y a todas las cosas. Y es adviento teológico cuando con todos los actos de nuestra vida hacemos que sea navidad esperando y celebrando diversos encuentros con Cristo.
lunes, 7 de diciembre de 2020
Solemnidad de la Inmaculada Concepción
sábado, 5 de diciembre de 2020
Segundo domingo de Adviento. Ciclo B
sábado, 28 de noviembre de 2020
Primer Domingo de Adviento. Ciclo B
Hoy celebramos el primer domingo
de Adviento, el comienzo del año litúrgico. La palabra latina adviento
significa venida, llegada de alguien o de algo que supone una espera. En
sentido litúrgico podríamos definir el Adviento como la espera confiada y
alegre de la venida del Señor.
La vida es una espera constante de acontecimientos nuevos o iguales, con monotonía unas veces y novedad otras. Esperamos con alegría confiada cosas buenas. Por ejemplo, el enfermo espera salir de la enfermedad y recuperar la salud perdida. Si esperamos a alguien con alegría, estamos deseando que llegue el momento de su llegada. En cambio, cuando sabemos que nos va a venir un mal, tenemos pena porque va a venir lo que no queremos. El bien se espera con alegría y el mal se teme con pena.
La venida del Señor puede
interpretarse en tres sentidos diferentes: la venida del Señor litúrgica, que celebramos el día 25 de Diciembre,
nacimiento de Jesús. Durante cuatro semanas de adviento nos preparamos con
alegría penitente para celebrar el acontecimiento más grande de la Historia: el
cumpleaños de Jesús, el recuerdo desbordante y alegre de que el Hijo de Dios se
hizo hombre para salvar a todos los hombres. Esta espera, tiempo de esperanza y
conversión, tiene referencia con la segunda venida de Jesús al final de los
tiempos, pues así lo dijeron los ángeles a los Apóstoles cuando Jesús subió a
los Cielos: “Mientras miraban fijos al Cielo, viéndole irse, se les presentaron dos
hombres vestidos de blanco que le dijeron:
“Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al Cielo, volverá como lo habéis visto marcharse.” (Hech 1,11).
Por tanto, el adviento litúrgico no sólo tiene una dimensión cercana o próxima de preparación para la Navidad, el día 25 de Diciembre, sino también lejana y última: la venida del Señor en la Parusía. ¿Cuándo vendrá? No sabemos. Por supuesto, no como muchos piensan que dentro de treinta y tantos días, el principio del año 2000.
Cuando el Señor vuelva al final de los tiempos, vendrá a juzgar a vivos y a muertos, a clausurar con solemne majestad el Reino que fundó en la Tierra, que es la Iglesia. Para entender el verdadero sentido del Adviento estas dos dimensiones tienen que ser entendidas como dos elementos de una misma realidad, la del tiempo y la de la eternidad.
Mientras
celebramos el Adviento litúrgico en espera del Adviento escatológico, hay un
adviento intermedio de espera para cada uno de nosotros: la espera de la
llegada del Señor, a la hora de la muerte, para celebrar la Navidad eterna.
Remachando ideas repetimos: Hay tres esperas o tres advientos estrechamente
unidos entre sí: adviento litúrgico en
que nos preparamos para la Navidad; adviento
de la vida en el que nos preparamos para la muerte; y adviento histórico de la Parusía en el que la Iglesia se prepara para
la venida definitiva del Señor, al final de los tiempos: la Navidad eterna del
Reino de los Cielo.
¿Cuándo
vendrá el Señor a buscarnos al final de nuestra existencia? No lo sabemos, pero
pronto, pues la vida pasa a velocidad vertiginosa, como el chorro de humo que
deja el avión en el firmamento, cruzando el espacio, que inmediatamente
desaparece, como si nunca hubiera existido.
Efectivamente, el Señor vendrá a buscarnos, cuando menos lo pensemos. ¿Cómo tenemos que prepararnos para ese día? Nos dice el Evangelio que en actitud permanente de vigilancia, mientras llega el Señor para recogernos y celebrar en el Cielo nuestra Navidad personal, que es el nacimiento a la vida eterna. ¿Qué significa estar en vela? Vivir siempre en estado de gracia, vivir en una actitud permanente de servicio a los demás en trabajo apostólico, vivir con paciencia esperando los acontecimientos con fe y alegría espiritual, porque todo lo que sucede lo quiere Dios o lo permite para nuestro bien. Por consiguiente, tenemos que aceptar la voluntad de Dios, de cualquier manera que se manifieste.
No solamente no entienden el misterio del dolor los que no tienen fe, sino que tampoco lo entendemos los que la tenemos. La reacción ante este interrogante angustioso es de dos maneras: una teológica, desde la fe, y otra humana, desde la razón. La teológica esta argumentada de esta manera: Si Dios es mi fin, si Dios es mi móvil y si Dios es mi felicidad eterna, todo lo que me suceda en este mundo, por malo que sea, es poco. ¿Hay quien entienda lo que significa la eternidad en visión y gozo de Dios? San Agustín decía que la eternidad es el concepto más difícil de entender ¿Qué será siempre, siempre, siempre Dios visto y poseído, que es TODO el bien que ni siquiera se puede imaginar? Luego de esta manera se entiende la existencia del mal, que es un medio temporal para el fin último y supremo, que es la felicidad personal, total y eterna del hombre.
La otra manera de entender el misterio del mal en el mundo, desde la razón, es caer en el existencialismo, en el agnosticismo o en el escepticismo.
Pues bien, hermanos, el dolor existe, pero tenemos que aceptarlo con fe. ¿Cómo? En situación permanente de conversión, a la todos estamos obligados. No solamente tienen que convertirse los infieles, los que culpable o inculpablemente no tienen fe, sino también los que la tenemos: los cristianos que no pisan la Iglesia o la pisan en ocasiones sociales y viven de espaldas a Dios, y quizás más los que nos consideramos cristianos comprometidos. El artista que tiene el instinto o carisma del arte, como dicen ahora, tiene que perfeccionarse cada día más para alcanzar la máxima perfección. El cristiano que vive su fe con compromisos por vocación tiene que vivir en una actitud permanente de perfección evangélica.
¿De qué tenemos que convertirnos?
De nuestras miserias, de nuestras debilidades, de nuestras imperfecciones, de
nuestro pecados, de nuestros desvíos para que estemos siempre en vela,
celebrando el adviento de nuestra vida personal, mientras vivimos en la Tierra,
conmemorando cada año el adviento litúrgico de la Navidad con la perspectiva de
la espera de la celebración eterna de la Navidad, al final de los tiempos.
sábado, 21 de noviembre de 2020
Cristo Rey del Universo. Ciclo A
sábado, 14 de noviembre de 2020
Trigésimo tercer domingo. Tiempo ordinario. Ciclo A
Fin del mundo
Fin del mundo para cada persona
sábado, 7 de noviembre de 2020
Trigésimo segundo domingo. Tiempo ordinario. ciclo A
La creencia en la resurrección de los muertos forma parte integral de los artículos de la fe, como afirmamos en el credo de la iglesia Católica que rezamos en la Santa Misa: " Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro"
Nadie que se considere católico de manera consecuente puede negar la verdad revelada de que Cristo nos resucitará en el último día (Jn 6,39-40).
Cuando morimos, el alma se separa del cuerpo y es juzgada por Dios en juicio particular con sentencia eterna, que será confirmada públicamente delante de todos los hombres en el día del juicio universal, al final de los tiempos. Y el cuerpo, muerto para la vida, volverá a la tierra, de la que fue hecho, para esperar el día de la resurrección de los muertos.
Cuando llegue el último día, el fin del mundo, todos los muertos “resucitarán con su propio cuerpo, que tienen ahora” (Conc de Letrán IV: DS 801), transformado en cuerpo de gloria (Flp 3,21), “en cuerpo espiritual” (1 Co 15,44; Cat 999)
La resurrección de los muertos está íntimamente asociada a la Parusía de Cristo:
“El Señor mismo, a la señal dada por la voz de un arcángel y al son de la trompeta de Dios, bajará del Cielo, y los muertos unidos a Cristo resucitarán (1 Ts 4,16; Cat 1001).
Nadie sabe el día en que este acontecimiento espectacular tendrá lugar, ni tampoco cómo, porque no ha sido revelado. Este hecho sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe” (Cat 1000).
Esta es la sustancia de la fe católica respecto del dogma de la resurrección de los muertos. Todas las demás explicaciones son teorías de teólogos que hacen sus propios discursos, más o menos fundados, sobre estas verdades innegables.
Santo Tomás de Aquino, y con él la mayoría de los teólogos, piensa que resucitará el mismo cuerpo que tenemos ahora con su propia materia, numéricamente la misma. “Para que resucite el mismo hombre numéricamente, no se requiere que todo cuanto estuvo materialmente en él durante la vida se tome de nuevo, sino solamente lo suficiente para completar su debida cantidad”.
El Catecismo de San Pío V que recoge las doctrinas del Concilio de Trento, dice que los cuerpos gloriosos gozarán de cuatro dotes principales:
- Impasibilidad” , “esto es una gracia y dote que
hará que los cuerpos no puedan padecer ninguna molestia ni sentir dolor o
incomodidad alguna; pues nada les podrá hacer daño, ni el rigor del frío, ni la
fuerza del calor, ni el furor ni de las aguas”.
- “Sutileza” o dote por el que el cuerpo glorioso “se sujetará completamente al imperio del alma, y le servirá y estará pronto a su arbitrio.
- “Agilidad” “en virtud de la cual el cuerpo se verá libre de la
carga que ahora le oprime; y tan fácilmente podrá moverse adonde quisiere el
alma, que no será posible hallarse nada más veloz que su movimiento”.
- “Claridad” por la que brillarán como el sol los cuerpos de los santos. Será un resplandor supranatural con más luminosidad que la más brillante de las estrellas.
Al estar resucitado el cuerpo, los sentidos tendrán su propia gloria, de modo que cada uno podrá ejercer, si quiere, su propia función, en grado eminente con gozo accidental, pues la glorificación esencial consistirá en la visión, posesión y gozo de Dios totalmente y para siempre.
Santo Tomás de Aquino llegó a decir que las cicatrices de las llagas de Cristo y las de los mártires resplandecerán en el Cielo como focos que proyectarán luz sin deslumbrar con brillo especial.