sábado, 4 de febrero de 2023

Quinto domingo. Tiempo ordinario. ciclo A

Campaña contra el hambre


En la primera lectura de la liturgia de la Palabra de este domingo, Dios nos dice: Comparte tu pan con el hambriento, texto que yo voy a utilizar para hablar de este tema.

Entre los muchos males que sobrevinieron al hombre con el pecado original, se hizo presente la injusticia social, de manera que en el mundo hay bastantes hombres que poseen mucho, son muy ricos, y muchísimos que son muy pobres, contra la voluntad de Dios que quiere que toda la riqueza sea distribuida equitativamente entre los hombres en proporción justa, como medio para que todo puedan conseguir la felicidad eterna.

Dios condena el hambre como pecado contra la justicia social. Es un hecho, tristemente comprobado, que hay en el mundo una tremenda desigualdad de posesión de bienes, que clama al Cielo, de tal manera que millones de niños, hombres y mujeres se mueren de hambre, habiendo suficientes medios de producción en la Tierra para que todo el mundo tenga lo suficiente o necesario para vivir dignamente, como decía el Papa bueno, Juan XXIII por culpa, digamos de todos los hombres en general. Es verdad que el problema de garantizar el bien común integral de los hombres corresponde, en primer lugar, a las autoridades civiles y políticos, pero no es menos cierto que también a la Iglesia que trabaja por el bien común del hombre, hijo de Dios; y corresponde también a cada cristiano que debe cumplir la justicia social. Por consiguiente, nadie debe excluirse del gravísimo problema de hambre que existe en el mundo. La Iglesia tiene la misión suprema de salvar al hombre, con el fin específico sobrenatural de la salvación eterna, que incluye también los medios materiales y humanos para conseguirlo; y tiene además el deber evangélico de atender a los más pobres, por mandato de Jesucristo. En este día, en que celebramos el día de la jornada mundial del hambre en el mundo, cada hombre y cristiano debe cuestionarse: ¿Qué debo hacer yo en la campaña contra el hambre en el mundo, si no tengo en mis manos el poder? ¿Cómo voy yo a dar algo, si necesito todo o casi todo para vivir? Tal vez sea este tu caso, pero creo que todos podemos dar, algunos mucho, otros bastante y algunos algo, teniendo en cuenta que Dios premia nuestra generosidad, no por la cantidad de lo que damos, sino por la calidad del amor con que lo damos. El que da lo que tiene y puede da todo. Recordemos el ejemplo de la viejecita del Evangelio que echó en el cepillo todo lo que tenía para vivir y Jesús dijo que había echado más que otros que echaban en cantidad monedas valiosas.

El bautismo nos obliga a vivir en Dios y con Dios, siendo hermanos con todos los hombres de distinta manera, y debemos ayudar también

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