sábado, 27 de junio de 2020

Décimo tercer domingo. Tiempo ordinario. Ciclo A


 MUERTOS AL PECADO

 MISTERIO PASCUAL EN EL BAUTISMO  


En la segunda lectura de la liturgia de la Palabra que estamos celebrando hoy, original del Espíritu Santo y escrita por San Pablo, se nos dice que “si por el bautismo hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él, pues su morir fue un morir al pecado de una vez para siempre, y su vivir es un vivir para Dios. Y concluye: Lo mismo vosotros consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús Señor nuestro”.

Estas palabras me van a servir a mí para hacer unas reflexiones espirituales sobre el bautismo, como participación en el misterio pascual.

El bautismo no es una ceremonia religiosa por la que un bautizado se hace miembro de la Iglesia, como institución humana, y se inscribe en los libros parroquiales, algo así como un novicio, después de una experiencia de vida religiosa, por medio de un acto litúrgico se hace miembro de un Instituto de vida consagrada; o como un laico comprometido con la fe se afilia a una Hermandad o Cofradía para vivir un carisma cristiano.

El bautismo es un sacramento de fe por el que el hombre, nacido del pecado, es regenerado a la vida sobrenatural, recibe la gracia santificante, se le borra el  pecado original y todo pecado, se  hace hijo de Dios, heredero de su gloria y se  incorpora a la Iglesia para participar de su misión. En este sacramento se realiza una auténtica transformación del ser natural, hijo del pecado, en hijo de Dios, de manera que el cuerpo del hombre queda convertido en templo vivo del Espíritu Santo y su alma en sagrario de la Santísima Trinidad. Es además la realización mística del misterio pascual de Cristo, la actualización de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, que consiste en  el paso de la muerte del pecado a la resurrección de la vida de la gracia. Así nos lo enseña el apóstol San Pablo en la segunda lectura que estamos comentando: Los bautizados, que “han unido su existencia con la de Cristo en una muerte como la suya y han sido sepultados con Él en la muerte (Rm 6,4-5), son también juntamente con Él vivificados y resucitados” (Eph 2,6).

No tiene sentido ser cristiano y no entablar una lucha constante contra el demonio para vencer el pecado y tratar de vivir siempre en gracia de Dios durante toda la vida, identificándose con Cristo en su vida, pasión y muerte y resurrección. Por consiguiente, no se puede ser cristiano de fachada, cristiano por estar bautizado y pagano o mundano de corazón y de obras. Si soy cristiano por tradición familiar, por costumbre del lugar o de época, por gusto personal, y no soy consecuente con la fe del bautismo, soy cristiano a mi manera,  a mi capricho.

Podríamos distinguir estas clases de cristianos:

- Cristianos bautizados, cristianos de derecho, que  están inscritos en los libros parroquiales, pero de hecho no viven los compromisos del bautismo. No son enemigos de la Iglesia, pero tienen con ella relaciones de Sociedad en bautizos, bodas, primeras comuniones. Son cristianos circunstanciales que tienen su fe personal, rezan, alguna vez que otra, principalmente en momentos de apuros, necesidades, enfermedades, como se dice: “se acuerdan de Santa Bárbara cuando truena”.

- Cristianos practicantes, cristianos de prácticas cristianas, que van a misa, sin perder un solo domingo y día de precepto, rezan, tienen sus devociones personales, pertenecen a hermandades y cofradías, pero jamás confiesan ni comulgan por razones personales que cristianamente no se entienden aunque humanamente se comprenden.

- Cristianos vivientes, cristianos que viven el cristianismo de verdad, consecuentemente con la fe de la Iglesia, tratan de cumplir los mandamientos con fallos humanos y pecados, y hacen todo lo que pueden por vivir siempre en gracia de Dios, aunque tengan que confesarse.

- Cristianos de perfección evangélica, cristianos que además de vivir la fe con la vivencia de la gracia, se consagran a Dios en servicio de la Iglesia para vivir los consejos evangélicos de pobreza, obediencia y castidad con votos o compromisos especiales, tanto en el mundo como fuera de él.

- Cristianos de corazón, hombres y mujeres, no bautizados, que pertenecen a la Iglesia de Cristo de hecho, aunque no de derecho, porque viven, de buena voluntad, la fe que conocen y en la que han sido educados, por razones de cultura, del País en el que han nacido, y del ambiente social en que han vivido.

- Cristianos de la misericordia infinita de Dios que son todos los hombres y mujeres, de cualquier raza, país, cultura y color, con religión o sin ella, que son juzgados por Dios en el secreto íntimo de su conciencia, según el criterio de su sabia e infinita misericordia, que nadie en este mundo conoce ni puede conocer, ni siquiera en el Cielo. Por consiguiente, no juzguemos, y menos condenemos en nuestro corazón, las obras del prójimo, por muy malas que sean o nos parezcan en orden a la salvación, pues con toda seguridad en el Cielo nos llevaremos sorpresas agradables y desagradables, porque los juicios de Dios no son como los de los hombres.

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