Desde los primeros siglos del cristianismo se observó
en la Iglesia la práctica de la oración y penitencia, como una norma evangélica
de vida cristiana. Con el tiempo, en el seno de las comunidades cristianas fue
naciendo progresivamente el espíritu de cuaresma. Las primeras alusiones
directas aparecieron en Oriente, a principios del siglo IV, y en Occidente, a
fines del mismo siglo. En la evolución de la liturgia se fue configurando el
año litúrgico, dando primordial importancia al Adviento y a la Cuaresma, como
tiempos fuertes de oración y penitencia. En el Adviento los cristianos se
preparaban especialmente para celebrar la Navidad, el 25 de Diciembre para
conmemorar el nacimiento de Jesús. Se debe esta institución a la Iglesia de
Roma, que quiso suprimir el culto al dios del sol, “natalis solis invicti”,
nacimiento del sol victorioso, que se celebraba en el paganismo con un culto
idolátrico, orgías y actos profanos, excesivamente sensuales y sexuales de todo
género. La liturgia de Roma cambió esta celebración por el culto al nacimiento
de Jesucristo, el Sol, que vino al mundo a iluminar a todos los hombres para la
salvación. En la Cuaresma, los antiguos cristianos se dedicaban, de manera
intensiva, a la preparación de la Pascua, en la que se celebraba la
Resurrección del Señor, tema central de la vida de la Iglesia.
La Cuaresma ha tenido siempre un carácter especialmente bautismal en el que se funda el carácter penitencial, porque es una Comunidad bautismal-penitencial-eclesial. En ese tiempo santo, los cristianos de los primeros siglos solían bautizarse y celebrar el sacramento de la Penitencia. Los grandes pecadores, apartados de la Iglesia por sus pecados graves, eran reinsertados a ella por el sacramento del perdón, principalmente en la Vigilia Pascual.
La Iglesia recuerda en la Cuaresma los cuarenta años que el pueblo de Israel caminó por el desierto hacia la Tierra Prometida y los cuarenta días y cuarenta noches que Jesús permaneció en el desierto en oración y ayuno, antes de comenzar su vida pública y realizar el misterio de la Redención.
La cuarentena penitencial nos une todos los años, durante cuarenta días y cuarenta noches al Misterio de Jesús en el desierto (Cat 540). Es un tiempo apropiado para los ejercicios espirituales, las liturgias penitenciales, las privaciones voluntarias, como el ayuno, la limosna, la comunicación cristiana de bienes, obras caritativas y misioneras (Cat 1438) y las peregrinaciones, como signo de penitencia. Se recomiendan reuniones de oración, celebraciones de la Eucaristía, del sacramento de la Confesión y celebraciones de la Palabra.
Última reforma de la Cuaresma
El Concilio Vaticano II ha estructurado la Cuaresma como un tiempo especial de oración, de intensa escucha de la Palabra de Dios y penitencia, con una orientación pascual-bautismal (SC 109). Ha fijado su tiempo desde el miércoles de Ceniza hasta el jueves Santo, misa in Coena Dómini. Es el tiempo de una experiencia oficial en el misterio pascual de Cristo: “Padecemos juntamente con Él, para ser también juntamente glorificados” (Rm 8,17).
Tentaciones de Jesús
La tentación es una inclinación al pecado, provocada por distintas causas: el diablo, naturaleza corrompida, enfermedad y vicios. Su significado es prueba, como cuando Dios probó a Abraham para probar su fe pidiéndole que sacrificara a su hijo Isaac; y seducción al pecado por el demonio, una persona o cosa.
La tentación es intrínsecamente mala porque procede del mal y al mal inclina. Moralmente es buena y meritoria si se rechaza y mala si se consiente.
Conversión
Mientras el cristiano recorre su camino por el desierto del mundo hacia la eternidad, debe cursar la carrera de la conversión con el fin de conseguir el Cielo. Comprende las siguientes asignaturas complementarias: conocimiento de Cristo, estudio de la palabra de Dios, lucha contra el pecado, vida de gracia, oración, Confesión y Eucaristía.
La conversión es lo mismo que cristificación, pues toda la vida cristiana es una permanente y progresiva santificación o perfección evangélica en diversas etapas y modalidades. Es el tema fundamental de toda la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, pues toda la Palabra de Dios en todos sus libros inspirados invita al hombre, de manera reiterada, a la conversión, que es tarea de todo cristiano, y no de unos cristianos privilegiados. Consiste en responder a la santidad que cada uno tiene que cursar, según la vocación que del Espíritu Santo ha recibido en el bautismo.
Conversiones varias:
1 Conversión de los infieles
La conversión es propia de todos los hombres: conversión de los infieles a la fe de la Iglesia, que celebra el día del Domingo, domingo mundial de la propagación de la fe católica en que todos los cristianos de todo el mundo hacemos una campaña de oraciones, sacrificios y ayudas económicas a favor de los países de todo el mundo con el fin de conseguir que todos los hombres se hagan cristianos, se bauticen, conozcan a Cristo, los dogmas de la Iglesia Católica y se salven con más facilidad.
2 Conversión de pecador en justo
También tienen que convertirse los grandes pecadores que llevan una vida disoluta, de espaldas a Dios, lejos de la Iglesia o contra ella, entre los que se pueden contar, tal vez, nuestros familiares, compañeros, amigos o vecinos. Tenemos que pedir por la conversión de los pecadores, por supuesto, y también por todos los hombres, y por nosotros también, que somos pecadores.
3 Conversión del bueno en santo
A los ojos de Dios, no sabemos quiénes necesitan más la conversión, si los que viven en países de misión, carentes de la fe verdadera, los creyentes de otras religiones, católicos no practicantes, católicos cumplidores de la Ley, o los santos, que habiendo llegado a ser santos, no fueron tan santos como pudieron y debieron.
La conversión de todos los hombres, en sí misma, es un misterio que efectúa la omnipotente sabiduría de la infinita misericordia de Dios, de muchas maneras misteriosas, en la Iglesia Católica, y fuera de ella en suplencias.
4 Conversión bautismal
Según la doctrina de la Iglesia, la primera conversión cristiana tiene lugar en el bautismo, porque este sacramento convierte al hombre, nacido en pecado, en hijo de Dios, heredero de su reino, y lo incorpora al Cuerpo místico de la Iglesia. El bautizado, por medio de una regeneración espiritual, adquiere una segunda naturaleza, un complejo sobrenatural de la gracia santificante, virtudes y dones del Espíritu Santo. Con estas potencias el cristiano crece y se desarrolla por medio de la oración, sacramentos y buenas obras hasta conseguir el fruto total del bautismo, que es la visión y gozo de Dios eternamente en el Cielo.
5 Conversión sacramental
Cada vez que el cristiano recibe un sacramento convierte su conversión bautismal en conversión sacramental de gracia si lo recibe con las debidas disposiciones. En el sacramento de la Penitencia, por ejemplo, el alma del cristiano que está en estado de pecado grave se convierte en estado de gracia, o el alma que está en estado de gracia se convierte en un progreso de perfección.
6 Conversión teológica
Toda conversión supone la gracia inicial de Dios, pues nadie puede convertirse sin la previa ayuda divina, que espera del hombre una respuesta responsable. La conversión es una empresa sobrenatural limitada entre Dios y el hombre en la que Dios regala su gracia y el hombre colabora a ella, de maneras diferentes. Una vez recibida la gracia, para perseverar en ella se necesita también la ayuda divina. Se realiza con el ejercicio de la oración, obras buenas y actos de caridad. Cada vez que el cristiano hace un acto bueno, en estado de gracia, se convierte en un hijo mejor. Solamente la misericordia infinita de Dios sabe el secreto de la conversión y su proceso en cada uno de los cristianos.
7 Conversión cósmica
Todos los seres creados tienen una belleza teológica en el conjunto del Universo, según la planificación divina, que el entendimiento humano no alcanza a descubrir. La perfección de las criaturas se aprecia de manera relativa y de modo imperfecto en la Tierra, pues la realidad total del Universo creado y su finalidad suprema se observa solamente desde el Cielo, desde la visión intuitiva.
Este mundo, deformado por el pecado, es conocido por la ciencia en una pequeñísima parte, pues incluso los sabios saben menos de lo que les queda por conocer, porque el Universo nunca será totalmente conocido. La maravilla de la Creación cumple el fin establecido por Dios, y tendrá su final, aunque no sabemos cuándo ni cómo, pero este mundo no será aniquilado o convertido en un caos, sino transformado en otra realidad diferente, infinitamente superior y mejor que la existente. Sus características no están reveladas, por lo que todo lo que se diga o escriba sobre este hecho venidero es pura imaginación, y no realidad teológica. La Sagrada Escritura llama a esta transformación “Cielos nuevos y Tierra nueva”, morada en la que vivirán los resucitados con Cristo en condiciones de lugar y estado que no conocemos. A esta transformación, que sucederá al fin de los tiempos, se puede llamar conversión cósmica, porque abarca todas las cosas creadas
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