sábado, 12 de diciembre de 2020

Tercer domingo de Adviento. Ciclo B

La palabra adviento, en su sentido etimológico, quiere decir advenimiento o venida o llegada. En el culto pagano se utilizaba para solemnizar la llegada de la estatua del dios patronal al templo de un pueblo o capital. En la antigua cultura romana significaba la venida del Emperador o de un personaje oficial a un lugar de sus territorios. Todos estos acontecimientos suponían una intensa, difícil, compleja y costosa preparación que terminaban en una solemne celebración de fiesta popular. En sentido bíblico era la preparación y llegada de un Rey o de un dignatario oficial a su pueblo. 

Los primeros cristianos, imitando las costumbres tradicionales de su época, incorporaron el concepto de adviento a su primitiva liturgia en un doble sentido: Adviento o tiempo de preparación para la Navidad y advenimiento o Navidad, conmemoración del nacimiento de Jesús. A esto contribuyó mucho la figura profética de Juan el Bautista, el Precursor del Mesías, que invitaba al pueblo judío a prepararse para la venida del Señor. 

El origen de la formación del ciclo litúrgico de Adviento y el tiempo en que se celebraba son circunstancias casi desconocidas en la historia de la liturgia de la Iglesia. Parece ser que, desde finales del siglo IV y durante el siglo V, en España y Francia los cristianos empezaron a celebrar el tiempo de adviento con una intensa vida de oración y penitencia. En Francia, en concreto, por normativa del Concilio de Tours, los monjes se preparaban para la Navidad ayunando todos los días del mes de Diciembre e intensificando su vida de piedad. Los clérigos, y probablemente también todos los fieles, ayunaban y cantaban el oficio divino desde el 11 de Noviembre, fiesta de San Martín, hasta Navidad, tres días por semana: lunes, miércoles y viernes. El adviento revistió un carácter oracional y penitente hasta el punto que llegó a considerarse como una segunda cuaresma; y se celebraba en un tono gozoso, profético, lleno de esperanza inefable ante la venida litúrgica del Mesías con proyección escatológica. 

El tiempo del adviento en Occidente fue muy variado, duraba desde seis semanas a cinco. Durante el pontificado de S. Gregorio Magno, año 604, el adviento quedó definido en cuatro semanas o domingos, tal como se celebra hoy, aunque la liturgia de la Palabra ha variado mucho en el decurso de los siglos. 

En un sentido amplio, podemos concebir cinco acepciones diferentes del adviento: histórico, litúrgico, sacramental, eucarístico y teológico

Adviento histórico en el Antiguo Testamento 

 Desde el punto de vista histórico, en el mismo momento en que el hombre pecó, Dios le prometió en un lenguaje apocalíptico la venida de un Salvador en la llamada profecía del Protoevangelio (Gn 3,15). Y desde entonces empezó el adviento en el Antiguo Testamento o la espera del Mesías, anunciado por Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas en distintas ocasiones y de muchas maneras (Hb 1,1). Durante un período largo de muchos siglos, el pueblo de Israel se convirtió en el gran maestro de la esperanza, animado por los profetas, principalmente Isaías; y llegó a la plenitud de los tiempos con Juan Bautista, el Precursor del Mesías. 

Como las múltiples profecías sobre la venida del Salvador fueron escritas en la Biblia en estilo literario de género popular, frecuentemente enigmático, y en distintas épocas en las que el sufrido pueblo de Israel estaba sometido a constantes guerras, frecuentes deportaciones, injustos exilios y esclavitudes inhumanas, las profecías mesiánicas fueron interpretadas frecuentemente en sentido humano y sociopolítico con carácter religioso. Muchos imaginaban que la llegada del Mesías sería un acontecimiento histórico grandioso, espectacular. Esperaban para Israel un Rey temporal que constituiría un reino humano, sociológico y político; y de esta forma se tergiversó el verdadero sentido de la venida del Mesías, a pesar de estar revelado como Redentor, Mesías y Salvador de todos los hombres en el Antiguo Testamento, que constituiría un Reino transcendente: temporal y eterno, material y espiritual. 

Adviento histórico en el Nuevo Testamento

 El advenimiento de Jesús tuvo lugar en el momento en que el Hijo de Dios fue concebido por el Espíritu Santo en las entrañas purísimas de Santa María Virgen, nacido después virginalmente en Belén. Era la llegada del Mesías en su ser personal de Dios y hombre en el útero virginal de María. 

Después de vivir alrededor de treinta años oculto en Nazaret, redimiendo místicamente al nuevo Pueblo de Dios, mediante la oración y el trabajo de la vida ordinaria en obediencia, predicó el Evangelio realizando milagros durante unos tres años; y, por fin, padeció, fue crucificado, murió, resucitó al tercer día y subió a los Cielos. Era la llegada del Mesías realizando la salvación en la constitución del Reino de la Iglesia. 

Terminada la misión que el Padre había encomendado a Jesús en la Tierra, después de anunciar a sus discípulos que les enviaría el Espíritu Santo, para que les comunicara la fuerza de ser testigos de Él hasta los últimos confines de la Tierra, en presencia de todos empezó a subir a los Cielos hasta que una nube lo ocultó a sus ojos. Mientras miraban fijos al Cielo viendo cómo se iba Jesús, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron:

- Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al Cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al Cielo, volverá como le habéis visto marcharse. (Hch 1,8-11). 

 Los cristianos del siglo I creyeron firmemente que la segunda venida del Señor iba a ser un acontecimiento inminente, como aparece claramente en la segunda carta del Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses (2 Ts 2,1-3). Pero “el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del Cielo ni el Hijo del hombre, sólo el Padre” (Mc 13,32). 

Desde el mismo momento en que Jesús subió a los Cielos empezó el Adviento escatológico del nuevo Pueblo de Dios, que terminará al fin del mundo, “en que Cristo, Señor y Juez de la Historia, aparecerá, revestido de poder y gloria, sobre las nubes del Cielo. En aquel día terrible y glorioso pasará la figura de este mundo y nacerán los cielos nuevos y la nueva tierra, como rezamos en el prefacio tercero de Adviento. Entonces Cristo Rey vendrá a juzgar a vivos y muertos y a consumar el misterio de la redención humana, entregando al Padre un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz (pref de Cristo Rey). 

Adviento litúrgico 

La liturgia actual describe el adviento histórico en su doble sentido con estas palabras: “Al venir por vez primera en la humildad de nuestra carne, realizó el plan de redención trazado desde antiguo y nos abrió el camino de la salvación; para que cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria, revelando así la plenitud de su obra, podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar” (primer prefacio de Adviento).  

El adviento, en su acepción litúrgica, es un tiempo de preparación para la Navidad. Contiene una riqueza bíblica sobre el misterio de la salvación, desde la entrada de Jesús en la Historia hasta su final; y evidencia con fuerza la dimensión escatológica del misterio cristiano. 

Su estructura consta de cuatro domingos que nos preparan para conmemorar el aniversario del nacimiento de Jesús, Redentor, centro de la Historia humana. El primer domingo coincide con el comienzo del año litúrgico, que termina el día de la solemnidad de Cristo Rey. 

La liturgia invita a los cristianos a vivir, entre otras, tres actitudes esenciales del adviento: la conversión, la preparación para conmemorar el nacimiento de Jesús, en la Navidad, y la vigilante espera de la venida del Señor, a la hora de nuestra muerte, dentro del adviento escatológico.

- La conversión de la vida de pecado a la vida de gracia y de la vida de gracia a mayor perfección es una condición indispensable para celebrar el advenimiento litúrgico de Jesús en la Navidad.

- La preparación para la Navidad en oración y penitencia.

- La vigilante espera de la venida del Señor para cada hombre, a la hora de su muerte. Es la gozosa esperanza en Dios, Padre infinitamente misericordioso, que colma de alegría y paz con la desbordada fuerza del Espíritu Santo (Rm 15,13) para celebrar con Cristo en el Cielo la navidad eterna.

El adviento es un tiempo de oración, penitencia y ejercicio de buenas obras en el que el cristiano debe intensificar su adviento histórico para la venida del Señor y el Aviento litúrgico como preparación para la Navidad. Es más, debe convertir toda su vida en un adviento permanente, preparándose para el encuentro personal con Jesús, empuñando la antorcha de la fe de la Iglesia. La vigilancia no debe entenderse solamente como defensa del mal que nos acecha, sino como expectación confiada y gozosa de Dios que viene a liberarnos de todo mal y a salvarnos definitivamente. 

Adviento sacramental 

 En un sentido espiritual, se puede concebir también una nueva acepción de adviento: adviento sacramental, que es el tiempo en que el cristiano se prepara para recibir un sacramento cualquiera. Cuanto mejor se prepara uno para recibir un sacramento, mayor es la gracia que se recibe. Cuando Cristo se hace presente en la celebración de un sacramento, se celebra la navidad del nacimiento de la gracia en el alma. Es adviento cuando el cristiano se prepara para recibir a Cristo en su gracia en el sacramento y es navidad cuando se ha recibido. 

Adviento eucarístico 

 Es adviento eucarístico, cuando el cristiano hace de su vida de fe una preparación permanente para asistir a la llegada de Jesús sacramentado, bajo las especies de pan y vino, en el sacrificio de la Santa Misa. Es adviento eucarístico cuando el cristiano se prepara para la celebración de la Eucaristía, y Navidad eucarística cuando Cristo nace sacramentalmente en el sacrificio de la Santa Misa.

Adviento teológico 

 Y, por fin, celebrando el adviento de todo el año litúrgico y el adviento sacramental y eucarístico, se puede hablar también de un adviento teológico, que es la preparación total y absoluta del cristiano para recibir a Jesucristo en todos los encuentros con los hombres y con los acontecimientos, como nos enseña la liturgia de adviento en el prefacio del tercer domingo: “El mismo Señor, que se nos mostrará entonces lleno de gloria, viene ahora a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y por el amor demos testimonio de la espera dichosa de su reino” (Pref III de adviento). 

Resumiendo, es adviento escatológico mientras que la Iglesia en su estado de peregrinación en la Tierra se prepara, de muchas maneras, para la venida del Señor al final de los tiempos, momento en que se celebrará la navidad eterna del triunfo y la gloria de Jesucristo, Rey, que consumará su reinado eterno, objeto de felicidad completa de todos los bienaventurados, en compañía de María y de todos los ángeles en el Cielo. 

Es adviento litúrgico cuando los cristianos se preparan espiritualmente para la Navidad, conmemoración del nacimiento de Jesús, el 25 de Diciembre.

Es adviento sacramental cuando vivimos en unión con Dios y santas obras esperando celebrar la navidad de la gracia en cualquier sacramento. Es adviento eucarístico cuando hacemos que nuestra vida santa sea una preparación permanente para la llegada de Jesús sacramentado en el sacrificio de la Santa Misa y lo recibimos en el corazón para vivir unidos a todos los hombres y a todas las cosas. Y es adviento teológico cuando con todos los actos de nuestra vida hacemos que sea navidad esperando y celebrando diversos encuentros con Cristo.





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