Sin
fe no tiene sentido la vida humana, porque la fe da repuesta a los grandes
interrogantes del hombre y le hace vivir los grandes misterios de la vida. No
vamos a tratar en esta homilía de la fe en general, como virtud teologal, sino
de la fe en la Eucaristía, el gran misterio de nuestra fe, como proclamamos
todos después de la consagración del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de
Jesús. Es la actualización mística del sacrificio que Jesús ofreció al Padre
por nuestros pecados en el monte Calvario.
Sin
fe la Santa Misa no tiene sentido, es un espectáculo más o menos aburrido, pues
siempre es el mismo acto, la misma temática o parecida, el mismo guión y
desarrollo, las mismas palabras, y frecuentemente el mismo actor, que, como
hombre, tiene iguales o parecidos defectos que los demás. Sin embargo es, por otra parte, el
espectáculo más concurrido de todos los que se representan en los teatros, se
emiten por la pequeña pantalla o se proyectan en las salas cinematográficas-
¿Hay en las pantallas de T. V. E., en los cines o teatros algún espectáculo que
se repita años y hasta siglos, siendo siempre el mismo actor, la misma obra o
película, el mismo drama, con el mismo guión o parecido... ?
De
la misma manera que cualquier espectáculo humano aburre y cansa con el tiempo,
cuando se repite, así también la misa cansa y es aburrida para los no
creyentes. Los jóvenes que flaquean en
la fe o no la tienen se cansan y se
aburren en las misas cuando no están celebradas con cierta animación teatral,
músicas, ritmos y movimientos; y concluyen: no voy a misa porque la Misa a mí
no me dice nada. La razón suprema de ir a misa no es el espectáculo en sí, sino
la fe en Jesucristo, que perpetúa en el altar, por medio de su ministro, el
sacerdote, el mismo sacrificio de la cruz; y en ella escuchamos la Palabra de
Dios para conocer el camino del Cielo y alimentarnos con el Cuerpo y la Sangre
de Jesús.
Vosotros,
hermanos, habéis venido esta mañana a participar en la Santa Misa, no porque la
celebro yo, pues aunque la celebrara un sacerdote chino, ninguno de vosotros
abandonaría los bancos y se marcharía de la Iglesia. Los cristianos no vamos a
misa por el sacerdote o porque la misa se celebra con mejor o más perfecta
liturgia, con guitarra y con cantos, con mayor solemnidad, o con mejor
participación, pues, aunque se celebrara en silencio, asistiríamos a misa de la
misma manera ¿Quién es capaz de valorar la vida de fe de una comunidad
cristiana?
No son mejores
las misas que se celebran con jóvenes, donde todo el mundo participa, canta,
toca las palmas. Son más entretenidas o divertidas que las que se celebran en
silencio, pero no mejores, pues hay gustos diferentes. Estáis concelebrando
conmigo, en sentido bautismal, la Eucaristía, porque tenéis fe, y queréis
además cumplir con gozo el precepto
dominical.
Durante
muchos años, nosotros, los mayores, hemos asistido al sacrificio de la Santa
Misa, sin entender una sola palabra, cuando se celebraba en latín, de espaldas
al público, aunque generalmente no se predicaba la homilía, que en aquellos
tiempos era una exclusiva de los párrocos. Y, sin embargo, nunca faltábamos a
misa; y asistíamos a las conferencias cuaresmales y misiones, competencia de
los dominicos, jesuitas, capuchinos y predicadores especialistas. Y se llenaban
las Iglesias.
Hoy anunciamos
en las Parroquias en Adviento y en Cuaresma conferencias, y casi nadie asiste.
¿Por qué? Porque se está perdiendo la fe. A misa generalmente asisten personas
mayores con honrosas excepciones de jóvenes. Ya no existen familias enteras que
vayan a misa, como antes, pues incluso en familias muy cristianas, hay hijos y
hermanos que ni pisan la Iglesia. El Papa Pablo VI decía que el humo de Satanás
se ha infiltrado por las rendijas dentro de la Iglesia.
¡Cuánta
fe se necesita tener para creer en la misa que estamos celebrando! Soy yo el primero que, como un
hombre de fe, me estoy creyendo que con mis propias palabras y gestos estoy
actualizando el misterio del Calvario. Yo me creo que dentro de unos minutos,
por el poder que Jesucristo me ha regalado,
cuando diga: "tomad y comed, esto es mi Cuerpo, tomad y bebed esta
en mi Sangre", el pan y el vino se van a convertir en el Cuerpo y la
Sangre de Jesucristo. ¿Quién tiene que tener más fe el sacerdote que celebra o
el fiel que escucha la Santa Misa? Tanta o más fe tiene el que se cree que está
haciendo las veces de Jesucristo, que el que está escuchando y creyendo que el
sacerdote, un hombre como los demás, es otro Cristo.
La
fe es necesaria, no solamente para la vida cristiana, sino para la vida humana.
Si solamente creyéramos lo que vemos,
se cae toda la ciencia que no sea exacta por su propia base. Porque la mayor
parte de las cosas y acontecimientos los creemos por la fe humana.
Tendríamos que
dudar o negar nuestra propia existencia, pues ninguno se ha visto nacer, lo
sabe porque se lo han dicho. Siguiendo esta norma, llegaríamos a la conclusión
de que los no científicos no tendríamos que creer muchas cosas, porque ni las
entendemos ni las hemos visto; y, por supuesto, no tendríamos que creer en los
personajes de la Historia ni en la mayor parte de los sucesos humanos.
De la misma
manera, pero con fe divina, que es un don del Espíritu Santo, debemos creer en
los misterios que Dios nos ha revelado y la Iglesia nos enseña.
La gente que no tiene fe dice: Yo
no me confieso porque no voy a decir
mis pecados a un hombre como yo, con menos cualidades, o peor que yo y
hasta más pecador. Y en este presupuesto, se entiende, pues los pecados sólo se
dicen al hombre investido con el poder de Dios para que sean perdonados.
Pero el que
tiene fe, no se fija en el sacerdote que está sentado en el confesionario, no
le pide el documento de identidad para ver si es sacerdote, ni comprueba si es
bueno o es santo, porque el que se confiesa cree que el sacerdote representa a Cristo, y, por eso, el
penitente le confiesa sus pecados, aunque le de vergüenza.
Mayor fe que
el penitente tiene que tener el confesor, pues perdona no las ofensas que a él le ha hecho el
penitente, sino las ofensas que el pecador ha hecho a Dios. Alguien me decía
una vez: Padre, yo no creo en los curas. Yo le contesté, en eso coincidimos,
porque yo tampoco creo, yo creo en el sacerdocio ejercido por los curas,
hombres de barro, como los demás, creo en los ministros de Dios, aunque sean
pecadores ¡Cuánta fe, hermanos, necesitamos los sacerdotes y necesitan los
fieles!
Vamos
a pedirle al Señor que la fe sea siempre el móvil de nuestra vida cristiana y
humana; y demos gracias al Señor, que nos ha regalado la fe, y a pedirle que
nos la conserve hasta el último momento
de nuestra existencia.
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