sábado, 27 de junio de 2020

Décimo tercer domingo. Tiempo ordinario. Ciclo A


 MUERTOS AL PECADO

 MISTERIO PASCUAL EN EL BAUTISMO  


En la segunda lectura de la liturgia de la Palabra que estamos celebrando hoy, original del Espíritu Santo y escrita por San Pablo, se nos dice que “si por el bautismo hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él, pues su morir fue un morir al pecado de una vez para siempre, y su vivir es un vivir para Dios. Y concluye: Lo mismo vosotros consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús Señor nuestro”.

Estas palabras me van a servir a mí para hacer unas reflexiones espirituales sobre el bautismo, como participación en el misterio pascual.

El bautismo no es una ceremonia religiosa por la que un bautizado se hace miembro de la Iglesia, como institución humana, y se inscribe en los libros parroquiales, algo así como un novicio, después de una experiencia de vida religiosa, por medio de un acto litúrgico se hace miembro de un Instituto de vida consagrada; o como un laico comprometido con la fe se afilia a una Hermandad o Cofradía para vivir un carisma cristiano.

El bautismo es un sacramento de fe por el que el hombre, nacido del pecado, es regenerado a la vida sobrenatural, recibe la gracia santificante, se le borra el  pecado original y todo pecado, se  hace hijo de Dios, heredero de su gloria y se  incorpora a la Iglesia para participar de su misión. En este sacramento se realiza una auténtica transformación del ser natural, hijo del pecado, en hijo de Dios, de manera que el cuerpo del hombre queda convertido en templo vivo del Espíritu Santo y su alma en sagrario de la Santísima Trinidad. Es además la realización mística del misterio pascual de Cristo, la actualización de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, que consiste en  el paso de la muerte del pecado a la resurrección de la vida de la gracia. Así nos lo enseña el apóstol San Pablo en la segunda lectura que estamos comentando: Los bautizados, que “han unido su existencia con la de Cristo en una muerte como la suya y han sido sepultados con Él en la muerte (Rm 6,4-5), son también juntamente con Él vivificados y resucitados” (Eph 2,6).

No tiene sentido ser cristiano y no entablar una lucha constante contra el demonio para vencer el pecado y tratar de vivir siempre en gracia de Dios durante toda la vida, identificándose con Cristo en su vida, pasión y muerte y resurrección. Por consiguiente, no se puede ser cristiano de fachada, cristiano por estar bautizado y pagano o mundano de corazón y de obras. Si soy cristiano por tradición familiar, por costumbre del lugar o de época, por gusto personal, y no soy consecuente con la fe del bautismo, soy cristiano a mi manera,  a mi capricho.

Podríamos distinguir estas clases de cristianos:

- Cristianos bautizados, cristianos de derecho, que  están inscritos en los libros parroquiales, pero de hecho no viven los compromisos del bautismo. No son enemigos de la Iglesia, pero tienen con ella relaciones de Sociedad en bautizos, bodas, primeras comuniones. Son cristianos circunstanciales que tienen su fe personal, rezan, alguna vez que otra, principalmente en momentos de apuros, necesidades, enfermedades, como se dice: “se acuerdan de Santa Bárbara cuando truena”.

- Cristianos practicantes, cristianos de prácticas cristianas, que van a misa, sin perder un solo domingo y día de precepto, rezan, tienen sus devociones personales, pertenecen a hermandades y cofradías, pero jamás confiesan ni comulgan por razones personales que cristianamente no se entienden aunque humanamente se comprenden.

- Cristianos vivientes, cristianos que viven el cristianismo de verdad, consecuentemente con la fe de la Iglesia, tratan de cumplir los mandamientos con fallos humanos y pecados, y hacen todo lo que pueden por vivir siempre en gracia de Dios, aunque tengan que confesarse.

- Cristianos de perfección evangélica, cristianos que además de vivir la fe con la vivencia de la gracia, se consagran a Dios en servicio de la Iglesia para vivir los consejos evangélicos de pobreza, obediencia y castidad con votos o compromisos especiales, tanto en el mundo como fuera de él.

- Cristianos de corazón, hombres y mujeres, no bautizados, que pertenecen a la Iglesia de Cristo de hecho, aunque no de derecho, porque viven, de buena voluntad, la fe que conocen y en la que han sido educados, por razones de cultura, del País en el que han nacido, y del ambiente social en que han vivido.

- Cristianos de la misericordia infinita de Dios que son todos los hombres y mujeres, de cualquier raza, país, cultura y color, con religión o sin ella, que son juzgados por Dios en el secreto íntimo de su conciencia, según el criterio de su sabia e infinita misericordia, que nadie en este mundo conoce ni puede conocer, ni siquiera en el Cielo. Por consiguiente, no juzguemos, y menos condenemos en nuestro corazón, las obras del prójimo, por muy malas que sean o nos parezcan en orden a la salvación, pues con toda seguridad en el Cielo nos llevaremos sorpresas agradables y desagradables, porque los juicios de Dios no son como los de los hombres.

sábado, 20 de junio de 2020

Décimo Segundo domingo. Tiempo ordinario. Ciclo A

CULPA Y DON,  DRAMA DE LA HISTORIA DEL HOMBRE

        En la segunda lectura de la liturgia de la Palabra se nos habla de la historia del pecado del hombre y de la salvación por parte de Cristo. “Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron... Sin embargo, no hay proporción entre la culpa y el don: si por la culpa de uno murieron todos, mucho más, gracias a un solo hombre, Jesucristo, la benevolencia y el don de Dios desbordaron sobre todos”.

Estas palabras nos ofrecen una buena oportunidad para explicar brevemente en esta homilía el drama de la Historia del hombre en cuatro actos, que vamos a enumerar y después explicar por separado:

1 Dios creó al hombre perfecto, persona sobrenatural, en un estado de gracia y con los dones preternaturales de integridad o inmunidad de la concupiscencia, impasibilidad o inmunidad de dolor e inmortalidad.
2 El hombre pecó y Dios le castigó quitándole los dones preternaturales que le había regalado, quedando sometido a su estado natural: al error, al odio, al dolor y a la muerte, bajo la esclavitud del demonio.
3 El Hijo de Dios, Jesucristo, redimió al hombre de su pecado mediante el misterio pascual: vida, pasión y muerte, para que el hombre, asumiendo la redención de Cristo personalmente en su misterio pascual, quede salvado.
4 Al final de los tiempos, el hombre resucitado quedará convertido en un estado mejor y superior al que Dios creó en su estado primitivo antes del pecado.

1º CREACIÓN DEL HOMBRE

La fe nos enseña que el hombre fue creado por Dios perfecto en el alma y en el cuerpo, persona sobrenatural. Conocía la verdad sin error, amaba sin pasión ni odio, no tenía la inclinación al pecado, no padecía ni tenía que morir.

2º EL PECADO DEL HOMBRE Y SU CASTIGO

El hombre, tentado por el diablo misteriosamente, pecó. Y Dios le castigó privándole de lo que le regaló sobrenaturalmente, dejándole en el puro estado de su naturaleza humana, tal como ahora existe. Pero la culpa fue perdonada por Dios en el mismo momento del pecado con la promesa de la Redención.

Hagamos una reflexión sobre el hombre en el estado actual de naturaleza caída. El hombre es un ser complejo, una mezcla de perfecciones e imperfecciones que desconciertan. Por un lado, es el ser más perfecto de la creación, un microcosmos, pequeño mundo, porque tiene algo del reino mineral, como los huesos, algo del reino vegetal, como la vida, algo del reino animal, como los sentidos, algo del reino angélico como la espiritualidad y algo del reino divino, como la gracia.

Pero por otra parte, es un ser imperfecto en su ser y en su funcionamiento, con grandes contrastes. Conoce la verdad con muchos esfuerzos y muchas limitaciones, pero también padece el error y lo confunde con la verdad. Ama, humanamente, con las limitaciones y condicionamientos propios de su ser, pero busca también su bien amándose a sí mismo en el amor al otro con egoísmos e intereses; cambia fácilmente un amor por otro, lo sustituye y hasta lo olvida; y de la misma manera no ama, busca la venganza e incluso odia. El cuerpo del hombre está sometido al dolor, a la enfermedad, a la sexualidad desordenada y a la muerte.

¿Cómo Dios, infinitamente sabio y bondadoso, ha creado al hombre, hijo suyo, a su imagen y semejanza con tanta perfección y tantos defectos? Ciertamente que en la creación del hombre tuvo que haber algún misterio, pues no se entiende que en la obra maestra de la Creación haya tantas maravillas y tantos fallos a la vez.

         Sobre este tema han reflexionado los sabios de todos los tiempos arbitrando filosofías más o menos comprensibles, pero de ninguna manera convincentes; y también los fundadores de religiones humanas, buscando las causas del mal en el hombre, han dado respuestas raras, fantásticas y hasta disparatadas, que no entran dentro de las cavilaciones equilibradas del entendimiento humano y cristianizado.

Los intelectuales, ateos o agnósticos, estudiando los problemas del mal en el mundo,  que transcienden la capacidad del entendimiento humano, acaban por inhibirse de estas cuestiones, humanamente insolubles, y no aceptando ninguna fe humana, ni siquiera la fe de la Iglesia católica. Caen en el existencialismo o simplemente pasan la vida angustiados en manos del desequilibrio o atrapados en la trampa de los vicios. Y aquellos otros sabios, que no tienen fe, pero que son hombres buenos, viven y mueren en manos de Dios que todo lo sabe y comprende la intención de cada entendimiento y el móvil de cada corazón, abrigados y amparados por la sabiduría infinita de la misericordia de Dios, misterio para los hombres.

3º REDENCIÓN REALIZADA POR JESUCRISTO

Cuando llegó la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios, la Palabra, el Verbo, encarnó en las entrañas de Santa María, por obra del Espíritu Santo, nació, vivió oculto en Nazaret casi treinta años, predicó la buena noticia de la Salvación durante tres años y después padeció, murió y resucitó, realizando así el llamado misterio pascual, marcando con este ejemplo los pasos que cada hombre tiene que seguir para asumir en sí mismo el misterio pascual individualmente, con el fin salvarse o ser redimido.

La Iglesia fundada por Él realizará esta Obra hasta el fin de los tiempos.

4º EL HOMBRE MUERTO Y RESUCITADO PARA LA VIDA ETERNA

Cuando este mundo termine, Cristo volverá otra vez a la Tierra a clausurar la Iglesia y convertirla en Iglesia celeste y gloriosa en la que todos los resucitados con Cristo gozarán eternamente de la visión y gozo de la Santísima Trinidad, que será entonces visión y no misterio por los siglos de los siglos que no tendrán fin.

        Entonces, todo el mundo comprenderá el misterio de dolor que ahora nos acosa, y sabremos que mereció la pena el sufrimiento, que humanamente no se entiende, y que la muerte tuvo sentido porque Cristo, Dios mismo encarnó, para que después en la otra vida vivamos eternamente “como dioses, resucitados, participando de la gloria divina, en un estado glorioso, que ninguna criatura es capaz de concebir. Por eso, la liturgia del sábado santo en el pregón pascual nos dice que el don de la redención superó al pecado del hombre con estas palabras: “Necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo. ¡Feliz culpa que mereció tal Redentor!

sábado, 13 de junio de 2020

Corpus Christi. Ciclo A

           El catecismo de la Iglesia católica del Papa Juan Pablo II enumera los distintos nombres con que es conocido el Sacramento por excelencia, el más perfecto de los siete, el sacramento del Amor (Cat 1328-1332).

Vamos a explicar brevemente estos nombres con el fin de meditar la riqueza insondable de la Eucaristía, que es el centro de vida cristiana, la fuente de donde dimana la gracia y la cima a la que se encaminan todas las acciones sacramentales, cristianas y apostólicas de la Iglesia.

          Eucaristía es el nombre más común que utilizamos los cristianos para designar este sacrosanto misterio. Su significado etimológico es acción de gracias, porque en este sacramento la Iglesia da gracias a Dios por todos los beneficios recibidos en la Creación, la Redención y la Santificación; gracias al Padre por todas las cosas creadas, visibles e invisibles, que hay en el espacio sideral, cuya naturaleza hoy no es totalmente conocida por el hombre, y probablemente no lo será jamás, por mucho que avance la ciencia humana; gracias por todos los seres creados en la Tierra, tanto en el reino mineral, vegetal y animal, cuya naturaleza no hay inteligencia que los comprenda ni imaginación que los conciba.

La Eucaristía es el acto sublime y trascendente en el que los hombres personalmente agradecemos a Dios los dones recibidos del Espíritu Santo. Cuando el cristiano participa en el sacrificio eucarístico da gracias con la Iglesia por los beneficios recibidos tanto en el orden natural como sobrenatural: cualidades físicas, espirituales, morales, como la salud, el talento, la fortaleza, la familia, el colegio, las amistades, los bienes materiales, el trabajo etc; y dones sobrenaturales de la fe, la gracia, virtudes, dones del Espíritu Santo etc. La Eucaristía es, en definitiva, un canto de alabanza y de acción de gracias a Dios, Uno y Trino, porque la Creación entera fue el escenario donde Dios en Persona, Jesucristo, realizó la salvación, y donde ahora la sigue realizando ministerialmente por medio de la Iglesia hasta que en la Parusía se convierta en los nuevos cielos y la nueva Tierra.

La Eucaristía es también un himno litúrgico y sacramental de acción de gracias que la Iglesia canta a la Santísima Trinidad por la redención efectuada por el Hijo, Jesucristo, históricamente en la plenitud de los tiempos, y que se repite y actualiza ministerialmente en la Santa misa. En definitiva, la Iglesia y todos los hombres, unidos a toda la Creación terrestre y celeste, dan gracias a Dios en la santa misa por todas las cosas creadas y por los inmensos dones sobrenaturales de la Redención.

El Concilio Vaticano II nos dice que “La Eucaristía, como acción de gracias por la Creación y Redención es también sacramento por excelencia que santifica, como ningún otro sacramento, porque es la “fuente y cima de toda la vida cristiana” (LG 11); y porque “todos los demás sacramentos, como también los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La Sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua” (PO 5) No existe acto, ni modo mejor para santificar que la Eucaristía, porque contiene no solamente la gracia que santifica, como en los demás sacramentos, sino al autor de la santificación, el mismo Cristo que santifica con su gracia. No es lo mismo que el sol ilumine la Tierra y la caliente desde el espacio, donde se encuentra, por medio de una participación apropiada de luz y calor, que si pudiera efectuar estos efectos directa y físicamente desde la misma Tierra, cosa realmente imposible. En cambio, la mística realidad de la Eucaristía contiene no sólo la gracia, participación de la misma naturaleza de Dios, sino también a Dios mismo encarnado, la Persona divina de Jesucristo santificadora, y con él a las otras dos divinas Personas: el Padre y el Espíritu santo. Luego la Eucaristía es acción litúrgica sacramental de la Santísima Trinidad.

Otro nombre con que es conocida la Eucaristía es Banquete del Señor porque nos recuerda, en primer lugar, la cena pascual que celebró el Señor con sus discípulos la víspera de su pasión, en cuyo banquete instituyó la Eucaristía; y porque simboliza también la vida eterna, a la que el Apocalipsis llama con el nombre de banquete de bodas del Cordero (Ap 19,9).

La Eucaristía no es simplemente un recuerdo de la Santa Cena y un símbolo de la vida eterna, sino que es también verdadero banquete del Cuerpo y la Sangre de Jesús, en el que todos los que comulgamos participamos comiendo el Cuerpo de Cristo y bebiendo su sangre. El sacrificio de la santa misa es también alimento de vida eterna para los que comulgan, y místicamente para todos los hombres del mundo a quienes llega la gracia eucarística de maneras misteriosas que no conoce la teología católica. Es un hecho indiscutible en la doctrina de la Iglesia que todos los hombres, en virtud de la Comunión de los santos, participan unos de los bienes de otros, como miembros del Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia.

Fracción del pan es otro nombre más con el que designamos la Eucaristía.

Los judíos tenían la costumbre de que el cabeza de familia en las comidas partía el pan y lo repartía entre todos los comensales. Este gesto lo solía hacer Jesús en las comidas que hacía con los discípulos, como Maestro, y lo hizo también en la última Cena. Nos dice el Evangelio que Jesús mientras comía con sus discípulos la última cena “cogió un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a ellos diciendo: Tomad y comed todos de él porque esto es mi Cuerpo” (Lc 12,22)

Con el rito de partir el pan se quiere significar que todos los que comen de este pan, partido, que es Cristo, entran en comunión con él y forman un solo cuerpo en él (1 Co 10,16-17). Por esta razón, fracción del pan es un nombre muy apropiado para significar este sacramento.

Como la Eucaristía se celebra en comunidad reunida de fieles, que es expresión visible de la Iglesia, recibe también el nombre de Asamblea eucarística.

Cuando los cristianos nos reunimos en torno al altar para celebrar el sacrificio de Jesús, celebramos el acontecimiento histórico de la muerte y resurrección de Jesús, que se perpetúa místicamente en el altar. La Eucaristía es celebración de la Iglesia en asamblea visible o invisible, aunque sea con la presencia única del sacerdote. La santa misa es el sacrificio de Cristo al que asiste toda la Iglesia, aunque esté representada por unos cuantos fieles en una pequeña asamblea; incluso participa y asiste a ella la asamblea celeste de santos y ángeles, que no pueden separarse de Cristo glorioso, cabeza de los ángeles y santos y objeto de visión y gozo. Por consiguiente, cuando los cristianos unidos en la fe celebramos la Eucaristía, aunque sea en privado, la acción personal se hace asamblea comunitaria de algún modo.

Memorial de la pasión y de la resurrección el Señor

          La Eucaristía también puede ser llamada memorial o recuerdo de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, porque al recordar y actualizar el sacrificio de la cruz en la santa misa es como si Cristo volviera a repetir su pasión en el viacrucis, la flagelación, coronación de espinas, crucifixión. Muerte y resurrección. Además la Iglesia ofrece al Padre en la santa misa los sufrimientos de todos y cada uno de ellos, y el cristiano su propia cruz personal, familiar, laboral y social; y cuando muere termina su pasión y resucita con Cristo. La Eucaristía es el acto sublime y sobrenatural de redención de todos los pecados del mundo y el momento oracional más importante para pedir a Dios la gracia para sufrir con sentido redentor, unidos a la pasión y muerte del Señor.

Quizás en nombre más propio de la Eucaristía sea Santo sacrificio de la Misa, porque en ella se actualiza el único sacrificio que Jesús ofreció al Padre de su propia vida en el Calvario, para redimir a todos los hombres de sus pecados.

         En los antiguos sacrificios extrabíblicos de religiones paganas, incluso de los que se hacían en el Antiguo Testamento había tres elementos esenciales: sacerdote, víctima y altar. El sacerdote, en nombre del pueblo, sacrificaba un animal, generalmente un cordero, y se lo ofrecía a Dios en un altar de piedra, como expiación de los pecados, y con su sangre rociaba a los que asistían al santo sacrificio. Y con esta ceremonia quedaban purificados de sus males.

Al estilo de los sacrificios de la antigua ley, Cristo en la Eucaristía es el sacerdote y la víctima que se ofrece al Padre en el altar, para redimir a todos los hombres. De él Sumo y Eterno Sacerdote participamos todos los sacerdotes ministeriales y bautismales. Cristo es, a la vez, también la víctima, que con el sacrificio de su propia persona divina redimió todos los pecados del mundo.
Al repetir y perpetuar el sacerdote el sacrificio de Cristo en la Eucaristía, la Iglesia y los cristianos ofrecemos al Padre el sacrificio o los dolores de todos los hombres, consagrándolos en eucaristía y en comunión con todos los hombres del mundo.

            Santa y divina liturgia es otro nombre con que es llamada la Eucaristía, que es, en verdad, la liturgia más importante que celebra la Iglesia, porque no es una liturgia más, ni sólo una liturgia sacramental, como por ejemplo el bautismo, sino la liturgia por excelencia, la liturgia central y perfecta, compendio de todas ellas,  tanto sacramentales como eclesiales. Celebrando la liturgia de la Santa misa es como si celebráramos cualquiera otra liturgia sacramental o eclesial, porque es la acción ministerial de Cristo que alaba al Padre, se ofrece por todos los hombres y se da en alimento de comida y bebida, como manjar de vida eterna.

         Comunión es otro nombre muy apropiado para designar la Eucaristía, porque por este sacramento admirable nos unimos a la Santísima Trinidad, todos los santos y ángeles del Cielo, a las almas del Purgatorio, todos los hombres de la Tierra y a toda la creación visible e invisible.

          Cuando celebramos la Eucaristía, en Jesucristo, el Hijo de Dios, nos unimos al Padre y al Espíritu Santo, personas divinas que son inseparables en la Santísima Trinidad, en virtud de la circuminsesión, de manera que al recibir a Jesucristo, nos cristificamos y recibimos también a la Santísima Trinidad. Y como el cuerpo del Señor es también cuerpo de María, su Madre, podríamos decir que en la Eucaristía comulgamos o recibimos, de algún modo, el cuerpo de la Virgen.

          En definitiva, la Eucaristía es la comunión con Dios, Uno y Trino; comunión con la Santísima Virgen María, los santos y ángeles del Cielo; comunión con las almas del Purgatorio; comunión con todos los hombres; comunión con toda la creación celeste y terrestre, que se celebra en el sacrificio que Jesucristo ofreció al Padre en la cruz, que se actualiza y repite místicamente en la Santa Misa.

          Santa Misa porque la Eucaristía termina con el envío que hace el celebrante a los cristianos, para que vayan al mundo a ser testigos de Cristo resucitado, haciendo que su vida sea siempre misa en palabras y obras.


sábado, 6 de junio de 2020

Santísima Trinidad. Ciclo A


          Hoy celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad, misterio absoluto que supera la capacidad cognoscitiva del ser humano, y de toda criatura creada inteligente, si existe, o creable, porque es evidente que el conocimiento de Dios, Ser eterno, infinitamente perfecto, no cabe dentro del entendimiento creado. Es una verdad revelada que no se puede conocer ni antes ni después de la Revelación, pues es objeto de la fe.

            El misterio, como todos sabemos, consiste en creer que en Dios hay tres personas divinas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, verdad que no contradice el conocimiento de la razón sino que lo supera. La fe no afirma que un ser es igual a tres o que tres es igual a uno, repugnancia matemática, sino que en un Ser, trascendente, eterno,  hay tres personas realmente distintas. 

Los conceptos humanos no son válidos para el conocimiento de Dios,  que sólo puede ser conocido por el hombre a través de analogías, metáforas, comparaciones, que jamás explicarán la naturaleza de Dios y la realidad de Persona en Dios. En el Cielo veremos y comprenderemos el misterio de la Santísima Trinidad por medio de la visión intuitiva, que eleva la potencia natural del entendimiento humano para conocer y comprender las realidades divinas, que son verdades que, por sí mismas, superan la posibilidad del saber humano.

Pero  es evidente que Dios en su Ser y obrar jamás puede ser conocido como es totalmente en sí mismo en la única naturaleza divina de trinidad de Personas. Sólo Dios puede ser conocido por sí mismo, porque la eternidad del Ser no cabe dentro de la inteligencia del ser creado.

 De igual manera, las verdades de fe de la Iglesia Católica se saben, se creen y se viven, pero no se entienden. Pongamos un ejemplo, por aquello de que para muestra basta uno botón. En este momento, estamos celebrando la santa misa, que sabemos que es la repetición y actualización mística del sacrificio que Jesús ofreció al Padre en el calvario, como víctima y sacerdote en el altar de la cruz, para la redención de los pecados de todos los hombres. Sin embargo, la visión humana de la misa y su conocimiento no parece otra cosa que una ceremonia religiosa, una actuación sagrada o un sacramento ritual.

La fe, hermanos, es un conocimiento infalible, porque se basa en Dios, que no puede engañarse ni engañarnos, y es superior al conocimiento humano metafísico, porque pocas verdades de las ciencias humanas son ciertas, pues la mayoría  son subjetivas, circunstanciales, variables, y dependen de muchos factores, de la cultura de los tiempos, lugares y personas, conforme al dicho popular de que "nada es verdad ni mentira, pues todo depende del cristal con que se mira".

            La Santísima Trinidad es el fundamento de toda la fe de la Iglesia, que  en síntesis está contenida en el credo que rezamos en la santa misa, creemos y vivimos a lo largo de nuestra vida cristiana, y nos enseña el magisterio perenne e infalible de la Iglesia: el conocimiento de Dios en su misma esencia trinitaria; la creación del universo, del hombre y su finalidad; la historia del pecado original; el objeto de la Redención; la naturaleza de la Iglesia Católica, Sacramento universal de salvación; la existencia de los sacramentos y su funcionalidad; los mandamientos que tenemos que cumplir; la necesidad y eficacia de la oración, etc.

Las acciones del misterio de la fe son trinitarias, comunes a cada una de las divinas Personas, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, pero se atribuye al Padre la Creación, al Hijo la Redención y al Espíritu Santo la santificación, aunque las tres divinas personas son creadoras, redentoras y santificadoras. 

            Y, por último, la Santísima Trinidad es el principio de la vida cristiana y de toda vida apostólica. En efecto, cuando rezamos en privado o en público invocamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo para que nos asista en nuestras peticiones y santos deseos; cuando nos levantamos y nos acostamos lo hacemos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo con el fin de que nos acompañen en nuestra jornada y velen nuestro sueño; cuando bendecimos la mesa, invocamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo para darle gracias por el alimento y pedirlo para quienes no lo tienen; cuando empezamos el trabajo, nos encomendamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo solicitando su asistencia en nuestras operaciones; y así en todos los actos de nuestra vida personal o comunitaria.

            De igual manera, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo realizamos nuestro apostolado de la predicación de la Palabra de Dios, de la catequesis, o de cualquier acción apostólica, caritativa, incluso el ejercicio de la vida ordinaria. Y también en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo  celebramos todos los sacramentos.

La acción sacramental es una acción trinitaria, pues se bautiza en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; se confirma en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; se perdonan los pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; se actualiza y representa el sacrificio de Jesús en la Eucaristía, en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo; los sacerdotes son consagrados por el Obispo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo;  el cristiano, gravemente enfermo, es ungido con la unción de los enfermos para hacer el viaje  al Cielo, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y, por fin, cuando los novios dan su consentimiento para vivir en comunidad matrimonial de sacramento, lo hacen  en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

            Además, en esta fiesta de la Santísima Trinidad, podemos considerar la dulce y consoladora verdad de la inhabitación de la Santísima trinidad dentro del alma del justo, verdad revelada en muchos textos del Nuevo Testamento. Es doctrina evangélica y verdad enseñada por el magisterio de la Iglesia que cuando el hombre está en gracia de Dios, es decir, libre de pecado mortal, existe en el alma una participación analógica del ser de Dios, la comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, no de manera pasiva o estática, sino realizando sus acciones propias trinitarias, siendo objeto de adoración y de experiencias místicas muy variadas con la explosión de los dones del Espíritu Santo y sus frutos.

El alma en ese estado de gracia, en cierto sentido,  se convierte en el cielo de la fe, con la esperanza de ser algún día cielo de la visión y gozo de Dios. Es como si el cielo de los ángeles y de los santos se trasladara al cielo del alma, con la potencia de vivir algún día en el Cielo en la visión y gozo pleno de la Santísima Trinidad.