sábado, 28 de enero de 2023

Cuarto domingo. Tiempo ordinario. Ciclo A

 

El día 2 de febrero se celebra en la Iglesia Católica la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Esta celebración nos ofrece una ocasión para  alabar al Señor y agradecerle el don de este estado de vida y pedirle suscite vocaciones para la vida consagrada. Quiero dedicar el tiempo de la homilía para hablar de este tema y así cumplir el deseo de la Iglesia, manifestado por el Papa.

El 2 de Febrero, la Iglesia hace memoria del día en que Jesús es presentado por María, su madre, en el templo de Jerusalén para ofrecer su vida al Padre para la salvación de todos los hombres del mundo. Siguiendo este ejemplo, muchos cristianos, vocacionados por el Espíritu Santo, consagran su existencia al Señor en  favor del misterio de la salvación. 

En líneas generales podemos decir que la primera consagración oficial del cristiano a Dios  tuvo lugar en su bautismo en el que el hombre, nacido del pecado, se convirtió en hijo de Dios por la gracia santificante, y quedó consagrado al servicio de  la Iglesia. Esta consagración se llama consagración bautismal que debe ser perfeccionada con la frecuencia de los sacramentos, especialmente de la Confesión y de la Eucaristía, con la oración y el ejercicio de virtudes cristianas en obras buenas, signos necesarios de expresión de una fe bautismal viva.

Pero hoy no vamos a hablar de la vida consagrada bautismal, sino de la vida consagrada específica de aquellos hombres y mujeres, que llamados por Dios a seguir a Jesucristo, se comprometen a vivir los consejos evangélicos u otros vínculos de perfección evangélica.

Son diversas las vocaciones consagradas  que existen en la Iglesia:

Vocación sacerdotal de aquellos cristianos que, llamados por Dios para el servicio  de la Iglesia, se preparan durante un tiempo en el Seminario o Casas Religiosas para el sacerdocio y, una vez ordenados sacerdotes, ejercen el ministerio sacerdotal en distintos puestos de una Diócesis, Parroquias o Centros apostólicos. Los sacerdotes no profesan votos de pobreza, obediencia y castidad, sino la promesa de castidad en estado del celibato y obediencia, por decisión de la Iglesia, no por mandato de Jesucristo.

- Vocación religiosa, llamada hoy de vida consagrada es aquella que algunos cristianos, hombres, sacerdotes o laicos, y mujeres abrazan libremente para consagrarse a Dios en servicio de la Iglesia con el compromiso de vivir los consejos evangélicos de pobreza, obediencia y castidad, en calidad de votos, u otros vínculos religiosos, como es el caso de los Jesuitas, que profesan el voto de obediencia al Papa o el de las Hijas de la Caridad que profesan el voto del servicio a los pobres.

Esta vocación de vida consagrada se vive, de distintas formas, en Institutos de vida contemplativa o activa, en sociedades de Vida Apostólica y en Centros apostólicos, aprobados por la Iglesia; y también de manera privada con el asesoramiento de un sacerdote, confesor o director espiritual.

La vida contemplativa es excelente sacrificio de alabanza a Dios y  fecundidad misteriosa en el apostolado de la Iglesia, porque no es pasividad sino actividad suprema de salvación, de santificación y torrente de gracias celestiales. Por mucho que urja la necesidad del apostolado activo, ocupa siempre una parte preeminente en el Cuerpo místico de Cristo (PC 7). Los miembros consagrados a Dios, con este estilo de vida, viven desde el silencio en comunidad fraterna claustral con la oración constante, la penitencia, y el trabajo común, que tiene carácter apostólico no por lo que se hace, sino por el modo en que se hace y por quien se hace, que es Cristo.

La contemplación entendida en el sentido de la Iglesia es por su propia naturaleza apostólica. Si la contemplación no se expresa en la caridad fraterna y en el trabajo comunitario  no es auténtica, es enfermiza, desviación teológica o estado patológico.

Los contemplativos que fomentan psicológicamente la contemplación, olvidando la vida fraterna y el trabajo de la vida ordinaria, como expresión de la oración, terminan en desequilibrios psicológicos o psicopáticos, o en la pérdida de la vocación religiosa, de la gracia o de la misma fe; y también aquellos que ejercen el apostolado exterior con abandono de la oración y de vida monacal, se destruyen a sí mismos y suelen hacer mucho mal a la Iglesia en el mundo.

De la misma manera, la acción apostólica sin contemplación es obra humana buena, social, política, pero no apostólica por sí misma, pues para que lo sea, supone el impulso de la oración por la que viene la gracia de Dios a la acción. Pío XII llamaba a la acción apostólica sin contemplación la herejía de la acción.

Cuando los llamados apóstoles se entregan con entusiasmo e ilusión a realizar obras importantes, admirables y sacrificadas, gastando todas sus fuerzas, pero abandonan la oración, pueden resultar acciones apostólicas excepcionalmente por la misericordia de Dios, pero generalmente destruyen la obra divina.

Sucede que  los apóstoles que se dedicaron de por vida al apostolado exterior, abandonando la oración, si trabajaron con buen espíritu, según la doctrina de la Iglesia, reciben de Dios castigos graves por sus pecados, y aprenden la verdadera acción de Dios y la triste realidad de sus debilidades personales; y con el tiempo vuelven a Dios y a Él se entregan, sin retorno a la vida de pecado, afincados en la vida de piedad, como premio a la pureza de intención con que trabajaron. Pero si enseñaron las propias teorías de su desviación, en contra de lo que enseña la Iglesia, acaban perdiendo la vocación religiosa, la vida de la gracia y hasta la fe.

Pidamos al Señor de la mies envíe operarios que trabajen para la Iglesia, vocaciones auténticas contemplativas y activas, que trabajen por la salvación de los hombres, cristificando todas las cosas con espíritu apostólico de obediencia y amor a la Iglesia, reconociendo sus debilidades, confesando sus pecados y poniendo en manos de Dios el fruto de su trabajo.

En conclusión, y en pocas palabras:

La vida consagrada es radicalmente contemplativa, tanto si está dedicada preferentemente a la oración,  vida común fraterna y trabajo ordinario, desde el silencio, como si está dedicada al apostolado exterior. Orar sin hacer y hacer sin orar, si Dios no lo remedia, es deshacerse a sí mismo con peligro de hacer mal a la Iglesia.

 

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