Hoy celebramos la solemnidad de
la Santísima Trinidad, misterio absoluto que supera la capacidad cognoscitiva
del ser humano, y de toda criatura creada inteligente, si existe, o creable,
porque es evidente que el conocimiento de Dios, Ser eterno, infinitamente
perfecto, no cabe dentro del entendimiento creado. Es una verdad revelada que
no se puede conocer ni antes ni después de la Revelación, pues es objeto de la
fe.
El
misterio, como todos sabemos, consiste en creer que en Dios hay tres personas
divinas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, verdad que no contradice el conocimiento
de la razón sino que lo supera. La fe no afirma que un ser es igual a tres o
que tres es igual a uno, repugnancia matemática, sino que en un Ser,
trascendente, eterno, hay tres personas
realmente distintas.
Los conceptos
humanos no son válidos para el conocimiento de Dios, que sólo puede ser conocido por el hombre a través de analogías,
metáforas, comparaciones, que jamás explicarán la naturaleza de Dios y la
realidad de Persona en Dios. En el Cielo veremos y comprenderemos el misterio
de la Santísima Trinidad por medio de la visión intuitiva, que eleva la
potencia natural del entendimiento humano para conocer y comprender las realidades
divinas, que son verdades que, por sí mismas, superan la posibilidad del saber
humano.
Pero es evidente que Dios en su Ser y obrar jamás
puede ser conocido como es totalmente en sí mismo en la única naturaleza divina
de trinidad de Personas. Sólo Dios puede ser conocido por sí mismo, porque la
eternidad del Ser no cabe dentro de la inteligencia del ser creado.
De igual manera, las verdades de fe de la
Iglesia Católica se saben, se creen y se viven, pero no se entienden. Pongamos
un ejemplo, por aquello de que para muestra basta uno botón. En este momento,
estamos celebrando la santa misa, que sabemos que es la repetición y
actualización mística del sacrificio que Jesús ofreció al Padre en el calvario,
como víctima y sacerdote en el altar de la cruz, para la redención de los
pecados de todos los hombres. Sin embargo, la visión humana de la misa y su
conocimiento no parece otra cosa que una ceremonia religiosa, una actuación
sagrada o un sacramento ritual.
La fe,
hermanos, es un conocimiento infalible, porque se basa en Dios, que no puede
engañarse ni engañarnos, y es superior al conocimiento humano metafísico,
porque pocas verdades de las ciencias humanas son ciertas, pues la mayoría son subjetivas, circunstanciales, variables,
y dependen de muchos factores, de la cultura de los tiempos, lugares y
personas, conforme al dicho popular de que "nada es verdad ni mentira,
pues todo depende del cristal con que se mira".
La
Santísima Trinidad es el fundamento de toda la fe de la Iglesia, que en síntesis está contenida en el credo que
rezamos en la santa misa, creemos y vivimos a lo largo de nuestra vida
cristiana, y nos enseña el magisterio perenne e infalible de la Iglesia: el
conocimiento de Dios en su misma esencia trinitaria; la creación del universo,
del hombre y su finalidad; la historia del pecado original; el objeto de la
Redención; la naturaleza de la Iglesia Católica, Sacramento universal de
salvación; la existencia de los sacramentos y su funcionalidad; los
mandamientos que tenemos que cumplir; la necesidad y eficacia de la oración,
etc.
Las acciones
del misterio de la fe son trinitarias, comunes a cada una de las divinas
Personas, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, pero se atribuye al Padre la
Creación, al Hijo la Redención y al Espíritu Santo la santificación, aunque las
tres divinas personas son creadoras, redentoras y santificadoras.
Y,
por último, la Santísima Trinidad es el principio de la vida cristiana y de
toda vida apostólica. En efecto, cuando rezamos en privado o en público invocamos
al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo para que nos asista en nuestras
peticiones y santos deseos; cuando nos levantamos y nos acostamos lo hacemos en
el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo con el fin de que nos
acompañen en nuestra jornada y velen nuestro sueño; cuando bendecimos la mesa,
invocamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo para darle gracias por el
alimento y pedirlo para quienes no lo tienen; cuando empezamos el trabajo, nos
encomendamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo solicitando su asistencia en
nuestras operaciones; y así en todos los actos de nuestra vida personal o
comunitaria.
De
igual manera, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo realizamos
nuestro apostolado de la predicación de la Palabra de Dios, de la catequesis, o
de cualquier acción apostólica, caritativa, incluso el ejercicio de la vida
ordinaria. Y también en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu
Santo celebramos todos los sacramentos.
La acción
sacramental es una acción trinitaria, pues se bautiza en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo; se confirma en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo; se perdonan los pecados en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo; se actualiza y representa el sacrificio de Jesús en la
Eucaristía, en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo; los
sacerdotes son consagrados por el Obispo en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo; el cristiano, gravemente
enfermo, es ungido con la unción de los enfermos para hacer el viaje al Cielo, en el nombre del Padre y del Hijo
y del Espíritu Santo; y, por fin, cuando los novios dan su consentimiento para
vivir en comunidad matrimonial de sacramento, lo hacen en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo.
Además,
en esta fiesta de la Santísima Trinidad, podemos considerar la dulce y
consoladora verdad de la inhabitación de la Santísima trinidad dentro del alma
del justo, verdad revelada en muchos textos del Nuevo Testamento. Es doctrina
evangélica y verdad enseñada por el magisterio de la Iglesia que cuando el
hombre está en gracia de Dios, es decir, libre de pecado mortal, existe en el
alma una participación analógica del ser de Dios, la comunión del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo, no de manera pasiva o estática, sino realizando sus
acciones propias trinitarias, siendo objeto de adoración y de experiencias
místicas muy variadas con la explosión de los dones del Espíritu Santo y sus
frutos.
El alma en ese
estado de gracia, en cierto sentido, se
convierte en el cielo de la fe, con la esperanza de ser algún día cielo de la
visión y gozo de Dios. Es como si el cielo de los ángeles y de los santos se
trasladara al cielo del alma, con la potencia de vivir algún día en el Cielo en
la visión y gozo pleno de la Santísima Trinidad.
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