TRANSFIGURACIÓN
DE JESÚS
Comentario
Lugar
geográfico de la Transfiguración
Símbolos
de la transfiguración
COMENTARIO
Era
el verano del tercer año de la vida pública de Jesús, seis u ocho
días después de prometer Jesús a Pedro el primado de la Iglesia en
Cesarea de Filipo. Jesús dejó en alguna aldea cercana a los otros
nueve discípulos al pie del del monte Tabor, y se llevó consigo a
sus tres íntimos amigos (Pedro, Santiago y Juan) a escalarlo para
orar en la cima, y al mismo tiempo descansar del ajetreo agobiante
del intenso apostolado que había realizado. ¿Qué monte de Galilea
fue aquél?
Lugar
geográfico de la Transfiguración
Una
tradición antiquísima, que data del siglo III, nos dice que el
monte privilegiado de la Transfiguración fue el monte Tabor. Este
monte, casi aislado de los montes vecinos, se levanta gracioso y
simétrico en la extremidad nordeste de la vasta llanura de Esdrelón.
Visto desde el Sur, parece la figura de un segmento de esfera. Sólo
por una arista, poco elevada, se une a las colinas de Galilea. No es
un monte que cause admiración por su altura, pues se eleva a 400
metros desde la llanura, a 600 sobre el nivel del Mediterráneo y 780
por encima del nivel del lago de Tiberíades. Pero contrasta por la
desnudez de las alturas próximas que a su lado resultan raquíticas
y pobres.
La
superficie está cubierta de tierra fértil, siempre verde en
cualquier estación del año. En primavera está revestida con una
espesa alfombra de verdor. Sus laderas están cubiertas de árboles y
arbustos de todas clases, muchos de ellos tienen follaje perenne, si
bien son de escasas dimensiones en su mayoría. En la cumbre hay una
vasta meseta de forma alargada, que tiene unos 1000 metros de
longitud por unos 500 ó 600 metros de anchura media. Está en gran
parte cubierta de ruinas, pertenecientes a diversas épocas de la era
cristiana. Entre estas se distinguen restos de tres Iglesias
edificadas en el siglo VI, en recuerdo de las tres tiendas que
hubiera querido levantar Pedro para Jesús, Moisés y Elías para
quedarse eternamente con ellos en aquella visión celeste. También
se aprecian vestigios de varios monasterios que existieron en la
antigüedad y cimientos de una fortaleza atrincherada de la que nos
habla el célebre historiador Flavio Josefo.
Para
algunos autores modernos el lugar privilegiado donde tuvo lugar la
transfiguración no fue el Tabor, sino el Hermón, magnífica montaña
de Palestina, cuya altísima cumbre está cubierta de nieve hasta
entrado el verano. Se divisa desde la mayor parte de las alturas de
Tierra Santa. Sus picos más altos alcanzan 2.800 metros. La razón
principal que dan para no adjudicar al monte Tabor la gracia de la
presencia de Cristo transfigurado, en visión glorificada en la
Tierra, es porque en tiempos de Jesús en ese lugar existía una
fortaleza militar, que impedía la soledad y el silencio, que se
requerían para poder gozar en él el éxtasis elevado de la
Transfiguración del Señor. Este argumento no convence a los
historiadores clásicos, porque sólo se utilizaba en momentos de
guerra que en tiempos de Jesús no existía. Además, porque en esta
sagrada montaña existían muchos parajes escondidos y solitarios, de
singular belleza, donde sólo se oía el recogido ambiente de la
Naturaleza, que invitaba a la más alta contemplación en soledad. La
ascensión a la cima no requiere mucho más de una hora a pie, a paso
ligero. El camino, fabricado por las muchas pisadas de caminantes,
estaba bordeado de zarzas y cardos secos que se multiplicaban por el
declive de las laderas. En esta vegetación silvestre muchos arbustos
y árboles de diversos tamaños invitaban a descansar pacíficamente
bajo sus sombras.
Cuando
llegaron a la cúspide, buscaron un lugar silencioso y resguardado,
lleno de belleza natural, donde pudieran pasar la noche a gusto. El
sol estaba escondiendo su pálido rostro por el horizonte de la
llanura, dejando en el Cielo destellos de luz anaranjada, que parecía
el resplandor rojo de una fogata que se apaga. La montaña estaba
solitaria y en silencio. Ni un solo ruido perturbaba la paz de aquel
privilegiado paraje; ni siquiera se oía el zumbido del viento que
solía producir un silbido desafinado al rozar con las ramas de los
árboles.
Al
llegar al sitio elegido por Jesús, todos tomaron un bocadillo con
unos cuantos tragos de vino de la bota común, para recuperar las
fuerzas desgastadas en el camino. El Maestro se despidió de ellos y
se alejó unos pocos metros de distancia, y entró en alta
contemplación, como era habitual en Él por las noches.
Como
los discípulos sabían que la cosa iba para toda la noche, como en
otras ocasiones, hicieron un camastro común en el santo suelo,
acolchonado por hojas de árboles, arropadas por sus mantos, y se
echaron a dormir tranquilamente; y, como estaban rendidos por la
faena del día y agotados por la caminata, quedaron al momento
profundamente dormidos.
A
media noche, cuando dormían, como angelotes, las primicias del
plácido sueño, un rayo de luz celeste se posó sobre los rostros de
cada uno de ellos. Entonces los tres, a la vez, se despertaron
sobresaltados; se sentaron en el suelo y fijaron sus ojos en Jesús y
vieron que estaba totalmente transfigurado. Para comprobar la
realidad de la visión, por si hubiera sido un sueño, se levantaron,
se acercaron al Señor, y observaron que estaba divinizado. Sus
facciones estaban revestidas de una belleza sin igual con un
resplandor deslumbrante. Su rostro brillaba como el sol, y sus
vestidos resplandecían con una luz tan blanca, que ningún batanero
de la Tierra era capaz de conseguir igual blancura, nos dice San
Marcos.
Estando
embelesados en aquella celestial escena, bien espabilados, observaron
que dos personajes misteriosos estaban junto a Él, a quienes por
inspiración divina reconocieron inmediatamente: Moisés,
representante de la ley de Dios, y Elías representante de los
profetas. Los dos estaban revestidos también de fulgores de gloria;
y observaron que estaban hablando con Jesús sobre su pasión, muerte
y resurrección.
El
paraje donde vieron a Jesús transfigurado se había convertido en
una antesala del Cielo, plenamente iluminada. Los tres evangelistas
señalan que la luz procedía de la Persona divina de Jesús. La
emoción fue tan grande y el gozo tan indescriptible, que Pedro, tan
impetuoso como siempre, no se pudo aguantar y, enloquecido de fervor,
dijo a Jesús: ¡Qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres
tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. No
sabía lo que decía.Todavía estaba diciendo esto cuando una
nube luminosa, de calidad celeste, los envolvió a todos haciendo que
la noche se hiciera pleno día. Y se oyó una voz, misteriosa,
timbrada, de singular sonido que desde la nube decía: Este es mi
Hijo, el Elegido, escuchadlo.
En
estado de elevada contemplación mística quedaron los tres
transportados hasta que Jesús en su propio ser humano dio un
golpecito suave sobre el hombro de cada uno y dijo:
“Levantaos,
no tengáis miedo”.
No
contéis a nadie nada de lo que habían visto, visión
de un cielo anticipado, hasta después de resucitar de entre los
muertos. Pero ellos no entendieron qué quería decir aquello de
resucitar de entre los muertos. Creían que se trataba de la
resurrección de los muertos al final de los tiempos, pues no se
podían imaginar que les hablaba de una resurrección anticipada de
Jesús, al tercer día después de su muerte. Los tres volvieron en
sí al momento, alzaron sus ojos, y no vieron a nadie más que a
Jesús. Las cosas volvieron a su estado normal, dejando en el corazón
de cada uno de ellos una huella imborrable para siempre. ¿Cuánto
duraría el acto glorioso de la transfiguración de Jesús?
Probablemente toda la noche hasta la salida del sol, unas siete u
ocho horas, que a ellos les parecieron segundos
(Lc
9,28-36 y Mt 17,1-9; Mc 9,28-36).
SÍMBOLOS
DE LA TRANSFIGURACIÓN
El
relato evangélico de la Transfiguración del Señor no fue una
sugestión colectiva, causada por Jesús que tenía poderes
parapsicológicos, como dicen algunos racionalistas; ni tampoco una
visión apocalíptica de Pedro contada con pura fantasía literaria,
como aseguran algunos agnósticos, que se empeñan en negar todo
aquello que supera el conocimiento de la razón y de los sentidos.
Fue una visión sobrenatural captada por los ojos corporales, en la
que los discípulos preferidos vieron ráfagas de la Persona divina
de Jesús, encerrada en su cuerpo humano.
Esta
manifestación de la gloria de Dios en Jesucristo es considerada por
todos los intérpretes del Evangelio como una prueba de la divinidad
de Jesús, una preparación para sufrir y morir en la cruz, una
revelación de lo que será al fin de los tiempos la vida gloriosa de
los cuerpos resucitados en el Cielo, y un consuelo para que sus
discípulos pudieran sufrir el martirio que les esperaba, con el
recuerdo del gozo experimentado en el Tabor.
En
el hecho evangélico real de la transfiguración se pueden considerar
dos signos: el estado de los cuerpos gloriosos y el estado de
contemplación mística.
Haciendo
una interpretación espiritual de la Transfiguración de Jesús se
podría decir que existen tres clases de transfiguración
sobrenatural: Transfiguración
bautismal, transfiguración sacramental y transfiguración moral.
Transfiguración
bautismal
Cuando
el hombre, nacido en pecado, recibe el bautismo, toda su persona
queda transfigurada y convertida en un ser sobrenatural: su
cuerpo se transfigura o convierte en templo vivo del Espíritu Santo
y su alma en sagrario de la Santísima Trinidad, porque el sacramento
realiza misteriosamente en ella una transfiguración total.
Transfiguración
sacramental
Cada
sacramento que un cristiano recibe con las debidas disposiciones
realiza en su alma una transfiguración sacramental por la
gracia. Si recibe el sacramento de la Penitencia en estado de pecado
mortal, su alma, desfigurada por el pecado, queda transfigurada en
estado de gracia; y si lo recibe en gracia de Dios, su alma queda
transfigurada en mayor gracia. En la celebración de la Eucaristía
se realiza una auténtica transfiguración misteriosa, que se llama
en teología transustanciación, porque el pan y el vino se cambian,
se convierten o transfiguran en el Cuerpo y la sangre de Jesús,
permaneciendo las especies de pan y vino.
Transfiguración
moral
El
cristiano durante toda su vida debe vivir transfigurado en sus actos,
convirtiendo su vida humana en vida divina, transfigurando con Cristo
todos los actos humanos y todas las cosas.