sábado, 4 de julio de 2020

Décimo cuarto domingo. Tiempo ordinario. Ciclo A

 

El evangelio de hoy me ofrece dos temas interesantes para pronunciar la homilía: la sabiduría divina que el Espíritu Santo regala a la gente sencilla y el alivio que Jesús concede a los que están cansados y agobiados, porque el yugo es llevadero y la carga ligera. Estas son las palabras: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla...Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”. Yo voy a elegir el primer tema: Las cosas de Dios están escondidas a los sabios y entendidos y reveladas a la gente sencilla.

 Dios esconde el secreto de los misterios de la fe a los sabios y entendidos que ponen su corazón en las fuerzas propias de su inteligencia con autosuficiencia, y revela las cosas de Dios a la gente sencilla que las acepta con humildad y transparencia, porque tienen el alma limpia de pecado.

 Dos palabras vamos a explicar: la sencillez y la sabiduría del Espíritu Santo, con el fin de entender el sentido de la Palabra de Dios: Dios revela los misterios de la fe a la gente sencilla, y se los esconde a los sabios y entendidos.

 ¿Qué es la sencillez?

La sencillez es una cualidad temperamental o virtud de la gracia. Es, en definitiva, un regalo de Dios en la propia naturaleza del hombre o regalo del Espíritu Santo. Hay quien ha nacido sencillo y quien por su propio ser constitutivo es complicado, de carácter adverso. Tanto uno como otro puede conseguir  la sencillez, si bien el que la ha recibido en su propio ser, no tiene que hacer nada más que potenciar sobrenaturalmente esa virtud con la que ha venido a este mundo. En cambio, el que es rebelde por temperamento puede conseguir la sencillez con la gracia de Dios y el esfuerzo personal. La sencillez, como virtud, es conciliable con cualquier carácter, pues radica en el corazón y se expresa con limpieza de intenciones y humildad en obras caritativas. El que no es sencillo y estudia cuidadosamente la manera de serlo, hace el papel del ridículo en el teatro de la hipocresía.

 El sencillo no es el humilde de condición social, porque el dinero y la cuna no determinan la sencillez de una persona. Se puede ser sencillo, siendo rico, y soberbio siendo pobre. Tampoco el sencillo es el apocado, el vergonzoso, el tímido, porque siendo de condición psicológica débil, se puede ser soberbio, orgulloso y vanidoso; y por el contrario, el que tiene un carácter extrovertido, abierto puede esconder en su desparpajo gracioso o distante una mente traslúcida y un corazón sin trampa. El que estudia la manera de aparentar ser sencillo,  cae en el peligro de resultar doble. La virtud de la sencillez en una persona es campo propicio para que el Espíritu Santo siembre en ella el don de la sabiduría.

 La ciencia humana se consigue con la capacidad del entendimiento, la constancia paciente y laboriosa del estudio, el aprovechamiento de las oportunidades que sobrevienen y otros factores. Cuanto más inteligente es el hombre, más  persevera en el empeño del dominio de la ciencia, y más  y mejor explota los medios con que cuenta, más sabio es. La sabiduría humana no es de todos, es propia de unos cuantos o de muchos, pero de manera proporcional para quienes, siendo inteligentes, trabajan por alcanzar el conocimiento último de las cosas.  Así sucede en las cosas humanas.

         En cambio, la sabiduría divina no depende de la capacidad del entendimiento, ni del esfuerzo perseverante en el estudio, ni de los medios humanos que se tienen al alcance de la mano, sino de la gracia de Dios y del esfuerzo personal. No sabe más de las cosas divinas el que más domina la ciencia teológica y mejor conoce los secretos de la fe, sino el que posee el don de la sabiduría que el Espíritu Santo regala a la gente sencilla que Él quiere.

La Historia de la Iglesia demuestra que sabios, como, por ejemplo, San Agustín o santo Tomás de Aquino, que dominaron toda la ciencia de su tiempo, porque fueron sencillos de corazón recibieron el don de la sabiduría para entender, vivir y explicar, como pocos o como nadie, los misterios de la fe con una clarividencia meridiana que asombra a todos los que estudian sus obras.

         También han existido personas sencillas, genios de la divinidad, que con la cultura elevada de su tiempo fundaron Institutos de vida consagrada, viviendo experiencias místicas que no aprendieron en ninguna universidad de la Iglesia, como por ejemplo, Santa Teresa de Ávila; y personas humildes y sencillas sin letras, que con una inteligencia común y unos pocos conocimientos de cultura general y mucho corazón, ilustradas por la sabiduría de Dios, aprendieron los secretos de la fe, que no conocieron los eminentes teólogos de su época; y hoy hay entre nosotros cristianos de a pie, que con su fe conocen a Dios con el corazón más que con la razón mejor que muchos sacerdotes y obispos. Mucha gente sencilla del pueblo de Dios con sus rezos y pobres oraciones aprenden la sabiduría del Espíritu Santo que no conoce la ciencia humana.

         En las bienaventuranzas, constitución de la Iglesia, Jesús proclamó que los sencillos: “Bienaventurados los limpios de corazón” ¿Quiénes son los limpios de corazón? Son aquellos cristianos que viven o hacen por vivir el estado de gracia,  luchan por  superar los pecados veniales y faltas voluntarias; o aquellos otros que por vocación se consagran  a Dios a vivir la perfección evangélica en la Iglesia, en el mundo o fuera de él, mediante votos u otros vínculos.

         Ver a Dios es creer en Él, fiarse de Él, cumplir los mandamientos y las obligaciones propias de su estado y trabajo en la presencia del Señor que da la seguridad de que todo lo que sucede es providencia amorosa de Dios Padre. En definitiva, los limpios de corazón son los sencillos que por tener una mente equilibrada y corazón puro, conocen las cosas de Dios que no entienden los sabios y entendidos de este mundo.

 

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