Conversión
Conversión sacramental
Conversión teológica
Conversión misteriosa de infinita
misericordia
Conversión cósmica.
Conversión
Toda la vida
cristiana es una permanente y progresiva conversión evangélica en
diversas etapas y modalidades. Aunque todos los tiempos litúrgicos son en su
esencia de conversión, la Iglesia señala dos especiales: Adviento como
preparación para la Navidad y Cuaresma para la Resurrección.
La
conversión es el tema fundamental de toda la Biblia, tanto en el Antiguo como
en el Nuevo Testamento. Consiste en
corresponder a la vocación de santidad a la que cada cristiano está
llamado por el Espíritu Santo en el bautismo. Se supone difícil
porque se imagina que tiene que ser excepcional, espectacular, como la de los
santos de relumbrón, extraordinarios, modelos admirables, pero no imitables en
todos sus actos, sino solamente en sus actitudes, porque la santidad es
personal. Convertirse no es cambiar la personalidad, la manera
substantiva de ser, sino la manera de proceder en el virtuoso
obrar: en el cumplimiento de la voluntad de Dios, en la lucha contra el pecado
y en la moderación virtuosa del propio temperamento o carácter. La conversión
tiene que dar sus propios frutos de perfección, porque el que no fructifica en
buenas obras no se ha convertido, es un enfermo o un pecador redomado.
Conversión sacramental
La primera
conversión que se realiza en el hombre es en el bautismo, que
convierte al hombre, nacido en pecado, en hijo de Dios, heredero de su reino y lo incorpora al Cuerpo místico de la Iglesia. El
bautizado por el agua y el Espíritu Santo queda regenerado en una nueva
criatura con una segunda naturaleza divina, participada de Dios. Mientras es
bebé, sin conciencia de sus actos, sigue siendo hijo de Dios, aunque no sepa
esa sublime y sobrenatural realidad de filiación divina hasta el uso de
razón, momento en que empieza la responsabilidad moral. Los bautizados que
nunca llegan a tener conciencia de sus actos, permanecen en ellos el estado de
gracia inalterable que recibieron en el bautismo hasta su muerte, y después van
al Cielo; y los que tienen cierta lucidez mental, esporádica, son juzgados
por Dios con singular misericordia.
En el bautizado normal la gracia bautismal está sometida a un proceso
de conversión sacramental, pues en cada sacramento recibe su gracia específica,
según las disposiciones en que lo recibe, principalmente en la
Penitencia y en la Eucaristía.
El sacramento de la Penitencia convierte al pecador que ha roto la amistad
con Dios por el pecado grave en amigo suyo; y en el que ha mantenido su amistad
con Él en íntima relación o con faltas o imperfecciones lo santifica.
El sacramento de la Eucaristía cristifica al bautizado que lo recibe con fe
y buenas disposiciones, y no por rutina o costumbre, y lo alimenta con el
Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Conversión teológica
La conversión no es sólo el paso de la vida de infidelidad a la vida de fe, sino también de la vida de pecado a la vida de gracia en progresivo crecimiento; y también de la vida de gracia al culmen de la santidad en distintas dimensiones.
Conversión misteriosa de infinita
misericordia
Es un hecho
evidente que en nuestras familias, amistades, compañeros de trabajo, vecinos,
conocidos, existen bautizados que no practican la fe católica
habitualmente, y solamente participan en actos religiosos de compromiso; y
también no bautizados de otras religiones o de ninguna, que muchos son honrados
y buenos, tanto o más que los cristianos. ¿Entonces, no se convierten?
La sabiduría
infinitamente misericordiosa de Dios tiene caminos inimaginables para que
el hombre bautizado o no bautizado se convierta, porque juzga la moralidad de
los actos del hombre con criterios de un Dios encarnado, que vivió,
padeció y murió en la cruz, derramando sangre divina para salvar a todos los
hombres. ¿Cómo? ¡Misterio! El juicio de Dios sobre el pecado no es
matemáticamente como enseña la Moral Católica, al pie de la letra, porque el
pecado no es un una simple trasgresión de la ley, sino una ofensa qu el hombre
hace a Dios, misterio de maldad personal, como define el Concilio de Trento.
Muchos hombres cometen actos malos, según la estimación de la justicia humana y
cristiana, pero no todos son pecados, ofensas a Dios en su presencia divina,
porque existen muchas causas humanas que eximen de responsabilidad moral
católica, como por ejemplo: la ignorancia, la incapacidad humana de concebir
las cosas, y sobre todo la malicia del pecado, la pasión que perturba o anula
la responsabilidad, el desequilibrio orgánico, causas físicas, psicológicas,
psíquicas, educación y cultura. A medida que van pasando los años, cada vez
estoy más convencido de que la mayoría de los hombres se salvan por estas y
otras muchas razones, no conocidas. Es muy difícil que el hombre, en su ser
natural puro, cometa un acto humano, llamado pecado mortal, tan grave que en la
presencia de Dios merezca el infierno eterno, que existe. El pecador comete
el pecado, según su capacidad intelectual y formación de moral católica que
tiene, el sacerdote lo perdona en el Sacramento del Perdón,
y Dios lo juzga y condena en su auténtica
realidad.
Conversión cósmica
Este mundo en que vivimos no será convertido en un caos, ni
aniquilado, sino convertido en otra realidad diferente, infinitamente superior
y mejor que la actual en una conversión cósmica de unos cielos nuevos y
una tierra nueva de toda la creación glorificada en la que habrá
paz absoluta y completa, felicidad total de amor en la visión y gozo de
Dios eternamente.
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