MISTERIO
PASCUAL EN EL BAUTISMO
En la segunda lectura de la liturgia de la
Palabra que estamos celebrando hoy, original del Espíritu Santo y escrita por
San Pablo, se nos dice que “si por el
bautismo hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él, pues su
morir fue un morir al pecado de una vez para siempre, y su vivir es un vivir
para Dios. Y concluye: Lo mismo vosotros consideraos muertos al pecado y vivos
para Dios en Cristo Jesús Señor nuestro”.
Estas palabras me van a servir a mí para
hacer unas reflexiones espirituales sobre el bautismo, como participación en el
misterio pascual.
El bautismo no es una ceremonia religiosa por
la que un bautizado se hace miembro de la Iglesia, como institución humana, y
se inscribe en los libros parroquiales, algo así como un novicio, después de
una experiencia de vida religiosa, por medio de un acto litúrgico se hace
miembro de un Instituto de vida consagrada; o como un laico comprometido con la
fe se afilia a una Hermandad o Cofradía para vivir un carisma cristiano.
El bautismo es un sacramento de
fe por el que el hombre, nacido del pecado, es regenerado a la vida
sobrenatural, recibe la gracia santificante, se le borra el pecado original y todo pecado, se hace hijo de Dios, heredero de su gloria y se incorpora a la Iglesia para participar de su
misión. En este sacramento se realiza una auténtica transformación del ser
natural, hijo del pecado, en hijo de Dios, de manera que el cuerpo del hombre
queda convertido en templo vivo del Espíritu Santo y su alma en sagrario de la
Santísima Trinidad. Es además la realización mística del misterio pascual de
Cristo, la actualización de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, que
consiste en el paso de la muerte del
pecado a la resurrección de la vida de la gracia. Así nos lo enseña el apóstol
San Pablo en la segunda lectura que estamos comentando: Los bautizados, que “han unido su existencia con la de Cristo en
una muerte como la suya y han sido sepultados con Él en la muerte (Rm 6,4-5),
son también juntamente con Él vivificados y resucitados” (Eph 2,6).
No tiene sentido ser
cristiano y no entablar una lucha constante contra el demonio para vencer el
pecado y tratar de vivir siempre en gracia de Dios durante toda la vida,
identificándose con Cristo en su vida, pasión y muerte y resurrección. Por
consiguiente, no se puede ser cristiano de fachada, cristiano por estar
bautizado y pagano o mundano de corazón y de obras. Si soy cristiano por
tradición familiar, por costumbre del lugar o de época, por gusto personal, y
no soy consecuente con la fe del bautismo, soy cristiano a mi manera, a mi capricho.
Podríamos distinguir estas clases de
cristianos:
- Cristianos
bautizados, cristianos de derecho, que
están inscritos en los libros parroquiales, pero de hecho no viven los
compromisos del bautismo. No son enemigos de la Iglesia, pero tienen con ella
relaciones de Sociedad en bautizos, bodas, primeras comuniones. Son cristianos
circunstanciales que tienen su fe personal, rezan, alguna vez
que otra, principalmente en momentos de apuros, necesidades, enfermedades, como
se dice: “se acuerdan de Santa Bárbara cuando truena”.
- Cristianos
practicantes,
cristianos de prácticas cristianas, que van a misa, sin perder un solo domingo
y día de precepto, rezan, tienen sus devociones personales, pertenecen a
hermandades y cofradías, pero jamás confiesan ni comulgan por razones personales
que cristianamente no se entienden aunque humanamente se comprenden.
- Cristianos
vivientes,
cristianos que viven el cristianismo de verdad, consecuentemente con la fe de
la Iglesia, tratan de cumplir los mandamientos con fallos humanos y pecados, y
hacen todo lo que pueden por vivir siempre en gracia de Dios, aunque tengan que
confesarse.
- Cristianos de
perfección evangélica, cristianos que además de vivir la fe con la vivencia de la gracia,
se consagran a Dios en servicio de la Iglesia para vivir los consejos
evangélicos de pobreza, obediencia y castidad con votos o compromisos
especiales, tanto en el mundo como fuera de él.
- Cristianos de
corazón,
hombres y mujeres, no bautizados, que pertenecen a la Iglesia de Cristo de
hecho, aunque no de derecho, porque viven, de buena voluntad, la fe que conocen
y en la que han sido educados, por razones de cultura, del País en el que han
nacido, y del ambiente social en que han vivido.
- Cristianos de la
misericordia infinita de Dios que son todos los hombres y mujeres, de cualquier raza, país, cultura
y color, con religión o sin ella, que son juzgados por Dios en el secreto
íntimo de su conciencia, según el criterio de su sabia e infinita misericordia,
que nadie en este mundo conoce ni puede conocer, ni siquiera en el Cielo. Por
consiguiente, no juzguemos, y menos condenemos en nuestro corazón, las obras
del prójimo, por muy malas que sean o nos parezcan en orden a la salvación,
pues con toda seguridad en el Cielo nos llevaremos sorpresas agradables y desagradables,
porque los juicios de Dios no son como los de los hombres.
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