domingo, 8 de marzo de 2020

Segundo domingo de Cuaresma. Ciclo A



TRANSFIGURACIÓN DE JESÚS

Comentario
Lugar geográfico de la Transfiguración
Símbolos de la transfiguración

COMENTARIO

Era el verano del tercer año de la vida pública de Jesús, seis u ocho días después de prometer Jesús a Pedro el primado de la Iglesia en Cesarea de Filipo. Jesús dejó en alguna aldea cercana a los otros nueve discípulos al pie del del monte Tabor, y se llevó consigo a sus tres íntimos amigos (Pedro, Santiago y Juan) a escalarlo para orar en la cima, y al mismo tiempo descansar del ajetreo agobiante del intenso apostolado que había realizado. ¿Qué monte de Galilea fue aquél?

Lugar geográfico de la Transfiguración

Una tradición antiquísima, que data del siglo III, nos dice que el monte privilegiado de la Transfiguración fue el monte Tabor. Este monte, casi aislado de los montes vecinos, se levanta gracioso y simétrico en la extremidad nordeste de la vasta llanura de Esdrelón. Visto desde el Sur, parece la figura de un segmento de esfera. Sólo por una arista, poco elevada, se une a las colinas de Galilea. No es un monte que cause admiración por su altura, pues se eleva a 400 metros desde la llanura, a 600 sobre el nivel del Mediterráneo y 780 por encima del nivel del lago de Tiberíades. Pero contrasta por la desnudez de las alturas próximas que a su lado resultan raquíticas y pobres.
La superficie está cubierta de tierra fértil, siempre verde en cualquier estación del año. En primavera está revestida con una espesa alfombra de verdor. Sus laderas están cubiertas de árboles y arbustos de todas clases, muchos de ellos tienen follaje perenne, si bien son de escasas dimensiones en su mayoría. En la cumbre hay una vasta meseta de forma alargada, que tiene unos 1000 metros de longitud por unos 500 ó 600 metros de anchura media. Está en gran parte cubierta de ruinas, pertenecientes a diversas épocas de la era cristiana. Entre estas se distinguen restos de tres Iglesias edificadas en el siglo VI, en recuerdo de las tres tiendas que hubiera querido levantar Pedro para Jesús, Moisés y Elías para quedarse eternamente con ellos en aquella visión celeste. También se aprecian vestigios de varios monasterios que existieron en la antigüedad y cimientos de una fortaleza atrincherada de la que nos habla el célebre historiador Flavio Josefo.
Para algunos autores modernos el lugar privilegiado donde tuvo lugar la transfiguración no fue el Tabor, sino el Hermón, magnífica montaña de Palestina, cuya altísima cumbre está cubierta de nieve hasta entrado el verano. Se divisa desde la mayor parte de las alturas de Tierra Santa. Sus picos más altos alcanzan 2.800 metros. La razón principal que dan para no adjudicar al monte Tabor la gracia de la presencia de Cristo transfigurado, en visión  glorificada en la Tierra, es porque en tiempos de Jesús en ese lugar existía una fortaleza militar, que impedía la soledad y el silencio, que se requerían para poder gozar en él el éxtasis elevado de la Transfiguración del Señor. Este argumento no convence a los historiadores clásicos, porque sólo se utilizaba en momentos de guerra que en tiempos de Jesús no existía. Además, porque en esta sagrada montaña existían muchos parajes escondidos y solitarios, de singular belleza, donde sólo se oía el recogido ambiente de la Naturaleza, que invitaba a la más alta contemplación en soledad. La ascensión a la cima no requiere mucho más de una hora a pie, a paso ligero. El camino, fabricado por las muchas pisadas de caminantes, estaba bordeado de zarzas y cardos secos que se multiplicaban por el declive de las laderas. En esta vegetación silvestre muchos arbustos y árboles de diversos tamaños invitaban a descansar pacíficamente bajo sus sombras.
Cuando llegaron a la cúspide, buscaron un lugar silencioso y resguardado, lleno de belleza natural, donde pudieran pasar la noche a gusto. El sol estaba escondiendo su pálido rostro por el horizonte de la llanura, dejando en el Cielo destellos de luz anaranjada, que parecía el resplandor rojo de una fogata que se apaga. La montaña estaba solitaria y en silencio. Ni un solo ruido perturbaba la paz de aquel privilegiado paraje; ni siquiera se oía el zumbido del viento que solía producir un silbido desafinado al rozar con las ramas de los árboles.
Al llegar al sitio elegido por Jesús, todos tomaron un bocadillo con unos cuantos tragos de vino de la bota común, para recuperar las fuerzas desgastadas en el camino. El Maestro se despidió de ellos y se alejó unos pocos metros de distancia, y entró en alta contemplación, como era habitual en Él por las noches.
Como los discípulos sabían que la cosa iba para toda la noche, como en otras ocasiones, hicieron un camastro común en el santo suelo, acolchonado por hojas de árboles, arropadas por sus mantos, y se echaron a dormir tranquilamente; y, como estaban rendidos por la faena del día y agotados por la caminata, quedaron al momento profundamente dormidos.
A media noche, cuando dormían, como angelotes, las primicias del plácido sueño, un rayo de luz celeste se posó sobre los rostros de cada uno de ellos. Entonces los tres, a la vez, se despertaron sobresaltados; se sentaron en el suelo y fijaron sus ojos en Jesús y vieron que estaba totalmente transfigurado. Para comprobar la realidad de la visión, por si hubiera sido un sueño, se levantaron, se acercaron al Señor, y observaron que estaba divinizado. Sus facciones estaban revestidas de una belleza sin igual con un resplandor deslumbrante. Su rostro brillaba como el sol, y sus vestidos resplandecían con una luz tan blanca, que ningún batanero de la Tierra era capaz de conseguir igual blancura, nos dice San Marcos.
Estando embelesados en aquella celestial escena, bien espabilados, observaron que dos personajes misteriosos estaban junto a Él, a quienes por inspiración divina reconocieron inmediatamente: Moisés, representante de la ley de Dios, y Elías representante de los profetas. Los dos estaban revestidos también de fulgores de gloria; y observaron que estaban hablando con Jesús sobre su pasión, muerte y resurrección.
El paraje donde vieron a Jesús transfigurado se había convertido en una antesala del Cielo, plenamente iluminada. Los tres evangelistas señalan que la luz procedía de la Persona divina de Jesús. La emoción fue tan grande y el gozo tan indescriptible, que Pedro, tan impetuoso como siempre, no se pudo aguantar y, enloquecido de fervor, dijo a Jesús: ¡Qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. No sabía lo que decía.Todavía estaba diciendo esto cuando una nube luminosa, de calidad celeste, los envolvió a todos haciendo que la noche se hiciera pleno día. Y se oyó una voz, misteriosa, timbrada, de singular sonido que desde la nube decía: Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo.
En estado de elevada contemplación mística quedaron los tres transportados hasta que Jesús en su propio ser humano dio un golpecito suave sobre el hombro de cada uno y dijo:
Levantaos, no tengáis miedo”. No contéis a nadie nada de lo que habían visto, visión de un cielo anticipado, hasta después de resucitar de entre los muertos. Pero ellos no entendieron qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos. Creían que se trataba de la resurrección de los muertos al final de los tiempos, pues no se podían imaginar que les hablaba de una resurrección anticipada de Jesús, al tercer día después de su muerte. Los tres volvieron en sí al momento, alzaron sus ojos, y no vieron a nadie más que a Jesús. Las cosas volvieron a su estado normal, dejando en el corazón de cada uno de ellos una huella imborrable para siempre. ¿Cuánto duraría el acto glorioso de la transfiguración de Jesús? Probablemente toda la noche hasta la salida del sol, unas siete u ocho horas, que a ellos les parecieron segundos (Lc 9,28-36 y Mt 17,1-9; Mc 9,28-36).

SÍMBOLOS DE LA TRANSFIGURACIÓN

El relato evangélico de la Transfiguración del Señor no fue una sugestión colectiva, causada por Jesús que tenía poderes parapsicológicos, como dicen algunos racionalistas; ni tampoco una visión apocalíptica de Pedro contada con pura fantasía literaria, como aseguran algunos agnósticos, que se empeñan en negar todo aquello que supera el conocimiento de la razón y de los sentidos. Fue una visión sobrenatural captada por los ojos corporales, en la que los discípulos preferidos vieron ráfagas de la Persona divina de Jesús, encerrada en su cuerpo humano.
Esta manifestación de la gloria de Dios en Jesucristo es considerada por todos los intérpretes del Evangelio como una prueba de la divinidad de Jesús, una preparación para sufrir y morir en la cruz, una revelación de lo que será al fin de los tiempos la vida gloriosa de los cuerpos resucitados en el Cielo, y un consuelo para que sus discípulos pudieran sufrir el martirio que les esperaba, con el recuerdo del gozo experimentado en el Tabor.
En el hecho evangélico real de la transfiguración se pueden considerar dos signos: el estado de los cuerpos gloriosos y el estado de contemplación mística.
Haciendo una interpretación espiritual de la Transfiguración de Jesús se podría decir que existen tres clases de transfiguración sobrenatural: Transfiguración bautismal, transfiguración sacramental y transfiguración moral.

Transfiguración bautismal
Cuando el hombre, nacido en pecado, recibe el bautismo, toda su persona queda transfigurada y convertida en un ser sobrenatural: su cuerpo se transfigura o convierte en templo vivo del Espíritu Santo y su alma en sagrario de la Santísima Trinidad, porque el sacramento realiza misteriosamente en ella una transfiguración total.

Transfiguración sacramental
Cada sacramento que un cristiano recibe con las debidas disposiciones realiza en su alma una transfiguración sacramental por la gracia. Si recibe el sacramento de la Penitencia en estado de pecado mortal, su alma, desfigurada por el pecado, queda transfigurada en estado de gracia; y si lo recibe en gracia de Dios, su alma queda transfigurada en mayor gracia. En la celebración de la Eucaristía se realiza una auténtica transfiguración misteriosa, que se llama en teología transustanciación, porque el pan y el vino se cambian, se convierten o transfiguran en el Cuerpo y la sangre de Jesús, permaneciendo las especies de pan y vino.

Transfiguración moral
El cristiano durante toda su vida debe vivir transfigurado en sus actos, convirtiendo su vida humana en vida divina, transfigurando con Cristo todos los actos humanos y todas las cosas.


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