La
propia resurrección de Cristo es el mayor de todos los milagros que
realizó Jesús durante toda su vida apostólica, pues, como Dios que
era, no sólo podía curar todo tipo de enfermedades y resucitar
muertos, sino también poseía el superpoder de resucitarse a sí
mismo.
La
resurrección es el centro principal de la predicación de la
Iglesia, la celebración más importante del año litúrgico y la
culminación del misterio pascual. Es teológicamente:
- El fundamento de nuestra fe (1 Co 15,12-18;Rm 10,9) y de nuestra esperanza (1 Co 15,19), porque si “Cristo no ha resucitado la fe no tiene contenido” ni sentido, y “si sólo esperamos en Cristo para esta vida, somos los más desgraciados de los hombres”;
- Y la causa de la rehabilitación del hombre (Rm 4,25). Es decir la restauración del hombre viejo en hombre nuevo. Expliquemos brevemente este misterio.
La
fe nos enseña que el primer hombre fue creado por Dios, en el cuerpo
y en el alma, perfecto, en estado de gracia santificante, don
sobrenatural que supera la capacidad de la naturaleza creada, y con
unas dotes en el alma y en el cuerpo que exceden las propiedades
humanas.
En cuanto
al alma, su entendimiento gozaba del privilegio de conocer la verdad
sin posibilidad de equivocarse. Esto no quiere decir que fue sabio
desde el principio de su existencia, de manera que conocía la verdad
más que conoce hoy el más sabio de este mundo, sino que tenía una
asombrosa facilidad para adquirir la máxima sabiduría en podo
tiempo. Con su voluntad amaba de todo corazón a Dios y con el mismo
amor puro y ordenado amaba a su esposa Eva y a todas las criaturas.
En
cuanto al cuerpo estaba libre de la concupiscencia desordenada, es
decir tenía las pasiones controladas tanto en la sexualidad como en
las otras apetencias carnales, y además, por si fuera poco, no
padecía el sufrimiento ni tenía que morir. Estos privilegios
personales son conocidos en la doctrina del concilio de Trento como
dones de integridad, impasibilidad e inmortalidad.
Pero
sucedió lo que nadie podía imaginar: el misterio del pecado que
desbarató todos los planes de Dios y el hombre perdió el estado
sobrenatural de gracia en el que fue creado y todo su ser personal,
alma y cuerpo, quedó dañado en su propia naturaleza humana para él
y para todos los hombres. El entendimiento, que tiene por propia
función conocer la verdad pura, empezó desde entonces a conocerla
de manera limitada, defectuosa, con muchos esfuerzos, a lo largo de
mucho tiempo, y mezclada con equivocaciones; la voluntad, que antes
amaba sin egoísmos ni resentimientos, quedó vulnerada para amar y
odiar; y el cuerpo, impasible e inmortal por creación, conoció el
apetito desordenado del mal, empezó a sufrir y fue condenado a
la pena de muerte.
Pero
esta tragedia se solucionó con la redención de Jesús, que es
conocida en la liturgia y teología como el misterio pascual. Lo
explicamos de manera sencilla.
El
Hijo de Dios, sin dejar de ser Dios, se hizo hombre en las entrañas
purísimas de Santa María, Virgen, vivió, padeció y murió
crucificado, y al tercer día resucitó de entre los muertos. Con su
resurrección devolvió al hombre la gracia, perdida por el pecado, y
la capacidad de redimirse por medio del dolor, de la muerte y de la
propia resurrección. El ama después de la muerte resucitará y con
su entendimiento conocerá a Dios, Verdad infinita, tal cual es en su
misterio Uno y Trino, y en Él conocerá a la Virgen María, a todos
los santos y ángeles del Cielo, todos los misterios de la vida y
todas las cosas; y con su voluntad amará a Dios y a todas las
criaturas plenamente y gozará de Él por toda la eternidad,
felicidad celestial que ni siquiera se puede imaginar. Al final de
los tiempos, los cuerpos de todos los muertos resucitarán y se
unirán a sus propias almas resucitadas, y el hombre viejo resucitado
totalmente quedará restaurado o rehabiltado en el hombre nuevo
glorioso perfecto, impasible e inmortal para siempre. Entonces será
más perfecto aún que el hombre que creó Dios al principio en
estado de gracia y con los dones de preternaturales de integridad,
impasibilidad e inmortalidad con que fue adornado.
Mientras
tanto llega ese día final y glorioso acontecimiento, el hombre viejo
debe vivir en estado de gracia, en lucha constante contra el pecado,
asumiendo los males físicos, psicológicos y psíquicos del cuerpo,
como redención de los pecados propios y de todos los hombres, al
estilo de Jesús, que nos redimió haciéndose pecado, si ser
pecador, como nos dice San Pablo.
El
modo como nos redimimos y redimimos nos lo enseña la liturgia de la
Palabra de hoy en la primera y segunda lectura:
- Haciendo el bien: “Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el pecado”
- Predicando el Evangelio: “Nos encargó predicar al pueblo
- “Dando solemne testimonio de la resurrección de Cristo” con nuestras palabras y obras.
Y
viviendo la espiritualidad que nos enseña San Pablo en la segunda
lectura:
“Resucitar
con Cristo aspirando a los bienes de allá arriba y no a los de la
tierra” Nuestro empeño cristiano se
debe cifrar en trabajar los bienes del Cielo por medio de la oración
constante, el trabajo santificado y apostólico y la aceptación de
todos los acontecimientos buenos y malos.
“Morir
con Cristo de manera que nuestra vida esté con Cristo escondida en
Dios”
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