sábado, 21 de marzo de 2020

Cuarto domingo de Cuaresma. Ciclo A


Maestro: ¿“Quién pecó”?
Origen del mal

Maestro: ¿“Quién pecó”?
Los expertos en el estudio de los Evangelios afirman que este milagro sucedió en el tercer año de la vida pública de Jesús, y según se deduce del relato, el ciego se encontraba en una edad joven. Estaba sentado pidiendo limosna a los transeúntes, quizás en una de las puertas exteriores del templo de Jerusalén. Pienso yo que clamoreaba con frases patéticas su dramático estado de un pobre joven y ciego de nacimiento, con el fin de conmover los corazones de los que pasaban para que le dieran cuantiosas y generosas limosnas. Jesús, al oír las lamentaciones suplicantes, se paró, y se le quedó mirando con tal ternura que sus discípulos, como respuesta a su gesto de comprensión y lástima, le preguntaron:
Maestro, ¿quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego? Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios, respondió Jesús.

Origen del mal
Sobre la incógnita del mal en el mundo han pensado diversamente los filósofos racionalistas cayendo en el ateísmo, escepticismo, pragmatismo, existencialismo o agnosticismo.
Los místicos de las diversas culturas religiosas de la Historia de las Religiones han afirmado con muchas contradicciones y teorías peregrinas que los espíritus o dioses malos, rivales y enemigos del Dios verdadero, son los culpables del mal que existe en el mundo.

¿Por qué existen tantos males en el mundo
Por tres razones principales:
1ª El mal en todas sus dimensiones y consecuencias es efecto del misterio del pecado original
El pecado original cometido por Adán, cabeza del género humano, es la causa de todos los males que existen en el mundo.
2ª Para que se manifiesten en el hombre las obras de Dios
La voluntad de Dios es un misterio de bondad que el hombre no conoce, pues existen cosas en el mundo que parecen malas, y en su fin último son buenas. Todo lo que Dios quiere es un bien, aunque no se entienda y no lo parezca, porque Dios es eternamente bondad infinita que no se puede conciliar con el mal, que es un medio para un bien supremo, no conocido por el hombre.
3ª Castigo de los pecados
La Sagrada Escritura en muchos textos de diversos libros nos enseña que los males suceden algunas veces por los pecados de los hombres o propios, y no pocas veces para probar la virtud de los cristianos o la santidad de los santos. Los discípulos de Jesús querían saber quién tenía la culpa de su ceguera, apoyados en algunos textos de la Sagrada Escritura, que afirman que los castigos son en muchos casos, no en todos, efectos de los pecados. El mismo Jesús reafirma esta sentencia en algunas ocasiones, por ejemplo cuando curó al paralítico de la piscina de Betesda a quien le dijo: “No peques más para que no te sucede algo peor” (Jn 5,14).
No sólo entre los judíos contemporáneos de Jesús era esta teoría muy creída, sino también en algunos pueblos paganos, principalmente en muchas obras literarias de Grecia. Resulta extraño que los discípulos preguntaran a Jesús si el ciego padecía su ceguera por sus pecados, pues era ciego desde su nacimiento y antes de nacer no pudo pecar ni, por consiguiente ser castigado por sus pecados. Tiene su explicación esta aparente contradicción porque algunos rabinos enseñaban la doctrina extraña a la Biblia de que el hombre puede pecar aun en estado de embrión o en previsión de los pecados que cometería en su vida, una vez nacido.

Para que se manifiesten las obras de Dios.
Muchos niños nacen con enfermedades congénitas, sin haber cometido pecados personales; y personas mayores padecen múltiples enfermedades, aparentes males físicos por fines espirituales y eternos desconocidos por la razón humana. Solamente Dios sabe cuál es el bien supremo de todos los males humanos, físicos y materiales.
Hay muchas personas muy buenas que no son castigadas por sus pecados, y Dios les manda enfermedades para probar su virtud, como gracias para su propio conocimiento, santificación o salvación de los pecadores. Uno no es como él se cree o imagina, ni como le dicen otros que es, sino como se reconoce con las enfermedades que Dios manda o permite. De esta manera se sabe qué grado de virtud se tiene y cuáles y cuántos defectos están escondidos en la supuesta santidad. Solamente con la oración y la convivencia de la vida comunitaria se consigue el propio conocimiento aunque uno nunca acaba de conocerse del todo. La enfermedad es necesaria para conseguir un doctorado en la virtud.

Por razones de santidad
Las enfermedades enseñan al cristiano de fe el valor de la salud; la virtud de la humildad que se necesita para conocer a Dios y a sí mismo; el conocimiento de  que uno solo no puede valerse por sí mismo y necesita la ayuda de los demás; la comprensión de la caridad para ayudar a todos los que sufren; y, sobre todo, el sentido de la redención, pues Cristo realizó la Redención de todos los hombres principalmente por medio de su pasión y muerte, que culminó en la Resurrección.
Es posible que tú padezcas alguna enfermedad crónica o pasajera por cualquiera de estas causas, pero no concluyas que siempre es por culpa de tus pecados. Dios sabe el por qué de tu vida de dolor y cuál es la razón de tus males. Lo mejor de todo es vivir escondido en Dios con Cristo por las razones que sean, aceptando gustosamente la enfermedad, aunque con pena cristiana, pidiendo el perdón por tus propios pecados y los del todo el mundo. Y luego reposar con paz en las manos de Dios, Padre, como niño que duerme dulcemente en los brazos de su madre.


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