La
liturgia de la Palabra de hoy nos propone, en la segunda lectura del apóstol
San Pablo a los Romanos, una frase que me va a servir para pronunciar la
homilía: “Sabemos que a los que aman a
Dios todo les sirve para el bien”.
Es
evidente, a los ojos humanos y a la simple razón, que unas cosas nos ayudan
para el bien y otras para el mal. En sentido humano, nos hacen felices las cosas que nos gustan, que son para nosotros
buenas y nos reportan felicidad; y nos hacen mal las que nos disgustan,
contrarían nuestra voluntad y nos hacen sufrir. Luego no todo es igual,
humanamente hablando, porque unas cosas nos sirven para el bien y otras para el
mal.
Esta
reflexión humana, que no tiene vuelta de hoja, nos invita a buscar el bien a
toda costa, porque nos colma de felicidad, y a rechazar el mal, haciendo todo
lo posible para que el mal no suceda o desaparezca de nosotros, si lo tenemos
encima. Así son las cosas para el entendimiento y sentimiento del hombre. En
cambio, San Pablo nos dice, y es una verdad revelada, que a los que aman a Dios
todo les sirve para el bien. ¿Cómo se entiende esto?.
Los
cristianos somos hombres, como cualquier otro, pues tenemos la misma
naturaleza, y por eso, nos gusta el bien y no queremos el mal, como le pasa a
todo el mundo. Pero sabemos por la fe que todo lo que ocurre lo quiere Dios o lo permite. El bien lo
quiere Dios, venga de Él, de los hombres o de la naturaleza de las cosas; y el
mal que nos viene de los hombres, de la Naturaleza o de las cosas, de ninguna
manera lo quiere Dios, porque es incompatible con su naturaleza divina, que es
el Bien sumo y eterno, pero lo permite,
sin quererlo, porque respeta la libertad del hombre, y porque redunda en
un bien o muchos bienes que desconocemos. Así nos lo dice el refranero español,
que tiene un fondo teológico: “No hay mal que por bien no venga”.
Se
entiende que el mal exista porque el hombre es libre, pero no se explica que
Dios lo permita para un bien o muchos bienes. En cambio, no se entiende sino
por la fe, el que Dios quiera con voluntad expresa que sucedan catástrofes
naturales, como son inundaciones, terremotos, volcanes, sequías y otros, que
causan muertes de seres inocentes, desgracias personales terribles, y pérdidas
de ganancias irrecuperables ¿Cómo Dios,
que es bueno y misericordioso con todos los hombres, que son sus hijos, puede
querer catástrofes que todo el mundo
rechaza ¿Qué pensar entonces?
En
primer lugar, hay que decir que los conceptos de Dios, su pensamiento y su
voluntad transcienden y rebasan todas las categorías del pensamiento humano, y
de las de toda criatura creada y creable. ¿Quién puede entender el misterio de
Dios, El que Es siempre, su única naturaleza divina y trinidad en Personas, su
pensamiento, su querer y obrar? Nadie. Los designios y juicios de Dios no son
como los de los hombres, nos dice la Sagrada Escritura.
Dejando para los estudiosos de la filosofía
cristiana y de la teología católica las altas cuestiones del Ser de Dios, hay
una cosa clara que todos podemos entender a la luz de la razón: que Dios, el
Ser eterno, forzosamente tiene que ser
la Sabiduría perfecta y absoluta, cuyo conocimiento supera todo conocimiento
creado y creable; y que su voluntad tiene que querer el bien para sí mismo y para todos los seres creados. De lo
contrario, Dios no sería infinitamente sabio y perfecto. La Creación actual es
una de las obras perfectas que pudo crear Dios, pero no la más perfecta de todo
su poder divino, pues nadie sabe las infinitas obras más perfectas que Dios que
tal vez ha creado, o puede crear. Luego la conclusión para el entendimiento
humano es clara: La creación y todos los seres creados son buenos. Pero la existencia del mal en el mundo es una
incógnita que el hombre humanamente no puede despejar. Por eso surgen
pensadores agnósticos o ateos que, al no poder explicar los males que todos
conocemos, niegan la existencia de Dios, caen en el existencialismo, o se
inhiben de esta insoluble problemática, y dicen que son misterios de la
Naturaleza; y los que tienen alguna fe atribuyen el mal a malos espíritus, y no
a Dios, con argumentos de fe que inventan los Fundadores de religiones falsas.
La
fe católica explica este misterio basándose en la revelación de Dios, de esta
manera que explicamos brevemente en pocas palabras: La Creación entera fue
creada por Dios perfecta para residencia del hombre y para su servicio; y
también el hombre fue creado por Dios perfecto, en el alma y en el cuerpo, en
un estado primitivo personal de gracia, de santidad y justicia, con los
privilegios preternaturales de integridad o inmunidad de la concupiscencia,
impasibilidad e inmortalidad. Pero misteriosamente el hombre libremente pecó, y
por el pecado, quedó dañado en todo su
ser, quedando reducido a la ignorancia, al error, a la mala voluntad, a la
concupiscencia del mal, al dolor y a la muerte; y como consecuencia del pecado,
también el mundo quedó deformado, como nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica,
del Papa, Juan Pablo II. Para redimir el pecado del hombre, el Hijo de Dios,
encarnó en las entrañas de Santa María Virgen, vivió, padeció, murió y
resucitó, y con el misterio pascual restituyó al hombre los privilegios que le
había concedido antes del pecado. Pero
cada hombre tiene que sufrir en su propia carne las consecuencias del
pecado: los defectos de las facultades de alma en el pensar y amar, la
concupiscencia o inclinación al pecado, el dolor y la muerte, bajo la
esclavitud del demonio, hasta el fin de los tiempos, entonces todos los hombres
resucitarán y toda la Creación será renovada.
Pensando
las cosas así, desde la fe y con la fe, la conclusión es clara: “sabemos que a los que aman a Dios todo les
sirve para el bien”. Aserto que no quiere decir que a los que aman a Dios
todo les da igual, todo les es indiferente, sino que gustándoles, como a todos,
lo que es bueno humanamente, todo lo enfocan hacia el bien, todo lo utilizan y
lo aceptan como venido de Dios para el bien propio y de todos los hombres para
su redención, aunque no conozcan los porqués del mal. Las razones son tres:
- porque los que aman a Dios, de
verdad, viven con total fe y confianza la providencia amorosa de Dios que cuida
todas las cosas con sabiduría y bondad, como nos enseña el Concilio Vaticano I;
- porque Dios es Padre de todos
los hombres y todo lo quiere o permite para su bien, aunque no sepamos
distinguir en qué consiste ese bien, que tiene apariencias de mal;
- y porque los males de este
mundo, que sufrimos, no se pueden comparar con los bienes que poseeremos en el
Cielo: visión y gozo de Dios eternamente.
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