sábado, 18 de abril de 2020

Segundo domingo de Pascua. Ciclo A



            Sin fe no tiene sentido la vida humana, porque la fe da repuesta a los grandes interrogantes del hombre y le hace vivir los grandes misterios de la vida. No vamos a tratar en esta homilía de la fe en general, como virtud teologal, sino de la fe en la Eucaristía, el gran misterio de nuestra fe, como proclamamos todos después de la consagración del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Es la actualización mística del sacrificio que Jesús ofreció al Padre por nuestros pecados en el monte Calvario.

            Sin fe la Santa Misa no tiene sentido, es un espectáculo más o menos aburrido, pues siempre es el mismo acto, la misma temática o parecida, el mismo guión y desarrollo, las mismas palabras, y frecuentemente el mismo actor, que, como hombre, tiene iguales o parecidos defectos que los demás.  Sin embargo es, por otra parte, el espectáculo más concurrido de todos los que se representan en los teatros, se emiten por la pequeña pantalla o se proyectan en las salas cinematográficas- ¿Hay en las pantallas de T. V. E., en los cines o teatros algún espectáculo que se repita años y hasta siglos, siendo siempre el mismo actor, la misma obra o película, el mismo drama, con el mismo guión o parecido... ?

            De la misma manera que cualquier espectáculo humano aburre y cansa con el tiempo, cuando se repite, así también la misa cansa y es aburrida para los no creyentes.  Los jóvenes que flaquean en la fe o no la tienen  se cansan y se aburren en las misas cuando no están celebradas con cierta animación teatral, músicas, ritmos y movimientos; y concluyen: no voy a misa porque la Misa a mí no me dice nada. La razón suprema de ir a misa no es el espectáculo en sí, sino la fe en Jesucristo, que perpetúa en el altar, por medio de su ministro, el sacerdote, el mismo sacrificio de la cruz; y en ella escuchamos la Palabra de Dios para conocer el camino del Cielo y alimentarnos con el Cuerpo y la Sangre de Jesús.

Vosotros, hermanos, habéis venido esta mañana a participar en la Santa Misa, no porque la celebro yo, pues aunque la celebrara un sacerdote chino, ninguno de vosotros abandonaría los bancos y se marcharía de la Iglesia. Los cristianos no vamos a misa por el sacerdote o porque la misa se celebra con mejor o más perfecta liturgia, con guitarra y con cantos, con mayor solemnidad, o con mejor participación, pues, aunque se celebrara en silencio, asistiríamos a misa de la misma manera ¿Quién es capaz de valorar la vida de fe de una comunidad cristiana?

No son mejores las misas que se celebran con jóvenes, donde todo el mundo participa, canta, toca las palmas. Son más entretenidas o divertidas que las que se celebran en silencio, pero no mejores, pues hay gustos diferentes. Estáis concelebrando conmigo, en sentido bautismal, la Eucaristía, porque tenéis fe, y queréis además cumplir  con gozo el precepto dominical.

            Durante muchos años, nosotros, los mayores, hemos asistido al sacrificio de la Santa Misa, sin entender una sola palabra, cuando se celebraba en latín, de espaldas al público, aunque generalmente no se predicaba la homilía, que en aquellos tiempos era una exclusiva de los párrocos. Y, sin embargo, nunca faltábamos a misa; y asistíamos a las conferencias cuaresmales y misiones, competencia de los dominicos, jesuitas, capuchinos y predicadores especialistas. Y se llenaban las Iglesias.

Hoy anunciamos en las Parroquias en Adviento y en Cuaresma conferencias, y casi nadie asiste. ¿Por qué? Porque se está perdiendo la fe. A misa generalmente asisten personas mayores con honrosas excepciones de jóvenes. Ya no existen familias enteras que vayan a misa, como antes, pues incluso en familias muy cristianas, hay hijos y hermanos que ni pisan la Iglesia. El Papa Pablo VI decía que el humo de Satanás se ha infiltrado por las rendijas dentro de la Iglesia.

         ¡Cuánta fe se necesita tener para creer en la misa que estamos celebrando!  Soy yo el primero que, como un hombre de fe, me estoy creyendo que con mis propias palabras y gestos estoy actualizando el misterio del Calvario. Yo me creo que dentro de unos minutos, por el poder que Jesucristo me ha regalado,  cuando diga: "tomad y comed, esto es mi Cuerpo, tomad y bebed esta en mi Sangre", el pan y el vino se van a convertir en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. ¿Quién tiene que tener más fe el sacerdote que celebra o el fiel que escucha la Santa Misa? Tanta o más fe tiene el que se cree que está haciendo las veces de Jesucristo, que el que está escuchando y creyendo que el sacerdote, un hombre como los demás, es otro Cristo.

            La fe es necesaria, no solamente para la vida cristiana, sino para la vida humana. Si solamente creyéramos  lo que vemos, se cae toda la ciencia que no sea exacta por su propia base. Porque la mayor parte de las cosas y acontecimientos los creemos por la fe humana.

Tendríamos que dudar o negar nuestra propia existencia, pues ninguno se ha visto nacer, lo sabe porque se lo han dicho. Siguiendo esta norma, llegaríamos a la conclusión de que los no científicos no tendríamos que creer muchas cosas, porque ni las entendemos ni las hemos visto; y, por supuesto, no tendríamos que creer en los personajes de la Historia ni en la mayor parte de los sucesos humanos.

De la misma manera, pero con fe divina, que es un don del Espíritu Santo, debemos creer en los misterios que Dios nos ha revelado y la Iglesia nos enseña.
La gente que no tiene fe dice: Yo no me confieso porque no voy a decir  mis pecados a un hombre como yo, con menos cualidades, o peor que yo y hasta más pecador. Y en este presupuesto, se entiende, pues los pecados sólo se dicen al hombre investido con el poder de Dios para que sean perdonados.

Pero el que tiene fe, no se fija en el sacerdote que está sentado en el confesionario, no le pide el documento de identidad para ver si es sacerdote, ni comprueba si es bueno o es santo, porque el que se confiesa cree que el sacerdote  representa a Cristo, y, por eso, el penitente le confiesa sus pecados, aunque le de vergüenza.

Mayor fe que el penitente tiene que tener el confesor, pues perdona  no las ofensas que a él le ha hecho el penitente, sino las ofensas que el pecador ha hecho a Dios. Alguien me decía una vez: Padre, yo no creo en los curas. Yo le contesté, en eso coincidimos, porque yo tampoco creo, yo creo en el sacerdocio ejercido por los curas, hombres de barro, como los demás, creo en los ministros de Dios, aunque sean pecadores ¡Cuánta fe, hermanos, necesitamos los sacerdotes y necesitan los fieles!

            Vamos a pedirle al Señor que la fe sea siempre el móvil de nuestra vida cristiana y humana; y demos gracias al Señor, que nos ha regalado la fe, y a pedirle que nos la conserve hasta el último  momento de nuestra existencia.


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