LIBERTAD GLORIOSA
DE LOS HIJOS DE DIOS
El texto de la segunda lectura de la liturgia de la Palabra de hoy, del apóstol San Pablo a los Romanos, es de una profundidad teológica que necesita una explicación, pues no se entiende con una simple lectura o una escucha atenta y devota. El temario fundamental es la libertad plena y gloriosa de los hijos de Dios.
El Apóstol nos dice que el estado actual de toda la creación es como el de una madre que sufre dolores de parto en espera del nacimiento de su hijo: “La creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios”.
Es evidente que ahora son muchos los sufrimientos, trabajos y fatigas que los hombres padecemos, pero no se pueden comparar con la gloria que un día se nos descubrirá. Merece la pena padecer en esta vida todo tipo de dolores y pruebas, aunque humanamente sean inconcebibles, porque el premio en la otra superará todos los padecimientos de todos los hombres y de todos los tiempos, por muchos y graves que sean: ver y gozar de Dios, Uno y Trino, eternamente, visión y gozo, que ninguna criatura puede ni imaginar.
El mundo, que ahora conocemos, deformado por el pecado, será restaurado a su primitivo estado, al final de los tiempos, y se convertirá en los Nuevos Cielos y la Nueva Tierra; y entonces vendrá la plena y total libertad gloriosa de los hijos de Dios.
Este texto nos ofrece una buena oportunidad para hablar de la verdadera libertad.
¿Qué es la libertad?
Decía Kant que la libertad es uno de los conceptos
de la Metafísica más difíciles de entender y explicar. Por eso la utilizan
tanto los políticos para imponer sus ideas y sacar con ellas provecho para el
partido, para sí mismos.
No vamos a filosofar sobre la libertad, cometido que corresponde a la Universidad o a centros especializados del pensamiento humano. Simplemente hablaremos de la libertad cristiana, libertad de los hijos de Dios, que se opone a los distintos modos humanos de entender la libertad en sus múltiples acepciones.
La libertad no consiste en hacer cada uno lo que quiera, cosa imposible, pues toda libertad está limitada por los derechos y obligaciones de los hombres, mutuos y recíprocos, de manera que la libertad de uno termina donde empieza la libertad de los demás; y además, necesariamente, está regulada por la ley civil, normas de convivencia, costumbres sociales y obligaciones laborales, familiares y sociales.
Por otra parte, como es evidente, el hombre está sometido a debilidades y enfermedades de la propia persona que, aunque quiera, no puede evitar; y obligado a sufrir las diversas circunstancias de la vida que, en contra de su voluntad, no puede impedir. De modo que nadie es libre totalmente, de modo absoluto. A este estilo de libertad se podría apodar utopía de la libertad o libertad irracional. Solamente Dios es absolutamente libre, pues no depende de nada ni de nadie, porque es Señor de todas las cosas.
No vamos a filosofar sobre la libertad, cometido que corresponde a la Universidad o a centros especializados del pensamiento humano. Simplemente hablaremos de la libertad cristiana, libertad de los hijos de Dios, que se opone a los distintos modos humanos de entender la libertad en sus múltiples acepciones.
La libertad no consiste en hacer cada uno lo que quiera, cosa imposible, pues toda libertad está limitada por los derechos y obligaciones de los hombres, mutuos y recíprocos, de manera que la libertad de uno termina donde empieza la libertad de los demás; y además, necesariamente, está regulada por la ley civil, normas de convivencia, costumbres sociales y obligaciones laborales, familiares y sociales.
Por otra parte, como es evidente, el hombre está sometido a debilidades y enfermedades de la propia persona que, aunque quiera, no puede evitar; y obligado a sufrir las diversas circunstancias de la vida que, en contra de su voluntad, no puede impedir. De modo que nadie es libre totalmente, de modo absoluto. A este estilo de libertad se podría apodar utopía de la libertad o libertad irracional. Solamente Dios es absolutamente libre, pues no depende de nada ni de nadie, porque es Señor de todas las cosas.
El libertinaje tampoco es expresión de la libertad,
sino más bien una esclavitud de ella. Hombre libre no es lo mismo que “hombre
sin ley o contra ley”. El que hace
todo lo que quiere no es libre, sino un esclavo de la falsa libertad, un
libertino. Si cada uno hiciera lo que le gustara, al libre albedrío de
las propias pasiones, sin normas morales, ni sumisión alguna, ni respeto a las
ideologías y comportamientos de los demás, la convivencia humana sería un
infierno en la tierra.
El sentido común de libertad filosófica es la simple capacidad de hacer o no hacer una
cosa buena o mala: elegir entre el bien o el mal. La libertad supone la ley
moral que está determinada por la autoridad civil, el consenso común de los
pueblos o el Parlamento, si el Estado es democrático.
El hombre es libre para hacer todo
lo que quiera o le guste moralmente con tal que cumpla la ley civil y sus
obligaciones. Se puede hablar de numerosas clases de libertad, que tienen que
ser protegidas por la autoridad y respetadas por todos: libertad artística, libertad cultural, libertad política, libertad
democrática, libertad de pensamiento, libertad de expresión, libertad de
asociaciones... Todos los tipos de
libertad tienen que estar regulados por la autoridad para evitar abusos,
aberraciones y desórdenes.
En cambio, la libertad cristiana es otra cosa. Supone la ley moral que está
inscrita en la conciencia de cada
hombre y en el Decálogo de la ley de Dios. Radica en la elección de bienes.
Dios es libre y metafísicamente no puede hacer el mal; y los santos y los
ángeles en el Cielo son también libres y eligen necesariamente siempre el bien.
La capacidad de poder elegir el mal no es una cualidad de
la libertad, sino más bien un defecto de ella. El mal, en cristiano, no se debe
elegir, porque está en contra de la ley de Dios, y es un pecado. El pecado es una equivocada y prohibida elección del
mal que ofende a Dios.
Ley, libertad y obediencia son conceptos íntimamente relacionados entre sí. La ley no es impedimento para la libertad sino una necesidad para su existencia: posibilita la libertad y hace factible la obediencia.
La responsabilidad moral del hombre
depende del conocimiento de la ley y de su libertad en sus actos. No es libre
y, por tanto responsable, el que obra por coacción externa total o a
consecuencia de un desequilibrio interno insuperable. El que hace lo que
debe, según ley de Dios, es un señor de la libertad. El santo es el hombre
libre en plenitud, porque hace lo que tiene que hacer: cumplir la voluntad de
Dios, que es el mayor bien que se puede elegir.
La libertad religiosa no se puede entender en sentido optativo: da lo
mismo tener religión que no; profesar una religión que otra; elegir la religión
que más conviene, aunque todas sean igualmente reconocidas por la autoridad civil.
La libertad religiosa “consiste en
que todos los hombres han de estar inmunes de coacción, tanto por parte de
personas particulares como de grupos sociales y de cualquier potestad humana; y
esto de tal manera, que en materia religiosa ni se obligue a nadie a obrar
contra su conciencia ni se le impida que actúe conforme a ella, dentro de los
límites debidos" (DH 2).
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