El 2 de Febrero, la Iglesia hace memoria del día en que Jesús es presentado
por María, su madre, en el templo de Jerusalén para ofrecer su vida al Padre
para la salvación de todos los hombres del mundo. Siguiendo este ejemplo,
muchos cristianos, vocacionados por el Espíritu Santo, consagran su existencia
al Señor en favor del misterio de la salvación.
En líneas generales podemos decir que la primera consagración oficial del
cristiano a Dios tuvo lugar en su bautismo en el que el hombre,
nacido del pecado, se convirtió en hijo de Dios por la gracia santificante, y
quedó consagrado al servicio de la Iglesia. Esta consagración se
llama consagración bautismal que debe ser perfeccionada
con la frecuencia de los sacramentos, especialmente de la Confesión y de la
Eucaristía, con la oración y el ejercicio de virtudes cristianas en obras
buenas, signos necesarios de expresión de una fe bautismal viva.
Pero hoy no vamos a hablar de la vida consagrada bautismal, sino de la vida
consagrada específica de aquellos hombres y mujeres, que llamados por Dios a
seguir a Jesucristo, se comprometen a vivir los consejos evangélicos u otros
vínculos de perfección evangélica.
Son diversas las vocaciones consagradas que existen en la
Iglesia:
- Vocación sacerdotal de aquellos cristianos que, llamados
por Dios para el servicio de la Iglesia, se preparan durante un
tiempo en el Seminario o Casas Religiosas para el sacerdocio y, una vez
ordenados sacerdotes, ejercen el ministerio sacerdotal en distintos puestos de
una Diócesis, Parroquias o Centros apostólicos. Los sacerdotes no profesan
votos de pobreza, obediencia y castidad, sino la promesa de castidad en estado
del celibato y obediencia, por decisión de la Iglesia, no por mandato de
Jesucristo.
- Vocación religiosa, llamada hoy de vida consagrada es aquella que
algunos cristianos, hombres, sacerdotes o laicos, y mujeres abrazan libremente
para consagrarse a Dios en servicio de la Iglesia con el compromiso de vivir
los consejos evangélicos de pobreza, obediencia y castidad, en calidad de
votos, u otros vínculos religiosos, como es el caso de los Jesuitas, que
profesan el voto de obediencia al Papa o el de las Hijas de la Caridad que
profesan el voto del servicio a los pobres.
Esta vocación de vida consagrada se vive, de distintas formas, en
Institutos de vida contemplativa o activa, en sociedades de Vida Apostólica y
en Centros apostólicos, aprobados por la Iglesia; y también de manera privada
con el asesoramiento de un sacerdote, confesor o director espiritual.
La vida contemplativa es excelente sacrificio de alabanza a Dios
y fecundidad misteriosa en el apostolado de la Iglesia, porque no es
pasividad sino actividad suprema de salvación, de santificación y torrente de
gracias celestiales. Por mucho que urja la necesidad del apostolado activo,
ocupa siempre una parte preeminente en el Cuerpo místico de Cristo (PC 7). Los
miembros consagrados a Dios, con este estilo de vida, viven desde el silencio
en comunidad fraterna claustral con la oración constante, la penitencia, y el
trabajo común, que tiene carácter apostólico no por lo que se hace, sino por el
modo en que se hace y por quien se hace, que es Cristo.
La contemplación entendida en el sentido de la Iglesia es por su propia
naturaleza apostólica. Si la contemplación no se expresa en la caridad fraterna
y en el trabajo comunitario no es auténtica, es enfermiza,
desviación teológica o estado patológico.
Los contemplativos que fomentan psicológicamente la contemplación,
olvidando la vida fraterna y el trabajo de la vida ordinaria, como expresión de
la oración, terminan en desequilibrios psicológicos o psicopáticos, o en la
pérdida de la vocación religiosa, de la gracia o de la misma fe; y también
aquellos que ejercen el apostolado exterior con abandono de la oración y de
vida monacal, se destruyen a sí mismos y suelen hacer mucho mal a la Iglesia en
el mundo.
De la misma manera, la acción apostólica sin contemplación es obra humana
buena, social, política, pero no apostólica por sí misma, pues para que lo sea,
supone el impulso de la oración por la que viene la gracia de Dios a la acción.
Pío XII llamaba a la acción apostólica sin contemplación la herejía de
la acción.
Cuando los llamados apóstoles se entregan con entusiasmo e ilusión a
realizar obras importantes, admirables y sacrificadas, gastando todas sus
fuerzas, pero abandonan la oración, pueden resultar acciones apostólicas
excepcionalmente por la misericordia de Dios, pero generalmente destruyen la
obra divina.
Pidamos al Señor de la mies envíe operarios que trabajen para la Iglesia,
vocaciones auténticas contemplativas y activas, que trabajen por la salvación
de los hombres, cristificando todas las cosas con espíritu apostólico de
obediencia y amor a la Iglesia, reconociendo sus debilidades, confesando sus
pecados y poniendo en manos de Dios el fruto de su trabajo.
En conclusión, y en pocas palabras:
La vida consagrada es radicalmente contemplativa, tanto si está dedicada
preferentemente a la oración, vida común fraterna y trabajo
ordinario, desde el silencio, como si está dedicada al apostolado exterior.
Orar sin hacer y hacer sin orar, si Dios no lo remedia, es deshacerse a sí mismo
con peligro de hacer mal a la Iglesia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario