jueves, 31 de diciembre de 2020

Santa María Madre de Dios, Solemnidad

El día 25 de Diciembre  celebrábamos litúrgicamente la Navidad, en nacimiento del Hijo de Dios, hecho Hombre. El domingo siguiente, día 27, este año coincidió con la Fiesta de la Sagrada Familia, porque el Hijo de Dios, nacido de Santa María Virgen, vivió en familia, bajo la dirección y protección de San José, esposo de la Virgen María. Y hoy 1 de Enero del año 2021, celebramos la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios. 

Parece con cierta lógica histórica y litúrgica que dentro del tiempo de Navidad se celebrara la fiesta de San José, y no el día 19 de Marzo, que cae en plena cuaresma en cuyo ciclo no tiene sitio. De esta manera, se celebraría con más sentido litúrgico, tal vez, la Navidad: el nacimiento de Jesús, la solemnidad de la Madre de Dios, la fiesta de San José y la Sagrada familia. 

Dejando aparcada esta teoría, más o menos discutible, hoy celebramos el día de la Madre de Dios, que es lo que nos interesa, y precisamente en el estreno de un año nuevo ¡Qué coincidencia más feliz! 

Hoy en los días siguientes, todos vamos a felicitarnos el año nuevo con una frase usual ¡feliz año nuevo! para desearnos lo mejor. Hagamos un reflexión sobre estas palabras. 

Realmente cada año es nuevo, y también cada mes, cada día, cada hora y cada tiempo, porque ningún momento es igual, todo es distinto y nuevo, aunque se hagan las mismas cosas. 

¿En qué consiste la felicidad que nos deseamos? 
La felicidad puede concebirse bajo tres perspectivas diferentes: felicidad humana, felicidad espiritual, y felicidad cristiana. 

Para un hombre de mundo, sin fe, feliz año nuevo significa tener salud, poseer bienes materiales, desempeñar un cargo de relieve social o político o un puesto de trabajo, bien remunerado, gozar de autoridad, disfrutar mucho de las cosas, comer muchas, buenas y variadas comidas exquisitas y degustar bebidas agradables al paladar y beneficiosas para la salud, divertirse de muchas maneras... Eso es un año feliz para el que no ve las cosas nada más que con los ojos del mundo y las considera en relación al bienestar de los apetitos carnales. Pero la verdadera felicidad no consiste en la salud, porque se puede ser feliz espiritualmente en la enfermedad; ni tampoco en las riquezas, porque se puede ser desgraciado con ellas y feliz con la pobreza. Muchos tienen posesiones inmensas y son desgraciados, y otros tienen lo necesario para vivir y son inmensamente felices, porque la felicidad no consiste en tener muchas cosas sino en no necesitar nada más que lo necesario para vivir. 

Para muchos, que son espirituales, no cristianos, la felicidad consiste en satisfacer las aspiraciones del hombre: buscar y encontrar la verdad, cultivar la ciencia, bucear en la sabiduría y gozar con ella, fomentar el amor, la justicia, la amistad... Pero no todos son felices, porque muchos satisfaciendo las aspiraciones buenas del hombre, son desgraciados; y otros con las cosas más elementales de las vida el amor, la justicia, la amistad, la paz y otros valores, son felices. 

Para nosotros que somos hombres de fe y cristianos, el año feliz no significa totalmente ni lo uno ni lo otro. No descartamos la realidad de que para la felicidad humana contribuyen mucho los bienes materiales y espirituales, pero sabemos que la felicidad esencial no consiste solamente en ellos, pues con los esenciales, se puede ser feliz. 

Cuando nosotros nos felicitamos el año nuevo desde la fe, nos deseamos un año nuevo lleno de la gracia de Dios y también lleno de gracias materiales y espirituales, en perfecta subordinación a la voluntad divina, que consiste fundamentalmente en el cumplimiento de la ley y en la aceptación de los acontecimientos de la vida, de cualquier manera que se manifiesten. Sólo así se puede ser totalmente feliz ,con las pequeñas y normales contrariedades de la vida. La verdadera felicidad evangélica consiste en vivir en gracia de Dios, conformarse con lo que se ha recibido, con lo que uno tiene, es decir, conformarse con uno mismo y no ambicionar nada de este mundo, que nos lleve al pecado. 

Si yo busco el dinero, no como fin, sino como medio para cumplir mis necesidades y ser feliz, hago muy bien y estoy dentro de la felicidad humana y cristiana. Y si busco la riqueza como medio para mi felicidad y la de otros y con fines sociales consigo un bien personal y común. Se puede ser feliz o desgraciado en la riqueza y en la pobreza, en la enfermedad y en la salud, en la niñez, juventud y vejez, en la vida larga o corta, pues las cosas de este mundo pueden ser medios para la felicidad, si se administran bien, y medios para las desgracias, si se utilizan mal, para el pecado. 

Desde la fe, hermanos, un año nuevo es aceptar la voluntad de Dios, de cualquier manera que se manifieste, agradable a la naturaleza o desagradable: con salud y fortuna y con enfermedad e infortunios. 

Os deseo y me deseo un año distinto nuevo en amor, gracia y santidad, conforme con lo que Dios tenga preparado para cada uno de nosotros, aceptando con fe las enfermedades, los momentos buenos y malos que vayan a venir, sabiendo que Dios es Padre y quiere el bien para todos sus hijos. De esta manera cada año nuevo será siempre feliz en la tierra, y después, cuando este mundo termine, vendrá la eternidad feliz, que nunca acaba, en unión con Dios, visto y poseído en totalidad y gozo de todos los ángeles y los santos, resplandor de la gloria de Dios eterna. 

sábado, 26 de diciembre de 2020

Sagrada Familia. Ciclo B

 

Se podría concebir  que la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo en única divinidad, es la familia divina y eterna de la que proceden todas las cosas, y es la referencia de toda familia humana.   

 En el plano humano, la Sagrada Familia, San José, María Santísima y el Niño Jesús constituyen, en perfecta unión humana y divina,  el modelo ejemplar de toda familia natural o instituida.  Hagamos algunas reflexiones pastorales sobre la Familia.

 Dignidad y autoridad en la familia

 La autoridad en la  Sagrada Familia no era igual que en las demás familias humanas, en las que la autoridad la suele ostentar el padre o la madre o ambos de común acuerdo. El hijo no tiene más autoridad que la obediencia. En cambio, en la familia de Nazaret, la persona menos importante en dignidad era la autoridad máxima, al estilo judío. La Virgen María, persona más digna que San José por ser Inmaculada y Madre de Dios ejercía también la autoridad en mutuo consenso  con su esposo San José. El Niño Jesús Persona divina, no tenía más autoridad que la obediencia, como nos dice el Evangelio: “Jesús bajó con sus padres a Nazaret y siguió bajo su autoridad”. Y, sin embargo tenía más dignidad que San José y María, porque eran personas humanas. El Niño Jesús ayudaría a San José en las tareas del taller y del campo, y a María en las ocupaciones domésticas de la casa, no por obediencia sino por amor redentor.

 La autoridad es servicio de amor 

El amor es la autoridad  en la familia. Cuando dos se quieren mucho, el uno sirve al otro y le presta los servicios que necesita no por autoridad ni obligación, sino por amor, lo contrario es justicia, tiranía o egoísmo. Las tres personas de la Sagrada Familia estaban tan íntimamente unidas en el amor, que era el único móvil de toda acción familiar. San José amaba tanto a su esposa María que todo lo hacía por Ella no por  autoridad  sino por la ley jerárquica del amor; y dedicaba también todo su trabajo, fatigas y esfuerzos por su hijo, el Niño Jesús, por la ley del corazón. Y lo mismo María, como esposa y madre todo su pensar, querer y hacer era para su esposo San José a quien amaba humana y espiritualmente como a Ella misma con el amor de Dios; y amaba por encima de todo a su Hijo, Jesús, con corazón de madre de Dios.  ¡Qué misterio de amor! Dios creador de sus padres y, a la vez, sumo a ellos que eran hombres.

La Sagrada Familia modelo de toda familia humana

 La sagrada familia es modelo de toda familia  humana e instituida, porque en ella resplandecían el amor verdadero y  todas las virtudes necesarias para la convivencia familiar.

 En toda familia, fundamento de la Sociedad y de la Iglesia, tiene que existir la felicidad y  la paz humanamente posible: amor afectivo o efectivo en el trato humano de palabra, aunque sea de estilo bondadosamente político, comprensivo con la manera de ser de cada uno y respetuoso  con los ideales; y también comportamiento común de justicia y caridad, porque hoy en la familia hay miembros de distintas ideologías, culturales y religiosas y no religiosas. La convivencia en la familia en la que uno está obligado a vivir  es muy difícil. Para que haya paz en ella  es necesario soportar muchos sacrificios y renuncias por parte de todos los miembros.

 La familia cristiana tiene que tener por mira a la Sagrada Familia para imitar sus virtudes.  Es pensable que San José y María, como eran diferentes en el ser y en el obrar, algunas cosas de uno no les gustarían  al otro, cosa natural, como suele pasar en los esposos muy enamorados, incluso entre santos, porque las diferencias accidentales  del ser y obrar, aunque no gustan, se aceptan por el amor. Raramente hay una persona que guste totalmente a la persona amada, pues el amor por muy grande y perfecto que sea, conlleva sufrimientos de cosas o cosillas que no gustan de la persona amada, y la única solución es la comprensión mutua del amor sacrificado. 

 Los padres de Jesús cuando no entendían ciertos comportamientos misteriosos del Niño, los comprendían con amor, guardando todas las cosas en el corazón, sin comentarlos ni criticarlos, y ni siquiera pensarlos, aceptando por fe las decisiones de su Hijo que no les gustaban, porque eran hombres y sabían  que su Hijo era Dios. 

 Muchas veces en las familias, entre esposos que se quieren mucho, entre padres e hijos y hermanos, que se llevan bien, se rompe o se enfría el amor por tontadas  de soberbia, amor propio o cabezonería. ¡Qué cosa más humana y cristiana es dar la razón a quien no la tiene en aquello que realmente es igual o no tiene mayor importancia! La razón de los hombres  que discuten acaloradamente la llevan subjetivamente todos, algunos o ninguno, pues solamente  Dios sabe quiénes llevan la razón.  Es mejor muchas veces dar la razón a quien no la tiene en cosas pequeñas, sin trascendencia, triviales  por amor a la paz familiar que defender las cosas  con guerra.

 La Sagrada Familia es modelo de todas las virtudes que tenemos que imitar,  cada uno la que más necesite para vivir en paz con uno mismo, con los miembros de su propia familia y, sobre todo, con Dios que es quien juzga a todos en justicia y verdad.    

jueves, 24 de diciembre de 2020

Navidad. Ciclo B

La Navidad es el tiempo en que se recuerda y celebra el nacimiento del Amor de Dios, hecho hombre, en la Persona de Jesús, Salvador, nacido en Belén de Santa María Virgen; amor que fue enseñado en su vida oculta durante treinta años con el ejemplo vivo de la oración y del trabajo; predicado en su vida pública por la proclamación del Evangelio y realización de milagros, y demostrado con su muerte en la cruz, con el derramamiento de su sangre divina. El tiempo litúrgico de Navidad es una ocasión muy buena para hacer unas reflexiones sobre el amor verdadero, el amor cristiano en sentido teológico. 

El amor, esencia de la vida del ser humano y fundamento de su felicidad en esta vida y en la otra, es uno de los conceptos más difíciles de entender y explicar porque forma parte del misterio del hombre en la más profunda intimidad de su existencia. Los poetas idealizan el amor con su musa más o menos inspirada; los literatos lo describen con estilos diferentes, acomodados a su manera de pensar y vivir; los filósofos hacen discursos sobre él, a capricho de la ideología de su pensamiento; los artistas gastan su genio en expresarlo con su propia personalidad en signos diversos; y cada uno, hijo de su padre y de su madre, lo entiende y lo vive a su manera o con arreglo a la cultura o formación humana y religiosa que ha recibido. 

Para unos amar es sentir en el propio ser una inclinación hacia una persona que radica en el sentimiento o en el alma, y lo viven y demuestran de muchas maneras. Para otros el amor consiste en buscarse a sí valiéndose del otro: te amo porque te necesito, porque tú me sirves para que sea yo. Para la gente del mundo, el amor es una satisfacción sexual, que calma por un momento la pasión de la carne y, sin alimentar el corazón, lo deja con hambre de egoísmo sexual. El sexo es complemento del amor matrimonial, cuando se busca con él la expresión del amor natural o cristiano, traducido en obras, y no cuando se busca por egoísmo solamente el placer personal animalizado. 

El amor humano suele ser: 
  • causal: te amo porque me amas;
  • final: te amo para que me ames;
  • condicional: te amo si me amas;
  • temporal: te amo mientras me amas.
El amor humano, cualquiera que sea, es limitado, necesitado de correspondencia, imperfecto, incluso el amor de la madre normal, que se considera el amor más perfecto en lo humano, requiere la paga del hijo, aunque el hijo por sí mismo satisface el corazón de la madre, aunque con dolor si no es correspondida por el hijo. La buena madre suele perdonar la falta de correspondencia del hijo; la justifica externamente con dolor en el corazón; la defiende ante extraños, se desahoga con los confidentes, pero jamás la condena. 

El que ama necesita humanamente la correspondencia del amor del otro a quien ama, pues amar y no ser correspondido es más dolor que gozo. Se ama con limitaciones, defectos y pecados, propios de la fragilidad humana de la naturaleza caída. Amar es más darse que dar, pues el que ama da también, pues el dar es expresión necesaria del darse. 

El que dice que ama y no da, se ama más que ama. Dar porque que te dan es educación, agradecimiento o correspondencia. Dar solamente para que te den, es egoísmo. ¡Qué gozo tan singular se siente cuando se hacen cosillas insignificantes que nadie sabe, por amor a Dios! Cuando prestas a la persona que amas continuos y pequeños servicios, eres Señor del amor en grandes cosas. Las cosas pequeñas se hacen grandes, las ordinarias extraordinarias, y las extraordinarias heroicas por la magia virtuosa del amor. El hombre de fe nunca hace cosas pequeñas, pues todas las cosas que hace son grandes, porque grande es Dios por quien las hace. 

El verdadero amor se explica solamente en sentido evangélico, cristiano, teológico: amar de balde, aunque uno no sea correspondido humanamente en el amor, al estilo de Dios, que se nos ha regalado en la Persona de Jesucristo. "En esto hemos conocido el amor: en que Él ha dado su vida por nosotros" (I Jn 3, 16). 











sábado, 19 de diciembre de 2020

Cuarto domingo de Adviento. Ciclo B

En la primera lectura de la liturgia de la Palabra que estamos celebrando, del segundo libro de Samuel, aparece por dos veces una frase muy repetida en la Biblia: El Señor está contigo. En este pasaje se nos cuenta que cuando David se estableció en su palacio, después de haber vencido a sus enemigos y en su reino se estableció la paz, dijo al profeta Natán: 

- Mira, yo estoy viviendo en casa de cedro, mientras que el arca del Señor vive en una tienda. 

Natán respondió al rey: 

- Ve y haz cuanto piensas, pues el Señor está contigo. 

Por la noche recibió Natán la palabra de Dios y le dijo: 

- Ve y dile a mis siervo: 

- Yo estaré contigo en todas tus empresas. Te haré grande y te daré una dinastía. Tu casa y tu reino durarán siempre en mi presencia. 

En estas palabras ven los interpretes de la Biblia una profecía sobre la Iglesia, que durará hasta el fin de los siglos. 

Esta misma frase “El Señor está contigo” aparece en el evangelio de hoy, en el que se relata la anunciación a Santa María del misterio de la encarnación del Hijo de Dios en su seno virginal por obra del Espíritu Santo. El ángel entrando en su presencia dijo: 

- Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. 

¿Qué significa la frase “El Señor está contigo” ? 

Bíblicamente tiene un sentido de una protección especial de Dios, de fortaleza que concede al hombre que tiene que realizar grandes empresas o cumplir una misión difícil. Es como decir al hombre débil, asustado ante las dificultades que se le presentan en el cumplimiento de la voluntad de Dios, teniendo en cuenta su debilidad y sus pocas cualidades: 

No tengas miedo, yo estaré siempre contigo, aunque en ocasiones te puedas sentir abandonado o desamparado. 

Esta expresión tiene también en sentido popular una protección humana con quien amamos o queremos proteger para darle seguridad y confianza en la misión que se le ha encomendado, como diciendo: 

- ¡No tengas miedo! Porque yo estoy contigo, no estás solo, cuenta con mi ayuda, empuje, amparo, apoyo, fortaleza para que puedas hacer lo que debes, superar las pruebas o dificultades que se te presenten... 

Es posible, probable y casi seguro que algunos de los oyentes se preguntarán: ¿Cómo va a estar Dios conmigo si tengo muchas desgracias personales en mi familia, en el trabajo, en la amistad? ¿Cómo va a estar Dios con los hombres, con el mundo, si existen tantas injusticias y el que es bueno siempre es aplastado, mientras que el malo triunfa, vive bien? ¿Dónde está la presencia y fortaleza de Dios con el pobre, con el débil? ¿No parece que se vuelca con el rico, el poderoso, el malvado? 

Hermanos, el significado pleno de “el Señor está contigo” tiene una referencia transcendente en orden a la vida eterna del hombre. 

Expliquemos a grandes rasgos esta verdad teológica. Todas las cosas, tanto buenas como malas, son medios para conseguir un fin supremo: la gloria de Dios y la salvación de los hombres. En el uso recto y bueno de las criaturas, el hombre cuenta con una asistencia especial de Dios. Pero sucede, porque somos humanos, que apreciamos las cosas buenas y despreciamos las malas, como es natural, haciendo de ellas una evaluación equivocada en sentido cristiano, porque bueno es lo que a Dios me lleva, aunque sea malo humanamente hablando, y malo lo que me separa de Él, aunque sea bueno y me guste. 

Pero no es justo que nos hagamos solamente interrogantes ante la presencia del mal, pues si somos consecuentes y hacemos memoria, tenemos que ver la protección de Dios y su presencia en las muchas cosas buenas que nos proporciona. ¡Cuántas veces hemos dado gracias a Dios por los beneficios que hemos recibido, sin pedirlos, y cuántas porque nos ha concedido lo que hemos pedido y deseado! Seamos justos y sepamos siempre que Dios, como buen Padre, nos regala bienes o nos castiga, prueba o premia con males, que en su último fin son bienes. 

El Señor está contigo, aunque tú no estés con Él, incluso aunque tú estés contra Él. Está contigo con su presencia de inmensidad dentro de ti, para que seas tú y Él sea en ti. Está en cada cosa que existe por su presencia conservadora, que equivale a una presencia creadora permanente. Está contigo, si tú quieres, por una presencia sobrenatural de gracia santificante, presencia trinitaria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, siendo Él mismo, dando el ser permanente a todas las cosas y siendo objeto de adoración y culto en tu corazón con experiencias místicas con vivencia de la fe. 

Por consiguiente, revive tu fe en Dios Padre, cuando las cosas te vayan viento en popa, y también cuando te salgan torcidas o al revés, sufras un contratiempo, te ocurran desgracias, enfermedades, sientas el desprecio de los familiares o amigos, o las circunstancias te azoten con el látigo del dolor. Dios está contigo llevándote de la mano, en brazos, tirando de ti o empujándote por detrás para que tengas fuerza para la lucha. 

Que Dios que es Amor, infinita sabiduría y omnipotencia, te bendiga siempre en todos los acontecimientos de la vida, buenos o malos, y te haga ver que está contigo, aunque tú no estés con Él, porque como Padre no quiere estar sin ti, porque es presencia de inmensidad o presencia amorosa de gracia, y espera que tú estés siempre con Él en el tiempo y en la eternidad, glorificando a Dios en las cosas buenas y aceptando las malas, que no sean pecados, como medios para el bien supremo de ver y gozar a Dios eternamente, y en Él y con Él cantar las misericordias del Señor.

sábado, 12 de diciembre de 2020

Tercer domingo de Adviento. Ciclo B

La palabra adviento, en su sentido etimológico, quiere decir advenimiento o venida o llegada. En el culto pagano se utilizaba para solemnizar la llegada de la estatua del dios patronal al templo de un pueblo o capital. En la antigua cultura romana significaba la venida del Emperador o de un personaje oficial a un lugar de sus territorios. Todos estos acontecimientos suponían una intensa, difícil, compleja y costosa preparación que terminaban en una solemne celebración de fiesta popular. En sentido bíblico era la preparación y llegada de un Rey o de un dignatario oficial a su pueblo. 

Los primeros cristianos, imitando las costumbres tradicionales de su época, incorporaron el concepto de adviento a su primitiva liturgia en un doble sentido: Adviento o tiempo de preparación para la Navidad y advenimiento o Navidad, conmemoración del nacimiento de Jesús. A esto contribuyó mucho la figura profética de Juan el Bautista, el Precursor del Mesías, que invitaba al pueblo judío a prepararse para la venida del Señor. 

El origen de la formación del ciclo litúrgico de Adviento y el tiempo en que se celebraba son circunstancias casi desconocidas en la historia de la liturgia de la Iglesia. Parece ser que, desde finales del siglo IV y durante el siglo V, en España y Francia los cristianos empezaron a celebrar el tiempo de adviento con una intensa vida de oración y penitencia. En Francia, en concreto, por normativa del Concilio de Tours, los monjes se preparaban para la Navidad ayunando todos los días del mes de Diciembre e intensificando su vida de piedad. Los clérigos, y probablemente también todos los fieles, ayunaban y cantaban el oficio divino desde el 11 de Noviembre, fiesta de San Martín, hasta Navidad, tres días por semana: lunes, miércoles y viernes. El adviento revistió un carácter oracional y penitente hasta el punto que llegó a considerarse como una segunda cuaresma; y se celebraba en un tono gozoso, profético, lleno de esperanza inefable ante la venida litúrgica del Mesías con proyección escatológica. 

El tiempo del adviento en Occidente fue muy variado, duraba desde seis semanas a cinco. Durante el pontificado de S. Gregorio Magno, año 604, el adviento quedó definido en cuatro semanas o domingos, tal como se celebra hoy, aunque la liturgia de la Palabra ha variado mucho en el decurso de los siglos. 

En un sentido amplio, podemos concebir cinco acepciones diferentes del adviento: histórico, litúrgico, sacramental, eucarístico y teológico

Adviento histórico en el Antiguo Testamento 

 Desde el punto de vista histórico, en el mismo momento en que el hombre pecó, Dios le prometió en un lenguaje apocalíptico la venida de un Salvador en la llamada profecía del Protoevangelio (Gn 3,15). Y desde entonces empezó el adviento en el Antiguo Testamento o la espera del Mesías, anunciado por Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas en distintas ocasiones y de muchas maneras (Hb 1,1). Durante un período largo de muchos siglos, el pueblo de Israel se convirtió en el gran maestro de la esperanza, animado por los profetas, principalmente Isaías; y llegó a la plenitud de los tiempos con Juan Bautista, el Precursor del Mesías. 

Como las múltiples profecías sobre la venida del Salvador fueron escritas en la Biblia en estilo literario de género popular, frecuentemente enigmático, y en distintas épocas en las que el sufrido pueblo de Israel estaba sometido a constantes guerras, frecuentes deportaciones, injustos exilios y esclavitudes inhumanas, las profecías mesiánicas fueron interpretadas frecuentemente en sentido humano y sociopolítico con carácter religioso. Muchos imaginaban que la llegada del Mesías sería un acontecimiento histórico grandioso, espectacular. Esperaban para Israel un Rey temporal que constituiría un reino humano, sociológico y político; y de esta forma se tergiversó el verdadero sentido de la venida del Mesías, a pesar de estar revelado como Redentor, Mesías y Salvador de todos los hombres en el Antiguo Testamento, que constituiría un Reino transcendente: temporal y eterno, material y espiritual. 

Adviento histórico en el Nuevo Testamento

 El advenimiento de Jesús tuvo lugar en el momento en que el Hijo de Dios fue concebido por el Espíritu Santo en las entrañas purísimas de Santa María Virgen, nacido después virginalmente en Belén. Era la llegada del Mesías en su ser personal de Dios y hombre en el útero virginal de María. 

Después de vivir alrededor de treinta años oculto en Nazaret, redimiendo místicamente al nuevo Pueblo de Dios, mediante la oración y el trabajo de la vida ordinaria en obediencia, predicó el Evangelio realizando milagros durante unos tres años; y, por fin, padeció, fue crucificado, murió, resucitó al tercer día y subió a los Cielos. Era la llegada del Mesías realizando la salvación en la constitución del Reino de la Iglesia. 

Terminada la misión que el Padre había encomendado a Jesús en la Tierra, después de anunciar a sus discípulos que les enviaría el Espíritu Santo, para que les comunicara la fuerza de ser testigos de Él hasta los últimos confines de la Tierra, en presencia de todos empezó a subir a los Cielos hasta que una nube lo ocultó a sus ojos. Mientras miraban fijos al Cielo viendo cómo se iba Jesús, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron:

- Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al Cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al Cielo, volverá como le habéis visto marcharse. (Hch 1,8-11). 

 Los cristianos del siglo I creyeron firmemente que la segunda venida del Señor iba a ser un acontecimiento inminente, como aparece claramente en la segunda carta del Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses (2 Ts 2,1-3). Pero “el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del Cielo ni el Hijo del hombre, sólo el Padre” (Mc 13,32). 

Desde el mismo momento en que Jesús subió a los Cielos empezó el Adviento escatológico del nuevo Pueblo de Dios, que terminará al fin del mundo, “en que Cristo, Señor y Juez de la Historia, aparecerá, revestido de poder y gloria, sobre las nubes del Cielo. En aquel día terrible y glorioso pasará la figura de este mundo y nacerán los cielos nuevos y la nueva tierra, como rezamos en el prefacio tercero de Adviento. Entonces Cristo Rey vendrá a juzgar a vivos y muertos y a consumar el misterio de la redención humana, entregando al Padre un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz (pref de Cristo Rey). 

Adviento litúrgico 

La liturgia actual describe el adviento histórico en su doble sentido con estas palabras: “Al venir por vez primera en la humildad de nuestra carne, realizó el plan de redención trazado desde antiguo y nos abrió el camino de la salvación; para que cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria, revelando así la plenitud de su obra, podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar” (primer prefacio de Adviento).  

El adviento, en su acepción litúrgica, es un tiempo de preparación para la Navidad. Contiene una riqueza bíblica sobre el misterio de la salvación, desde la entrada de Jesús en la Historia hasta su final; y evidencia con fuerza la dimensión escatológica del misterio cristiano. 

Su estructura consta de cuatro domingos que nos preparan para conmemorar el aniversario del nacimiento de Jesús, Redentor, centro de la Historia humana. El primer domingo coincide con el comienzo del año litúrgico, que termina el día de la solemnidad de Cristo Rey. 

La liturgia invita a los cristianos a vivir, entre otras, tres actitudes esenciales del adviento: la conversión, la preparación para conmemorar el nacimiento de Jesús, en la Navidad, y la vigilante espera de la venida del Señor, a la hora de nuestra muerte, dentro del adviento escatológico.

- La conversión de la vida de pecado a la vida de gracia y de la vida de gracia a mayor perfección es una condición indispensable para celebrar el advenimiento litúrgico de Jesús en la Navidad.

- La preparación para la Navidad en oración y penitencia.

- La vigilante espera de la venida del Señor para cada hombre, a la hora de su muerte. Es la gozosa esperanza en Dios, Padre infinitamente misericordioso, que colma de alegría y paz con la desbordada fuerza del Espíritu Santo (Rm 15,13) para celebrar con Cristo en el Cielo la navidad eterna.

El adviento es un tiempo de oración, penitencia y ejercicio de buenas obras en el que el cristiano debe intensificar su adviento histórico para la venida del Señor y el Aviento litúrgico como preparación para la Navidad. Es más, debe convertir toda su vida en un adviento permanente, preparándose para el encuentro personal con Jesús, empuñando la antorcha de la fe de la Iglesia. La vigilancia no debe entenderse solamente como defensa del mal que nos acecha, sino como expectación confiada y gozosa de Dios que viene a liberarnos de todo mal y a salvarnos definitivamente. 

Adviento sacramental 

 En un sentido espiritual, se puede concebir también una nueva acepción de adviento: adviento sacramental, que es el tiempo en que el cristiano se prepara para recibir un sacramento cualquiera. Cuanto mejor se prepara uno para recibir un sacramento, mayor es la gracia que se recibe. Cuando Cristo se hace presente en la celebración de un sacramento, se celebra la navidad del nacimiento de la gracia en el alma. Es adviento cuando el cristiano se prepara para recibir a Cristo en su gracia en el sacramento y es navidad cuando se ha recibido. 

Adviento eucarístico 

 Es adviento eucarístico, cuando el cristiano hace de su vida de fe una preparación permanente para asistir a la llegada de Jesús sacramentado, bajo las especies de pan y vino, en el sacrificio de la Santa Misa. Es adviento eucarístico cuando el cristiano se prepara para la celebración de la Eucaristía, y Navidad eucarística cuando Cristo nace sacramentalmente en el sacrificio de la Santa Misa.

Adviento teológico 

 Y, por fin, celebrando el adviento de todo el año litúrgico y el adviento sacramental y eucarístico, se puede hablar también de un adviento teológico, que es la preparación total y absoluta del cristiano para recibir a Jesucristo en todos los encuentros con los hombres y con los acontecimientos, como nos enseña la liturgia de adviento en el prefacio del tercer domingo: “El mismo Señor, que se nos mostrará entonces lleno de gloria, viene ahora a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y por el amor demos testimonio de la espera dichosa de su reino” (Pref III de adviento). 

Resumiendo, es adviento escatológico mientras que la Iglesia en su estado de peregrinación en la Tierra se prepara, de muchas maneras, para la venida del Señor al final de los tiempos, momento en que se celebrará la navidad eterna del triunfo y la gloria de Jesucristo, Rey, que consumará su reinado eterno, objeto de felicidad completa de todos los bienaventurados, en compañía de María y de todos los ángeles en el Cielo. 

Es adviento litúrgico cuando los cristianos se preparan espiritualmente para la Navidad, conmemoración del nacimiento de Jesús, el 25 de Diciembre.

Es adviento sacramental cuando vivimos en unión con Dios y santas obras esperando celebrar la navidad de la gracia en cualquier sacramento. Es adviento eucarístico cuando hacemos que nuestra vida santa sea una preparación permanente para la llegada de Jesús sacramentado en el sacrificio de la Santa Misa y lo recibimos en el corazón para vivir unidos a todos los hombres y a todas las cosas. Y es adviento teológico cuando con todos los actos de nuestra vida hacemos que sea navidad esperando y celebrando diversos encuentros con Cristo.





lunes, 7 de diciembre de 2020

Solemnidad de la Inmaculada Concepción

  

Como todos sabemos hoy celebramos la solemnidad de la Inmaculada Concepción, uno de los cuatro dogmas que la Iglesia ha definido respecto de la persona de María: Inmaculada Concepción, Maternidad divina, Virginidad perpetua y Asunción a los Cielos. 

Fundándonos en estos cuatro dogmas marianos de la Iglesia Católica, los teólogos han buscado muchos títulos que aparecen resumidos en la letanía que rezamos después del santo rosario, y también de una manera especial en las misas recientemente publicadas por la Santa Sede en honor de la Santísima Virgen. 

Vamos a explicar brevemente el misterio que estamos celebrando, de manera sencilla. 

Si nos atenemos a la palabra tal como está enunciado el dogma, Inmaculada Concepción significa no manchada. ¿Pero cómo se entiende concepción no manchada? Porque realmente en la Santísima Virgen hay dos tipos de concepciones no manchadas, una como hija, en cuanto fue concebida, y otra en cuanto concibió como madre. 

Hoy no celebramos la concepción de María en cuanto que concibió a Jesús virginalmente, como madre: la virginidad de María en cuanto que concibió a su Hijo, Jesús, por obra del Espíritu Santo, cosa que realmente fue una excepción en la Historia de todas las mujeres que engendran o conciben, ya que todos los hijos venimos al mundo por una cooperación de hombre y mujer, padre y madre. 

Celebramos hoy la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, como hija, como persona, la cual desde el primer momento en que fue concebida dentro del útero de su madre, Santa Ana, fue liberada de pecado, hecho histórico que no se puede entender. No asumió, por decirlo de alguna manera, el pecado original que todo ser humano hereda en el mismo instante de ser concebido. 

En la historia de la evolución del dogma hubo muchos inconvenientes. No creáis que este dogma ha sido creído desde siempre, pues hasta el siglo XIV no se reconoció a María Santísima como Inmaculada, porque existían problemas de tipo dogmático, que vamos a reseñar. 

La mayor dificultad para la creencia de esta verdad era el dogma de la redención universal de todos los hombres del pecado original. La argumentación era fácil de entender: Si María era un ser humano, debió contraer el pecado original, como todas las personas humanas, y ser redimida también por Cristo. Por esa razón los antiguos teólogos veían seria dificultad en conciliar la redención de todos los hombres con la inmaculada concepción. 

Desde el siglo XIV hasta el año 1.854 fue evolucionando el dogma, precisamente por parte de los teólogos españoles que en aquellos tiempos había en nuestra querida España, de los mejores de la Iglesia Católica. Poco a poco se fueron haciendo estudios serios en la revelación de la Iglesia, y se llegó a la conclusión de que María Santísima, por un privilegio especial fue concebida sin pecado. Y, por fin, el 8 de Diciembre del año 1.854, el Papa, Pío IX, en la bula Inefabillis Deus definió el dogma de la Inmaculada Concepción con estas palabras: “María Santísima desde el primer instante de su ser fue concebida sin pecado original”, como verdad revelada. 

Se podía haber definido de manera positiva: María Santísima fue concebida desde el primer instante en plenitud de gracia, que es lo mismo. El Papa por razones fundadas en la Revelación definió el dogma de modo negativo: “María fue concebida sin pecado original”. Y afirma claramente que este dogma está revelado. 

Realmente no existe ningún argumento escriturístico del Antiguo ni del Nuevo Testamento que lo acredite científicamente, pero está en la Revelación de la Tradición de la Iglesia. Algunos teólogos marianos aducen dos textos, que realmente no prueban con ciencia bíblica este dogma, sino que sirven para una argumentación teológica consecuente: El primero es del Génesis y fue pronunciado por Dios, después del pecado que cometieron nuestros Padres, Adán y Eva, anunciando la promesa de la Redención: “Pondré enemistades entre ti y la mujer, y entre tu linaje y el suyo; éste te aplastará la cabeza, y tú le acecharás el talón” (Gén 3,15). Dicen algunos teólogos antiguos que la mujer que aparece en este texto enigmático, poético y profético se refiere a María, pero en realidad hay que interpretarlo teniendo en cuenta otros textos de la Sagrada Escritura y de la Tradición con argumentaciones teológicas, un poco discursivas. 

Otro texto de la Sagrada Escritura que aducen algunos antiguos teólogos y Padres de la Iglesia para probar la Inmaculada Concepción es éste: “llena de gracia” (Lc 1,28) palabras con las que saludó el ángel Gabriel a María para anunciarle su maternidad, por obra y gracia del Espíritu Santo. 

Este texto no es directo, sino indirecto, pues es necesario hacer un discurso para llegar a la conclusión de que María fue concebida Inmaculada. Si María estaba en plenitud de gracia, no podía tener ningún pecado, ni siquiera el original, dicen ellos. 

Este argumento no prueba claramente por sí mismo la inmaculada Concepción, pues María pudiera haber sido concebida en pecado original como todo hijo de Adán, y después recibir la plenitud de gracia para cumplir su misión de Madre del Redentor. Sin embargo, teniendo en cuenta que María fue creada y destinada a ser Madre de Dios, convino que María fuera creada Inmaculada, como se deduce de la Revelación con argumentos teológicos. 

El Papa prescinde de los argumentos escriturísticos y solamente define que está en la Revelación que María santísima fue concebida sin pecado. 

¿Por qué María fue concebida sin pecado? Porque estaba destinada a ser Madre de Dios. Voy a decirlo de otra manera: Dios no eligió a María Santísima porque era santa, porque estaba libre de pecado, sino que la hizo libre de pecado y santa porque estaba destinada a ser “hija, Madre de Dios”. Parece que es mejor que la Madre de Dios engendrara a su Hijo, siendo Inmaculada que pecadora, con pecado original heredado. 

La Virgen Santísima, en cuanto a su Inmaculada Concepción, es la primera piedra de toda la teología mariana, porque el fundamento principal es la Maternidad Divina. ¡Qué grande es María Santísima! Fue concebida sin pecado, o, si queréis, en plenitud de gracia, porque estaba destinada a ser Madre de Dios. Luego, como es la Madre de Dios y en plenitud de gracia, tiene todas las gracias, y consecuentemente todos los dones y virtudes del Espíritu Santo. 

Y a nosotros ¿qué nos dice esto que parece en argumento puramente teológico, creo que al alcance de cualquiera? Que tenemos una Madre llena de gracia, y nosotros estamos llenos de desgracia, pues la mayor desgracia que podemos tener es el pecado. Que María es la plenitud de virtudes, y nosotros tenemos pocas virtudes o las tenemos imperfectas, limitadas y defectuosas. Que María está en plenitud de los dones del Espíritu Santo, y nosotros poseemos los dones del Espíritu Santo con pobreza, limitaciones e imperfecciones. 

Santo Tomás de Aquino hace una especie de paralelismo, siempre paradójico y simbólico, entre el organismo natural y el organismo sobrenatural. El organismo natural está compuesto de cuerpo y alma, parte material y parte espiritual. El alma es la vida del hombre. Algo así concibe él, en la gracia santificante, es la vida del organismo sobrenatural. 

Para operar, el alma se vale de las potencias espirituales y corporales. Así también, la gracia necesita para operar sus potencias, que son las virtudes y dones del Espíritu Santo. Luego el principio de la vida natural es el alma y el principio de la vida sobrenatural es la gracia. 

Por consiguiente, y como aplicación práctica de la Inmaculada Concepción, lo más importante para un cristiano es estar en gracia, vivir en gracia, y si queréis, un poco en sentido de buen humor, “vivir con gracia la gracia de Dios”. 

La virgen Santísima, contemplada en su Inmaculada Concepción, en plenitud de gracia, es modelo en nuestra vida de gracia, libre de pecado, y modelo de virtudes, distintas para cada uno. Quizá para alguno o para muchos de nosotros es modelo de la virtud de la alegría, porque estamos tristes por razones diversas. En este caso la Inmaculada es para ti causa de alegría. Para otro será modelo de caridad, de paciencia, de castidad, porque hoy no se celebra sólo la “pureza de María”, sino la plenitud de gracia y la santidad de María en todas sus virtudes. 

Recordáis qué errores cometimos en España, no por culpa de la Iglesia, sino por el comercio, cuando celebrábamos hoy el día de la madre; o cuando celebrábamos el día de la pureza de María, la fiesta de las Hijas de María en todos los pueblos de España. Hoy no es el día de la madre, ni mucho menos; ni tampoco es el día de la pureza. Hoy es el día de la Santidad de María. Si queremos decir Inmaculada Concepción, en sentido positivo, hoy es el día de la Santísima Virgen María. Santísima en plenitud de gracia, virtudes y dones del Espíritu Santo. 

Que cada uno pida a la Santísima Virgen aquella gracia que necesite. Hermanos, que la Santísima Virgen nos conceda todas las virtudes que necesitamos, porque es causa de la alegría, es causa de la paz, es causa del amor, es causa de la humildad, es causa de la pureza, es causa de todas las virtudes. Y causa de la seguridad de que hoy estoy cumpliendo la voluntad de Dios, haciendo lo que tengo que hacer, en unión de la Santísima Virgen, Santísima en su Inmaculada Concepción.

sábado, 5 de diciembre de 2020

Segundo domingo de Adviento. Ciclo B

    

Hoy, segundo domingo de adviento, tiempo de conversión, comenzamos la segunda etapa del camino litúrgico que nos va acercando a la Navidad, celebración del cumpleaños de Jesús. 

Aquella Navidad histórica que se celebra litúrgicamente cada año el 25 de Diciembre, fue el gran acontecimiento de la Humanidad: el nacimiento de Jesucristo, centro de la historia y eje, alrededor del cual gira toda la vida de la Iglesia. Cristo nació, vivió, murió y resucitó para salvar a todos los hombres, mediante su misterio pascual. 

Cuando Jesucristo terminó personalmente la Redención en la tierra, resucitado, confirió a sus Apóstoles, los mismos poderes que había recibido del Padre (Jn, 20,21), con el encargo de perpetuar su misma misión hasta el fin del mundo (Mt 28,18). Y después, subió al Cielo en cuerpo glorioso, para seguir realizando desde allí la salvación ministerialmente por medio de la Iglesia, hasta que vuelva otra vez al fin de los tiempos (Hech 1,111). 

Efectivamente, Cristo Rey volverá a la tierra a terminar su obra. Entonces juzgará a vivos y muertos con rigurosa justicia de infinita misericordia, y por fin, consumará definitivamente su reino eterno y universal: reino de la verdad y la vida, reino de la santidad y la gracia, reino de la justicia, el amor y la paz, como rezamos en el prefacio de la Misa de Cristo Rey. 

La liturgia de la palabra de hoy contiene tres lecturas de la Sagrada Escritura, que nos ofrecen el alimento espiritual para disponernos al banquete eucarístico del Cuerpo y la Sangre de Jesús en esta santa Misa; y también para fortalecer nuestra fe a lo largo de la semana en medio de este mundo descreído y materialista en que vivimos. 

La primera lectura, original del Espíritu Santo, y escrita por Isaías, contiene esencialmente el mensaje de conversión, que el profeta transmitió al Pueblo de Israel, con vivas y expresivas imágenes de inspiración poética: “En el desierto preparadle un camino al Señor, Allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que los montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale”. 

Mensaje que equivale a decir: Pueblo de Israel, conviértete a Dios y deja de ser estepa sin camino: que los humillados y esclavizados por la injusticia, simbolizados por los valles, sean levantados del hundimiento de su degradación personal y social, y consigan una altura justa de dignidad humana en pacífica convivencia; que los explotadores del egoísmo, del poder, del dinero y del sexo, simbolizados por los valles, sean levantados del hundimiento de su degradación personal y social, y consigan una altura justa de dignidad humana en pacífica convivencia; que los explotadores del egoísmo, del poder, del dinero y del sexo, simbolizados por los montes y colinas, se abajen: depongan su ambición, su soberbia y su injusticia; que los pecadores torcidos o desviados del camino de Dios por el pecado y los vicios, expresados con el símbolo de "lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale", se conviertan. Y todos, unos y otros, construyan para el Señor que viene un camino de justicia y paz. 

El Evangelio de San Marcos, haciendo alusión al profeta Isaías, repite el mismo anuncio de la venida del Mesías, la misma salvación y el mismo mensaje puestos en boca de San Juan Bautista: "Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos”. El profeta predica la conversión del pueblo, simbolizada por el bautismo de agua, figura del bautismo del Espíritu Santo, que Jesucristo había de instituir en el tiempo. 

La segunda lectura del Apóstol San Pedro alude al fin del mundo, que será transformado sustancialmente en “un cielo nuevo y una tierra nueva, en que se habite la justicia”. Y mientras llega ese momento, el Apóstol nos exhorta a "esperar estos acontecimientos, procurando que Dios nos encuentre en paz con Él, inmaculados e irreprochables". 

Por tanto, hermanos, vivamos el tiempo del adviento con una vida santa de conversión permanente, para prepararnos litúrgicamente para la Navidad. Y hagamos que nuestra vida sea siempre un adviento teológico, que nos prepara para la Navidad de nuestra muerte, con la mirada puesta en la Parusía, el triunfo de la Iglesia, que tendrá lugar con la segunda venida de Jesús, no sabemos cuándo. 

Hermano, si quieres, para ti siempre es adviento y siempre es Navidad. El adviento cuando esperas la venida de Jesús en su gracia; y Navidad cuando lo recibes en Persona sacramentada. 

Es adviento, cuando rezas privadamente o en comunidad; y Navidad cuando recibes la presencia garantizada de Jesús en medio de los que rezan juntos. 

Es adviento, cuando trabajas y realizas las cosas sencillas y ordinarias de la vida en unión con Dios; y Navidad cuando recibes la gracia de la perfección personal y la gracia místicamente apostólica de la santificación del mundo. 

Es adviento, por último, cuando aceptas, sufres, y ofreces al Señor las contrariedades de la vida, y haces que tu cruz, el dolor, sea sacrificado; y es Navidad cuando recibes la fortaleza de Jesús para sufrir con la esperanza de la resurrección eterna. 

Para un hombre de fe profunda cada acto cristiano que hace es, a la vez, adviento y Navidad que celebra la teología de la esperanza. 







sábado, 28 de noviembre de 2020

Primer Domingo de Adviento. Ciclo B

 

Hoy celebramos el primer domingo de Adviento, el comienzo del año litúrgico. La palabra latina adviento significa venida, llegada de alguien o de algo que supone una espera. En sentido litúrgico podríamos definir el Adviento como la espera confiada y alegre de la venida del Señor.

La vida es una espera constante de acontecimientos nuevos o iguales, con monotonía unas veces y novedad otras. Esperamos con alegría confiada cosas buenas. Por ejemplo, el enfermo espera salir de la enfermedad y recuperar la salud perdida. Si esperamos a alguien con alegría, estamos deseando que llegue el momento de su llegada. En cambio, cuando sabemos que nos va a venir un mal, tenemos pena porque va a venir lo que no queremos. El bien se espera con alegría y el  mal se teme con pena.         

La venida del Señor puede interpretarse en tres sentidos diferentes: la venida del Señor litúrgica, que celebramos el día 25 de Diciembre, nacimiento de Jesús. Durante cuatro semanas de adviento nos preparamos con alegría penitente para celebrar el acontecimiento más grande de la Historia: el cumpleaños de Jesús, el recuerdo desbordante y alegre de que el Hijo de Dios se hizo hombre para salvar a todos los hombres. Esta espera, tiempo de esperanza y conversión, tiene referencia con la segunda venida de Jesús al final de los tiempos, pues así lo dijeron los ángeles a los Apóstoles cuando Jesús subió a los Cielos: “Mientras miraban fijos al Cielo, viéndole irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco que le dijeron:

            “Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al Cielo, volverá como lo habéis visto marcharse.” (Hech 1,11). 

Por tanto, el adviento litúrgico no sólo tiene una dimensión cercana o próxima de preparación para la Navidad, el día 25 de Diciembre, sino también lejana y última: la venida del Señor en la Parusía. ¿Cuándo vendrá? No sabemos. Por supuesto, no como muchos piensan que dentro de treinta y tantos días, el principio del año 2000. 

      Cuando el Señor vuelva al final de los tiempos, vendrá a juzgar a vivos y a muertos, a clausurar con solemne majestad el Reino que fundó en la Tierra, que es la Iglesia. Para entender el verdadero sentido del Adviento estas dos dimensiones tienen que ser entendidas como dos elementos de una misma realidad, la del tiempo y la de la eternidad. 

       Mientras celebramos el Adviento litúrgico en espera del Adviento escatológico, hay un adviento intermedio de espera para cada uno de nosotros: la espera de la llegada del Señor, a la hora de la muerte, para celebrar la Navidad eterna. Remachando ideas repetimos: Hay tres esperas o tres advientos estrechamente unidos entre sí: adviento litúrgico en que nos preparamos para la Navidad; adviento de la vida en el que nos preparamos para la muerte; y adviento histórico de la Parusía en el que la Iglesia se prepara para la venida definitiva del Señor, al final de los tiempos: la Navidad eterna del Reino de los Cielo.

    ¿Cuándo vendrá el Señor a buscarnos al final de nuestra existencia? No lo sabemos, pero pronto, pues la vida pasa a velocidad vertiginosa, como el chorro de humo que deja el avión en el firmamento, cruzando el espacio, que inmediatamente desaparece, como si nunca hubiera existido.

    Efectivamente, el Señor vendrá a buscarnos, cuando menos lo pensemos. ¿Cómo tenemos que prepararnos para ese día? Nos dice el Evangelio que en actitud permanente de vigilancia, mientras llega el Señor para recogernos y celebrar en el Cielo nuestra Navidad personal, que es el nacimiento a la vida eterna. ¿Qué significa estar en vela? Vivir siempre en estado de gracia, vivir en una actitud permanente de servicio a los demás en trabajo apostólico, vivir con paciencia esperando los acontecimientos con fe y alegría espiritual, porque todo lo que sucede lo quiere Dios o lo permite para nuestro bien. Por consiguiente, tenemos que aceptar la voluntad de Dios, de cualquier manera que se manifieste.

     Muchos se cuestionan la existencia del mal en el mundo, y es lógico y natural, y dicen: ¿Cómo Dios, que es Padre de todos los hombres, permite tantos males? Alguien me dijo una vez que perdió la fe porque no entendía la existencia del dolor. A mí me sucede todo lo contrario, pues la existencia del dolor que no entiendo, aumenta más mi fe. Si existen tantas injusticias, tanto dolor, tantas penas en esta vida es porque tiene que haber justicia eterna en la otra. Nuestra felicidad en el Cielo será total y eterna. Consiste en ver y poseer a Dios para siempre. Luego todo dolor que se padece en este mundo es poco en relación con la visión y gozo de Dios, que nunca terminan y colman todas las aspiraciones humanas. En estos días han operado a un amigo mío, sacerdote, que me dijo: Estoy preparado para todo. Está pasándolo muy mal, sufriendo mucho, pero con la esperanza de que el dolor pasa pronto y la felicidad que me espera será eterna. 

No solamente no entienden el misterio del dolor los que no tienen fe, sino que tampoco lo entendemos los que la tenemos. La reacción ante este interrogante angustioso es de dos maneras: una teológica, desde la fe, y otra humana, desde la razón. La teológica esta argumentada de esta manera: Si Dios es mi fin, si Dios es mi móvil y si Dios es mi felicidad eterna, todo lo que me suceda en este mundo, por malo que sea, es poco. ¿Hay quien entienda lo que significa la eternidad en visión y gozo de Dios? San Agustín decía que la eternidad es el concepto más difícil de entender ¿Qué será siempre, siempre, siempre Dios visto y poseído, que es TODO el bien que ni siquiera se puede imaginar? Luego de esta manera se entiende la existencia del mal, que es un medio temporal para el fin último y supremo, que es la felicidad personal, total y eterna del hombre.

La otra manera de entender el misterio del mal en el mundo, desde la razón, es caer en el existencialismo, en el agnosticismo o en el escepticismo. 

Pues bien, hermanos, el dolor existe, pero tenemos  que aceptarlo con fe. ¿Cómo? En situación permanente de conversión, a la todos estamos obligados. No solamente tienen que convertirse los infieles, los que culpable o inculpablemente no tienen fe, sino también los que la tenemos: los cristianos que no pisan la Iglesia o la pisan en ocasiones sociales y viven de espaldas a Dios, y quizás más los que nos consideramos cristianos comprometidos. El artista que tiene el instinto o carisma del arte, como dicen ahora, tiene que perfeccionarse cada día más para alcanzar la máxima perfección. El cristiano que vive su fe con compromisos por vocación tiene que vivir en una actitud permanente de perfección evangélica. 

       ¿De qué tenemos que convertirnos? De nuestras miserias, de nuestras debilidades, de nuestras imperfecciones, de nuestro pecados, de nuestros desvíos para que estemos siempre en vela, celebrando el adviento de nuestra vida personal, mientras vivimos en la Tierra, conmemorando cada año el adviento litúrgico de la Navidad con la perspectiva de la espera de la celebración eterna de la Navidad, al final de los tiempos.

sábado, 21 de noviembre de 2020

Cristo Rey del Universo. Ciclo A



Como todos sabemos, hoy celebramos la fiesta litúrgica de Cristo Rey. Aprovechamos esta ocasión para explicar el significado del nombre de Cristo Rey. 

Los conceptos humanos no pueden aplicarse en sentido literal a las realidades divinas, sino en sentido metafórico o acomodaticio. Por consiguiente. Cristo Rey no tiene el mismo sentido que Juan Carlos I, Rey de España, por ejemplo.

¿Por qué decimos que Cristo es Rey? 

Por dos razones principales: porque Cristo es Dios y es Redentor de todos los hombres. Por ser Dios, es Creador de todas las cosas, y, por consiguiente, dueño y señor de todo, rey, que tiene dominio total y universal sobre toda la creación visible e invisible que gobierna con omnipotente sabiduría y bondad misteriosa: y, por ser Redentor, gobierna por medio de la Iglesia a todos los hombres a quienes redimió con su sangre divina para la salvación eterna.

Alguien ha dicho que en los tiempos actuales no conviene utilizar el título de Cristo Rey, porque la gente lo identifica con un partido político extremista en ideas y acciones, que lleva este nombre: Guerrilleros de Cristo Rey. Pero esta propuesta es antibíblica. Este apelativo está inspirado en la Biblia y no puede sustituirse, sino explicarse en el sentido espiritual y místico que le corresponde. 

Si Cristo es Rey es porque tiene un Reino. ¿Cuál es el Reino de Cristo.

El reino de Cristo Rey es distinto a todos los reinos del mundo en su naturaleza, composición, gobierno y fines. Es el misterio de la Iglesia. Realidad sobrenatural humanamente inconcebible, que puede estructurarse en ocho etapas sucesivas

1ª CONCEPCIÓN 

Hablando en lenguaje teológico, la Iglesia tiene origen trinitario, fue concebida eternamente por la Santísima Trinidad en la planificación de la creación del hombre. Dios previó el pecado del hombre, y determinó eternamente enviar a su Hijo Unigénito al mundo, para que haciéndose hombre realizara la Redención universal de todos los hombres, mediante la Iglesia, Reino de Cristo. 

2ª PREPARACIÓN 

Dios, después de la creación de los ángeles, seres espirituales celestes que formarían parte integrante de la Iglesia, preparó el lugar donde se iba a desarrollar la Historia de la Iglesia, creando el maravilloso mundo en que vivimos, escenario del gran misterio de la Redención. 

Creó luego al hombre en estado de gracia, elevado al orden sobrenatural y con los privilegios de la integridad, sin la concupiscencia pecaminosa, impasiblidad, libre de la muerte “El Padre eterno creó el mundo por una decisión totalmente libre y misteriosa de su sabiduría y bondad. Pero el hombre pecó y perdió la gracia y los dones que Dios le había regalado. 

Entonces Dios le perdonó y decidió elevar a todos los hombres a la participación de la vida divina en su Hijo "y dispuso convocar a los creyentes en Cristo en la santa Iglesia". Esta “familia de Dios” se constituye y realiza a lo largo de las etapas de la historia humana, según las disposiciones del Padre.

Por consiguiente, el reino de Cristo o la Iglesia fue “prefigurada” ya desde el origen del mundo y preparada maravillosamente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza: se constituyó en los últimos tiempos, se manifestó por la efusión del Espíritu, y llegará gloriosamente a su plenitud al final de los siglos (LG 2: Cat 759). 

3ª INICIO 

En un sentido amplio la Iglesia empezó a existir en el mismo momento en que el hombre cometió el pecado original y se le anunció la venida del Redentor, Jesucristo, con estas palabras: “Pongo hostilidades entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo: ella herirá tu cabeza cuando tú hieras su talón” (Gén 3,15). Es, por así decirlo, la reacción de Dios al caos provocado por el pecado (Cat 761). 

4ª PREPARACIÓN 

Se empezó a preparar con la vocación de Abrahán y la elección de Israel como Pueblo de Dios (Gn 12, 2; 15, 5-6). Durante siglos, a lo largo de la historia del pueblo de Israel, Dios fue anunciando en el Antiguo Testamento la Buena noticia en las Escrituras (LG 5), es decir la llegada del Reino de Dios. Primero lo hizo por medio de los patriarcas y después por los profetas, hasta que llegó la plenitud de los tiempos con el nacimiento de Jesús. 

5ª NACIMIENTO 

Se puede decir con propiedad teológica que la Iglesia empezó a existir en su inicio cuando el Hijo de Dios fue engendrado en las entrañas purísimas de Santa María por obra del Espíritu Santo; y nació en su cabeza con el nacimiento de Jesús en Belén.

6ª FORMACIÓN

Cristo, durante su vida pública, fue formando la estructura de la Iglesia empezando por la elección del Colegio Apostólico con Pedro a la cabeza.

Promulgó, luego las Bienaventuranzas en el sermón de la Montaña, que son la Constitución esencial de la Iglesia: y con su Palabra, explicada principalmente en parábolas, y la realización de milagros probó su condición de Hijo de Dios, Mesías, Redentor de todos los hombres.

Instruyó a sus Apóstoles sobre los secretos fundamentales del misterio de la Iglesia, y luego, antes de subir a los Cielos, les encomendó la misma misión que Él recibió del Padre: “Como el Padre me ha enviado, os envío yo también” (Jn 20,21), y por fín les confirió plenos poderes para anunciar el Evangelio: santificar la Iglesia y gobernarla hasta el fin de los tiempos con la garantía de su presencia: “Se me ha dado plena autoridad en el Cielo y en la Tierra. Id y haced discípulos de todas las naciones, bautizadlos, consagradlos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, y enseñadles a guardar todo lo que he mandado: mirad que yo estoy con vosotros cada día, hasta el fin del mundo” (Mt 28,18-20). 

“La Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador y guardando fielmente sus mandamientos del amor, humildad y renuncia, recibió la misión de anunciar y establecer en todos los pueblos el Reino de Cristo y de Dios” (LG 5)

7ª CONSTITUCIÓN 

“Cuando el Hijo terminó la obra que el Padre le encargó realizar en la Tierra, envió al Espíritu Santo, el día de Pentecostés, para que santificara continuamente a la Iglesia, la constituyera y la dirigiera con diversos dones jerárquicos y carismáticos”. (LG 4). 

8ª CONSUMACIÓN 

La Iglesia “sólo llegará a su perfección en la gloria del Cielo” (LG 48), cuando Cristo vuelva glorioso. Hasta ese día “avanza en su peregrinación a través de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios (S. Agustín) en exilio. “y espera y desea con todas sus fuerzas reunirse con su Rey en la gloria” (LG 5). Entonces, cuando las cosas de este mundo terminen y el Universo entero sea transformado, vendrán los nuevos Cielos y la nueva Tierra, morada eterna de los bienaventurados, se consumará la Historia de la Iglesia en el tiempo, y se convertirá en el Reino celeste de visión, gozo y gloria de Dios eternamente. 

sábado, 14 de noviembre de 2020

Trigésimo tercer domingo. Tiempo ordinario. Ciclo A

Fin del mundo

 El Universo, Cosmos, mundo en que vivimos no es eterno, tuvo su principio y tendrá su fin, no sabemos cuándo ni cómo. Fue creado por Dios, y de Él depende en toda su evolución. La inteligencia divina, que no se puede imaginar,  conoce la naturaleza de la Creación, sus elementos, y su desarrollo hasta que llegue su fin. El Evangelio  nos habla de ciertos signos, males  astronómicos,  guerras, odios,  muchos de los cuales han sucedido ya, suceden y sucederán en todos los tiempos, sin que se pueda precisar el momento científico del final de todas las cosas. Sin duda alguna, algún día llegará, pero no hay que hacer caso a las religiones adventistas y testigos de Jehová que han precisado muchas veces fechas para el fin del mundo, con equivocaciones manifiestas, contrarias al Evangelio.

Globalmente la ciencia avanza y las técnicas se modernizan con pasos agigantados en bien de todos los hombres. Pero el fin del mundo, hecho revelado, llegará algún día, curiosidad sobre la que los discípulos preguntaron a Jesús, sin que obtuvieran otra respuesta que ésta: “No lo sabe nadie, sino el Padre y Jesús, que no lo quiso revelar”. Pero es cierto que el fin del mundo vendrá, y se transformará en los nuevos cielos y la nueva tierra de los que nos habla la Sagrada Escritura.

Fin del mundo para cada persona

Es importante el fin del mundo del Universo, trágico suceso del fin de los tiempos, pero el fin del mundo llega para quien muere y empieza  la eternidad.

El hombre fue creado por Dios a su imagen y semejanza, divinizado, pero por el pecado original misteriosamente en su ser y en sus facultades quedó sometido al dominio del mal. Fue redimido por Dios, hecho hombre, mediante el misterio pascual de su vida, pasión muerte y resurrección. Y redimido no tiene otro fin que la salvación para vivir eternamente con Dios en el Cielo en visión y gozo, concepto sobrenatural, que no tiene explicación humana. El mal tiene tanta fuerza que pone en riesgo la salvación eterna de los hombres por muchas causas mediante el pecado mortal. No es tan fácil como parece cometer un pecado mortal que merezca la condenación eterna, porque sólo Dios sabe qué acto humano tiene la malicia suficiente para la condenación eterna. Son muchísimas las personas ignorantes, incapaces  del razonamiento, del conocimiento de la moral católica, que padecen perturbaciones mentales, enfermedades que impiden el discurso normal de la razón y pasiones que en un momento dado trastornan el entendimiento y consecuentemente corrompen el corazón y hacen que algunos hombres cometan barbaridades inconscientes o semiconscientes, pero no pecados que condenan al hombre al infierno eterno

 

sábado, 7 de noviembre de 2020

Trigésimo segundo domingo. Tiempo ordinario. ciclo A

 La creencia en la resurrección de los muertos forma parte integral de los artículos de la fe, como afirmamos en el credo de la iglesia Católica que rezamos en la Santa Misa: " Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro"

Nadie que se considere católico de manera consecuente puede negar la verdad revelada de que Cristo nos resucitará en el último día (Jn 6,39-40).

Cuando morimos, el alma se separa del cuerpo y es juzgada por Dios en juicio  particular con sentencia eterna, que será confirmada públicamente delante de todos los hombres en el día del juicio universal, al final de los tiempos. Y el cuerpo, muerto para la vida, volverá a la tierra, de la que fue hecho, para esperar el día de la resurrección de los muertos.

Cuando llegue el último día, el fin del mundo, todos los muertos “resucitarán con su propio cuerpo, que tienen ahora” (Conc de Letrán IV: DS 801), transformado en  cuerpo de gloria (Flp 3,21), “en  cuerpo espiritual” (1 Co 15,44; Cat 999)

La resurrección de los muertos está íntimamente asociada a la Parusía de Cristo:

“El Señor mismo, a la señal dada por la voz de un arcángel y al son de la trompeta de Dios, bajará del Cielo, y los muertos unidos a Cristo resucitarán (1 Ts 4,16; Cat  1001).

Nadie sabe el día en que este acontecimiento espectacular tendrá lugar, ni tampoco cómo, porque no ha sido revelado. Este hecho sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe” (Cat 1000).

Esta es la sustancia de la fe católica respecto del dogma de la resurrección de los muertos. Todas las demás explicaciones son teorías de teólogos que hacen sus propios discursos, más o menos fundados, sobre estas verdades innegables.

Santo Tomás de Aquino, y con él la mayoría de los teólogos, piensa que resucitará el mismo cuerpo que tenemos ahora con su propia materia, numéricamente la misma. “Para que resucite el mismo hombre numéricamente, no se requiere que todo cuanto estuvo materialmente en él durante la vida se tome de nuevo, sino solamente lo suficiente para completar su debida cantidad”.

El Catecismo de San Pío V que recoge las doctrinas del Concilio de Trento, dice que los cuerpos gloriosos gozarán de cuatro dotes principales:

- Impasibilidad” , “esto es una gracia y dote que hará que los cuerpos no puedan padecer ninguna molestia ni sentir dolor o incomodidad alguna; pues nada les podrá hacer daño, ni el rigor del frío, ni la fuerza del calor, ni el furor ni de las aguas”.

- “Sutileza” o dote por el que el cuerpo glorioso “se sujetará completamente al imperio del alma, y le servirá y estará pronto a su arbitrio.

- “Agilidad” “en virtud de la cual el cuerpo se verá libre de la carga que ahora le oprime; y tan fácilmente podrá moverse adonde quisiere el alma, que no será posible hallarse nada más veloz que su movimiento”.  El cuerpo glorioso podrá trasladarse a sitios remotísimos, atravesando distancias fabulosas con la velocidad del pensamiento. Sin embargo, este movimiento, aunque rapidísimo, no será instantáneo.

- “Claridad”  por la que brillarán como el sol los cuerpos de los santos. Será un resplandor supranatural con más luminosidad que la más brillante de las estrellas.

Al estar resucitado el cuerpo, los sentidos tendrán su propia gloria, de modo que cada uno podrá ejercer, si quiere, su propia función, en grado eminente con gozo accidental, pues la glorificación esencial consistirá en la visión, posesión y gozo de Dios totalmente y para siempre.

Santo Tomás de Aquino llegó a decir que las cicatrices de las llagas de Cristo y las de los mártires resplandecerán en el Cielo como focos que proyectarán luz sin deslumbrar con brillo especial.