sábado, 13 de junio de 2020

Corpus Christi. Ciclo A

           El catecismo de la Iglesia católica del Papa Juan Pablo II enumera los distintos nombres con que es conocido el Sacramento por excelencia, el más perfecto de los siete, el sacramento del Amor (Cat 1328-1332).

Vamos a explicar brevemente estos nombres con el fin de meditar la riqueza insondable de la Eucaristía, que es el centro de vida cristiana, la fuente de donde dimana la gracia y la cima a la que se encaminan todas las acciones sacramentales, cristianas y apostólicas de la Iglesia.

          Eucaristía es el nombre más común que utilizamos los cristianos para designar este sacrosanto misterio. Su significado etimológico es acción de gracias, porque en este sacramento la Iglesia da gracias a Dios por todos los beneficios recibidos en la Creación, la Redención y la Santificación; gracias al Padre por todas las cosas creadas, visibles e invisibles, que hay en el espacio sideral, cuya naturaleza hoy no es totalmente conocida por el hombre, y probablemente no lo será jamás, por mucho que avance la ciencia humana; gracias por todos los seres creados en la Tierra, tanto en el reino mineral, vegetal y animal, cuya naturaleza no hay inteligencia que los comprenda ni imaginación que los conciba.

La Eucaristía es el acto sublime y trascendente en el que los hombres personalmente agradecemos a Dios los dones recibidos del Espíritu Santo. Cuando el cristiano participa en el sacrificio eucarístico da gracias con la Iglesia por los beneficios recibidos tanto en el orden natural como sobrenatural: cualidades físicas, espirituales, morales, como la salud, el talento, la fortaleza, la familia, el colegio, las amistades, los bienes materiales, el trabajo etc; y dones sobrenaturales de la fe, la gracia, virtudes, dones del Espíritu Santo etc. La Eucaristía es, en definitiva, un canto de alabanza y de acción de gracias a Dios, Uno y Trino, porque la Creación entera fue el escenario donde Dios en Persona, Jesucristo, realizó la salvación, y donde ahora la sigue realizando ministerialmente por medio de la Iglesia hasta que en la Parusía se convierta en los nuevos cielos y la nueva Tierra.

La Eucaristía es también un himno litúrgico y sacramental de acción de gracias que la Iglesia canta a la Santísima Trinidad por la redención efectuada por el Hijo, Jesucristo, históricamente en la plenitud de los tiempos, y que se repite y actualiza ministerialmente en la Santa misa. En definitiva, la Iglesia y todos los hombres, unidos a toda la Creación terrestre y celeste, dan gracias a Dios en la santa misa por todas las cosas creadas y por los inmensos dones sobrenaturales de la Redención.

El Concilio Vaticano II nos dice que “La Eucaristía, como acción de gracias por la Creación y Redención es también sacramento por excelencia que santifica, como ningún otro sacramento, porque es la “fuente y cima de toda la vida cristiana” (LG 11); y porque “todos los demás sacramentos, como también los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La Sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua” (PO 5) No existe acto, ni modo mejor para santificar que la Eucaristía, porque contiene no solamente la gracia que santifica, como en los demás sacramentos, sino al autor de la santificación, el mismo Cristo que santifica con su gracia. No es lo mismo que el sol ilumine la Tierra y la caliente desde el espacio, donde se encuentra, por medio de una participación apropiada de luz y calor, que si pudiera efectuar estos efectos directa y físicamente desde la misma Tierra, cosa realmente imposible. En cambio, la mística realidad de la Eucaristía contiene no sólo la gracia, participación de la misma naturaleza de Dios, sino también a Dios mismo encarnado, la Persona divina de Jesucristo santificadora, y con él a las otras dos divinas Personas: el Padre y el Espíritu santo. Luego la Eucaristía es acción litúrgica sacramental de la Santísima Trinidad.

Otro nombre con que es conocida la Eucaristía es Banquete del Señor porque nos recuerda, en primer lugar, la cena pascual que celebró el Señor con sus discípulos la víspera de su pasión, en cuyo banquete instituyó la Eucaristía; y porque simboliza también la vida eterna, a la que el Apocalipsis llama con el nombre de banquete de bodas del Cordero (Ap 19,9).

La Eucaristía no es simplemente un recuerdo de la Santa Cena y un símbolo de la vida eterna, sino que es también verdadero banquete del Cuerpo y la Sangre de Jesús, en el que todos los que comulgamos participamos comiendo el Cuerpo de Cristo y bebiendo su sangre. El sacrificio de la santa misa es también alimento de vida eterna para los que comulgan, y místicamente para todos los hombres del mundo a quienes llega la gracia eucarística de maneras misteriosas que no conoce la teología católica. Es un hecho indiscutible en la doctrina de la Iglesia que todos los hombres, en virtud de la Comunión de los santos, participan unos de los bienes de otros, como miembros del Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia.

Fracción del pan es otro nombre más con el que designamos la Eucaristía.

Los judíos tenían la costumbre de que el cabeza de familia en las comidas partía el pan y lo repartía entre todos los comensales. Este gesto lo solía hacer Jesús en las comidas que hacía con los discípulos, como Maestro, y lo hizo también en la última Cena. Nos dice el Evangelio que Jesús mientras comía con sus discípulos la última cena “cogió un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a ellos diciendo: Tomad y comed todos de él porque esto es mi Cuerpo” (Lc 12,22)

Con el rito de partir el pan se quiere significar que todos los que comen de este pan, partido, que es Cristo, entran en comunión con él y forman un solo cuerpo en él (1 Co 10,16-17). Por esta razón, fracción del pan es un nombre muy apropiado para significar este sacramento.

Como la Eucaristía se celebra en comunidad reunida de fieles, que es expresión visible de la Iglesia, recibe también el nombre de Asamblea eucarística.

Cuando los cristianos nos reunimos en torno al altar para celebrar el sacrificio de Jesús, celebramos el acontecimiento histórico de la muerte y resurrección de Jesús, que se perpetúa místicamente en el altar. La Eucaristía es celebración de la Iglesia en asamblea visible o invisible, aunque sea con la presencia única del sacerdote. La santa misa es el sacrificio de Cristo al que asiste toda la Iglesia, aunque esté representada por unos cuantos fieles en una pequeña asamblea; incluso participa y asiste a ella la asamblea celeste de santos y ángeles, que no pueden separarse de Cristo glorioso, cabeza de los ángeles y santos y objeto de visión y gozo. Por consiguiente, cuando los cristianos unidos en la fe celebramos la Eucaristía, aunque sea en privado, la acción personal se hace asamblea comunitaria de algún modo.

Memorial de la pasión y de la resurrección el Señor

          La Eucaristía también puede ser llamada memorial o recuerdo de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, porque al recordar y actualizar el sacrificio de la cruz en la santa misa es como si Cristo volviera a repetir su pasión en el viacrucis, la flagelación, coronación de espinas, crucifixión. Muerte y resurrección. Además la Iglesia ofrece al Padre en la santa misa los sufrimientos de todos y cada uno de ellos, y el cristiano su propia cruz personal, familiar, laboral y social; y cuando muere termina su pasión y resucita con Cristo. La Eucaristía es el acto sublime y sobrenatural de redención de todos los pecados del mundo y el momento oracional más importante para pedir a Dios la gracia para sufrir con sentido redentor, unidos a la pasión y muerte del Señor.

Quizás en nombre más propio de la Eucaristía sea Santo sacrificio de la Misa, porque en ella se actualiza el único sacrificio que Jesús ofreció al Padre de su propia vida en el Calvario, para redimir a todos los hombres de sus pecados.

         En los antiguos sacrificios extrabíblicos de religiones paganas, incluso de los que se hacían en el Antiguo Testamento había tres elementos esenciales: sacerdote, víctima y altar. El sacerdote, en nombre del pueblo, sacrificaba un animal, generalmente un cordero, y se lo ofrecía a Dios en un altar de piedra, como expiación de los pecados, y con su sangre rociaba a los que asistían al santo sacrificio. Y con esta ceremonia quedaban purificados de sus males.

Al estilo de los sacrificios de la antigua ley, Cristo en la Eucaristía es el sacerdote y la víctima que se ofrece al Padre en el altar, para redimir a todos los hombres. De él Sumo y Eterno Sacerdote participamos todos los sacerdotes ministeriales y bautismales. Cristo es, a la vez, también la víctima, que con el sacrificio de su propia persona divina redimió todos los pecados del mundo.
Al repetir y perpetuar el sacerdote el sacrificio de Cristo en la Eucaristía, la Iglesia y los cristianos ofrecemos al Padre el sacrificio o los dolores de todos los hombres, consagrándolos en eucaristía y en comunión con todos los hombres del mundo.

            Santa y divina liturgia es otro nombre con que es llamada la Eucaristía, que es, en verdad, la liturgia más importante que celebra la Iglesia, porque no es una liturgia más, ni sólo una liturgia sacramental, como por ejemplo el bautismo, sino la liturgia por excelencia, la liturgia central y perfecta, compendio de todas ellas,  tanto sacramentales como eclesiales. Celebrando la liturgia de la Santa misa es como si celebráramos cualquiera otra liturgia sacramental o eclesial, porque es la acción ministerial de Cristo que alaba al Padre, se ofrece por todos los hombres y se da en alimento de comida y bebida, como manjar de vida eterna.

         Comunión es otro nombre muy apropiado para designar la Eucaristía, porque por este sacramento admirable nos unimos a la Santísima Trinidad, todos los santos y ángeles del Cielo, a las almas del Purgatorio, todos los hombres de la Tierra y a toda la creación visible e invisible.

          Cuando celebramos la Eucaristía, en Jesucristo, el Hijo de Dios, nos unimos al Padre y al Espíritu Santo, personas divinas que son inseparables en la Santísima Trinidad, en virtud de la circuminsesión, de manera que al recibir a Jesucristo, nos cristificamos y recibimos también a la Santísima Trinidad. Y como el cuerpo del Señor es también cuerpo de María, su Madre, podríamos decir que en la Eucaristía comulgamos o recibimos, de algún modo, el cuerpo de la Virgen.

          En definitiva, la Eucaristía es la comunión con Dios, Uno y Trino; comunión con la Santísima Virgen María, los santos y ángeles del Cielo; comunión con las almas del Purgatorio; comunión con todos los hombres; comunión con toda la creación celeste y terrestre, que se celebra en el sacrificio que Jesucristo ofreció al Padre en la cruz, que se actualiza y repite místicamente en la Santa Misa.

          Santa Misa porque la Eucaristía termina con el envío que hace el celebrante a los cristianos, para que vayan al mundo a ser testigos de Cristo resucitado, haciendo que su vida sea siempre misa en palabras y obras.


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