Maestro:
¿“Quién pecó”?
Origen
del mal
Maestro:
¿“Quién pecó”?
Los
expertos en el estudio de los Evangelios afirman que este milagro
sucedió en el tercer año de la vida pública de Jesús, y según se
deduce del relato, el ciego se encontraba en una edad joven. Estaba
sentado pidiendo limosna a los transeúntes, quizás en una de las
puertas exteriores del templo de Jerusalén. Pienso yo que clamoreaba
con frases patéticas su dramático estado de un pobre joven y ciego
de nacimiento, con el fin de conmover los corazones de los que
pasaban para que le dieran cuantiosas y generosas limosnas. Jesús,
al oír las lamentaciones suplicantes, se paró, y se le quedó
mirando con tal ternura que sus discípulos, como respuesta a su
gesto de comprensión y lástima, le preguntaron:
Maestro,
¿quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego? Ni éste
pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de
Dios, respondió Jesús.
Origen
del mal
Sobre
la incógnita del mal en el mundo han pensado diversamente los
filósofos racionalistas cayendo en el ateísmo, escepticismo,
pragmatismo, existencialismo o agnosticismo.
Los
místicos de las diversas culturas religiosas de la Historia de las
Religiones han afirmado con muchas contradicciones y teorías
peregrinas que los espíritus o dioses malos, rivales y enemigos del
Dios verdadero, son los culpables del mal que existe en el mundo.
¿Por
qué existen tantos males en el mundo
Por
tres razones principales:
1ª
El mal en todas sus dimensiones y consecuencias es efecto del
misterio del pecado original
El
pecado original cometido por Adán, cabeza del género humano, es la
causa de todos los males que existen en el mundo.
2ª
Para que se manifiesten en el hombre las obras de Dios
La
voluntad de Dios es un misterio de bondad que el hombre no conoce,
pues existen cosas en el mundo que parecen malas, y en su fin último
son buenas. Todo lo que Dios quiere es un bien, aunque no se entienda
y no lo parezca, porque Dios es eternamente bondad infinita que no se
puede conciliar con el mal, que es un medio para un bien supremo, no
conocido por el hombre.
3ª
Castigo de los pecados
La
Sagrada Escritura en muchos textos de diversos libros nos enseña que
los males suceden algunas veces por los pecados de los hombres o
propios, y no pocas veces para probar la virtud de los cristianos o
la santidad de los santos. Los discípulos de Jesús querían
saber quién tenía la culpa de su ceguera, apoyados en algunos
textos de la Sagrada Escritura, que afirman que los castigos son en
muchos casos, no en todos, efectos de los pecados. El mismo Jesús
reafirma esta sentencia en algunas ocasiones, por ejemplo cuando curó
al paralítico de la piscina de Betesda a quien le dijo: “No
peques más para que no te sucede algo peor” (Jn 5,14).
No
sólo entre los judíos contemporáneos de Jesús era esta teoría
muy creída, sino también en algunos pueblos paganos, principalmente
en muchas obras literarias de Grecia. Resulta extraño que los
discípulos preguntaran a Jesús si el ciego padecía su ceguera por
sus pecados, pues era ciego desde su nacimiento y antes de nacer no
pudo pecar ni, por consiguiente ser castigado por sus pecados. Tiene
su explicación esta aparente contradicción porque algunos rabinos
enseñaban la doctrina extraña a la Biblia de que el hombre puede
pecar aun en estado de embrión o en previsión de los pecados que
cometería en su vida, una vez nacido.
Para
que se manifiesten las obras de Dios.
Muchos
niños nacen con enfermedades congénitas, sin haber cometido pecados
personales; y personas mayores padecen múltiples enfermedades,
aparentes males físicos por fines espirituales y eternos
desconocidos por la razón humana. Solamente Dios sabe cuál es el
bien supremo de todos los males humanos, físicos y materiales.
Hay
muchas personas muy buenas que no son castigadas por sus pecados, y
Dios les manda enfermedades para probar su virtud, como gracias para
su propio conocimiento, santificación o salvación de los pecadores.
Uno no es como él se cree o imagina, ni como le dicen otros que es,
sino como se reconoce con las enfermedades que Dios manda o permite.
De esta manera se sabe qué grado de virtud se tiene y cuáles y
cuántos defectos están escondidos en la supuesta santidad.
Solamente con la oración y la convivencia de la vida comunitaria se
consigue el propio conocimiento aunque uno nunca acaba de conocerse
del todo. La enfermedad es necesaria para conseguir un doctorado en
la virtud.
Por
razones de santidad
Las
enfermedades enseñan al cristiano de fe el valor de la salud; la
virtud de la humildad que se necesita para conocer a Dios y a sí
mismo; el conocimiento de que uno solo no puede valerse por sí
mismo y necesita la ayuda de los demás; la comprensión de la
caridad para ayudar a todos los que sufren; y, sobre todo, el sentido
de la redención, pues Cristo realizó la Redención de todos los
hombres principalmente por medio de su pasión y muerte, que culminó
en la Resurrección.
Es
posible que tú padezcas alguna enfermedad crónica o pasajera por
cualquiera de estas causas, pero no concluyas que siempre es por
culpa de tus pecados. Dios sabe el por qué de tu vida de dolor y
cuál es la razón de tus males. Lo mejor de todo es vivir escondido
en Dios con Cristo por las razones que sean, aceptando gustosamente
la enfermedad, aunque con pena cristiana, pidiendo el perdón por tus
propios pecados y los del todo el mundo. Y luego reposar con paz en
las manos de Dios, Padre, como niño que duerme dulcemente en los
brazos de su madre.
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