El evangelio de hoy me ofrece
dos temas interesantes para pronunciar la homilía: la sabiduría divina que el
Espíritu Santo regala a la gente sencilla y el alivio que Jesús concede a los
que están cansados y agobiados, porque el yugo es llevadero y la carga ligera.
Estas son las palabras: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y
tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has
revelado a la gente sencilla...Venid a mí todos los que estáis cansados
y
agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso
y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es
llevadero y mi carga ligera”. Yo voy a elegir el primer tema: Las cosas
de Dios están escondidas a los sabios y entendidos y reveladas a la gente
sencilla.
La sencillez es una cualidad
temperamental o virtud de la gracia. Es, en definitiva, un regalo de Dios en la
propia naturaleza del hombre o regalo del Espíritu Santo. Hay quien ha nacido
sencillo y quien por su propio ser constitutivo es complicado, de carácter
adverso. Tanto uno como otro puede conseguir
la sencillez, si bien el que la ha recibido en su propio ser, no tiene
que hacer nada más que potenciar sobrenaturalmente esa virtud con la que ha
venido a este mundo. En cambio, el que es rebelde por temperamento puede
conseguir la sencillez con la gracia de Dios y el esfuerzo personal. La
sencillez, como virtud, es conciliable con cualquier carácter, pues radica en
el corazón y se expresa con limpieza de intenciones y humildad en obras
caritativas. El que no es sencillo y estudia cuidadosamente la manera de serlo,
hace el papel del ridículo en el teatro de la hipocresía.
El sencillo no es el humilde de condición social, porque el dinero y la cuna no determinan la sencillez de una persona. Se puede ser sencillo, siendo rico, y soberbio siendo pobre. Tampoco el sencillo es el apocado, el vergonzoso, el tímido, porque siendo de condición psicológica débil, se puede ser soberbio, orgulloso y vanidoso; y por el contrario, el que tiene un carácter extrovertido, abierto puede esconder en su desparpajo gracioso o distante una mente traslúcida y un corazón sin trampa. El que estudia la manera de aparentar ser sencillo, cae en el peligro de resultar doble. La virtud de la sencillez en una persona es campo propicio para que el Espíritu Santo siembre en ella el don de la sabiduría.
La ciencia humana se consigue con la capacidad del entendimiento, la constancia paciente y laboriosa del estudio, el aprovechamiento de las oportunidades que sobrevienen y otros factores. Cuanto más inteligente es el hombre, más persevera en el empeño del dominio de la ciencia, y más y mejor explota los medios con que cuenta, más sabio es. La sabiduría humana no es de todos, es propia de unos cuantos o de muchos, pero de manera proporcional para quienes, siendo inteligentes, trabajan por alcanzar el conocimiento último de las cosas. Así sucede en las cosas humanas.
La Historia de la Iglesia demuestra que sabios, como, por ejemplo, San Agustín o santo Tomás de Aquino, que dominaron toda la ciencia de su tiempo, porque fueron sencillos de corazón recibieron el don de la sabiduría para entender, vivir y explicar, como pocos o como nadie, los misterios de la fe con una clarividencia meridiana que asombra a todos los que estudian sus obras.
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